Karl Marx ✆ Grau Santos |
Claudio Katz / Cuatro economistas marxistas
desenvolvieron en la posguerra importantes estudios de la relación
centro-periferia. Mientras que Paul Baran y Paul Sweezy fueron precursores de
ese abordaje, Samir Amin y Ernest Mandel aportaron desarrollos más elaborados
del mismo tema. Todos investigaron en un período de reconstrucción pos-bélica y
expansión capitalista, que amplió la brecha entre las economías avanzadas y
atrasadas. ¿Cuál fue su visión de esa asimetría? 2.
Desindustrialización y excedente
En los años 50 la interpretación marxista más difundida
subrayaba la obstrucción a la industrialización de la periferia por parte del
centro. Destacaba que el objetivo de ese bloqueo era impedir el surgimiento de
competidores, para asegurar la primacía de las empresas extranjeras. Este enfoque señalaba que los países desarrollados se
apropiaban de las materias primas foráneas y perpetuaban mercados cautivos para
sus exportaciones manufactureras. Esa asfixia impedía transformar la
descolonización en procesos de desarrollo (Dobb, 1969: 83, 95-97).
Baran reformuló esa visión. Atribuyó la baja tasa de
crecimiento de los países atrasados a la sofocación externa, pero advirtió
también la existencia de ciertos procesos de expansión fabril en la periferia.
De esta forma esa mirada puso de relieve el carácter insuficiente de la vieja
contraposición entre países industrializados y agro-mineros (Baran, 1959:
33-34).
El teórico ruso-estadounidense situó la principal diferencia
entre el centro y la periferia en el manejo del excedente. Introdujo ese
concepto para describir la utilización del producto adicional generado en cada
ciclo de acumulación.
Estimó que ese sobrante era internamente absorbido en las
economías avanzadas por la actividad militar, el consumo suntuario o los gastos
improductivos. Por el contario en la periferia era transferido al exterior para
facilitar la expansión de las economías metropolitanas.
El pensador marxista evaluó, además, que en las economías
subdesarrolladas la brecha entre lo que podría invertirse (excedente potencial)
y los realmente destinado a la actividad productiva (excedente efectivo) era
mayúsculo. Señaló que el grueso del sobrante era acaparado por la aristocracia
latifundista o remesado al exterior por las filiales de las empresas foráneas
(Baran, 1959: 223-259; Sweezy, Baran, 1974: 47-143).
Baran asignó más relevancia a las causas exógenas (transferencias
al exterior) que a las endógenas (predominio terrateniente) en la recreación
del subdesarrollo. Remarcó el carácter estructural de la expatriación de fondos
sufrida por la periferia y subrayó que la brecha entre economías avanzadas y
retrasadas desbordaba las coyunturas bélicas o los escenarios de competencia
entre imperios (Howard; King, 1989: 167-168).
Con estas ideas ilustró cómo las economías desarrolladas
necesitan absorber fondos del exterior para garantizar su reproducción. La
escuela de la revista Monthly Review liderada
por Sweezy continuó este enfoque y propició numerosos estudios del gran drenaje
de fondos que descapitalizó a la periferia . Las investigaciones de Magdoff
demostraron, además, como el capitalismo estadounidense se nutrió de esa
expoliación de las economías atrasadas (Magdoff, 1972).
Estancamiento y dominación
Las interpretaciones de la brecha global que propuso la
escuela de la Monthly Review se
basaron en dos caracterizaciones: el estancamiento del capitalismo y la
dominación imperial.
El primer concepto fue desarrollado por Sweezy a partir de
un fundamento sub-consumista. Señaló que la estrechez de la demanda generaba un
excedente invendible que empujaba al sistema a la regresión. Posteriormente
atribuyó el mismo efecto a la expansión de los monopolios. Sostuvo que el
gigantismo de las empresas derivaba en concertaciones de precios, que disuadían
nuevos emprendimientos y desembocaban en ciclos recesivos.
Swezzy subrayó el bloqueo a la innovación como una
consecuencia adicional de este proceso. Consideró que el cambio tecnológico
tendía a decaer con el debilitamiento de las revoluciones industriales que
motorizaban la acumulación.
En sus trabajos posteriores ubicó la principal causa del
estancamiento en el parasitismo financiero. Sostuvo que el capitalismo se había
transformado en un sistema rentista controlado por banqueros que asfixiaban la
inversión. Esta mirada fue influida por las percepciones pesimistas de varios
autores keynesianos del período (Sweezy, 1973a: 33-55; Sweezy 1973b: cap 11,12
y 13).
Sweezy concibió la polarización mundial como un proceso
compensatorio de las pérdidas afrontadas por el capitalismo metropolitano.
Estimó que las grandes empresas contrarrestaban sus adversidades con mayores
exacciones de la periferia (Albo, 2004).
Pero en pleno despliegue del boom económico de 1950-70 estas
tesis afrontaron numerosos problemas. Suponían contracciones de la demanda,
cuando irrumpía el consumo de masas o remarcaban la asfixia del monopolio, en
un contexto de creación de nuevas empresas. Además, resaltaban la regresión
tecnológica en pleno incremento de la productividad. La dominación financiera
era postulada en medio de ese auge industrial.
Los argumentos expuestos por los pensadores de la Monthly Review suscitaron intensas
polémicas entre los economistas marxistas. El fundamento sub-consumista fue
cuestionado con explicaciones de las crisis basadas en el declive de la tasa de
ganancia. El agotamiento tecnológico fue objetado con indicios de una nueva
revolución tecnológica (automatización, plásticos, energía nuclear).
También la preeminencia del monopolio fue criticada por
omitir la continuidad de la competencia en un sistema regido por la ley del
valor. A su vez, el protagonismo financiero fue objetado recordando la
centralidad del sector productivo en la extracción de plusvalía (Katz,
2001:13-41).
Pero ninguno de estos cuestionamientos afectó el acertado
registro de una nueva brecha entre el centro y la periferia. Baran, Sweezy y
Magdoff brindaron contundentes evidencias de esa fractura. Las críticas
señalaron problemas en los fundamentos teóricos de su enfoque pero no objetaron
los contundentes indicios de la polarización.
Los autores de la Monthly
Review aportaron también caracterizaciones geopolíticas del rol del
imperialismo en la consolidación de la asimetría global. Explicaron cómo las
grandes potencias necesitaban controlar el aprovisionamiento de materias primas
para continuar su acumulación. Estudiaron de qué forma el abaratamiento de esos
insumos contrarresta el declive del beneficio.
Sweezy y Magdoff no sólo describieron la gravitación
hegemónica de Estados Unidos. Analizaron el nuevo papel del Pentágono como
custodio del capitalismo a escala mundial (Sweezy; Magdoff, 1981:81-106). Esa
tesis anticipó varios rasgos del imperialismo contemporáneo. Lo que parecía una
exageración “superimperialista” de la coyuntura ilustró una importante
tendencia geopolítica de largo plazo (Katz, 2011: 39).
Polémicas con el liberalismo
Baran, Sweezy y Magdoff refutaron las concepciones liberales
que atribuían el subdesarrollo a las adversidades climáticas de ciertas
regiones. Esas miradas naturalizaban la conveniencia de áreas templadas,
omitiendo la variabilidad de un condicionante que perdió incidencia frente a
los procesos económico-sociales ( Szentes, 1984: 24-47).
Los liberales atribuían también el atraso a la ausencia de
capitalistas emprendedores sin explicar la causa de esa carencia. Simplemente
convocaban a reforzar el individualismo para favorecer el surgimiento de una
elite empresarial . Identificaban la modernización con la imitación de
Occidente ponderando las conveniencias de ese sendero .
Pero la repetición que idealizaban nunca se verificó. El
desarrollo capitalista siempre estuvo signado por aceleraciones y
superposiciones ajenas al cronograma de despegue, madurez y crecimiento que
pregonaban los liberales.
Los marxistas de la Monthly
Review refutaron ese esquema neoclásico desarmando los mitos de las
ventajas comparativas. Contrapusieron esas fantasías con las contundentes
evidencias de la opresión imperial, las transferencias de ingresos y las
apropiaciones de materias primas (Sweezy, 1973a: 25-33).
Además pusieron de relieve que el atraso no obedecía a
“carencias de capital”, sino a la utilización improductiva de los recursos
existentes. Con ese argumento cuestionaron el embellecimiento de la
financiación externa.
Los miembros de la Monthly
Review actuaron en el clima de persecuciones imperante bajo el
macartismo y confrontaron en plena guerra fría con la apología del modelo
estadounidense, que propagaban autores anticomunistas como Rostow ( K atz,
2015: 93-94).
Baran subrayó, además, la importancia de la autonomía
política en la periferia para contener las exacciones del centro. Contrastó lo
ocurrido entre la India y Japón en el siglo XIX, recordando cómo la naciente
industria quedó devastada por el colonialismo inglés en el primer caso y logró
emerger en el segundo por la existencia de independencia política.
Para resaltar esa incidencia actualizó la clasificación
leninista del universo periférico. Distinguió los territorios coloniales (Asia,
África) y las administraciones con recursos codiciados (petróleo de Medio
Oriente) de los países que conquistaban un status soberano
(Egipto) (Baran, 1959: 192-221, 263-287).
Baran sostenía que esa autonomía permitiría contrarrestar el
subdesarrollo si inauguraba un proceso anticapitalista. Observaba con simpatía
el modelo de planificación de la URSS y proponía generalizarlo para asegurar
elevadas tasas de crecimiento.
En este terreno convergía con Dobb y propiciaba asociaciones
internacionales con el bloque socialista, para implementar el esquema soviético
de industrialización con altas tasas de inversión (Dobb, 1969: 103, 114, 119).
Estos propósitos coexistían con el rechazo de la política de
revolución por etapas auspiciada por los Partidos Comunistas. Objetaban el
llamado a confluir con las burguesías en proyectos de edificación del
capitalismo nacional. Los editores de la Monthly Review simpatizaban con las corrientes tercermundistas
que bregaban por procesos anticolonialistas radicales ( Magdoff, 1971) .
Este posicionamiento político orientó todas las
investigaciones económicas que encararon Baran y Sweezy. Si se evalúa la
totalidad de su obra es indudable la contribución que aportaron a la
comprensión de la relación centro-periferia. En contraposición a los mitos
ortodoxos del bienestar y las expectativas heterodoxas de repetir la evolución
de Estados Unidos o Europa, demostraron cómo el drenaje del excedente obstruye
el desarrollo y refuerza la dominación imperial.
Cinco tesis de Amin
Amin adoptó presupuestos semejantes a Sweezy-Baran, pero
desenvolvió una concepción marxista más ambiciosa de la relación
centro-periferia. Su enfoque podría sintetizarse en cinco caracterizaciones.
Destacó, en primer lugar, el carácter intrínseco de la
polarización mundial bajo el capitalismo. Estimó que esa desigualdad de
ingresos entre países avanzados y retrasados fue subestimada por los teóricos
socialistas que se enfocaron exclusivamente en la problemática del capital y el
trabajo (Amin, 2003: cap 4).
El teórico egipcio rescató la percepción de Lenin de las
formas internacionales diferenciadas de explotación y realzó la interpretación
de Bauer de los lucros obtenidos en la periferia, como un mecanismo
compensatorio de las mejoras concedidas a los trabajadores del centro ( Amin,
1976: 128-133).
Amin consideró que en los sistemas pre-capitalistas eran aún
factibles los procesos de nivelación internacional entre las distintas
regiones. Recordó, por ejemplo, que Europa Occidental remontó en tiempo récord
su retraso histórico respecto a zonas de mayor desarrollo previo. Pero afirmó
que la posibilidad de esa equiparación se desvaneció posteriormente con el
afianzamiento del capitalismo, hasta tornarse imposible en la época actual
(Amin, 2006: 5-22).
El conocido economista ejemplificó esta asimetría ilustrando
los desniveles contemporáneos entre las distintas regiones. Subrayó que el
imperialismo no es un estadio, sino un mecanismo de consolidación de esas
brechas (Amin, 2001a: 15-30).
Partiendo de esa constatación de las brechas mundiales Amin
atribuyó, en segundo lugar, la ampliación de la fractura global a la
internacionalización de un sistema que universaliza la movilidad del capital y
las mercancías, pero no del trabajo. Retrató cómo el comercio y las inversiones
se expanden por todo el planeta, manteniendo en términos relativos la
localización fija de los asalariados.
Explicó esa inmovilidad comparativa del trabajo por la
estructura histórico-nacional de los mercados laborales. En su enfoque los
flujos de migraciones distan mucho de equipararse con el alto ritmo de
desplazamientos que caracteriza al dinero o a los bienes ( Amin, 1973: 67-68).
En este diagnóstico se basa el tercer planteo de Amin, que
subraya la existencia de mayores tasas de explotación en la periferia. Señala
que la inmovilidad del trabajo consolida en esas regiones grandes ejércitos de
desocupados que abaratan los salarios. Además, en las actividades industriales
localizadas en economías retrasadas, los capitalistas lucran con diferencias de
salarios que son mayores a las brechas de productividad.
El teórico marxista trazó numerosas comparaciones entre los
mismos sectores industriales de economías avanzadas y subdesarrolladas, para
ilustrar cómo la diferencia de salarios entre casas matrices y filiales
determina la principal fuente de beneficios de las empresas multinacionales
(Amin, 1973: 9, 14, 20, 56).
Amin completó este análisis con un retrato de los mecanismos
de transferencia de valor utilizados por los capitalistas metropolitanos para
apropiarse de la plusvalía generada en la periferia. Presentó diversas
estimaciones de los monumentales montos de esos giros (Amin, 2008:
237-238).
El teórico egipcio señaló en su cuarto principio que esa
expropiación es posible por la convergencia de formaciones económico-sociales
diferentes en torno a un mismo mercado mundial. Destacó que en ese ámbito
operan estructuras dominantes y subordinadas que reproducen la desigualdad
global (Amin, 2005).
Finalmente, Amin contrastó los modelos auto-centrados
vigentes en los países avanzados con los procesos económicos desarticulados
predominantes en la periferia. Resaltó la perdurabilidad de esas diferencias,
cuestionando las expectativas liberales de equiparación. Polemizó, además, con
las hipótesis desarrollistas de alcanzar en la periferia el bienestar imperante
en el centro, mediante una simple reproducción de la evolución seguida por las
regiones más prósperas (Amin, 2008: 240-242).
En sus cinco planteos Amin reafirmó la perdurabilidad de la
fractura estructural entre economías avanzadas y retrasadas bajo el capitalismo
contemporáneo. No se limitó a exponer los mecanismos comerciales o financieros
de transferencia de plusvalía que perpetúan esas brechas, sino que ensayó una
novedosa explicación centrada en la peculiaridad de la fuerza de trabajo de los
países subdesarrollados.
Subrayó que la abundancia de esa mano de obra y su relativa
inmovilidad en comparación al vertiginoso desplazamiento de capitales y
mercancías generan ganancias extraordinarias con la explotación del trabajo.
Destacó que estos beneficios recrean la polaridad centro-periferia y clarificó
aspectos omitidos en las visiones precedentes.
Valor mundial y polarización
Amin fundamentó su visión en una teoría del valor mundial,
extendiendo la aplicación de este principio marxista al plano global. Retomó
una norma que explica los precios de las mercancías por el tiempo de trabajo
socialmente necesario para su producción. Este criterio atribuye los cambios de
los precios a modificaciones en la productividad o en la demanda, que a su vez
están regulados por niveles de la explotación y tasas de ganancia.
La primacía de esta ley del valor distingue al capitalismo
de los regímenes previos y determina la centralidad que asume la maximización
del beneficio en el funcionamiento general de la sociedad (Amin, 2006: 5-22;
Katz, 2009: 31-60 ).
Pero la novedad que introdujo Amin es la vigencia de esta la
ley a escala mundial. Señaló la preeminencia de esa dimensión, a medida que se
consolida la fluidez internacional de las mercancías y los capitales, frente a
la inmovilidad de la fuerza de trabajo (Amin, 1973: 14, 21-25).
Con este enfoque Amin conceptualizó la internacionalización
de la producción consumada a través de la expansión de las empresas
multinacionales. Al enlazar los procesos mundiales de fabricación, estas firmas
determinan precios de referencia de todas las actividades bajo su control.
El economista egipcio cuestionó las tesis que restringen la
vigencia de la ley del valor al plano nacional. Señaló que ese alcance inicial
quedó desbordado por la dimensión mundial que presenta el capitalismo
contemporáneo (Amin, 2001b: cap 5).
Esta mirada de la formación de los precios bajo el comando
de las empresas multinacionales fue posteriormente corroborada por muchos
estudios del gerenciamiento globalizado de las firmas. Estas compañías operan
con tasas de ganancias más altas que las prevalecientes en cada ámbito nacional.
La ley del valor a escala internacional explica la forma en que una porción
significativa de la producción contemporánea se desenvuelve en el espacio
interno de las compañías multinacionales (Carchedi, 1991: cap 6, 7).
Amin destacó no sólo el creciente alcance de la
mundialización, sino también su dinámica polarizadora. Recordó que esa fractura
es propia de un sistema que se expande globalmente, manteniendo estructuras
nacionales de los mercados de trabajo (Amin, 2006: 5-22).
Con ese enfoque Amin anticipó en los años 60-70 muchos
rasgos de la globalización productiva posterior. Registró en las
multinacionales de su época varias tendencias de la transnacionalización
ulterior. Pero, además, indagó el problema evaluando el cambio cualitativo
introducido por la acción de la ley del valor a escala mundial. Al situar el
análisis en ese terreno focalizó la relación centro-periferia en el universo
industrial de las casas matrices y sus filiales.
Este enfoque subrayó mucho más que cualquier estudio previo
la dimensión productiva de la brecha global. Si Baran indicó que la relación
centro-periferia desbordaba la vieja conexión entre economías manufactureras y
primarias, Amin explicó cómo se reproduce la fractura global al interior de
estructuras industriales mundializadas.
Pero su enfoque no está exento de problemas. Al postular que
la polarización es una tendencia económica intrínseca del capitalismo en todas
sus etapas, Amin dejó abiertos varios interrogantes sobre las razones que
generan un freno periódico de ese proceso. No esclareció las causas de las
bifurcaciones que frecuentemente se registran en la periferia.
El economista egipcio atribuyó también el agravamiento de la
polarización contemporánea a la incidencia de los monopolios. Describió cinco
modalidades contemporáneas de esas concertaciones que aseguran el control
metropolitano de la tecnología, los flujos financieros, los recursos naturales,
los medios de comunicación masiva y las armas de destrucción masiva. Retrató
cómo ese dominio refuerza la desvalorización del trabajo en la periferia (Amin,
2001a:15-30).
Esta tesis tiene semejanzas con el enfoque de Sweezy, pero
se basa en una teoría del valor muy diferente, que resalta la continuidad de la
competencia. En los hechos Amin utiliza el término monopolio en un sentido de
competencia entre grandes grupos y no como el oligopolio estable que sugiere
Sweezy. Con ese enfoque analiza plus-ganancias derivadas de la segmentación
existente entre las economías del centro y la periferia.
El parentesco con Monthly
Review es más estrecho en la presentación de la polarización como un
resultado de la senilidad del capitalismo. Amin subrayó este declive histórico
con argumentos convergentes con Sweezy, sin aludir al estancamiento. Su
concepto de senilidad resaltó las contradicciones explosivas del sistema, pero
no postuló la existencia de una paralización de las fuerzas productivas.
Intercambio desigual
Amin estimó que el intercambio desigual es el principal
mecanismo de transferencia de valor. Señaló que ese flujo se incrementa con la
generalización de inversiones extranjeras que refuerzan la brecha mundial
(Amin, 1973: 80-87) .
El pensador marxista desenvolvió esa caracterización en un
periodo de internacionalización del comercio y creciente difusión de la crítica
de Prebisch al deterioro de los términos de intercambio. Ambos procesos
suscitaron un gran interés en la problemática del intercambio desigual como
causa central del subdesarrollo (Katz, 1989: 71-85).
Amin convergió con los autores que pusieron el acento en los
determinantes productivos de ese proceso. Retomó las observaciones de Marx
sobre la remuneración internacional superior de los trabajos involucrados en
actividades de mayor productividad. También revisó los estudios de Otto Bauer
sobre la existencia de transferencias de plusvalía entre economías
desarrolladas (Alemania) y relegadas (Checo- Bohemia).
Pero el teórico egipcio analizó específicamente las
conexiones entre el intercambio desigual y el funcionamiento mundializado de la
ley del valor. Señaló que las economías avanzadas absorben plusvalía de las
retrasadas, como consecuencia de su mayor desarrollo (composición orgánica del
capital superior) .
En esta mirada se verificó otra diferencia entre Amin y
Sweezy. La problemática del intercambio desigual supone vigencia de la
competencia y centralidad de la dinámica productiva. Ambos conceptos chocan con
la preeminencia pura del monopolio y la supremacía de las finanzas, que
subrayaba el economista estadounidense (Howard, King, 1989: 188-189).
Amin valoró también la importancia asignada por Emmanuel al
intercambio desigual, pero discrepó con las explicaciones exclusivamente
centradas en las diferencias de salarios existentes entre los países avanzados
y retrasados (Emmanuel, 1971: 5-37).
El economista egipcio objetó esa causalidad rechazando la
presentación del salario como una “variable independiente” del proceso de
acumulación. Señaló que ese ingreso tampoco está determinado por tendencias
demográficas. Recordó que el salario remunera el valor de la fuerza de trabajo,
siguiendo parámetros objetivos de productividad y dinámicas subjetivas
resultantes de la lucha de clases ( Amin, 1973: 43-44, 16-17, 26-30).
Amin tampoco compartió las expectativas de Emmanuel de
resolver las asimetrías mundiales con aumentos de salarios en la periferia y
rechazó la presentación de los trabajadores del centro como responsables de la
explotación del Tercer Mundo. Focalizó su interpretación del intercambio
desigual en la fractura global generada por la movilidad del capital y las
mercancías frente a la inmovilidad del trabajo ( Amin, 1973: 34-56).
Otro influyente teórico marxista -Bettelheim- cuestionó en
forma más categórica los errores de Emmanuel. Afirmó que las diferencias
internacionales de salarios obedecían a brechas en el desenvolvimiento de las
fuerzas productivas. Señaló que las remuneraciones más elevadas expresan las
productividades superiores vigentes en las economías centrales y el predominio
de labores más complejas y calificadas (Bettelheim, 1986: 38-66).
Bettelheim remarcó el origen del intercambio desigual en la
esfera de la producción y no de los salarios. Además, relativizó la gravitación
de ese mecanismo señalando su incidencia variable en cada etapa del
capitalismo.
Amin recogió parcialmente esas observaciones para
perfeccionar su esquema del valor mundial e introdujo la denominación
“condiciones desiguales de explotación” para fusionar ambos razonamientos
(Amin, 1976: 159-161).
¿Cuál ha sido entonces el aporte de Amin en este terreno? Su
enfoque contribuyó a distinguir el intercambio desigual de las discusiones
clásicas sobre el deterioro de los términos de intercambio en el comercio entre
materias primas y productos manufacturados.
Al estudiar transferencias derivadas de desniveles entre
industrias localizadas en el centro y la periferia, el economista egipcio
indicó una distinción entre dos temáticas diferentes que tradicionalmente se
han confundido. Las transferencias de valores de la periferia al centro
-generadas por diferencias de salarios mayores que las brechas de
productividad- se aplican por ejemplos a las maquilas, que instalan
las grandes empresas industriales en el Tercer Mundo, para aumentar su
apropiación de plusvalía.
Esta dinámica de intercambio desigual difiere por completo
de la relación entre precios manufactureros y agro-mineros, que alude a otra
dimensión de las conexiones entre economías avanzadas y subdesarrolladas e
involucra otras tendencias.
Dependencia y socialismo
Amin postuló que la brecha centro-periferia es una tendencia
económica dominante del capitalismo, pero distinguió ese principio de
polarización de las situaciones políticas de dependencia. Consideró que ambos
procesos están relacionados, pero no son idénticos, ni operan en forma
simétrica.
El teórico egipcio estimó que la polarización signó la
trayectoria del capitalismo desde su nacimiento, pero recordó que las
situaciones nacionales de dependencia fueron determinadas por la capacidad de
dominación que demostró el imperio en cada circunstancia (Amin, 2006: 5-22).
Amin entendió que la resistencia a esa opresión introduce el
único factor de contrapeso significativo a la brecha centro-periferia. Subrayó
el impacto de esa acción como dique al subdesarrollo y como motor de los
avances logrados por las economías periféricas industrializadas. Consideró que
esos desenvolvimientos fueron posibles en la posguerra por la presencia de
bloques socialistas, movimientos antiimperialistas y compromisos keynesianos
(Amin, 2001a: 15-30).
El prolífico economista estimó que esa confluencia permitió
contrarrestar la polarización, mediante el control local de la acumulación que
introdujeron varios estados periféricos. Consideró que ese dispositivo
–identificado con la desconexión del mercado mundial- permite ensayar los
modelos auto-centrados que facilitaron la expansión de las economías avanzadas.
Pero a diferencia de la heterodoxia keynesiana, Amin no
confía en la solvencia de los procesos de desenvolvimiento autónomo bajo el
capitalismo y tampoco apuesta a superar el subdesarrollo por esa vía.
Para el pensador marxista el control local de la acumulación
debería inaugurar una secuencia de desconexiones favorables a una
transformación socialista. Señala que la confrontación con las corporaciones
del centro es el punto de partida de esa larga transición pos-capitalista
(Amin, 1988-83-158).
Amin desenvuelve esa tesis en debate con las concepciones
que desconocen la brecha centro-periferia u observan esa fractura en términos
exclusivamente económicos. Distingue la polarización de la dependencia para
resaltar la primacía política de la lucha por erradicar el subdesarrollo (Amin,
2003: cap 5).
La diferencia que estableció entre ambos conceptos
constituye un aporte clave para superar las miradas simplificadas de la
relación centro-periferia. Indica la existencia de dimensiones económicas y
políticas que no siguen trayectorias idénticas. Mientras que la polarización
afecta en la misma medida a todos los países subdesarrollados, la dependencia
varía según el grado de movilización antiimperialista prevaleciente en cada
caso.
Las distintas situaciones de sometimiento, autonomía o
confrontación con el imperialismo, que se registran en países igualmente
subordinados a la división internacional del trabajo, corrobora esa distinción.
Las tesis de Amin permiten entender, además, por qué razón las desconexiones
que no se profundizan tienden a recrear la brecha centro-periferia.
Pero este novedoso enfoque abre otro interrogante: ¿cómo se
explica la industrialización o el crecimiento continuado de economías atrasadas
que no protagonizaron procesos antiimperialistas?
La tesis de la desconexión fue concebida por Amin para
apuntalar las estrategias socialistas en los procesos revolucionarios en la
periferia. Esta política aceptaba alianzas acotadas con las burguesías
nacionales y se inspiraba en las visiones maoístas de los años 70. Es un
enfoque que subrayó el protagonismo de fuerzas populares de distinto signo y
ponderó el modelo de comunas colectivistas introducido en China durante la
revolución cultural (Amin, 1973: 9, 13; Amin, 1976: 112, 124, 184-186; Foster,
2011).
Imperialismo colectivo
Amin relacionó la polarización centro-periferia con la
vigencia de un nuevo dispositivo de imperialismo colectivo liderado por Estados
Unidos. Utilizó esa denominación para explicar cómo opera la dominación
geopolítica global, en un marco de internacionalización del capital y
continuada gravitación de la órbita estatal-nacional.
El economista egipcio precisó que la preeminencia de la ley
del valor a escala mundial no implicaba la formación de una clase dominante, ni
un estado globales, pero obligaba a crear estructuras para gestionar empresas y
mercados planetarios. Destacó ese determinante económico en la conformación de
una asociación imperial en torno a la Tríada (Estados Unidos, Europa y Japón)
(Amin, 2013).
Amin también señaló que el nuevo sistema adaptó las
rivalidades económicas a una gestión político-militar compartida por las
grandes potencias. Subrayó la generalizada aceptación del padrinazgo bélico
ejercido por Estados Unidos, a partir del escenario creado por la guerra fría.
Pero atribuyó la aparición del imperialismo colectivo no tanto a la existencia
de la ex URSS, como a la necesidad de administrar una economía capitalista
mundializada y amenazada por mayores desequilibrios y desafíos populares (Amin,
2003: cap 6).
Con este enfoque objetó la tesis de las sucesiones
hegemónicas que postulaban el necesario reemplazo de la supremacía
estadounidense por otra potencia dominante. Señaló que el nuevo contexto indujo
más a la articulación de poderes imperiales que al reinicio de las disputas por
la hegemonía (Amin, 2004).
Amin destacó que el predominio del imperialismo colectivo
reforzaba la polarización mundial en jerarquías más infranqueables. Consideró
que la obstrucción al desarrollo de la periferia tradicionalmente impuesto por
Europa era continuada por la Tríada desde la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo el teórico marxista matizó la fractura en dos
polos, señalando la existencia de semiperiferias entre ambos extremos. Recordó
que esas formaciones intermedias constituyeron una norma de la historia y
señaló que bajo el capitalismo contemporáneo esas modalidades no pueden
alcanzar al centro. Afirmó, por ejemplo, que Brasil ya no puede equiparar a Estados
Unidos, siguiendo el camino que en el pasado permitió a Alemania aproximarse a
Inglaterra (Amin, 2008: 221-222).
Amin estimó que la jerarquía estable del imperialismo
colectivo induce a la integración de las variantes intermedias a las
estructuras dominantes y a las regionalizaciones neo-imperiales.
Señaló que estos polos asociados a la Tríada (Turquía,
Israel, Sudáfrica) cumplen la función de mantener la disciplina que exige el
centro (Amin, 2003: cap 6).
El imperialismo colectivo postulado por Amin aportó ideas
originales y fructíferas para comprender el capitalismo actual. Por un lado,
resaltó los cambios cualitativos generados por la asociación internacional
entre empresas de distinto origen nacional. Por otra parte, ilustró el
correlato geopolítico de esta nueva gravitación de las firmas multinacionales.
Nuestra investigación sobre el imperialismo contemporáneo
recoge esas contribuciones del pensador egipcio. Señalamos que la gestión
colectiva ejercida por las grandes potencias se desenvuelve bajo la conducción
estadounidense. Esta administración común guiada por el Pentágono se ha
verificado en todos los conflictos bélicos que sucedieron a la segunda guerra
mundial.
El imperialismo colectivo no implica un manejo equitativo
del orden mundial, pero sí asociaciones que modifican radicalmente el viejo
escenario de guerras inter-imperiales. Las acciones específicas de cada
potencia (guerras hegemónicas) se efectivizan en un marco de agresiones
imperiales conjuntas (guerras globales). Por esta razón el pretexto de la
seguridad colectiva ha sustituido a la defensa nacional, como principio rector
de la intervención armada.
Esta solidaridad militar en la acción geopolítica de las
potencias sintoniza con el entrelazamiento de los capitales y con el gigantesco
tamaño de los mercados requeridos para desenvolver actividades lucrativas.
Expresa el nivel de centralización que alcanzó el capital en el terreno
financiero, productivo y comercial.
El imperialismo colectivo es la respuesta a un avance de la
globalización económica, sin correspondencia equivalente en el plano estatal.
Como los estados nacionales subsisten sin ningún reemplazo por entidades
mundiales, la reproducción del capital es asegurada por una modalidad más
coordinada de acciones imperiales (Katz, 2011: 65-80).
La visión de Mandel
Mandel desarrolló su concepción en la misma época de
Baran-Sweezy y Amin, conociendo esos trabajos y compartiendo su mirada general
de la relación centro-periferia. Estudio el mismo problema a partir de tres
ideas centrales.
En primer término señaló que esa fractura obedecía al
conflicto entre procesos de acumulación primitiva en la periferia y necesidades
de expansión del capital metropolitano. Entendió que esa tensión desembocaba en
distintos niveles de subordinación de las economías subdesarrolladas.
El economista belga recordó que el capitalismo central
siempre busca incorporar nuevas regiones a su control, mientras que el
desarrollo del mercado socava las viejas formaciones pre-capitalistas. Destacó
que ambos movimientos generan tensiones entre capitalistas extranjeros y
locales en torno a las prioridades de la acumulación.
Mandel puntualizó que el resultado de esos conflictos varía
en cada etapa, en función de la cambiante capacidad de las economías centrales
para someter a los países subdesarrollados. Estimó que el capital metropolitano
sólo logra consumar esa subordinación cuando cuenta con recursos suficientes.
Observó también que en los períodos de menor capacidad expansiva, mayores
rivalidades o crisis, el control sobre la periferia se atenúa (Mandel, 1978:
cap 2).
En segundo lugar Mandel señaló que el capitalismo se expande
usufructuando de las desigualdades entre regiones, países y sectores. Aprovecha
las diferencias de costos para acumular beneficios extraordinarios. Ese tipo de
plus-ganancias es acaparado por los capitalistas que invierten en las ramas o
zonas más rentables, lucrando con la baratura de los insumos o la mano de obra.
En esas circunstancias se acentúa la brecha centro-periferia (Mandel, 1978: cap
2).
Mandel propuso, en tercer lugar, un esquema de varios
períodos históricos de la relación entre ambos polos de la economía mundial.
Estimó que en la formación del capitalismo (hasta fines del siglo XIX), las
economías avanzadas no habían alcanzado el poderío requerido para subordinar al
resto del planeta. En esa etapa de libre-comercio, las principales potencias
carecían del capital excedente o los medios de comunicación necesarios para
ejercer esa supremacía. Por esta razón existió un amplio margen para el
desarrollo de economías intermedias (Rusia, Italia, Japón).
En la etapa posterior del imperialismo clásico (fin de siglo
XIX-principio del XX), el centro contó con capital en exceso, transportes
abaratados e inversión externa suficiente para sofocar a la periferia.
Finalmente, la posguerra fue un período de obstrucciones más
contradictorias de las regiones subdesarrolladas. La reconstrucción de las
economías avanzadas concentró la inversión en el centro y dio lugar a una
segmentación. Un sector de los países periféricos perpetuó su primarización
agro-minera para satisfacer la nueva demanda de insumos. Otro grupo de naciones
lograron cierto desenvolvimiento industrial con el proceso de sustitución de
importaciones, que acompañó las prioridades del centro en su propia
reconstitución pos-bélica.
Con este enfoque Mandel innovó la interpretación de la
relación centro-periferia. Señaló que el fundamento de esa brecha es la
cambiante aparición de plus-ganancias en distintas áreas, que instauran
fracturas perdurables entre economías avanzadas y relegadas. Este enfoque
subraya la modificación de escenarios en cada etapa del capitalismo y la
consiguiente remodelación de la polarización.
Mandel señala que esos cambios alteran el segmento de
ganadores y perdedores, generando significativas variaciones dentro de la
estructura histórica fracturada del capitalismo mundial.
Con esa mirada Mandel observó que la periferia ha enfrentado
situaciones de mayor oxigeno (libre comercio), sofocación (imperialismo
clásico) y segmentación (capitalismo tardío). En cada uno de esos contextos
predominaron plusganancias específicas, resultantes de las diferencias vigentes
entre regiones, naciones o ramas industriales.
El fundamento teórico de esta tesis es el desarrollo desigual
y combinado, que Mandel retomó de Trotsky. Utilizó ese principio para describir
la dinámica heterogénea de la acumulación, que se expande acrecentando la
disparidad entre los componentes de un mismo mercado mundial (Mandel, 1983,
7-39).
El pensador belga describió cómo los países más conectados
por transacciones comerciales y financieras quedan más distanciados en el plano
de la tecnología y productividad, como consecuencia de ese proceso de
unificación sin homogenización que caracteriza al capitalismo contemporáneo
(Mandel, 1969-125-149).
Mandel evitó la reflexión abstracta sobre el desarrollo
desigual y combinado. Cuestionó las interpretaciones banales de esa norma como
una simple constatación de asimetrías en las relaciones internacionales.
Utilizó el concepto en forma provechosa, para captar las peculiaridades del
capitalismo en sus distintas etapas (Kratke, 2007; Stutje, 2007; Van der
Linden, 2007).
El teórico marxista observó las relaciones centro-periferia
de posguerra como una yuxtaposición entre distintas formaciones
económico-sociales, que operan en un mismo mercado mundial. En sintonía con
Amin, pero a partir de otra fundamentación atribuyó la brecha entre el
desarrollo y el subdesarrollo a esa falta de homogenización.
Bifurcaciones y neutralizaciones
Mandel señaló la existencia de dos modalidades de economías
subdesarrolladas: un grupo mayoritario de países agro-mineros y un selecto
segmento de semiindustrializados.
Estimó que esa bifurcación despuntó con la crisis del 30 y
se afianzó durante la expansión de los años 50-60 con la reconstrucción
económica de la Tríada. Por un lado, la industrialización de muchas materias
primas acentuó la especialización subordinada de la periferia inferior. Por
otra parte, la sustitución de importaciones apuntaló el desenvolvimiento fabril
de las periferias superiores.
Mandel conceptualizó esa bifurcación mediante una
reclasificación de las categorías leninistas. Estimó que el viejo ordenamiento
del mundo subdesarrollado en colonias, semicolonias y naciones dependientes
debía ser sustituido por una distinción entre periféricos y dependientes
semindustrializados (Mandel, 1986).
En este segundo grupo ubicó a Brasil, México, Argentina,
Corea, Taiwán. Sudáfrica, India, Egipto y Argelia. Otros pensadores desenvolvieron
una caracterización semejante utilizando la noción de semiperiferia.
El economista belga registró que el desarrollo capitalista
amplía la heterogeneidad de los países atrasados. El subdesarrollo general de
todo el conglomerado persiste, pero con modalidades diferenciadas a partir de
la expansión manufacturera del segmento superior (Mandel, 1971: 153-171).
Con esta mirada resaltó más las situaciones variadas que las
polarizaciones en el universo de la periferia. Mandel enfatizó la amalgama de
formas productivas y el desenvolvimiento de ciertas economías a costa de otras.
No postuló un esquema de simple distanciamiento entre el centro y la periferia
(Sutcliffe, 2008).
Su razonamiento se distanció de los marxistas que subrayaban
la pretensión metropolitana de impedir cualquier modalidad de industrialización
competitiva externa. Señaló que el problema de las economías medianas era el
carácter parcial e insuficiente de su desenvolvimiento fabril y no la total
ausencia de esa expansión.
Mandel remarcó la naturaleza cambiante de la polarización
global en la historia del capitalismo. Sugirió que las propias crisis del
sistema generan periodos de neutralización o bifurcación de la fractura y
presentó tres causas de contrapeso a la polarización: la carencia de capitales
excedentes a mediados del siglo XIX, la depresión de 1930 y la concentración
metropolitana de las inversiones en la posguerra.
Las huellas de ese enfoque se verifican en la mirada de
Harvey del desenvolvimiento capitalista como un proceso mundial sujeto a crisis
periódicas, que generan cambios en la localización de la inversión (Harvey,
1982).
También Arrighi señala el curso turbulento del capital y la
existencia de momentos de mayor asfixia o respiro de las economías
subdesarrolladas. Dentro de la arquitectura estable del capitalismo global
opera una geografía cambiante de bifurcaciones en la periferia ( Arrighi, 2005)
.
La importancia de la tesis de Mandel radica en el
señalamiento de esos procesos objetivos, que abren resquicios para la expansión
de ciertas economías de la periferia superior. Esos huecos irrumpen por la
propia crisis del capitalismo central o por las nuevas modalidades de expansión
internacionalizada del sistema.
Desequilibrios y fluctuaciones
Mandel combinó determinantes externos e internos en su
interpretación del subdesarrollo. Por un lado, señaló que la inserción de la
periferia como proveedora de materias primas perpetuaba las transferencias de
plusvalía a las economías avanzadas. Por otra parte, retrató las limitaciones
al desarrollo fabril generadas por la inclinación rentista de las clases
dominantes (Mandel, 1971: 153-171).
Pero el economista belga atribuyó estas contradicciones a la
dinámica desequilibrada de la acumulación y no al estancamiento. Utilizó
primero el término neo-capitalismo para bautizar la etapa de posguerra y luego
optó por el concepto de capitalismo tardío. Pasó de una idea de segunda
juventud a otra de senilidad, pero subrayando siempre la madurez y no la etapa
terminal del sistema (Husson, 1999).
Mandel cuestionaba las tesis social-demócratas (y luego
regulacionistas) del capitalismo organizado y su imaginario de prosperidad sin
límites. Pero también objetaba la visión catastrofista de continuada
paralización de las fuerzas productivas que postulaba el trotskismo ortodoxo
(Katz, 2008: 17-31).
El teórico marxista enfatizaba los desequilibrios
acumulativos del capitalismo y no la desaparición de la concurrencia por
preeminencia de los monopolios o por despilfarro financiero. En este terreno
desenvolvió una mirada diferente de Baran y Sweezy y sólo parcialmente
coincidente con Amin.
Mandel remarcó la fractura perdurable entre el centro y la
periferia, pero señalando ciertas tendencias neutralizantes de la polarización.
Con ese enfoque logró un registro más completo de la dinámica global del
capitalismo
Con esa óptica aceptó la vigencia del intercambio desigual
pero relativizando su alcance. Remarcó la preeminencia de movimientos cíclicos
de los precios de las materias primas y no de procesos continuados de
depreciación. Probablemente absorbió de Grossman la atención por la menor
flexibilidad de los insumos básicos frente a la innovación tecnológica (Grossman,
1979: cap 3).
El teórico belga señaló que esa rigidez induce a los
capitalistas a contrarrestar el encarecimiento de los costos de producción
mediante la periódica industrialización de las materias primas. Ejemplificó esa
reacción con distintos ejemplos de sustitución de productos (caucho natural por
elaborado, madera por plástico, algodón por sintéticos). De esa combinación de
tendencias dedujo la existencia de una dinámica fluctuante entre los precios de
los productos primarios y secundarios.
Al igual que Bettelheim sugirió, además, la vigencia de una
gravitación acotada del intercambio desigual. Observó que las ganancias del
capital metropolitano provenían en cada etapa de distintas fuentes (comercio,
finanzas, producción).
Mandel estimó que los lucros generados por las diferencias
entre productividades y salarios no se localizaban sólo en países diferentes,
sino también al interior de cada nación. Ilustró cómo esta fractura operaba en
ciertas “colonias internas” (sur de Italia o Estados Unidos) y no sólo en la
periferia exterior.
La cautela de Mandel frente a los registros simplificados de
la brecha centro-periferia se verificó en su visión de la OPEP. Consideró que
las clases dominantes de los países exportadores de petróleo acaparaban una
parte significativa de la renta del crudo, internacionalizando la circulación
de esos fondos como un capital financiero autónomo (Mandel; Jaber, 1978).
Este señalamiento fue clave, puesto que indicó la existencia
de situaciones de fortalecimiento relativo de algunas burguesías exportadoras
de la periferia. También aquí puso distancia con la mirada simplificada de
brechas globales crecientes e invariables. Además, abrió un sendero de
investigación a la evolución de la renta en economías subdesarrolladas,
explorando una dimensión poco atendida por los teóricos de su época.
Mandel destacó que el manejo local de la renta no modificaba
el carácter dependiente de esos países, ni revertía su perdurable
subdesarrollo. Atribuyó ese retraso al escaso beneficio logrado durante las
etapas de encarecimiento de las materias primas y al agudo padecimiento sufrido
en las fases de abaratamiento (Guillén Romo, 1978). Este enfoque completó su
evaluación de las causas del retraso de la periferia.
Convergencias socialistas
Al igual que Baran-Sweezy y Amin, Mandel analizó la relación
centro-periferia como una contradicción del capitalismo que aceleraría la
transición al socialismo. Remarcó el protagonismo de ciertos países
subdesarrollados en esa transformación.
Las victorias de Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam
confirmaron esa expectativa e indujeron al teórico belga a explorar con mayor
precisión la relación entre resistencias antiimperialistas, proyectos de
industrialización y modelos de debut socialista (Mandel, 1980: 13-26).
Mandel resaltó la estrecha conexión entre estos tres
procesos. Propuso resistir el despojo del capital foráneo y conquistar mayor
control estatal de la acumulación para introducir formas de planificación de la
economía.
Esta visión era convergente con Sweezy-Baran y Amin, pero se
inspiraba en la teoría de la revolución permanente de Trotsky. Señaló no sólo
la incapacidad de la burguesía nacional para erradicar el subdesarrollo de la
periferia, sino también la necesidad de una revolución anti-burocrática en los países
socialistas (Mandel, 1995: 57-88, 129-146).
Con ese enfoque subrayó la confluencia potencial de las
revueltas populares en América Latina, África y Asia con los procesos
revulsivos de Occidente y el bloque socialista. Enfatizó especialmente el
empalme de los alzamientos del Tercer Mundo con el mayo francés y la primavera
de Praga.
Mandel planteó una crítica frontal a la estrategia de la
revolución por etapas. Rechazó posponer los procesos revolucionarios y objetó
la estrategia de coexistencia con el imperialismo que propugnaban los
dirigentes de la URSS.
Durante toda su vida apostó a una acción revolucionaria
convergente del proletariado metropolitano con diversos sujetos populares de la
periferia. Imaginó una estrecha asociación entre el anticapitalismo y el
antiimperialismo.
Su modelo económico cuestionaba la planificación coactiva
vigente en la URSS y promovía su reemplazo por mecanismos democráticos. Postuló
combinar el mercado con el plan durante la transición socialista. Mandel
simpatizó con las fuerzas de la izquierda radical y exhibió gran flexibilidad
política para buscar convergencias con pensadores afines.
Al igual que Baran, Sweezy y Amin ejerció una gran
influencia sobre los marxistas de posguerra y sobre los autores
latinoamericanos que en los años 60 comenzaron a desenvolver la teoría de la
dependencia. En nuestro próximo texto evaluaremos esa concepción.
Resumen
Cuatro economistas aportaron novedosas explicaciones del
subdesarrollo. Baran resaltó el drenaje del excedente y corrigió las viejas
ideas de obstrucción total de la industrialización. Sweezy esclareció los
mecanismos de apropiación y anticipó el nuevo rol de Estados Unidos. Ambos
refutaron las fantasías liberales del despegue.
Amin explicó el carácter intrínseco de la polarización, como
consecuencia de la inmovilidad del trabajo ante la movilidad del capital y las
mercancías. Analizó las tasas de explotación superiores y las transferencias de
plusvalía padecidas por la periferia, bajo la acción de la ley del valor a
escala mundial.
Distinguió, además, el intercambio desigual del deterioro de
los términos de intercambio y diferenció la polarización económica de la
dependencia política. Analizó también el imperialismo colectivo gestionado por
la Tríada bajo la protección norteamericana. Los críticos de este concepto no
comprenden el escenario contemporáneo.
Mandel indagó el conflicto entre acumulación primitiva y
prioridades del capital metropolitano. Estudió tipos de plus-ganancia
diferenciados a escala regional, nacional y sectorial y describió los márgenes
históricos cambiantes para emerger del subdesarrollo.
También registró las bifurcaciones entre las periferias
agro-mineras y semiindustrializadas. Evaluó contrapesos a las tendencias
polarizadoras y remarcó las turbulencias y no el estancamiento del capitalismo.
Además, estudió la dinámica fluctuante del intercambio desigual y concibió
estrategias socialistas de convergencia entre los trabajadores del centro y la
periferia.
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Nota
2 En dos textos previos
analizamos el enfoque de Marx y de los marxistas clásicos sobre el mismo tema
(Katz, 2016a, Katz, 2016b).
http://nangaramarx.blogspot.com/ |