“No se trata de
reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los
antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la
sociedad existente, sino de establecer una nueva…. Nuestro grito de guerra ha
de ser siempre: ¡La revolución permanente!” —
Karl
Marx, Mensaje a la Liga de los Comunistas, 1850
Marcelo Colussi / “El Amo
tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que, inexorablemente,
tiene sus días contados”. Esta frase, que no es exactamente de Hegel pero
que lleva su cuño, es la fuente inspiradora del joven Marx. Las luchas de clases
son el motor de la historia: la Dialéctica del Amo y del Esclavo que esbozara
Hegel en su Fenomenología del Espíritu sigue siendo de una precisión meridiana.
La simple constatación de nuestro mundo circundante nos pone en contacto con
cotidianas luchas a muerte en torno al poder. La conclusión de Marx a partir de
esa inspiración no podía ser otra: el mundo está injustamente estructurado, y
el trabajo de las grandes mayorías sostiene los privilegios de unos pocos. Por
tanto: es hora de transformar ese estado de cosas.
El materialismo histórico y el materialismo dialéctico,
comúnmente conocidos como “marxismo” –término que el mismo Marx denostaba, por
el culto a la personalidad que lleva aparejado– son una potentísima corriente
de pensamiento crítico como pocas veces se encuentra en la historia. Su fuerza
es conmovedora: las verdades que saca a luz, las miserias que denuncia, la
propuesta transformadora que encarna, son todos elementos que tienen una
vigencia plena más de siglo y medio después que fuera formulado.
¿Está muerto el marxismo, o es un pensamiento vigorosamente
vigente? Si tantas críticas recibe, eso ya indica algo: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”, como dicen que dijo
Cervantes en El Quijote. Ladran, y ladran estruendosamente los poderes, pues lo
que instaura ese pensamiento y el llamado revolucionario que formula no han
“pasado de moda”.
Sigmund Freud dijo en algún momento que tres son las grandes
heridas que produjo al narcisismo el pensamiento crítico (pensando en grandes
formulaciones occidentales): la revolución astronómica de Nicolás Copérnico
–que sacó al planeta Tierra del sitial de honor en tanto centro del mundo, para
convertirlo en un planeta más que gira en tono al sol–, la teoría de la
evolución de Charles Darwin –por cuanto hace del ser humano un producto de
procesos adaptativos al medio, descentrándolo de su categoría de ente supremo
de una pretendida creación divina– y el psicoanálisis, que muestra que no somos
solo conciencia racional, puesto que en muy buena medida estamos atados a
determinaciones inconscientes no voluntarias (“No somos dueños en nuestra propia casa”). La subversión teórica
que plantea el marxismo es similar, o incluso mayor.
Es mayor, por cuanto no solo rompe paradigmas sino que abre
la posibilidad de una transformación social radical. El pensamiento marxista es
una llave teórica para llevar a cabo grandes cambios en la estructura social.
El discurso de la derecha, obviamente conservador, intenta
por todos los medios mantener el estado de cosas actual. Dicho en otros
términos: intenta mantener sus privilegios. El marxismo es la denuncia
volcánica de los mismos, conseguidos a partir de una injusticia de base. Tamaño
pensamiento revolucionario no puede tener medias tintas. Lo que intenta cambiar
es de una envergadura distinta a las heridas narcisistas que apuntaba Freud:
aquí está en juego la roca viva del poder. Como dice el epígrafe que
seleccionamos: “No se trata de mejorar la
sociedad existente, sino de establecer una nueva”. Eso, por supuesto,
asusta, desespera a quienes lo detentan actualmente. Lo que está en juego es un
cambio radical en la forma de establecer las relaciones entre los seres
humanos. Por eso, quienes hoy ocupan el lugar de privilegio, harán lo imposible
por evitar cualquier cambio. La crítica visceral al marxismo es vital para
mantener el estado de cosas.
Esa crítica se dirige hacia la teoría, pero más aún, a su
puesta en práctica. De hecho, las ideas marxistas ya cobraron vida en varios
puntos del planeta a lo largo del siglo XX. Rusia, China, Cuba, entre los
lugares más connotados, son la expresión patente de su viabilidad. ¿Qué pasó
ahí? ¿Fracasaron las ideas revolucionarias? En todos los casos, países que
transitaron por la senda del socialismo, es decir: que construyeron sus
proyectos de sociedad a partir de los ideales marxistas, tuvieron enormes
avances sociales. Nadie puede negar que del atraso comparativo, de la miseria y
la super explotación que los caracterizaba, todos estos países mejoraron
sustancialmente sus condiciones de vida, pasando a tener desarrollos que
superaron en muchos casos a las potencias capitalistas. El hambre, la exclusión
social, la ignorancia y las injusticias comenzaron a desaparecer.
El discurso de la derecha verá en todas estas experiencias
“dictaduras sangrientas”, contrapuestas al pretendido reino de la libertad que
prima en las democracias capitalistas. Sin dudas los primeros pasos dados por
estas iniciales experiencias socialistas tuvieron, junto a los grandes éxitos,
también grandes problemas, grandes falencias que deben ser revisadas
críticamente. “El escándalo de la
Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas
del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no
debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana”,
razonaba acertadamente Frei Betto. La burocracia, el afán de poderío, las
diversas mezquindades humanas (machismo, racismo, autoritarismo, doble
discurso) son la argamasa de la que estamos hechos todos: ¡también los
socialistas! Las experiencias burocráticas y autoritarias del socialismo real,
fundamentalmente de lo visto en el área soviética, no desacredita el
revolucionario y subversivo pensamiento marxista. Por el contrario, puede
decirse que lo ratifica, pues un cambio genuino nunca termina, dado que lo
humano es ese proceso de transformación perenne.
¿Por qué decir hoy, entrado el siglo XXI y con experiencias
socialistas que se han revertido, que el marxismo sigue siendo vigente? Porque
los motivos que lo generan siguen estando presentes.
II
No se trata de un mero capricho, de un fanatismo
fundamentalista o de una cuestión de nostalgia reivindicar el marxismo. Las
causas estructurales que provocan la injusticia de la sociedad global no han
cambiado en lo sustancial. La explotación del hombre por el hombre, el trabajo
alienado, el enfrentamiento a muerte de clases sociales, el saqueo y
explotación inmisericorde de los más a manos de minorías privilegiadas, todo
ello continúa siendo el motor de las sociedades. Las injusticias van cambiando
a través del tiempo, toman nuevos rostros, se reciclan. Pero no han
desaparecido.
Una inmensa mayoría planetaria no goza aún de los beneficios
del portentoso desarrollo tecnológico que alcanzó nuestra especie. Pese al
mismo, y disponiendo de la cantidad de comida necesaria para alimentar bien a
toda la población mundial, el hambre sigue siendo un flagelo dramáticamente
presente, provocando un muerto cada 4 segundos a escala planetaria. Del mismo
modo, otras miserias son elemento cotidiano: el analfabetismo, la falta de
acceso a servicios básicos, la ignorancia supersticiosa, el machismo
patriarcal. En otros términos: la dialéctica del Amo y del Esclavo. Se llega al
planeta Marte pero no se puede resolver el hambre… Evidentemente, algo anda mal
en ese modelo. El marxismo es su denuncia radical. ¿Qué es lo que fracasa: el
marxismo o el modelo social viegente?
Por supuesto que el Amo (la clase dominante) sabe que sus
privilegios vienen de la explotación en juego. Lo sabe, y se prepara día a día,
minuto a minuto para que eso no cambie. El marxismo, por el contrario, es el
llamado a ese cambio. ¿Fracasó entonces como propuesta de transformación?
Resultaron cuestionables –cuestionables en parte, porque
también hubo grandes logros– las primeras experiencias socialistas. Ello no
significa que las causas de la injustica, que son las que ponen en marcha el
radical pensamiento revolucionario de Marx, hayan desaparecido. En ese sentido,
el marxismo en tanto expresión de ese espíritu de cambio, sigue vigente,
profundamente vigente. Si la derecha, en cualquiera de sus expresiones, ve en
él un peligro, eso es altamente significativo. Significa, en concreto, que su
denuncia y su apelación al cambio horrorizan a la clase dominante.
La horrorizaron en el momento en que aparece, digamos 1848
con el Manifiesto Comunista. Sigue horrorizándola ahora, pese al mal sabor que
pueden haber dejado los primeros balbuceos del socialismo (que continuó aún con
un perfil autoritario y no-crítico). En síntesis: a la clase dominante le hace
recordar que las fuerzas de cambio siguen estando siempre esperando para
levantar la voz. El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque sabe
que, inexorablemente, en algún momento este último abrirá los ojos. En tal
sentido, sabe que tiene sus días contados, por eso hace lo imposible para
extender sus privilegios. Todos los mecanismos de control (militares,
culturales, político-ideológicos) no son sino formas de prolongar esa
dominación.
A la luz de lo acontecido en estas últimas décadas, con la
reversión de grandes experiencias socialistas como la rusa y la china, el
discurso conservador canta victoria. De ahí que, inmediatamente después de la
caída del Muro de Berlín, un ideólogo como Francis Fukuyama pudo proferir su
grito triunfal: “La historia ha terminado”. Pero no hay falacia más grande que
esa: la historia continúa su marcha –sin que se sepa bien hacia dónde va–.
Continúa, y sigue moviéndose por la eterna, interminable lucha de contrarios.
La dialéctica, en tanto incesante choque de opuestos, no es un método de
análisis de la realidad, dirá Hegel, idea que retoma luego Marx. La realidad
misma es dialéctica: cambia, se transforma continuamente.
Negar eso es querer desentenderse de la realidad. Pero la
realidad es tozuda, obstinada, y siempre se nos impone. La realidad es cambio
permanente, a partir del choque de contrarios que se patentiza en la lucha de
clases y en otras luchas igualmente trascendentes: de género, étnicas, etáreas,
culturales, etc.
A partir de la caída de las primigenias experiencias
socialistas la derecha cantó exultante el fin del marxismo, la inviabilidad de
las tesis que alientan el ideario socialista. Ahora bien: el marxismo no es
sino la expresión teórica de esa lucha. ¿Se acabaron esas luchas? Obviamente
no, aunque hoy esté en retroceso. A partir de eso, la “moda” dominante busca
limar las luchas presentando la “civilizada” idea de “resolución pacífica de
conflictos”. Así, de Marx pasamos a Marc’s: métodos alternativos de resolución
de conflictos. Pero, con sinceridad: ¿se pueden resolver pacíficamente los
conflictos sociales para lo que la derecha responde con bombas, aviones y
misiles? ¿Qué será posible negociar ahí?
Las causas que generan las luchas de clases ahí siguen
vigentes. ¿Terminó acaso la explotación? ¿Terminaron acaso la exclusión social
de grandes mayorías, la propiedad privada de los medios de producción cuyos
dueños los defienden a muerte, la explotación y la consecuente miseria de
tantos y tantos? El marxismo es una chispa que busca el cambio de todo eso.
¿Cómo podría decirse que eso no sigue vigente?
En tal sentido, el marxismo sigue más vigente que nunca.
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