Karl Marx ✆ A.d. |
Matari Pierre | La
cascada de fraudes destapada por la crisis de 2008 amplificó una tendencia
política e intelectual consistente en juntar las contradicciones del régimen
económico con la codicia y el mal funcionamiento de las instituciones
financieras. La mayoría de esas críticas oponen unos supuestos caracteres
normales del sector financiero a otros patológicos y parasitarios. A modo de
solución, proponen medidas para encauzar la riada de dinero y de crédito hacia
su lecho: el financiamiento de la producción y del comercio. Desde esa
perspectiva el parasitismo y los vicios de las instituciones financieras son
considerados como engendros de la desregulación de las actividades bancarias,
bursátiles y cambiarias a partir de la década de 1970. Recíprocamente, se
mantiene una nostalgia por la regulación y limitación de las actividades
financieras que caracterizaron al capitalismo de la posguerra. Si bien
contribuyen a desnudar el credo de la eficiencia de los mercados financieros,
esas críticas tropiezan a la hora de penetrar el significado profundo de la
dominación del capital financiero.
La Bolsa, explicaba Engels, es “una institución, en la cual los burgueses no explotan a los obreros,
sino se explotan entre ellos mismos; el plusvalor que cambia de manos en la
Bolsa es un plusvalor que ya existe, es el producto de una explotación pasada.
Es solamente cuando esta explotación es consumada que el plusvalor puede servir
a la especulación bursátil.” Los mercados financieros, concluía, “sólo nos interesa[n] indirectamente, de la
misma manera que su incidencia sobre la explotación de los obreros sólo es un
efecto indirecto, que obra por la banda.” Esta postura condensa las coordenadas
básicas del análisis marxista de las finanzas. El periodo clásico de ese debate
tuvo lugar antes de la Primera Guerra Mundial y se centró en torno a las
discusiones de las tesis de Rudolf Hilferding, para quien la dominación de los
bancos sobre la industria constituía un rasgo propio del capitalismo del siglo
XX. Después de la Segunda Guerra Mundial, esa tesis fue rechazada o cayó en el
olvido. Medio siglo más tarde, el principal crítico de Hilferding, Paul Sweezy,
reconocía el triunfo del capital financiero. Los trofeos más significativos y
fenómenos más visibles de esa victoria son: el aumento rápido de los ingresos
financieros; el sometimiento de la política económica a los intereses bancarios
y bursátiles; el carácter desenfrenado de la especulación.
Las rentas de los dos mil trescientos veinte y cinco (2325)
billonarios del mundo provienen de una mezcolanza de ingresos
financieros, industriales, comerciales y de réditos de propiedades fundiarias.
Dentro de ese melting pot, los bancos y la Bolsa destacan como los principales
centros de actividad de los propietarios de patrimonios superiores a treinta
millones de dólares: los Ultra High Net
Worth Individual o ultra ricos censados por el banco suizo UBS1. En cada
país, esos ultra-ricos conforman el centro de los círculos de individuos
directa o indirectamente representados en los consejos de administración de las
grandes corporaciones financieras y no financieras. Esos grupos no solo
atestiguan de la “unión personal entre, de un lado, las diferentes sociedades
por acciones entre sí, y luego, entre éstas y los bancos” como ya lo anticipaba
Hilferding. Miles de hilos –visibles, invisibles- los unen a las altas
burocracias y direcciones de las instituciones económicas de los Estados.
Y precisamente la conducta de la política económica
constituye uno de los principales campos del triunfo del capital financiero.
Desde mediados de la década de 1970, la transformación del financiamiento de
los gastos públicos aseguró un control férreo de los financieros sobre los
Estados. Una triple tendencia marca el financiamiento de los Estados
contemporáneos: un aumento de los empréstitos; una disminución de los impuestos
sobre el capital, los patrimonios y las herencias y un aumento de los impuestos
indirectos sobre el consumo. Mientras que la carga tributaria recae cada vez
más sobre el conjunto de las poblaciones, por otra parte los Tesoros dependen
estructuralmente de la renovación de un carrusel de préstamos. He aquí la base
objetiva de los mandamientos que los financieros expiden puntualmente a los
gobiernos. Esa realidad a su vez condiciona el tipo de relaciones que manejan
las instituciones a cargo de los dos grandes instrumentos de la política
económica (fiscal y monetaria). Si después de la guerra, los bancos centrales
secundaban a las Haciendas en el cumplimiento de los objetivos fijados por los
gobiernos, hoy en día son las Haciendas las que auxilian a los Bancos
centrales. Éstos a su vez determinan sus objetivos en total independencia de
los poderes legislativos y ejecutivos, es decir a puertas cerradas con la banca
privada. En suma, deuda pública e independencia del Banco Central conforman el
trampolín de la imposición de políticas económicas acordes a los intereses
financieros.
Ahora bien, el halo de misterio y las dificultades para
analizar el mundo financiero se originan en la peculiaridad de los ingresos de
ese sector. A diferencia de las ganancias de la industria, los ingresos de los
bancos, de las casas de cambio y de los operadores de la Bolsa solo remiten a
operaciones dinerarias: el dinero engendra dinero, de la misma manera que “el
peral produce peras”, bromeaba Marx. Este divorcio entre, por un lado, las
actividades financieras y, por el otro, el proceso de producción explica por
qué Marx consideró al capital financiero como la forma más fetiche del capital.
He aquí el origen del antagonismo entre el sector financiero y el resto de la
economía: los ingresos financieros no son más que una parte del excedente anual
producido por los trabajadores de una nación. En ese sentido, la bulimia
financiera de las últimas décadas no solo estipuló un nuevo reparto del
excedente global entre sectores financieros y no financieros. Obró como acicate
del aumento de las tasas de explotación de los trabajadores: desde los años 80
la relación entre salarios e ingresos del capital en los PIB de las principales
economías del mundo ha evolucionado sistemáticamente a favor de los segundos.
Ello se refleja en el abismo creciente entre las remuneraciones de un
trabajador y de un patrón. En la década de 1960, un gran patrón estadounidense
cobraba cerca de 40 veces el salario de un obrero calificado; hoy en día, esa
relación es de 360 a 1.2 Pero la relación finanzas-explotación del trabajo no
solo es indirecta. El caso más emblemático es la inversión bursátil de la parte
del valor de la fuerza de trabajo que implica inmovilizaciones de largo plazo
(educación, salud y jubilación) por operadores financieros especializados.
Finalmente, con la generalización del crédito al consumo, las instituciones
financieras disponen de una poderosa palanca para hipotecar una parte de los
salarios venideros. Tanto objetiva como subjetivamente, crédito al consumo y
fondos de pensión constituyen sólidas cadenas de oro que atan los trabajadores
al capital financiero.
Ahora bien, la máxima expresión del fetichismo del capital
financiero es la especulación bursátil; juego cuya regla básica consiste en
adivinar antes que los demás las estimaciones colectivas de las ganancias
futuras de las empresas cotizadas. Pero es imposible que todos conviertan al
mismo tiempo ganancias futuras en riquezas presentes. En ese sentido, las
capitalizaciones bursátiles son capitales ficticios cuyo valor fluctúa
independientemente del valor de las riquezas efectivamente creadas por las
empresas. En el 2006, el valor de las capitalizaciones bursátiles en el mundo
representaba el 400% de la producción mundial.
Numerosos estudios institucionalistas, keynesianos y neo
marxistas, mostraron cómo la desregulación financiera de las últimas décadas
abrió la puerta al parasitismo financiero, o sea a la especulación
desenfrenada, a la orgía de fechorías bancarias (shadow banking system), a cobros descarados de comisiones, a la
proliferación de paracaídas dorados así como de la corrupción de directivos de
empresas coludidos con grandes operadores bursátiles. Bajo ese respecto, la
globalización, esa inmensa interdependencia del trabajo social a escala
mundial, adquiere la forma de un proceso autónomo e indomable encarnado en un
pugnado de plutócratas adeptos de la versión burguesa del culto de Mammón.
Pero, más profundamente, la dominación financiera reposa en una tendencia
objetiva: la conversión de los miembros activos de las burguesías en simples
rentistas. Con la generalización de la empresa por acciones se generaliza la
separación de la propiedad del capital de la organización de la producción (management). Los capitalistas se
convierten paulatinamente en simples propietarios-absentistas que cobran
regularmente sus dividendos e intereses. Los fenómenos parasitarios que
prosperan a partir de esa situación rentista no expresan ninguna patología.
Translucen el carácter irreductible y la violencia del antagonismo entre, por
un lado, el grado alcanzado por la socialización de la producción de riquezas
y, por el otro, la apropiación privada de las mismas.
Notas
1 Wealth-X
and UBS: World Ultra Wealth report, 2013; Billionaires census, 2014.
2 Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE): Employment Outlook, 2012;
AFL-CIO, CEO-to worker Pay Ratios around the world, 2012.
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