18/7/15

Representing Capital. El desempleo: una lectura de El Capital – Fredric Jameson

Álvaro Briales   |   Con las cifras de paro en máximos históricos, Fredric Jameson, reconocido teórico marxista heterodoxo y conocido fundamentalmente por su obra de 1990 Postmodernism, or the cultural logic of late capitalism, nos ofrece una lectura del volumen primero de El Capital. Hay que decir, de entrada, que en la traducción española se ha puesto “el desempleo” en el título cuando éste no aparece en el título original, de modo que el libro no se centra tanto en tal problema como se podría dar a entender.

Así, el estudio de Jameson se centra principalmente en los fundamentos filosóficos que subyacerían a la teoría del capitalismo de Marx, vistos desde el actual momento histórico en que la crisis nos obliga a repensar qué ocurre con esta máquina imparable que llamamos capitalismo. A través de un recorrido por las secciones de El Capital se van poniendo sobre la mesa algunas de las discusiones sobre la representación y lo irrepresentable en particular, la irrepresentabilidad de lo insoportable (189) ; la dialéctica cuyo resultado es una elipsis (Pág. 203), y no una síntesis ; la alienación contra Althusser ; la subsunción; así como temas de la teoría literaria -la figuración, la alegoría, etc.-. Al mismo tiempo, el diálogo erudito con una gran heterogeneidad de autores marxistas, los grandes de la filosofía, autores contemporáneos, etc. da como resultado un buen cúmulo de sugerentes ideas que apuntan a cuestiones de profundidad más allá de la “forma de presentarse” que vemos cada día en lo directamente medible por los indicadores oficiales de los economistas.

 Por tanto, el reto de Jameson como el de tantos otros es demostrar la vigencia de la teoría crítica del capitalismo. A partir del dispositivo de representación de lo social propuesto por Marx y siguiendo la famosa formulación de Mandel, el capitalismo del siglo XXI se asemeja cada vez más a la “pura abstracción” (Pág. 31) teórica, en comparación por ejemplo con el capitalismo concreto del XIX; no sólo por la recurrencia de las crisis sino por la creciente subordinación de la cualidad a la cantidad (Pág. 44 y ss.), o en términos generales, por la irracional racionalidad del dinero que tiende a inundar todas las dimensiones de la realidad. De esta manera, Jameson trata de fundamentar esa línea de interpretación por varias vías llegando a la conclusión de que la ley general de la acumulación capitalista del capítulo XXIII de El Capital es una explicación central para comprender la identidad entre productividad y miseria (Pág. 191), es decir, la contradicción irresoluble entre el desarrollo capitalista y el “desempleo” masivo. “Esta particular 'ley' marxiana […] fue el objeto de escarnio durante las prósperas décadas de posguerra de 1950 y 1960. Hoy en día esto ya no es ninguna broma…” (Pág. 116). Tal “ley” parecía ser un magno error teórico, sobre todo cuando a cierto marxismo le servía de base para señalar la inevitabilidad del paso al socialismo. Para tantos intelectuales, las grandes clases medias y el Estado del Bienestar parecían refutar ese carácter de ley social que Marx le dio a esta cuestión. La existencia de “variedades de capitalismo” relativamente estables parecía no reducirse a un sistema global homogeneizador, lo cual suponía la posibilidad de una regulación significativa de las lógicas económicas por las vías políticas institucionalizadas. Para Jameson, tal posibilidad no puede ser vista como una alternativa históricamente sostenible.

Si la dinámica económica está constituida en sistema y ésta fue captada en lo nuclear por Marx, tal afirmación no puede ser constatada en último término por una realidad empírica concreta sin más el ciclo fordista-keynesiano, por ejemplo , sino que ha de ser nuevamente evaluada a la luz de las tendencias históricas más generales en el plano global. Lo que era considerado por los socialdemócratas como un límite impuesto al capitalismo contenía un carácter paradójico: “el capitalismo es un sistema total […] que no puede ser reformado, y que sus reparaciones en un origen destinadas a prolongar su existencia, terminan necesariamente fortaleciéndolo y ampliándolo […] el poder y el logro de la construcción de El Capital radica en mostrar precisamente que las 'injusticias y desigualdadesestán ligadas estructuralmente al propio sistema en cuanto tal, y que éstas no podrán ser reformadas nunca.” (Pág. 218). Que existan, evidentemente, más o menos márgenes de acción en todo contexto no invalida la proposición de que un “capitalismo con rostro humano” sólo es factible en zonas y periodos concretos que ya forman parte del pasado. La hegemonía del keynesianismo (Pág. 195) y su contraparte socialdemócrata han de ser resignificados, pues hoy vuelve a ponerse en evidencia que tales propuestas no fueron limitantes de la acumulación sino la condición para garantizarla en un momento histórico particular. De modo creciente, la política econó- mica de un país ya no puede sino plegarse a criterios que no emergen de ninguna política estatal sino de las imposiciones del mercado mundial, no tanto como un “chantaje” de un macrosujeto organizado los capitalistas europeos, el gobierno alemán y la Troika, por ejemplo, para el caso español sino como la progresiva implantación de un sistema que no responde a nadie más que a su lógica impersonal.

Foto: Fredric Jameson
Otro de los puntos clave de la argumentación de Jameson insiste en aquello que los economistas tienden a ver como “antieconómico”, por así decirlo. Por un lado, señala la función de las luchas de clases que no significan únicamente una extensión de derechos sino también un aumento de la productividad (Págs. 98, 170) y por otro lado, la función clave del ejército de reserva en sentido amplio y no en el sentido restringido de meros obreros de la industria que han sido despedidos : “Y los desempleados o los indigentes, los pobres están, por así decir, empleados por el capital para estar desempleados; cumplen con una función económica por medio de su propio no-funcionamiento (incluso aunque no sean pagados por hacerlo).” (Pág. 117). La centralidad de este punto nos parece fundamental, por ejemplo, para comprender que el aumento de la productividad e intensidad del trabajo en España en los últimos años no sólo depende de la intervención sobre la propia fuerza de trabajo “activa”, sino que la forma especialmente acelerada de “flexibilización” sólo ha sido posible bajo el supuesto de una masa de parados como factor de presión estratégico. Los más de seis millones de parados si aceptamos la incuestionada cifra de la EPA no significan ya un mero problema de intensificación del desempleo estructural sino que, en la célebre expresión del ejército de reserva, suponen masas de población enteras que no sirven ni tan siquiera para ser explotadas. Esa “sobrepoblación” ha sido y es económicamente imprescindible para disminuir los salarios, intensificar el trabajo para aumentar la productividad y establecer la imposibilidad legal y/o práctica de dar contenido real a las reducidas normas laborales. El mito del parado parásito, improductivo, que sólo produce gastos, etc. se disuelve al comprender las implicaciones de la ley marxiana de la acumulación. En la relación de “unidad de los opuestos” (Cap. 2) -que es otra de las virtudes del ejercicio de Jameson- no hay ninguna contradicción entre que la economía vaya mejor y la vida de la gente vaya peor, despedir trabajadores es perfectamente sinónimo de crecimiento como, por ejemplo, recientemente ha mostrado Costa Gavras en la película El Capital , etc. El cortoplacismo capitalista ha funcionado siempre igual por la vía de resolver sus problemas de valorización inmediatos posponiendo sus contradicciones al largo plazo. En muchos sentidos posibles, contratar trabajadores es un lastre que se promueve mucho más por gestionar una cohesión social gobernable que por aumentar la productividad. La creciente dificultad de valorizar un capital con una proporción cada vez menor de capital variable vuelve a obligar a inventar métodos para mantener ocupados a esos “supernumerarios” que, aunque se presentan y autopresentan como vagos y culpabilizados, permiten poner los cimientos para recuperar elevadas tasas de ganancia. No lo saben, pero son económicamente fundamentales mientras mandan currículums, van a la oficina del paro, llaman por teléfono, aceptan un trabajo unos días, semanas o meses, rechazan otros, vuelven al paro, cobran en negro, etc. Están tan insertos en los mercados laborales como todos los demás.

Algunas de las limitaciones del libro de Jameson se referirían a una cuestión de forma, ya que algunas disquisiciones están aparentemente desconectadas del problema específico del desempleo porque se sitúan en un marco mucho más amplio. De ahí seguramente que la distinción sociológica entre trabajo y empleo es obviada por el autor. Aunque no es pertinente esa distinción para la pretensión de ampliar la categoría de desempleo a todo aquel que viva en la miseria, debería por lo menos haberse mencionado que el uso de tal categoría está marcada por la de empleo. El “unemployment”, que se usa tanto hoy como en la versión inglesa de El Capital, lleva a confundir la especificidad histórica de su sentido actual, el cual surge a finales del XIX con el derecho laboral moderno y la producción estatal de clasificaciones. Los parados de Marx eran Unbeschäftigten -”desocupados” y no Arbeitlosen “desempleados” ni “unemployees” en su sentido actual.

Por otro lado, hay una atención en nuestra opinión excesiva a la Contribución de 1859, que no tiene mayor peso a pesar de su sobreestimado prólogo ya demostrado como básicamente erróneo y que se pone como base de interpretación de algunas ideas que no están desarrolladas hasta El Capital, lo que en ocasiones lleva a confusión. En otro orden de cosas, la dimensión del crédito y del capital financiero “capital ficticio”, según Marx no aparece en Jameson con la profundidad que hubiera resultado esperable (Pág. 48), siendo como es uno de los temas básicamente incomprendidos por tantas corrientes críticas que olvidan que tanto los mercados de mercancías como los mercados financieros se fundamentan en la misma abstracción tautológica que impone hacer más dinero del dinero, ya sea pasando por la mercancía (D-M-D) en la mal llamada “economía real” o sin pasar por ella (D-D). Y en fin, aunque hay tantos temas en el libro que no podemos tratar en esta reseña por ejemplo, no hemos hablado de las problemáticas espaciales y temporales que ocupan dos capítulos y a pesar de que no todas las ideas lanzadas por Jameson son satisfactorias, aquí valoramos el que se retome una necesaria discusión de fondo que falta a menudo en la sociología o en la economía crítica. Las urgencias prácticas de la actualidad nos imponen falsas soluciones a falsos problemas (Pág. 83), y la vuelta a ciertos argumentos más sustanciales nos puede servir para no responder a esa interpelación constante que nos obliga a aceptar los fetiches del Dinero y el Trabajo como datos incuestionables.

JAMESON, Fredric: Representing Capital. El desempleo: una lectura de El Capital. Madrid: Lengua de Trapo 2012, Págs. 214




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