Así, el estudio de Jameson se
centra principalmente en los fundamentos filosóficos que subyacerían a la
teoría del capitalismo de Marx, vistos desde el actual momento histórico en que
la crisis nos obliga a repensar qué ocurre con esta máquina imparable que
llamamos capitalismo. A través de un recorrido por las secciones de El Capital se van poniendo sobre la mesa
algunas de las discusiones sobre la representación y lo irrepresentable en
particular, la irrepresentabilidad de lo insoportable (189) ; la dialéctica
cuyo resultado es una elipsis (Pág.
203), y no una síntesis ; la alienación contra Althusser ; la subsunción; así
como temas de la teoría literaria -la figuración, la alegoría, etc.-. Al mismo
tiempo, el diálogo erudito con una gran heterogeneidad de autores marxistas,
los grandes de la filosofía, autores contemporáneos, etc. da como resultado un
buen cúmulo de sugerentes ideas que apuntan a cuestiones de profundidad más
allá de la “forma de presentarse” que vemos cada día en lo directamente medible
por los indicadores oficiales de los economistas.
Si la dinámica económica está constituida en sistema y ésta
fue captada en lo nuclear por Marx, tal afirmación no puede ser constatada en
último término por una realidad empírica concreta sin más el ciclo
fordista-keynesiano, por ejemplo , sino que ha de ser nuevamente evaluada a la
luz de las tendencias históricas más generales en el plano global. Lo que era
considerado por los socialdemócratas como un límite impuesto al capitalismo
contenía un carácter paradójico: “el capitalismo es un sistema total […] que no
puede ser reformado, y que sus reparaciones en un origen destinadas a prolongar
su existencia, terminan necesariamente fortaleciéndolo y ampliándolo […] el
poder y el logro de la construcción de El
Capital radica en mostrar precisamente que las 'injusticias y desigualdades' están ligadas estructuralmente al propio sistema en cuanto
tal, y que éstas no podrán ser reformadas nunca.” (Pág. 218). Que existan,
evidentemente, más o menos márgenes de acción en todo contexto no invalida la
proposición de que un “capitalismo con rostro humano” sólo es factible en zonas
y periodos concretos que ya forman parte del pasado. La hegemonía del
keynesianismo (Pág. 195) y su contraparte socialdemócrata han de ser
resignificados, pues hoy vuelve a ponerse en evidencia que tales propuestas no
fueron limitantes de la acumulación sino la condición para garantizarla en un
momento histórico particular. De modo creciente, la política econó- mica de un
país ya no puede sino plegarse a criterios que no emergen de ninguna política
estatal sino de las imposiciones del mercado mundial, no tanto como un
“chantaje” de un macrosujeto organizado los capitalistas europeos, el gobierno
alemán y la Troika, por ejemplo, para el caso español sino como la progresiva
implantación de un sistema que no responde a nadie más que a su lógica
impersonal.
Foto: Fredric Jameson |
Otro de los puntos clave de la argumentación de Jameson
insiste en aquello que los economistas tienden a ver como “antieconómico”, por
así decirlo. Por un lado, señala la función de las luchas de clases que no
significan únicamente una extensión de derechos sino también un aumento de la productividad
(Págs. 98, 170) y por otro lado, la función clave del ejército de reserva en sentido amplio y no en el sentido
restringido de meros obreros de la industria que han sido despedidos : “Y los
desempleados o los indigentes, los pobres están, por así decir, empleados por
el capital para estar desempleados; cumplen con una función económica por medio
de su propio no-funcionamiento (incluso aunque no sean pagados por hacerlo).”
(Pág. 117). La centralidad de este punto nos parece fundamental, por ejemplo,
para comprender que el aumento de la productividad e intensidad del trabajo en
España en los últimos años no sólo depende de la intervención sobre la propia
fuerza de trabajo “activa”, sino que la forma especialmente acelerada de
“flexibilización” sólo ha sido posible bajo el supuesto de una masa de parados
como factor de presión estratégico. Los más de seis millones de parados si
aceptamos la incuestionada cifra de la EPA no significan ya un mero problema de
intensificación del desempleo estructural sino que, en la célebre expresión del
ejército de reserva, suponen masas de
población enteras que no sirven ni tan siquiera para ser explotadas. Esa
“sobrepoblación” ha sido y es económicamente imprescindible para disminuir los
salarios, intensificar el trabajo para aumentar la productividad y establecer
la imposibilidad legal y/o práctica de dar contenido real a las reducidas
normas laborales. El mito del parado parásito, improductivo, que sólo produce
gastos, etc. se disuelve al comprender las implicaciones de la ley marxiana de
la acumulación. En la relación de “unidad de los opuestos” (Cap. 2) -que es
otra de las virtudes del ejercicio de Jameson- no hay ninguna contradicción
entre que la economía vaya mejor y la vida de la gente vaya peor, despedir trabajadores
es perfectamente sinónimo de crecimiento como, por ejemplo, recientemente ha
mostrado Costa Gavras en la película El
Capital , etc. El cortoplacismo capitalista ha funcionado siempre igual por
la vía de resolver sus problemas de valorización inmediatos posponiendo sus
contradicciones al largo plazo. En muchos sentidos posibles, contratar
trabajadores es un lastre que se promueve mucho más por gestionar una cohesión
social gobernable que por aumentar la productividad. La creciente dificultad de
valorizar un capital con una proporción cada vez menor de capital variable
vuelve a obligar a inventar métodos para mantener ocupados a esos
“supernumerarios” que, aunque se presentan y autopresentan como vagos y
culpabilizados, permiten poner los cimientos para recuperar elevadas tasas de
ganancia. No lo saben, pero son económicamente fundamentales mientras mandan
currículums, van a la oficina del paro, llaman por teléfono, aceptan un trabajo
unos días, semanas o meses, rechazan otros, vuelven al paro, cobran en negro,
etc. Están tan insertos en los mercados laborales como todos los demás.
Algunas de las limitaciones del libro de Jameson se
referirían a una cuestión de forma, ya que algunas disquisiciones están
aparentemente desconectadas del problema específico del desempleo porque se
sitúan en un marco mucho más amplio. De ahí seguramente que la distinción
sociológica entre trabajo y empleo es obviada por el autor. Aunque no es
pertinente esa distinción para la pretensión de ampliar la categoría de
desempleo a todo aquel que viva en la miseria, debería por lo menos haberse
mencionado que el uso de tal categoría está marcada por la de empleo. El
“unemployment”, que se usa tanto hoy como en la versión inglesa de El Capital, lleva a confundir la
especificidad histórica de su sentido actual, el cual surge a finales del XIX
con el derecho laboral moderno y la producción estatal de clasificaciones. Los
parados de Marx eran Unbeschäftigten
-”desocupados” y no Arbeitlosen “desempleados” ni “unemployees” en su sentido actual.
Por otro lado, hay una atención en nuestra opinión excesiva
a la Contribución de 1859, que no tiene mayor peso a pesar de su sobreestimado
prólogo ya demostrado como básicamente erróneo y que se pone como base de
interpretación de algunas ideas que no están desarrolladas hasta El Capital, lo que en ocasiones lleva a
confusión. En otro orden de cosas, la dimensión del crédito y del capital
financiero “capital ficticio”, según Marx no aparece en Jameson con la
profundidad que hubiera resultado esperable (Pág. 48), siendo como es uno de
los temas básicamente incomprendidos por tantas corrientes críticas que olvidan
que tanto los mercados de mercancías como los mercados financieros se fundamentan
en la misma abstracción tautológica que impone hacer más dinero del dinero, ya
sea pasando por la mercancía (D-M-D‟) en la mal llamada “economía real” o sin
pasar por ella (D-D‟). Y en fin, aunque hay tantos temas en el
libro que no podemos tratar en esta reseña por ejemplo, no hemos hablado
de las problemáticas espaciales y temporales que ocupan dos capítulos y a pesar
de que no todas las ideas lanzadas por Jameson son satisfactorias, aquí
valoramos el que se retome una necesaria discusión de fondo que falta a menudo
en la sociología o en la economía crítica. Las urgencias prácticas de la
actualidad nos imponen falsas soluciones a falsos problemas (Pág. 83), y la
vuelta a ciertos argumentos más sustanciales nos puede servir para no responder
a esa interpelación constante que nos obliga a aceptar los fetiches del Dinero
y el Trabajo como datos incuestionables.
JAMESON, Fredric: Representing Capital. El desempleo: una lectura de El Capital.
Madrid: Lengua de Trapo 2012, Págs. 214
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