Héctor Illueca
Ballester | La Unión Europea pretende anular el
resultado de las elecciones celebradas en Grecia el pasado 25 de enero. Como
era previsible, el Eurogrupo intenta
aprovechar las dificultades financieras que atraviesa el país heleno para
liquidar definitivamente el programa de Syriza y desautorizar su mensaje.
Al
exigir nuevas reformas del mercado laboral y del sistema de pensiones para
desbloquear el último tramo del rescate financiero, medidas absolutamente
ajenas a las necesidades reales del país, la Unión Europea evidencia que su
estrategia de negociación no responde a motivaciones de índole económica, sino
política: se trata, ante todo, de subvertir el proceso democrático y quebrantar
la soberanía de Grecia, enviando al mismo tiempo un elocuente mensaje a los
países de la periferia, y muy especialmente a España, que tiene a la vista las
elecciones generales más importantes de su historia reciente. En este contexto,
cabe preguntarse por la auténtica naturaleza del experimento social y político
al que se enfrentan los pueblos del sur de Europa. ¿Qué está pasando en el
Viejo Continente?
Debemos a David Harvey la acuñación de la expresión acumulación por desposesión, que
describe la persistencia de prácticas depredadoras de acumulación en el
capitalismo contemporáneo, similares a las observadas por Marx en la fase
primitiva de este sistema económico. A juicio de Harvey, estas prácticas
revisten formas diferentes en contextos distintos, pudiendo mencionarse a
título ejemplificativo la privatización de activos públicos, la mercantilización
de la fuerza de trabajo o la apropiación de los recursos naturales en el marco
de procesos coloniales. El modus operandide este régimen de acumulación
consiste en utilizar el sistema de crédito como palanca de desposesión,
atribuyendo al Estado un especial protagonismo con su monopolio de la violencia
y su definición de la legalidad. O, por emplear las palabras de Harvey, “la perversa alianza entre los poderes del
Estado y los comportamientos depredadores del capital financiero constituye el pico
y las garras de un capitalismo buitresco que ejercita prácticas caníbales y
devaluaciones forzadas” mientras invoca hipócritamente los más altos
valores de la democracia.
En nuestra opinión, la evolución que ha experimentado la
economía europea desde que empezó la crisis económica constituye una buena
muestra de acumulación capitalista depredadora y especulativa. El endeudamiento
de los países periféricos ha derivado en un estado de servidumbre por deudas
que, con la mediación de la Unión Europea, está siendo utilizado para propiciar
una gigantesca redistribución de activos desde el campo popular al dominio del
capital. Esta operación incluye, entre otros aspectos, el desmantelamiento
progresivo del Derecho del Trabajo, la privatización de empresas públicas o la
abolición de conquistas históricas logradas por los trabajadores tras la
intensa lucha de clases que se desarrolló con posterioridad a la Segunda Guerra
Mundial. Naturalmente, la desposesión se está llevando a cabo contra la
voluntad de las poblaciones periféricas, que asisten atónitas a la imposición
de programas económicos asombrosamente similares entre sí con independencia de
las circunstancias de cada país. Como siempre, el aparato represivo del Estado
juega un papel fundamental en la consolidación y desarrollo de tales procesos.
Foto: Héctor Illueca Ballester |
Llegados a este punto de la exposición, quedan pocas dudas
sobre la auténtica naturaleza del fenómeno al que nos hemos referido en los
anteriores párrafos. Los países del sur de Europa están siendo sometidos a un
proceso de acumulación por desposesión,
en el marco de una intensificación sin precedentes de la explotación de los
trabajadores. Un balance provisorio muestra, en primer término, una
redistribución profundamente regresiva del ingreso y un reordenamiento del equilibrio
de fuerzas en beneficio del capital. Desde 2010, los salarios reales han
retrocedido en casi todos los países europeos, destacando por su intensidad las
caídas experimentadas en Grecia (20 por ciento), Portugal (7 por ciento) y
España (6,4 por ciento). Tales datos evidencian la inversión del patrón
distributivo vigente en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, delineando un
escenario caracterizado por la recomposición del beneficio empresarial a través
de la confiscación salarial.
Conquistas históricas como la sanidad y la educación
públicas están siendo mercantilizadas, acentuando la vulnerabilidad de sectores
cada vez más amplios de la población. En la actual fase de su desarrollo, la
Unión Europea no sólo constituye un mercado unificado, sino que, por emplear la
expresión de Polanyi, apunta a la conformación de una sociedad de mercado, es
decir, una sociedad plenamente mercantilizada en la que los derechos sociales
aparecen fagocitados por el mercado. En este contexto, y muy especialmente en
el ámbito de los países periféricos, la transición neoliberal se viene
produciendo por la vía de neutralizar las capacidades de intervención pública
en la economía, convirtiendo a los pueblos del sur de Europa en rehenes del
mercado autorregulado. La capitulación del Estado social y la mercantilización
de las relaciones sociales alimentan un darwinismo social despiadado que
selecciona a los más aptos en detrimento de los más débiles: parados,
pensionistas, enfermos, trabajadores precarios… El resultado es un paisaje
aterrador caracterizado por una precariedad galopante, obscenas desigualdades
sociales y un dramático aumento de la pobreza.
Sin embargo, a medida que se descomponen las redes de
solidaridad, aparecen las condiciones para una movilización sociopolítica capaz
de poner en cuestión el entramado neoliberal de la Unión Europea. O, por
decirlo de otra manera, la mutilación de la democracia en países como Grecia o
España ha provocado una grave crisis de legitimidad y ha reforzado el
protagonismo de los movimientos sociales en el ámbito político, reintroduciendo
la vieja distinción entre un país real atravesado por rupturas y
contradicciones y un país legal incapaz de atender las reivindicaciones de los
ciudadanos. La proliferación de problemas sociales y la acumulación de demandas
insatisfechas alimentan una movilización creciente de las clases populares que
puede desalojar del poder a los gobiernos neoliberales, como efectivamente ha
sucedido en Atenas y podría ocurrir en otros lugares. No obstante, está por ver
si este proceso puede extenderse más allá de Grecia, donde predomina la
influencia de un combativo movimiento obrero desde que empezó la crisis
económica.
Lo que parece indudable es que cualquier fuerza política que
pretenda romper realmente con el neoliberalismo, y no sólo sustituir unos
gobiernos por otros, debe plantearse la cuestión de la soberanía y enfrentarse
a la Unión Europea como tal. En nuestra opinión, el inicio de una era
post-neoliberal sólo puede producirse sobre las ruinas de la actual Unión
Europea y en el marco de una reestructuración radical del poder económico y
social en favor de los trabajadores. Negar esta realidad o no atreverse a
enfrentarla conduce invariablemente a la derrota ideológica y favorece a las
fuerzas que alientan la recomposición del dominio neoliberal. La clave es
construir un discurso global que articule adecuadamente el secuestro de la
democracia, la deslegitimación de la política y la acumulación por desposesión que se ha desencadenado en Europa,
otorgando coherencia y eficacia al aluvión de reclamos populares que expresan
el sufrimiento de las grandes mayorías sociales.
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