27/3/16

Enrique Dussel y su Filosofía de los Sistemas Económicos

Ilustración ✆ Natalia Rizzo
José Gandarilla   |    Luego del estallido de la crisis económica de proporciones colosales que se ha extendido por el globo entero, en su más reciente forma de manifestación desde 2008 a la fecha, se ha actualizado la discusión sobre los problemas de la desigualdad económica, la concentración de la riqueza y los inmensos problemas asociados a la pobreza y a las malogradas promesas del desarrollo. De ello fueron expresión no solo el debate animado a propósito de la aparición del libro de Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI, México, FCE, 2014, 663 pp.); o la consigna aglutinadora de los distintos movimientos ocuppy y el grito de “los indignados” (interpelaciones que se dirigían en contra de un orden social que favorece y enriquece insultantemente al 1% de los grandes propietarios del capital corporativo mundializado, y a los grupos de poder que instrumentan políticamente dicho proyecto); sino también la conciencia creciente de que los problemas de la economía anuncian desequilibrios más profundos que se instalan en los perfiles de lo que se ha dado en llamar “crisis civilizatoria”, al seno de la cual la continuación del modelo neoliberal (asumido como el agregado de recomendaciones crematísticas que han conducido a este desastre), no hace sino confirmar el carácter irracional de la racionalidad, que se pretende criterio de rigor indisputable y dictaminación científica de la disciplina económica, y que bajo ese amparo aspira conducir los destinos de la humanidad.

En el marco de un contexto de esta índole se explica que el filósofo Enrique Dussel se ocupara en los últimos años de conducir su seminario de grado y posgrado hacia una reflexión de este peculiar campo de la actividad humana, quizá dejando para más adelante o trabajando en simultáneo la conclusión de su obra de filosofía política (integrada no solo por sus 20 tesis de política, sino por los dos tomos de su Política de la liberación), cierre que ha de ser ocupado por la exposición de las categorías críticas del poder y la política (el muy esperado Tomo III de la política). Dussel nos sorprende de nueva cuenta pues no solo ocupó su tiempo más reciente en las labores que una parte de la comunidad educativa le consignaron para servir en calidad de rector interino de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que de tal modo superaba un período de agudizado conflicto, sino que se dio a la tarea de dar forma escrita y definitiva a ese proyecto en el que venía trabajando, y que expresaba su incursión o interpretación filosófica del “campo económico”. Nos ha entregado finalmente un conjunto de 16 tesis, en un libro de poco más de 400 páginas.
El libro del que ahora nos ocupamos está compuesto por una introducción sistemática e histórica (de la tesis uno a la cuatro), dos partes bien diferenciadas (primera, crítica del sistema capitalista, de la tesis cinco a la once, y segunda, principios normativos de una transición hacia otra economía, de la tesis doce a la dieciséis) y un apéndice sobre la cuestión poiética y el lugar de la técnica en el análisis de Marx. Esta parte última se justifica no solo por el necesario esclarecimiento del significado de la tecnología cuando se intenta clarificar filosóficamente al campo material por excelencia: dado que lo económico o productivo incide en y decide la producción y reproducción de la vida material de toda colectividad gregariamente aglutinada, y de la humanidad toda en último término. También se hace válida la inclusión de este texto (originalmente escrito hace más de treinta años) cuando nuestro autor hace explícito que este conjunto de tesis “se basan en la elaboración teórica de Marx” (pág. 74).
Aquí se hace necesario traer a cuenta otra circunstancia, y es la que se expresa en el trabajo filosófico como la maduración de una determinada idea, proyecto o propuesta, y este es el caso con relación al libro que presentamos. Dussel se viene ocupando de esta temática desde hace casi cuatro décadas y por ello en la expresión arquitectónica de este libro se conjugan cuando menos tres perspectivas de reflexión; en primer lugar, sus iniciales elaboraciones atinentes a la sistematización de un pensamiento que distinga claramente las cuestiones de la praxis en relación con el “acto poiético” (y que fueron recogidas en su Filosofía de la producción, Bogotá: Nueva América, 1984, 242 pp.), en segundo lugar, su visión del conjunto categorial del proyecto de crítica de la economía política que fue alcanzando en su pormenorizada lectura de la obra de Marx, y que se explayó en su tetralogía sobre el pensamiento del filósofo alemán, en tercer lugar, sus avances alcanzados con relación al asunto de los principios, lo normativo y la cuestión transicional puestos en mira de considerar cómo estos temas (de la ética y la política de la liberación) se expresan en la consideración del “campo económico”, o dicho con mayor precisión, con relación al modo en que la humanidad construye sus sistemas económicos y en ello se juega el universo de sus posibilidades de darle salida justa o injusta a la producción y reproducción material del conglomerado humano. Esto es, de si la humanidad será capaz de construir un determinado orden social que asegure la vida de lo humano y lo no humano que ocupan el globo entero, o si persistirá en esa acelerada e irracional carrera por anular la humanidad de lo humano cuando éste no es capaz de mirar al semejante que sufre mayoritariamente por ver insatisfechas sus necesidades más esenciales, cuando para otros (la muy exclusiva minoría del 1%) el acceder a la experiencia de la vida buena o de una vida acorde con la satisfacción a plenitud de sus necesidades, expresa a este logro como consecución de la estrategia moderna del existir que se finca, sin embargo, en el desastre colectivo (por sus impactos en la base ecológica) y en la opción por la barbarie que acompaña al trato deshumanizado del otro (aunque sistemáticamente a ambos hechos se les busque ocultar o invisibilizar).
Si en la temprana incursión hacia un filosofar sobre la poiésis (trabajo originalmente escrito en 1976, y que obra como capítulo primero de Filosofía de la producción), la propuesta va encaminada a subrayar que Marx incluye en su concepto de “praxis” tanto lo que es praxis específicamente (la relación ética y política del sujeto – sujeto) como lo que es poiésis (la relación del sujeto con el objeto, naturaleza o entorno, y que incluye todo género de producciones, tanto materiales como inmateriales, tanto lingüístico-comunicativas como pragmático-productivas) apostando a que es necesario aclarar dicho equívoco; asimismo se busca señalar, en una visión histórica de muy largo plazo, “que la naturaleza no es infinitamente explotable”, y que por tal razón es necesario dirigir el quehacer poiético y reorientar el hacer técnico, como plasmación más acabada de la “causa efectora”, hacia una sociedad que libere de la necesidad y de la explotación capitalista de unas naciones por otras.

De aquel escrito a lo que se sabe actualmente sobre los principios de la entropía, las estructuras disipativas, la flecha del tiempo y la dinámica no lineal, las distancias son enormes, pero con ello se ha clarificado también de una mejor manera la cuestión de la técnica y que la intención de liberar del “uso capitalista” a ésta significará también modificarla en un sentido material y modificar nuestras propias consideraciones sobre la perspectiva materialista: distendiendo anteriores certezas (progresistas) para ensayar nuevos enfoques, que en lo que al materialismo se refiere buscan entender a éste en una visión más metabólica y ecológica del término, con lo que se  vuelve a conferir la entera prioridad a lamater, esto es, a la base material y territorial, a lo que desde las sociedades originarias de América se designa como Pachamama entre los andinos, o Madre Tierra y Madre Diosa, en otras culturas, esto es, poner nuestra actividad humana de producción y consumo de satisfactores en la mira a conferir prioridad hacia aquello desde dónde provenimos y a quien se debe honrar y no devastar; y que tiende a operar en el más profundo inconsciente humano como esa especie de principio primigenio al que se busca volver ensoñadamente cuando el existente humano experimenta inusitados instantes de peligro (en este específico tema las reflexiones de Dussel; “la primera relación analógica práctico-productiva … es la que se establece entre la madre y la prole … (e)l mejor sistema económico futuro será como un recuerdo subjetivo de ese acto originario” (pág. 35), son muy similares a las que nos legó el último Rozitchner en el último trabajo que se encontraba elaborando poco antes de fallecer, esto es,  su propuesta del “materialismo ensoñado”).
Si la física determinista es cuestionada con los nuevos conocimientos, lo es también la ciencia económica que la utilizó como criterio de determinación de lo que significa hacer ciencia; una nueva ciencia económica se hace necesaria y cobra pertinencia por la mayor complejidad detectada en las ciencias de la materia, de la vida y de lo social, en ello busca aportar el libro del que hablamos. Por otro lado, si en aquella obra primigenia la cuestión de la productualidad ocupa unas cuantas páginas, en la obra más reciente Dussel se explaya en la consideración de ese ángulo y lo pondrá en relación con el otro aspecto en el que se juega la consideración de “lo económico” por Marx, su intercambiabilidad, será así que la cuestión del trabajo vivo (en el que se juega toda creación de valor del producto, como trabajo objetivado) complejiza las consideraciones de lo que se valoriza (pues no hay garantía de intercambiabilidad cuando se pisa el terreno del mercado, y dicha accidentalidad azarosa puede expresar políticas de competencia o monopólicas en que se juega la apropiación del excedente producido). Las consideraciones del trabajo vivo despojadas de su conexión con el problema económico del trabajo-valor, y colocadas en su dimensión ética cuando se vincula el trabajo vivo con la dignidad de la persona, serán el suelo y terreno en el que se llevarán a cabo la reflexión filosófica sobre la actividad de producción de los valores de uso y los arreglos sociales o comunitarios entre seres humanos necesitados para ejecutar dicha producción.
El modo en que históricamente desenvuelvan tales tareas y estrategias de producción y re-producción (en el consumo, y en la re-generación del viviente humano y de la articulación política más acorde al modo societario en que dicho conglomerado se conduzca) separará la historia de las sociedades por el modo en que definen la producción, uso y apropiación de su excedente. La larga historia de la humanidad separaría entre sistemas económicos equivalenciales y sistemas económicos no equivalenciales, de entre los cuales el vigente cobra la forma de capitalismo, aunque aquí es pertinente la acotación que nuestro autor despliega a lo largo de las tesis en cuanto a la necesidad de distinguir entre capital y sistema capitalista. Para Dussel la historia humana se distingue de la de otras especies gregarias en que aún cuando se conservan en el humano diversas formas de su vida que no le despojan de su animalidad, tiene la capacidad exclusiva de producir, y planifica para producir, por encima de lo estrictamente necesario; el curso histórico de los “sistemas económicos” separará definitivamente entre aquellos de tipo comunitario en que hay un uso horizontal, transparente y recíprocamente común en el uso del excedente (sistemas equivalenciales), y otros diametralmente opuestos a éstos en que hay un uso, apropiación y destino heterónomo del excedente (sistemas no equivalenciales), esto es, que consiente políticas de dominación, apropiación y explotación de quienes aportan el trabajo vivo creador de los valores y quienes usufructúan del mismo, y se enriquecen en grados indignos puestos en consideración de aquellos que viven la imperfección de todo sistema social como víctimas, y que bajo el capitalismo asumirán la forma de explotados (subsumidos ya a la lógica del capital) o excluidos. Evidentemente, vivimos bajo el esquema social del capitalismo, y en tal orden socio-político que acompaña a ese específico modo de producir, el trabajo excedente asume la forma de plusvalor, una de cuyas mayores peculiaridades es su carácter encubierto y su forma cada vez más fetichista de funcionar y de expresarse en sus formas de obtención del mismo. Si en determinados momentos del capitalismo el plusvalor se expresa más prístinamente como ganancia industrial, actualmente aspiraría no a surgir “desde la nada” (esto es, del trabajo vivo como fuente creadora de todo nuevo valor, pero que es nada o “no es” en el marco de la totalidad existente), sino a emerger como mágicamente “de la nada” (como corresponde al capital ficticio que aspira a enriquecer a su poseedor como si derivase de un acto de prestidigitación o de un juego de dados).
Damos aquí con el ángulo de lectura que le confiere peculiaridad al modo en que Dussel asume el pensamiento de Marx, será por dicha razón que se ha de distinguir, para desarrollar de un modo más completo la crítica al capitalismo, entre una primera explotación, la del trabajador por el capitalista, y una segunda explotación, la que se da entre naciones o entre capitales globales nacionales por los diferenciales de la medida alcanzada por sus composiciones orgánicas de capital y que bajo la competencia capitalista han de regular transferencias del excedente que operan no solo entre sectores o ramas sino de modo global.
En la consideración de la llamada “primera explotación” Dussel no solo recupera el orden categorial de Marx enclavándolo en un eje de interpretación que enlaza totalidad con exterioridad, y que en esta obra hará comparecer dicha temática señalando que hay una persistente lógica de exterioridad y de exteriorización de aquellos que han de ser conformados como víctimas del proceso económico cuando éste se desenvuelve bajo sistemas de uso heterónomo del excedente. El existente humano que aporta el trabajo vivo se presenta en exterioridad a la totalidad existente y dominadora no solo como fuente primigenia y creadora del nuevo valor, eso es, en condición de exterior(idad) ante festum, vale decir, que era integrante de un previo ordenamiento comunal o comunitario en que prevalecía un uso del excedente por el común o en que éste era asumido como bien del común o “bien común”, o como parte de “los comunes” que no se pueden privatizar, y por tal razón se ven imposibilitados de ser colocados en cuanto cosas puestas para el cambio, porque solo puede ser vendido lo que se ha separado del común y se ha adjudicado como suyo de alguien, como propio y que por tal reconocimiento (de lo gregario a-socialmente socializado) lo puedo presentar al mercado como susceptible de venta. En segundo lugar, la condición de exterioridad persiste cuando, con el capitalismo, la victima experimenta la lógica del proceso como capacidad viva de trabajo puesta para su explotación por estar ya subsumida en la lógica productiva del sistema (y lo experimentará ónticamente como asalariado y ontológicamente como viviente humano reducido en su dignidad por no encontrar nunca un nivel remunerativo correspondiente a su aporte de vida humana que se plasma en trabajo objetivado por el que se paga un salario), o bien cuando es excluido, por ser colocado al margen de dicho proceso y dejado a su suerte por el incremento de las productividades necesarias a que orilla la competencia y que terminan por expulsar trabajo, exterioridad post festum  (la persona es colocada en franca indignidad por no encontrar acomodo en el nuevo arreglo social capitalista, viéndose condenada a que le sea imposible aportar generosamente su actividad y cuando ésta se vea no reconocida o infra valorizada, dicho sujeto se verá plenamente des-humanizado), por último, hay exterioridad porque aún en dicha condición de explotado, subsumido o excluido del orden capitalista, en la persona humana del sujeto corporalmente sufriente como víctima del proceso hay un sentido de resguardo de lo posible a ser construido porque hay memoria y sustrato cultural en el que lo común reaparece justamente en los intersticios en que se deja ver la crisis de la totalidad vigente.

Con relación a la llamada “segunda explotación”, por Dussel, aquí lo que se recupera de Marx tiene que ver con las temáticas del conjunto conocido por la tradición como “Manuscrito del 63 – 65”, y del que Engels preparó los Tomos II y III de El capital. El juego conceptual al que se acude es el par de conceptos “precios de producción” y “ganancia media”, los cuales son recuperados para apuntar a las líneas identificatorias de lo que hubiese sido el libro de “la competencia” si es que Marx hubiese tenido tiempo de concluir su proyecto de seis libros. En el marco de ese conjunto, el “libro sobre la competencia” entre capitales correspondía al quinto de un total de seis. Dussel siempre ha insistido en que su incursión al pensamiento de Marx era siempre orientada hacia esclarecer el tema de “la dependencia”, esto es, de si Marx tenía una respuesta a la cuestión de la dependencia o si era posible de ser pensada de manera coherentemente marxista, o desde Marx, la cuestión de la dependencia de nuestras sociedades. En este específico renglón, y como una de las aportaciones más importante de este libro, se le da salida temática y se sugiere una resolución teórica del asunto: el lugar teórico de la dependencia lo es en el libro sobre la competencia. Desde dicho marco teórico conceptual la cuestión se salda a través de un conjunto de procesos que facultan a los capitales globales más desarrollados para ser los receptores y usufructuarios del excedente producido en otra parte del sistema (sus periferias) que es transferido hacia las matrices de las corporaciones multinacionales, hacia los bancos acreedores internacionales o hacia los muy diversos entramados monopólicos que se benefician, también porque los Estados desde los que estos capitales globales se impulsan cumplen con las tareas que funcionalmente les han sido adjudicadas, igualmente por los diferenciales alcanzados por las composiciones orgánicas de capital y los niveles de intensidad y productividad con que son explotados los trabajadores del Sur del mundo.
En la Segunda Parte del libro nos interesa destacar la cuestión de lo normativo de un orden económico nuevo, pero en lo que tiene que ver con la puesta en relación de los principios postulados con lo que todavía, en diversas experiencias hoy existentes, hay de persistente y activo de las formas comunarias, o lo que se asume como característico en sociedades originarias que, de algún modo u otro, siendo que son enclavadas por un específico modo de proceder de la modernidad capitalista como construcciones societales propias del atraso o lo insuficientemente desarrollado, pueden, antes bien, estar alojando posibilidades alternativas y modos de ejercer los procesos de la economía del futuro pleno y humano. Si la crisis actual sigue su curso, con las características de hundimiento de un programa civilizatorio, y se imponen las tendencias entrópicas del sistema (potenciadas por la forma capitalista de producir y consumir) aquellas experiencias comunitarias prevalecientes podrían ser asimiladas como las propuestas más viables y las más avanzadas, como salidas potenciales en escenarios de desastre societario y devastación ambiental. Si esa perspectiva se impone, la de la irrebasabilidad de límites que se revelan como absolutos, cobrará pertinencia “una economía futura trans-capitalista (momento material esencial de la trans-modernidad) que desarrollará una economía que se comportará como un (…) subsistema de la ciencia ecológica como afirmación y crecimiento cualitativo de la vida, cuya máxima dignidad se manifiesta en la vida humana” (pág. 186, cursivas en el original). Es ahí que Dussel se permite desarrollar muy creativamente los principios de la eticidad que todavía regula a las sociedades de base indígena en las comunidades andinas, pero no solo hará comparecer este hecho en su argumentación de los principios normativos de la nueva economía, sino que de algún modo, con este proceder, se le está confiriendo pertinencia a la necesidad de recuperar de Marx una veta romántica insospechada, en una clara sintonía a como lo ha venido señalando Michael Löwy, “la comunidad primitiva (el pasado) tiene valores … que superan muchos aspectos de la sociedad presente” (pág. 325). Tanto para Löwy como para Dussel, “Marx recupera dicho pasado para criticar el presente (…) para lanzarlo hacia una nueva alternativa futura” (pág. 326). Lo peculiar del planteo de Dussel en este aspecto es que aquí habrá de reposar también el elemento de peso de su argumentación para dar con el “concepto diferente” que separaría a su propuesta de la trans-modernidad, de aquellas otras formulaciones que pretenden separar al actuar humano futuro respecto a la vigente modernidad (sea el caso de modernidades alternativas, anti-modernidad, altermodernidad o contra-modernidad). Y es que para Dussel es claro y definitivo que el punto de arranque de toda crítica a la modernidad ha de partir de “ámbitos o momentos que guardan exterioridad con respecto a la totalidad de la modernidad. Esa exterioridad negada y despreciada son las culturas en aquello que la modernidad no pudo dominar” (pág. 302).
Los principios normativos que Dussel ha de recuperar de estas culturas en lo que la modernidad no les ha podido dominar o subsumir, van justamente en la línea de poner en consideración lo económico con un orden, podríamos decir, superior, sea este ecológico o cosmológico; será de tal modo que los principios que en lengua quechua se enuncian Ama sawaAma hulla, y Ama quella, y que podrían erigirse más limitada o cotidianamente como una serie de mandatos (No robes, no mientas, no seas perezoso) se abren a una consideración filosófica que pretende ampliar su alcance para establecerles como base de los principios normativos y críticos de un nuevo orden económico, en que las comunidades comprometidas en dicho propósito se abren camino en una situación o momento transicional hacia lo trans-moderno o trans-capitalista. En el primer caso, puede traducirse como “no te apropies de los bienes que no has producido, que han sido hechos por otros”; esta primera exigencia normativa puede, para Dussel, obrar como “principio de justicia que … se dirige a la indignidad de apropiarse de algo que otro ha creado”. En el segundo caso, puede traducirse como “no ocultes lo verdadero”; esta segunda exigencia normativa puede, para nuestro autor, erigirse en “principio que posibilita la convivialidad, comunidad, el consenso discursivo”. Por último, en el tercer caso, puede traducirse como “no dejes de crear” que como tercera exigencia normativa establece el principio de “la iniciativa, del crecimiento”. El cierre argumentativo de esta formulación desplegada de las exigencias normativas no podría ser más precisa para la propuesta de Dussel pues “los tres principios tienen raigambre económica. El primero tiene que ver con la materialidad económica (tesis 13) el segundo con la consensualidad formal (tesis 14) y el tercero con la eficacia, la factibilidad industriosa (tesis 15)” (pág. 187).

Como lo ha venido planteando Dussel para su análisis filosófico de la política, le interesa destacar que, también en el caso que nos ocupa, lo más acostumbrado o frecuente es separar o negar cualquier utilidad en la economía de “pretendidos principios normativos” (pág. 200), por el contrario desde su propuesta, tales exigencias han de ser subsumidas para la consecución de un actuar económico futuro que pudiera restablecer, y por tal razón sería alternativo, un sistema económico equivalencial. Para llegar a ese punto, en el horizonte del tiempo, las exigencias normativas se expresan en postulados, que como tales sintetizan expresiones de la actividad humana en determinados campos que pueden ser pensadas teóricamente pero que para su construcción requerirán de que, en lo poiético y lo práctico, la actividad comunitaria de la humanidad conduzca su actuación hacia dichas metas, y entre conflictos y negociaciones, en el marco de disputas y acuerdos, pueda la humanidad entera, de algún modo u otro, acercarse a tales propósitos.

Será así que, en cuanto al momento material en la economía, Dussel postula: “Debemos, es un deber y un derecho, en el campo económico producir, distribuir, intercambiar y consumir productos del trabajo humano, haciendo uso de las instituciones económicas de un sistema creado a tal efecto, teniendo en cuenta siempre y en último término la afirmación y crecimiento cualitativo de la vida humana de todos los miembros de la comunidad, en última instancia de toda la humanidad, según las exigencias del estado de las necesidades y de los recursos ecológicos determinados por la historia humana en el presente que nos toca vivir” (pág. 237).

Por lo que al aspecto formal o consensual de la economía se refiere, el principio normativo y crítico pretende dirigir dicho campo de la actividad humana desde el concepto límite que establece el postulado: “Es legítima toda decisión (tecnológica, productiva, organizativa, publicitaria, etc.) de la nueva empresa productiva, aun en el marco de las decisiones políticas sobre el campo económico, cuando los afectados (trabajadores, empleados, etc.) puedan participar de manera simétrica en las decisiones políticas en todos los niveles (de la producción, distribución, intercambio, etc.)institucionales, siendo garantizada esa participación por medio de una propiedad comunitaria o social de los medios de producción, gestionada discursivamente … teniendo en cuenta las necesidades de todo tipo no solo de la comunidad productiva, sino fundamentalmente y como servicio y responsabilidad de toda la sociedad, y en último término de la humanidad, dentro de los límites enmarcados por el principio de factibilidad (…) y de la afirmación de la vida humana como bien común” (pág. 255).

Por último, con relación a los problemas de la eficacia y la creatividad en dicho campo de la actividad humana, el principio normativo y crítico de la factibilidad establecería de manera tentativa lo siguiente: “¡Haz lo posible!, porque intentar lo imposible es quimera, y no intentar lo posible es conservadurismo o cobardía” (pág. 290).

Para Dussel no hay duda, y lo dijo desde un inicio del texto que estamos comentando, la alternativa no es abstracta o pre-determinada desde a priori teóricos o establecida por iluminado alguno (“hoy no hay proyecto (…) lo que hay son criterios o principios normativos que orientan”) (pág. 322). En lo que la historia reciente nos ofrece y, en medio de las terribles consecuencias que la modernidad capitalista de cuño neoliberal ha impuesto en la humanidad entera, las salidas alternativas se construyen en la lucha y en la gesta de los pueblos, en el campo experimental de los conflictos y sus contradicciones, por ello, para Dussel “ese ideal es vivido ya (…) por los pueblos originarios de nuestra América (el pasado en el presente) (…) la “vida buena” (Sumak Kawsay) es un tipo de existencia en equilibrio con la naturaleza ecológicamente cuidada y con la vida social de la comunidad humana restringida a necesidades razonables y consumo que guarda los límites de una salud tradicionalmente lograda” (pág. 326).