16/8/16

Papel moneda, oro y la teoría monetaria de Marx — I & II

Rolando Astarita

En el número 42 de En defensa del marxismo se reproducen dos trabajos, uno de Kautsky, de 1913, y otro de Hilferding, de 1912 (publicados originariamente en Die Neue Zeit), dedicados a discutir el papel dinero y su relación con los precios.  El artículo de Hilferding es una reafirmación de su tesis presentada en El capital financiero. En ese trabajo Hilferding afirmó que cuando no existe libertad de acuñación es válida la teoría cuantitativa del dinero (criticada por Marx en El Capital). Según Hilferding, el valor del papel moneda está determinado por el valor de las mercancías en circulación, y no tiene relación con el oro. Kautsky, por su parte, critica esta concepción de Hilferding. En lo esencial, afirma que el oro es la base de medición del valor de las mercancías, y no puede ser desplazado de ese rol. Aunque, como veremos más abajo, también parece acordar con Hilferding en que el papel moneda deriva su valor de su relación cuantitativa con las mercancías.

A pesar de que los artículos tienen más de un siglo de publicados, el tema sigue estando en el centro de los debates sobre la naturaleza del dinero y la vigencia de la teoría monetaria de Marx. El objetivo de este escrito es examinar las posiciones en disputa,  su relación con la teoría de Marx y, lo que es más importante, su relevancia para la comprensión de los fenómenos monetarios actuales.
La teoría cuantitativa
Empecemos con la teoría cuantitativa. En su formulación más tosca –aunque no ha desaparecido– esta teoría sostiene que la “masa de dinero” se compara con la “masa de mercancías”, y a cada parte de esa masa de mercancías le corresponde una parte del dinero. De manera que si aumenta la cantidad de dinero, y la cantidad de mercancías permanece constante, los precios aumentan. Montesquieu lo expresaba así: “La fijación del precio de las cosas depende siempre, y en lo fundamental, de la proporción que existe entre el total de las cosas y el total de los signos” (citado por Marx, 1999, t. 1. p. 152, Nota). Hume y Ricardo  también adhirieron al enfoque cuantitativo (aunque Ricardo defendía la teoría del valor trabajo), y finalmente, la teoría adquirió su formulación clásica con Irving Fisher, a principios del siglo XX. Fisher propuso la fórmula que todavía hoy aparece en los manuales de macroeconomía, para introducir a los alumnos en la teoría monetaria: MV = PT donde M es la masa de dinero; V es la velocidad de circulación del dinero; T son las  transacciones; y P el nivel de precios.

Naturalmente, esta ecuación por sí misma no dice nada acerca de las relaciones causales. O, más bien, si pensáramos que la variable dependiente está del lado izquierdo (como acostumbra suceder en cualquier ecuación), podríamos sacar la conclusión de que la masa de dinero, o su velocidad, dependen de los precios y las transacciones. Pero no es esto lo que quiso expresar Fisher. Es que en la concepción cuantitativa, el nivel de transacciones está determinado por la “economía real”. Y dado que los mercados tienden al pleno uso de los recursos, T está “dada”, y no se puede modificar; por lo menos, no en el corto plazo. A su vez, y siempre según Fisher, la velocidad del dinero es estable (no rígida, sino estable), porque depende de factores institucionales. Por ejemplo, si el hábito de pago de los salarios es mensual, la velocidad del dinero será menor que si es quincenal. Por último, la masa de dinero es exógena a la economía. Esto significa que puede ampliarse “desde fuera”; el dinero “se inyecta”. Establecidas así las cosas, tenemos todos los elementos para comprender las relaciones causales de la teoría cuantitativa: si aumenta la masa monetaria, dado que V es estable, y T está dada, inevitablemente aumentan los precios. Aquí un planteo central es que la función principal del dinero es ser medio de circulación; el atesoramiento no es tomado en cuenta (en Ricardo); o es considerado estable (como sucede en la formulación de Milton Friedman, donde los hogares mantienen un encaje monetario, en términos reales, más o menos constante).
La tradición crítica y Marx
En oposición a la teoría cuantitativa, hay una larga tradición crítica, que podemos remontar a James Steuart; que continuaron los partidarios de la banking school, como Tooke y Fullarton; que también está en Marx; luego en los poskeynesianos (Robinson, Kaldor, Davidson, Lavoie, entre otros) , los regulacionistas, y entre los marxistas en la actualidad.

Una idea clave en esta tradición es que la fórmula de Fisher no es en sí incorrecta, pero debe leerse de manera adecuada. Esto es, dado un volumen de transacciones (que no tiene por qué estar al nivel del pleno empleo); dados los precios de las mercancías (que en la teoría de Marx están determinados por la ley del valor trabajo); dado un cierto valor del dinero y dada una cierta velocidad del mismo, la cantidad de masa monetaria que circula está determinada. En otros términos, si se entiende que M está determinada por las otras variables, la ecuación se interpreta en un sentido contrario a la teoría cuantitativa. Es la posición de Marx. Por eso, de hecho, encontramos la ecuación de Fisher en el capítulo 3 de El Capital. En este respecto, un argumento central de Marx dice que el dinero que no es necesario para la circulación se mantiene en reserva; lo cual implica afirmar que la función principal del dinero no es ser medio de cambio.

A fin de comprender esta cuestión es necesario repasar la secuencia teórica que sigue Marx para presentar las funciones del dinero. La primera función del dinero es ser medida del valor, y deriva directamente de su concepto: el dinero es encarnación del valor (esto es, de trabajo abstracto social). Pero por esta razón el dinero debe tener en sí mismo valor. Y dado que el valor no surge de la circulación, sino en la producción, el equivalente general, que encarna dinero, debe ser en principio una mercancía. Esto significa que no puede ser un mero signo, o una simple representación mental sin anclaje en la existencia de valor (lugares comunes en la literatura neoclásica). La idea de que es imposible desvincular el dinero de una mercancía equivalente general (digamos oro), encuentra entonces su raíz en esta cuestión. Pero debe observarse que no se trata de una mercancía más (como pensaba Ricardo, cuando escribía que Inglaterra podía pagar su deuda en trigo u oro). El dinero mercancía, en la concepción de Marx, es una mercancía especial, ya que tiene el privilegio de encarnar valor; razón por la cual no puede considerársela como un simple “numerario” condenado a circular.

De lo anterior también se desprende la idea, fundamental en la crítica de Marx a la teoría cuantitativa, de que el valor del dinero no puede surgir de la circulación. El dinero entra en la circulación con valor, mejor dicho, como encarnación del valor. A su vez, las mercancías llegan al mercado con un precio, que deberá realizarse, o no, en la venta. Por lo tanto, no tiene sentido decir que los precios de las mercancías se determinan en la comparación en el mercado entre la masa de mercancías y el dinero, donde el valor del dinero quedaría determinado como el recíproco de los precios.  En consecuencia también, a partir de esta primera función del dinero, ser medida de valor, se entiende la segunda, que es ser medio de circulación.  Función que a su vez se articula y complementa con  las siguientes, ser medio de atesoramiento, medio de pago y dinero internacional. Esto es, no tiene sentido considerar de manera abstracta y unilateral la función del dinero como medio de circulación; esta función solo se comprende en el marco de las otras, y no puede existir sin las otras. Esta es la razón última de la tesis de Marx sobre que, dado el valor del dinero, y el valor de las mercancías, solo circula la cantidad necesaria de dinero, como hemos adelantado, y el resto se atesora. El atesoramiento aquí se inserta lógicamente en las funciones del dinero, que a su vez se vinculan orgánicamente con su concepto (encarnación de tiempo de trabajo directamente social). La cuestión adquiere una importancia difícil de disimular en la crítica de Marx a la ley de Say, y en su énfasis en que la posibilidad teórica de las crisis está dada a partir de que el dinero puede atesorarse; esto es, se vende pero no se compra (como contrapartida, no es casual la adhesión de Ricardo a la teoría cuantitativa, la ley de Say y su idea de que el dinero es solo medio de cambio).
Billetes de banco y dinero endógeno
La crítica de Marx a la teoría cuantitativa agrega otro elemento vital a lo anterior. Sostiene que una fuente principal de creación de dinero (algunos dirán que la única) es endógena a la economía, porque está vinculada al crédito bancario. En este punto Marx estuvo influenciado por la tradición de la banking school, que se oponía a la idea de que el dinero es “inyectado” (en términos más actuales, y como dice la conocida metáfora del helicóptero de Friedman, el Banco Central arroja dinero y determina su masa).

Para ver el asunto en su formulación moderna, recordemos que según los neoclásicos (en general adhieren a la teoría cuantitativa), el Banco Central inicia el proceso de creación de dinero, al aumentar la base monetaria (conformada por los encajes de los bancos más billetes en manos del público) mediante alguna operación exógena; por ejemplo, con la compra de títulos públicos. Luego los bancos (también puede ser el público, pero ahora simplifico) transmiten esta inyección, al transformar la base monetaria en masa monetaria, según un cierto multiplicador, que está determinado por el nivel de los encajes y de billetes requeridos por el público. Lo cual supone un mecanismo por el cual esos “excesos” de encajes monetarios inyectados por el Banco Central de dinero, son descargados por los bancos otorgando créditos; créditos que son aceptados por los “agentes económicos”, que a su vez los transforman en depósitos, que dan lugar a nuevos créditos, hasta agotar la cantidad de excedentes en las reservas. Es la idea de una “papa caliente”: los bancos descargan siempre sus excedentes, los agentes privados aceptan siempre el ofrecimiento del crédito, con independencia de las condiciones económicas concretas, los bancos vuelven a descargar el exceso (ahora reducido), y de esta manera se expande la demanda. Dado que la economía tiende a estar en pleno uso de recursos (y su oferta es inelástica, al menos en el corto plazo), todo termina en inflación.

En una visión opuesta, los teóricos del dinero endógeno sostienen que los iniciadores del proceso de creación de dinero son los capitalistas que solicitan créditos a los bancos. Los bancos otorgan los créditos y el Central genera el respaldo a estos créditos. Pues bien, influenciado por los escritos de la banking school, y la expansión del crédito comercial en el siglo XIX, Marx toma esta idea de la creación endógena de dinero. En la época en que escribía, tal vez el factor central de generación de dinero endógeno consistía en el descuento de letras de cambio, y otros documentos, por los bancos  (y en primer lugar, el banco de Inglaterra).

En este punto hay que tener presente que los billetes de banco de los que habla Marx en El Capital no son los billetes de curso forzoso que conocemos hoy. Marx se preocupa por señalar esta diferencia: las leyes de circulación de ambos tipos de billetes (notas bancarias y papel de curso forzoso estatal) son distintas. El billete de banco (banknotes) que presenta Marx en el capítulo 3 surge de la circulación del capital mercancía, y refluye a su emisor (incluso originariamente en el billete se escribía el monto descontado y la fecha de vencimiento).  Se trata por eso de una forma de crédito que se monetiza; esto es, cumple una de las funciones del dinero, la de medio de circulación. Pero no es medida de valor, medio de atesoramiento,  medio de pago final o medio para saldar transferencias internacionales. Este punto es clave para comprender los mecanismos monetarios: actualmente es ampliamente reconocido que el pago definitivo (settlement) debe realizarse siempre con dinero “contante y sonante”. Esto significa que en última instancia la pirámide de medios de circulación descansa en la confianza de que existe una reserva última de valor en que se saldan los pagos (véase más abajo, y sus consecuencias en las crisis).

Agreguemos que en el sistema capitalista la generación endógena de dinero también está determinada por el otorgamiento de créditos a las empresas por parte de los bancos, a fin de ampliar o sostener el ciclo de acumulación capitalista (esta cuestión quedó tratada apenas en borradores por Marx, en el tomo 3 de El Capital; pero fue desarrollada por los poskeynesianos y teóricos del “dinero circuito”). Lo importante es que al conceder el crédito, los bancos abren depósitos (o permiten el giro en descubierto) y el dinero bancario así emitido refluye cuando se cancela el crédito. A su vez, y paralelamente, existen muchos tipos de créditos que se monetizan y sirven como medios de circulación: tarjetas de débito, de crédito, cheques (cuando se acepta un cheque se acepta, de hecho, un pasivo).

Encontramos así una nueva razón para rechazar la idea de que los precios de las mercancías surgen de la comparación entre la masa de dinero y la masa de mercancías. Es que no hay manera de saber qué “masa” de dinero debe compararse. ¿M1, compuesta por billetes en manos del público más depósitos transaccionales? ¿M2, que toma en cuenta (en Estados Unidos) el dinero colocado en depósitos a plazo y fondos mutuales del mercado monetario? Los propios neoclásicos no se ponen de acuerdo, o incluso se contradicen. Por ejemplo, en su conocido manual de macroeconomía Blanchard y Enrri (2000) sostienen que los depósitos a plazo, las participaciones en el mercado de dinero y los depósitos en el mercado de dinero “no son dinero” (p. 609; énfasis en el original) ya que no pueden utilizarse con fines transaccionales, o solo pueden hacerlo con importantes limitaciones. Lo cual no les impide, en la página siguiente, afirmar que los depósitos a plazo y las participaciones y depósitos en el mercado de dinero son “dinero en sentido amplio”. Y para contribuir a la confusión general admiten que en Argentina los plazos fijos están incluidos entre los agregados monetarios más relevantes utilizados por el Banco Central.  Pero los ejemplos, y las preguntas, se pueden multiplicar. Por caso, ¿cómo se considera el sobregiro bancario? ¿Los cheques de viajero? ¿Los depósitos a plazo que pueden ser transferibles por certificados? ¿Las letras de corto plazo de alta liquidez, que también circulan? ¿De qué se habla entonces cuando se dice que los precios surgen por “comparación” entre masa monetaria y mercancías?

Sin embargo, desde la teoría de Marx los créditos monetizados no ofrecen dificultad en lo que respecta a la formación de precios, ya que solo cumplen la función de medios de circulación, que se generan de manera endógena, y siempre implican el reflujo hacia el emisor. De ahí que su circulación no puede “desbordar” (aunque puede haber estafas con la emisión de estos créditos, como ya sucedía con frecuencia en el siglo XIX).


II

La emisión de dinero de curso forzoso
Vayamos ahora al dinero de curso forzoso, emitido por el Estado. El cuestionamiento de Hilferding, y de muchos marxistas en la actualidad, a la vigencia de la teoría monetaria de Marx tiene por base la presencia del dinero de curso forzoso que no es convertible en oro. Empecemos de todas maneras con el billete emitido por el Estado, pero convertible en oro, el caso más analizado por Marx (el banco de Inglaterra emitía billetes con respaldo oro). Aquí el signo circula como representante del oro. Por eso, en  principio, el asunto no ofrece dificultades: el planteo central de Marx es que la cantidad de papel moneda que ha de circular representando simbólicamente al oro habría de limitarse a la cantidad de oro o plata que circularía si no estuviera el billete. Pero si la cantidad de papel supera esa medida, esto es, a la cantidad de monedas de oro o plata que dice representar, inevitablemente terminará por representar simbólicamente una menor cantidad de oro o plata. La cuestión es de lógica elemental. Supongamos que el respaldo está compuesto por 1 kilogramo de oro, y hay 100 billetes de un peso. Cada billete por lo tanto representa 0,01 kilogramo de oro. Supongamos ahora que el Estado duplica la cantidad de billetes (por ejemplo, para pagar sus deudas) y ahora son 200 los billetes en circulación. Cada billete pasa a representar 0,005 kilogramos de oro. De manera que si antes el precio de una mercancía era, supongamos, $10 (=0,1 kilogramo de oro), ahora será de $20 (=0,1 kilogramo de oro). Esto se debe a que ahora hay que representar la misma cantidad de oro con más billetes.

Hasta aquí, Hilferding y los marxistas modernos coinciden con la posición de Marx. Sin embargo, todo parece dar un vuelco radical si el dinero no es convertible. La idea aquí es que Marx jamás previó la inconvertibilidad, que de hecho desbarata su teoría monetaria (que, digámoslo, está orgánicamente vinculada a su teoría del valor). Sin embargo, la realidad es que Marx consideró episodios de inconvertibilidad, y no vio motivos para alterar, en lo sustancial, el planteo (aunque sí se alteran las formas en que opera la ley económica).

Recordemos, en primer lugar, que Inglaterra había tenido episodios de no convertibilidad (por ejemplo, entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX). Pero además, ya estaba presente la experiencia del tálero de papel prusiano, que era emitido por el Estado y no era convertible, esto es, no constituía una asignación sobre la plata, en cuyo lugar circulaba.  Marx lo trató explícitamente. Su idea es que al margen de las disposiciones legales, la relación entre el billete y la plata se establecía de hecho en el mercado, a través del precio de la plata. Anota: 
“Un tálero de papel dice representar el mismo valor de un tálero de plata. En el caso de que fuera quebrantada seriamente la confianza en el gobierno o que dicho papel moneda fuera emitido en proporciones superiores a las necesidades de circulación, el tálero de papel dejaría de equivaler en la práctica al tálero de plata y se depreciaría en cuanto ha caído por debajo del valor expresado en su título” (Marx, 1989, p. 56, t. 1; énfasis agregado).
En lo anterior puede observarse también la importancia de que exista confianza en que la plata se puede comprar por determinada cantidad de billetes. Por eso, no es necesario que exista, en términos de valor, una masa de respaldo equivalente a los táleros billetes que circulan. Así, en Inglaterra, durante el siglo XIX, la cantidad de oro que tenía en reserva el Banco de Inglaterra era pequeña en comparación con la masa de billetes que circulaba. Pero en la medida en que había confianza en que se podían convertir al precio oficial, la libra se mantenía estable. Sin embargo, cuando sobrevenía la crisis, se decretaba la inconvertibilidad, y el valor real del billete se establecía en el mercado no oficial del oro (donde se pagaba una prima por sobre la denominación oficial). Algo similar a lo que ocurría con el tálero. De manera que, ya en el siglo XIX, con billetes inconvertibles, sus valores se establecían en relación al oro (o la plata) en cuyo lugar circulaban; no en comparación a la masa de mercancías.

De todas maneras, la introducción del papel moneda inconvertible sí da lugar a un cambio, que está en el origen de muchas confusiones. Es que debido a que su emisión por encima del metal precioso que funciona como stock de reserva lo desvaloriza, parece cumplirse la teoría cuantitativa: 
“… la cantidad de los billetes de papel está determinada por la cantidad de dinero de oro que los mismos representan en la circulación, y puesto que solo son signos de valor en la medida en que lo representan, su valor está simplemente determinado por su cantidad. Por lo tanto, mientras que la cantidad del oro circulante depende de los precios de las mercancías, el valor de los billetes de papel circulante depende exclusivamente, por el contrario, de su propia cantidad” (Marx, 1980, pp. 107-8; énfasis agregado). 
De aquí también que algunos lectores de Marx terminen pensando que este, en última instancia, habría adherido a alguna forma de la teoría cuantitativa. El tema está asociado a algunas notorias confusiones que han surgido en los últimos tiempos en Argentina en torno a la emisión monetaria, sobre las que conviene hacer algunas precisiones.
Un debate mal planteado
En los últimos años en Argentina se ha generado un debate entre kirchneristas (y apoyos poskeynesianos varios) y monetaristas (la mayor parte del mainstream económico), que parece no tener salida. Los monetaristas sostienen que toda emisión monetaria es inflacionaria. Dado que no distinguen entre emisión de dinero vinculado a la actividad económica, o al incremento de reservas (el respaldo del peso es mayormente el dólar), y la emisión destinada a financiar déficit fiscal, hacen un mal diagnóstico de las causas de la inflación. Y la realidad es que no toda emisión es necesariamente inflacionaria. Como ya hemos explicado, el crecimiento de la masa monetaria debido a la creación crediticia de dinero endógeno no es en sí un causante de la inflación (y bien puede ser una consecuencia). De la misma manera, cuando un exportador liquida divisas, y el Banco Central emite pesos contra esas divisas, el crecimiento de la masa monetaria no es en sí inflacionaria. Este es el punto de verdad que tiene la posición K-poskeynesiana en crítica a los monetaristas (aunque dicho esto, no se entiende entonces la política del Banco Central, bajo dirección K, de realizar operaciones, durante años, de “esterilización” de masa monetaria, con altos costos para el Estado y jugosos beneficios para los bancos. ¿No es que el crecimiento de la masa monetaria no podía ser inflacionario?).

Pero por otra parte, los economistas kirchneristas dan un paso más, para sostener que ninguna emisión monetaria es inflacionaria, y que afirmar lo contrario es “adherir al monetarismo neoliberal”. Lo cual es un error, y de proporciones. Es que si el Estado emite dinero para cubrir el déficit fiscal, ese dinero exógeno, que no tiene contrapartida en valores reales (de hecho, en el activo del Banco Central figura un título que es un “pagadios”), constituye un aumento de la base monetaria (encajes de los bancos y billetes en manos del público) que inevitablemente desvaloriza el peso en relación a su respaldo; y por ende, da lugar al aumento de precios. Esto no es “ortodoxia neoliberal”, sino simple comprensión de las leyes elementales de la economía.

Lo que confunde aquí es que este tipo de emisión (sin respaldo para monetizar déficits) parece dar la razón a la teoría cuantitativa, y abolir la ley económica, que dice que los precios de las mercancías no están determinados por la cantidad de dinero. Dado que esta tontería –“emitamos sin respaldo porque no puede tener consecuencias inflacionarias”- se ha presentado como la quintaesencia de un enfoque crítico, citando incluso a Marx (en Buenos Aires se llegaron a organizar simposios con celebridades internacionales “heterodoxas-marxistas” y de otro tipo, que vinieron a dar su aval a la tontería), puede ser conveniente explayarnos un poco en la postura de Marx (agreguemos que tampoco Keynes pretendió que el déficit fiscal podía ser financiado con emisión sin límite; pero en aras de la brevedad, solo trato el tema en Marx).

Lo cierto es que Marx explicó que la intervención de Estado cuando emite papel de curso obligatorio “parece” abolir la ley económica, y esto genera todo tipo de ilusiones. Pero no puede suprimirla. No es una cuestión de voluntad, sino de leyes objetivas, vinculadas en última instancia a la generación y realización del valor. Por eso escribía:
“la intervención del Estado que emite papel moneda con curso obligatorio -y solo tratamos de esta clase de papel moneda- parece abolir la ley económica. El Estado, que en el precio monetario solo bautizó con un nombre a un peso de oro determinado, y que al amonedar solo estampó su ello sobre el oro, parece transformar ahora, en virtud de la magia de su cuño, el papel en oro. Puesto que los billetes de papel tienen curso obligatorio, nadie puede impedirle poner forzosamente en circulación un número tan crecido de los mismos cuando quiera e imprimir sobre ellos denominaciones monetarias deseadas, como 1 libra esterlina, 5 libras esterlinas, 20 libras esterlinas” (Marx, 1980, p. 108).
“Es imposible arrojar fuera de la circulación a los billetes que ya se hallan dentro de ella… Separados de su existencia funcional, se transforman en indignos colgajos de papel. Sin embargo, este poder del Estado es mera apariencia. Podrá lanzar a la circulación la cantidad de billetes de papel que quiera con la denominación monetaria que desee, pero con este acto mecánico cesa su control. Una vez que la circulación se adueña de él, el signo de valor o papel moneda sucumbe a sus leyes inmanentes” (ídem).
El pasaje es importante porque evidencia los límites que Marx veía a la posibilidad del Estado de generar, por mera emisión de billetes, poder de compra adicional en la economía. Al margen de la denominación del billete, esto es, al margen de lo que dice representar, el mismo “sucumbe a las leyes inmanentes”. ¿Cuáles son esas leyes objetivas, que algunos quisieran ver suprimidas? Pues que el valor del billete depende de la relación entre su cantidad y el respaldo en lugar del cual circula. Por eso sigue Marx:
“Si la suma del oro requerido para la circulación de las mercancías fuera de 14 millones de libras esterlinas, y el Estado lanzase a la circulación 210 millones de billetes, cada uno de ellos con la denominación de 1 libra esterlina, estos 201 millones se trasmutarían en representantes de oro por un monto de 14 millones de libras esterlinas. Sería lo mismo que si el Estado hubiese convertido a los billetes de libra esterlinas en representantes de un metal 15 veces menos valioso, o de una parte de peso de oro 15 veces menor que antes. (…) Puesto que ahora el nombre de libra esterlina indicaría una cantidad de oro 15 veces menor, todos los precios de las mercancías se elevarían 15 veces, y de hecho entonces 210 millones de billetes de libra esterlina serían tan necesarios como antes lo eran 14 millones. En la misma medida en que se hubiese incrementado la suma global de los signos de valor, se hubiera reducido la cantidad de oro que representa cada uno de ellos. El alza de los precios solo sería la reacción del proceso de la circulación, el cual equipara por la fuerza los signos de valor a la cantidad de oro en cuyo lugar pretenden circular” (ídem, pp. 108-9; énfasis agregados).
Después de referirse a la falsificación monetaria, Marx vuelve con una formulación inequívocamente “cuantitativista” a los ojos del economista que no entiende la teoría de Marx (ni posiblemente la teoría cuantitativa): “La proporción en la cual el signo de valor, sea de papel o de oro y plata falsificados, representa a pesos de oro y plata calculados según el precio monetario depende no de su propio material, sino de la cantidad del mismo que se halla en circulación” (ídem, p. 109). Y todavía más adelante, insiste en que el fenómeno parece contradecir la ley económica, porque las leyes de la circulación aparecen invertidas: “En la circulación de los signos de valor, todas las leyes de la circulación real de dinero aparecen invertidas y puestas cabeza abajo. Mientras que el oro circula porque tiene valor el papel tiene valor porque circula. Mientras que, con un valor de cambio determinado de las mercancías, la cantidad del oro circulante depende de su propio valor, el valor del papel depende de su cantidad circulante. Mientras que la cantidad del oro circulante aumenta o disminuye con el aumento o la disminución de los precios de las mercancías, éstos parecen aumentar o disminuir con el cambio en la cantidad de papel circulante” (idem, p. 110). En El Capital, al explicar cómo se puede desvalorizar el billete, expresa la misma idea contenida en estos pasajes. Anoto que, hasta donde alcanza mi conocimiento, estos argumentos no han sido respondidos por las celebridades internacionales “marxistas-heterodoxas” que sesionaron en Buenos Aires para aplaudir la política K.
Textos citados
Marx, K. (1980): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

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