Eddy Sánchez Iglesias | En momentos donde el transformismo aparece de nuevo como rasgo dentro de la izquierda
“de hoy”, la primera reflexión que quiero destacar a los treinta años de la
pérdida de Sacristán, es que estamos ante una persona de enorme ejemplaridad
política y moral, de gran coherencia entre el decir y el hacer. Para Sacristán sin radicalidad moral no hay emancipación, sin ejemplo no hay
política socialista. Una acción político moral que intentaba fundamentarse
racionalmente a partir de los datos de la realidad. Este era su marxismo:
“argumentación para la posibilidad del comunismo”. Lo anterior permite avanzar,
en lo que en mi opinión, llena una gran parte de toda la compleja obra de
Sacristán como militante y como teórico: su visión del marxismo y del sujeto
revolucionario.
Manuel Sacristán define el marxismo como una “antifilosofía”:
“No entiendo el marxismo como una filosofía del hombre, ni tampoco como una filosofía de la historia, ni como una filosofía de la nada, sino más bien como una antifilosofía”.
Esa antifilosofía se convertirá en ciencia social con
pretensiones de servir de guía conceptual a la acción revolucionaria. El Marx
que interesó a Sacristán, por tanto, era no solo un pensador sino también, y
principalmente, un revolucionario.
Esta perspectiva entraña la consecuencia crucial de que no
se puede tratar a Marx sólo como un clásico, sino que hay que considerarlo más
bien, como un eslabón en la larga tradición de luchadores por la emancipación.
Para nuestro Sacristán tratar a Marx solo como un clásico contribuye a congelar
su aportación y su legado, al separarlo de su motivación y objetivo último: la
transformación revolucionaria de la sociedad.
En lo respecta al sujeto revolucionario, Sacristán no
ofrecía duda en las distintas tradiciones marxistas: era la clase trabajadora.
Si el hombre se hace a sí mismo, es autocreación, es resultado de su praxis
transformadora; la vertiente económica de esta praxis, el trabajo, resulta
la columna vertebral de la sociedad. De ahí que los trabajadores, los que
ejercen y soportan el trabajo, tengan un protagonismo preeminente. De ahí la
centralidad del trabajo.
Nunca abandonará Manuel Sacristán este compromiso con la
acción revolucionaria y la emancipación desde su condición de comunista. De ahí
el tercer elemento que me gustaría destacar en este artículo, el momento en que
Sacristán apuesta, o se ve obligado, a abordar un “cambio de temas”.
El agotamiento de la tradición política y teórica emanada de
la III Internacional a finales de los sesenta del siglo xx, era un hecho. Los
sucesos en Checoslovaquia eran expresión de la crisis de los sistemas
socialistas del Este europeo, así como el mayo francés y el triunfo de la
reacción posterior, de los límites de los PP.CC. occidentales y de las,
posteriormente llamadas, “nuevas izquierdas”. Crisis que no eran más que la
expresión del triunfo de un capitalismo en reestructuración a través de la
globalización y la ofensiva neoliberal. Ante esa realidad no fueron pocos los
que se insertaron con “fé de converso” en el nuevo panorama político, o los que
se replegaron hacia “sí mismos”. Después de un periodo marcado por una fuerte
depresión, que le acercó mucho más todavía a Gramsci, como ejemplo de la
“tragedia” que supone la derrota total de alguien, que sin embargo, no abandona
su posición revolucionaria. Es en esa década terrible de los setenta (de
importantes paralelismos con nuestro momento actual), cuando Sacristán aborda
lo que Ripalda llama “el cambio de temas”.
Para ello Sacristán defendía la tesis de la vigencia de Mar
en dos aspectos como eran la intervención de las fuerzas productivas en el
cambio histórico, sin embargo, había que profundizar en dos vías: por un lado,
la reflexión de Marx en los Grundrisse acerca
del papel de la ciencia como fuerza productiva potenciadora y, por otro, lo que
constituye una de las aportaciones centrales de Sacristán: la incorporación de
la problemática ecológica en el paradigma emancipatorio:
“ Yo creo que el modelo marxiano del papel de las fuerzas productivas en el cambio social es correcto. La novedad consiste en que ahora tenemos motivos para sospechar que el cambio social en cuyas puertas estamos no va a ser necesariamente liberador por el mero efecto de la dinámica, que ahora consideramos, de una parte del modelo marxiano. No tenemos ninguna garantía de que la tensión entre fuerzas productivo-destructivas y las relaciones de producción hoy existentes haya de dar lugar a una perspectiva emancipadora. También podría ocurrir lo contrario”.
Sacristán mostraba una de las vetas largamente cultivadas
por él como lo era el pensamiento científico, pero a la vez incorporaba la
perspectiva ecológica en las ciencias sociales. Así escribe:
“Lo que la deseable asimilación de conceptos físicos y biológicos por la economía debe acarrear es seguramente una reconstrucción de la teoría sobre la base de la realidad ecológica-económica de la especie, la cual, por ejemplo, es posible que no permita ya seguir trabajado tan alegremente con conceptos como el de crecimiento, ni tan mitológicamente con conceptos como el de equilibrio”.
Planteamiento que conduce al rechazo del mecanicismo y el
determinismo para dar cuenta, por un lado, de los aspectos
productivos/destructivos del capitalismo, y por otro, del segundo aspecto que
retoma, la función del sujeto revolucionario que se ha transformado y
feminizado.
Celebramos el treinta aniversario de la prematura muerte
Sacristán pocos días después de la derrota de la izquierda en Grecia, ejemplo
claro de que la izquierda, al menos en Europa, vive una situación de cierto
“repliegue” bernsteniano.
Momentos duros donde Manuel Sacristán aparece de nuevo con
toda la fuerza de un revolucionario que sirve de ejemplo, con la fuerza de
alguien que iba en serio.
NotaTodas las citas están incluidas en el libro: López Arnal, Salvador y Vázquez, Iñaki (Edit.) (2007). El legado de un maestro. Homenaje a Manuel Sacristán. FIM, Madrid.