7/3/15

Shakespeare, Marx y el poder del dinero

Camilo García   |   En su comedia Timón de Atenas, Shakespeare nos dice sobre el significado y el poder del dinero:
¿Oro? ¿Oro precioso, rojo, fascinante? | Con él, se torna blanco el negro y el feo hermoso, | Virtuoso el malo, joven el viejo, valeroso el cobarde, noble el ruin. | ¡Oh, dioses! ¿Por qué es esto? ¿Por qué es esto, oh, dioses? Y retira la almohada a quien yace enfermo; | Y aparta del altar al sacerdote: | Sí, este esclavo rojo ata y desata | Vínculos consagrados; bendice al maldito; | Hace amable la lepra; honra al ladrón | Y le da rango, pleitesía e influencia. En el consejo de los senadores; conquista pretendientes | A la viuda anciana y encorvada. | ... ¡Oh, maldito metal, | Vil ramera de los hombres, | que enloquece a los pueblos!
Con estas palabras el gran dramaturgo inglés descubrió el extraordinario poder que tiene el dinero en manos de los hombres; poder casi sobrenatural de trastocar las propiedades y características negativas e indeseadas de algo en cualidades positivas deseadas y apetecidas. Este poder del dinero es el que revela mejor el rasgo esencial de su existencia.

Marx cita este párrafo en su libro de juventud Manuscritos económico-filosóficos para no solo reconocerle el mérito de su descubrimiento sino también para mostrar que el dinero al tener este poder de transformar los rasgos negativos e indeseados que pueden tener los hombres en cualidades contrarias que en realidad no poseen lo que hace en el fondo es despojarlos de lo que en verdad son, enajenarlos, quitarles algo que les es propio o les pertenece de modo casi natural.

Ahora bien, si el dinero tiene este poder extraordinario es, entonces, una especie de deidad o fetiche, un objeto natural o social ordinario que pareciera tener poderes sobrenaturales. De ahí que los hombres, y en especial los hombres modernos, lo quieren y lo desean tener siempre consigo no solo para obtener los bienes y productos que necesitan para vivir sino también para emplear este poder casi divino que tiene en su beneficio, para conseguir todo lo que desean más allá de sus necesidades naturales y vitales. Por eso el dinero ha sustituido en gran medida a los antiguos dioses, en especial al viejo Dios judeocristiano, en la vida de los hombres modernos; al tener este poder casi sobrenatural, al ser una especie fetiche o deidad, ha ocupado en la mente de muchos hombres el lugar que antes ocupaban estas deidades tradicionales. Estos antiguos dioses no les hacen ya falta porque han encontrado que el dinero tiene un mayor poder que estos dioses a la hora de permitirles realizar todos sus deseos posibles e imaginables en el aquí y el ahora de la realidad de sus vidas. Por eso la muerte de Dios que muchos hombres modernos declararon por boca de Nietzsche en su libro Así hablaba Zaratustra la declararon entre otras razones debido a la presencia cada vez más dominante en sus vidas del dinero.

Sin embargo, Marx posteriormente en el primer capítulo de su principal obra El Capital en el que analiza la mercancía muestra que este poder del dinero se lo transmite a todas las demás mercancías; el dinero al ser la mercancía universal por excelencia marca a todas las demás mercancías con el fetichismo que posee. Y este poder de fetiche o deidad que se apodera de todas las mercancías provoca una transformación más sustancial y profunda en la realidad de las sociedades capitalistas modernas: el de hacer aparecer las relaciones entre los seres humanos como relaciones entre cosas, en el hacer en que los hombres humanos desaparezcan cuando ingresan al mercado para comprar y vender mercancías, cuando entran al campo de su poder, al convertirse en una mercancía más.

Dice Marx: “El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por lo tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese un relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores. Este quid pro quo es lo que convierte a los productos de trabajo en mercancías, en objetos físicamente metafísicos o en objetos sociales”. De tal manera que los hombres al quedar atrapados por este poder casi sobrenatural de las mercancías quedan convertidos en cosas, se cosifican, perdiendo así su condición humana.

La crítica de la economía capitalista fundada en la producción de mercancías que Marx hace 150 años elaboró perdió pertinencia real debido a que la apropiación del valor excedente, de la plusvalía, creado por el trabajo de los trabajadores realizada por los empresarios capitalistas no condujo a su pauperización como lo supuso; al contrario, debido a los incesantes combates sociales y políticos que llevaron a cabo lograron en los países capitalistas desarrollados obtener salarios y compensaciones económicas equivalentes al desempeño de su fuerza o capacidad de trabajo; es decir, lograron vender su fuerza de trabajo por el valor real que tiene, y de esa manera conseguir los medios económicos necesarios para satisfacer dignamente sus necesidades básicas y las de sus familias.   

Sin embargo, a pesar de esta limitación o deficiencia cognoscitiva la crítica de Marx de la economía capitalista moderna conserva toda su actualidad y validez como crítica del peligro de cosificación o deshumanización de los seres humanos que el fetichismo de la mercancía genera sin cesar. Hecho que comprendió muy bien el filósofo húngaro Georg Lukács en su libro Historia y conciencia de clase publicado en 1923 donde se propuso mostrar que el concepto de reificación o cosificación constituye el núcleo central del pensamiento de Marx; concepto que sirvió de base para que los pensadores de la Escuela de Frankfurt Max Horkheimer y Teodoro Adorno elaboraran su crítica teórica del mundo socio-económico y cultural moderno; crítica continuada y renovada de manera creativa, profunda y original por su más destacado discípulo, Jürgen Habermas.
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