Habíamos señalado en
el artículo anterior que en su Fenomenología
del Espíritu Hegel había presentado la dialéctica como la estructura
contradictoria de la experiencia de la conciencia, articulada alrededor de la
relación entre certeza y verdad. El recorrido que empezaba con la experiencia
de la consciencia más elemental llegaba hasta al “Saber Absoluto” que era la
realización de la identidad entre sujeto y sustancia (proclamada en el prólogo
de la obra) a través de un largo proceso de “interiorización” (recuerdo que a
su vez reordena conceptualmente, resumiéndolo, el recorrido de la historia y la
cultura de la humanidad).
Esa identidad, sería el punto de partida de su posterior Ciencia de la Lógica, que presenta las
categorías lógicas sujetas a un devenir. Este devenir tiene la forma de un
movimiento de sucesivas contradicciones que se superan y elevan a un nivel
superior y que constituye no sólo una exposición de las leyes del pensamiento,
sino también una metafísica. Por eso postulaba una doctrina del ser, una de la
esencia y una del concepto, que implica el pasaje de la lógica objetiva a la
subjetiva.
El carácter más “frío” de este texto ha llevado a algunos autores marxistas a contraponerlo con la Fenomenología del Espíritu que sería más “subjetivista”, pero la contraposición no tiene sentido en los términos de Hegel. Son dos momentos dentro del mismo sistema. El crecimiento de su fama como filósofo se dio junto con el progreso de su carrera universitaria, pasando de Jena a Heidelberg y luego a Berlín.
El carácter más “frío” de este texto ha llevado a algunos autores marxistas a contraponerlo con la Fenomenología del Espíritu que sería más “subjetivista”, pero la contraposición no tiene sentido en los términos de Hegel. Son dos momentos dentro del mismo sistema. El crecimiento de su fama como filósofo se dio junto con el progreso de su carrera universitaria, pasando de Jena a Heidelberg y luego a Berlín.
Su reivindicación del Estado prusiano le ha valido el mote
de conservador e incluso hasta de reaccionario. Esto no sólo es forzado sino
que resulta relativamente anacrónico. La idea central del “Estado ético”
propugnada por Hegel (semejante a lo que luego se llamaría estado
intervencionista) es la de un organismo que represente el interés general
contra el individualismo del mercado, cuestión “utópica” en una sociedad
capitalista, pero no necesariamente “reaccionaria”. Jacques D’Hondt, estudioso
y biógrafo de Hegel, destaca la simpatía de éste hacia las políticas del
canciller Karl August von Hardenberg, (1750-1822) quien dentro de los marcos
del famoso “atraso alemán” denunciado posteriormente por Marx, había seguido
una orientación progresista.
Más allá de las interpretaciones, es un hecho que la
idealización por Hegel del Estado prusiano no impidió que éste combatiera su
herencia. Luego de su muerte en 1831, tuvo lugar un largo proceso de
descomposición de la primacía de sus ideas en el ámbito intelectual. Dentro de
este proceso, se destaca la división entre derecha e izquierda hegeliana. Esta
última era considerada una amenaza por los sectores más reaccionarios.
Expresión de ello fue el llamado por parte del monarca Federico Guillermo IV a
un ya envejecido Schelling para dar clase en la Universidad de Berlín en 1841 y
“terminar con la simiente de dragones” que Hegel había sembrado. No fue
posible.
Karl Marx (1818-1883 ) y Friedrich Engels ( 1820-1895 )
fueron partícipes de la escena de la izquierda hegeliana a comienzos de la
década de 1840. Inspirados por Ludwig Feuerbach (1804-1872), que postulaba como
tarea de la nueva filosofía la transformación de la teología en antropología,
es decir poner en el centro al hombre real, desde un materialismo que recogía
las tradiciones del materialismo inglés y francés pero sin orientación social
ni política, Marx y Engels emprendieron la crítica de la izquierda hegeliana,
para crear la filosofía de la praxis y el materialismo histórico.
La historia es conocida. Destacaremos en estas líneas en
particular el tratamiento por el joven Marx de dos momentos del sistema
hegeliano: la filosofía del Estado y la Fenomenología, de los que se puede
desprender algunas conclusiones sobre el modo en que Marx consideraba la
dialéctica de Hegel y empezaba a trazar su propio pensamiento dialéctico, sobre
el que volveremos más adelante a propósito del Marx “maduro”.
En 1843, Marx escribe una crítica de algunos parágrafos de
los Fundamentos de la filosofía del
Derecho de Hegel en especial aquellos referidos al Estado, por lo que el
texto es conocido como Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, texto
publicado por el marxólogo soviético David Riazanov en 1927.
En ese texto, Marx critica el modo idealista de construcción
de la mediación dialéctica por parte de Hegel, en su análisis de las relaciones
entre familia, sociedad burguesa y Estado. Mientras que la forma real de
abordar este problema podría ser que la familia y la sociedad burguesa son la
base del Estado, Hegel postulaba que eran formas finitas en las que se
expresaba la Idea o el Espíritu del Estado. Marx caracteriza este procedimiento
como propio de un “misticismo lógico, panteísta”, que presenta la realidad
empírica como real pero no por sí misma sino por un fundamento místico
trascendente a la realidad (la Idea o el Espíritu). El trabajo de Marx no se
limita a estos argumentos, quizás los más conocidos, pero su tratamiento en
profundidad excede el espacio y objetivo de estas líneas. En general estas
críticas, muy duras contra el idealismo de Hegel y su procedimiento de
transformar los sujetos reales (familia, sociedad) en predicados de un
“predicado abstracto” (Idea o Espíritu) han sido tomadas como referencia por
las corrientes marxistas antihegelianas del Siglo XX.
Sin embargo, en los Manuscritos
económico-filosóficos de 1844, publicados también de manera póstuma en 1932
(cuya preparación estuvo asimismo a cargo de David Riazanov), Marx hace una
valoración que sin ser contraria a la que comentamos antes, introduce otros
elementos, centrando su análisis en la Fenomenología
del Espíritu. Los Manuscritos son conocidos especialmente por su
tratamiento de la cuestión de la alienación o enajenación: bajo el dominio de
la propiedad privada, el proceso de producción, los productos del trabajo y los
otros seres humanos se vuelven para el trabajador algo extraño y hostil.
Marx destaca distintos aspectos de la labor filosófica de
Feuerbach (con quien ajustaría cuentas luego en La Ideología Alemana, también publicado póstumamente), quien había
señalado que para Hegel la negación de la negación (famosa “ley” de la dialéctica)
consistía en un movimiento conservador según el cual Hegel “negaba” la religión
con la filosofía y después la restauraba mediante el pensamiento especulativo.
Aunque Marx compartía lo sustancial de esta crítica, discrepaba con Feuerbach,
en tanto este no analizaba la “negación de la negación” en aquello que tiene de
positivo: ofrecer la forma abstracta del movimiento de cambio histórico. Desde
esta óptica, Hegel había hecho algo grandioso al concebir la dialéctica de la
negatividad como “principio motor y generador”.
Ahora bien, para Marx el error de Hegel consistía en
concebir la enajenación del ser humano concreto (a través de procesos como la
riqueza o el estado) no como enajenación del ser humano real sino como un
proceso del pensamiento abstracto que se objetiviza en la sociedad y el Estado
y vuelve a su unidad posteriormente, de modo que la contradicción a resolver no
tiene que ver con el ser humano real sino con un movimiento del pensamiento
especulativo en sí mismo.
No obstante esta crítica, Marx señalaba como un mérito de
Hegel que éste había postulado al trabajo como un elemento central en el
proceso de “autoproducción” del propio género humano. Al subrayar esta
centralidad del trabajo, Hegel se ubicaba desde el punto de vista de la economía
política moderna.
Marx aludía a la conocida “dialéctica del amo y el esclavo”
expuesta en la Fenomenología del Espíritu,
en la que el amo depende del trabajo del esclavo para gozar de su posición
privilegiada y de este modo el que realmente modifica la realidad y el que
puede ser libre es el esclavo y no el amo.
Por último, Marx destacaba que en su intento místico de
compendiar en su sistema todo el pensamiento abstracto, presentándolo como un
proceso de un continuo superarse de categorías anteriormente presentadas como
fijas e inmutables, Hegel planteaba, sin duda de una forma compleja y
mistificada, hasta dónde podía llegar el pensamiento abstracto, es decir, sus
límites y la necesidad de superarlos.
Estas reflexiones críticas serían retomadas en textos
posteriores de Marx como las Tesis sobre Feuerbach y La Ideología Alemana, en los que sentaría las bases de su propia
concepción, calificada por el propio Marx como un “nuevo materialismo”.