► Este
trabajo, con algunas correcciones y agregados, reproduce la ponencia presentada
en el Congreso Internacional sobre "Karl Marx en África, Asia y
América Latina", organizado por la Fundación Friedrich
Ebert, en colaboración con la Comisión Alemana de la UNESCO en Tréveris
(RFA), del 14 al 16 de marzo de 1983.
José Aricó | La inserción del marxismo en la cultura política
latinoamericana es un tema aún insuficientemente explorado y que suscita
problemas de compleja resolución. Obligado como está a incluir una extensa
constelación de perspectivas diferentes en términos de teorías, doctrinas y
programas de acción, situación que, por lo demás, lo aproxima en parte a lo que
ocurre en otras áreas culturales, en Hispanoamérica el tema se complica porque,
en muchos casos, partidos políticos o movimientos nacionales que reservan
enfáticamente para sí el calificativo de "marxistas" deberían con
mayor razón ser considerados expresiones más o menos modernizadas de antiguas
corrientes democráticas, antes que formaciones ideológicas adheridas
estrictamente al pensamiento de Marx o a las corrientes que de él se
desprendieron. Si hoy, por ejemplo, no podríamos reducir el fenómeno aprista a
una variante autóctona de movimientos inspirados en el marxismo, no debe
olvidarse que en los años treinta sin embargo, se presentó como una genuina
interpretación indoamericanista de la doctrina de Marx.
América Latina: el confín del mundo de Marx
Una dificultad inicial, y no por ello la menos importante,
para encarar esta problemática reside en el escaso interés (aunque en realidad,
y como veremos, debería hablarse con mayor precisión de soslayamiento
prejuicioso) que los fundadores del marxismo, y más en particular el propio
Marx, prestaron a esa suerte de "confín" del mundo europeo que el
colonialismo de ultramar hizo de América. Este hecho, como es lógico, acabó
gravitando negativamente sobre el estatuto teó- rico del subcontinente en la
tradición socialista. En primer lugar, porque a diferencia de lo ocurrido en
aquellos países donde el marxismo pudo ser de manera significativa la teoría y
la práctica de un movimiento social de carácter fundamentalmente obrero, entre
nosotros sus intentos de "traducción" no pudieron medirse
críticamente con una herencia teórica "fuerte" como la del mismo
Marx, ni con elaboraciones equivalentes por su importancia teórica y política a
las que él hizo de las diversas realidades nacionales europeas. Ausente una relación
original con la complejidad de las categorías analíticas del pensamiento
marxiano, y con su potencial cognoscitivo aplicado a formaciones nacionales
concretas, el marxismo fue en América Latina, salvo muy escasas excepciones,
una réplica empobrecida de esa ideología del desarrollo y de la modernización
canonizada como marxista por la Segunda y la Tercera Internacional.
Pero el "menosprecio" de Marx por la América
hispana, o mejor dicho, su indiferencia frente al problema de la naturaleza
específica de las sociedades nacionales constituidas a partir del derrumbe del
colonialismo español y portugués - en una etapa de su reflexión en la que
paradójicamente abordó con mayor amplitud y apertura crítica el mundo no
europeo - tuvo también consecuencias negativas por razones de orden más
estrictamente teórico. Forzado por el perfil fuertemente antihegeliano que
adoptó polémicamente su consideración del Estado Moderno, Marx se sintió
inclinado a negar teóricamente todo posible rol autónomo del Estado político,
idea ésta que sin embargo constituía el eje en torno al cual se estructuró su
proyecto inicial de crítica de la política y del Estado. Al extender
indebidamente al mundo no europeo la crítica del modelo hegeliano de un estado
polí- tico como forma suprema y fundante de la comunidad ética, Marx debía ser
conducido, por la propia lógica de su análisis, a desconocer en el Estado toda
capacidad de fundación o de "producción" de la sociedad civil y, por
extensión y analogía, cualquier influencia decisoria sobre los procesos de
constitución o fundación de una nación.
A partir de estos supuestos, que en el caso de sus trabajos
sobre América Latina nunca estuvieron claramente explicitados, aunque pueden ser
deducidos del aná- lisis que hizo, por ejemplo, de la figura de Simón Bolívar,
Marx se rehusó a conceder espesor histórico, alguna determinación real, a los
estados-naciones latinoamericanos y al conjunto de los procesos ideológicos,
culturales, políticos y militares que los generaban. Al privilegiar el carácter
arbitrario, absurdo e irracional de tales procesos en la América hispana, Marx
concluyó haciendo un razonamiento semejante al de Hegel y con consecuencias
similares. Porque si éste excluyó a América de su filosofía de la historia al
transferirla al futuro, Marx simplemente la soslayó.
La idea de un continente "atrasado" que sólo podía
lograr la modernidad a través de un proceso acelerado de aproximación y de
identificación con Europa - paradigma fundante de todo el pensamiento
latinoamericano del siglo pasado y aún del presente - estaba instalada en la
matriz misma del pensamiento de Marx a partir de la lectura que de él hizo la
conciencia europea. Pero la exhumación de sus escritos sobre Rusia y otros
países "anómalos" con respecto a las formas occidentales de
constitución del mundo burgués muestra que esa idea era impugnada por el propio
Marx, quien comprometió buena parte de sus esfuerzos en la dilucidación de los
caminos que pudieran evitar a determinados países los horrores del capitalismo.
Su pensamiento, cada vez más renuente a dejarse encerrar en ortodoxias
sistematizadoras, sus deslizamientos y decentramientos ajenos a cualquier manía
teoricista, cristalizaron en una tradición que se consolidó bajo la forma de
una ideología fuertemente eurocéntrica, legataria de la idea de progreso y de
con tinuidad histórica. La inserción de esta tradición en la realidad
latinoamericana no hizo sino acentuar, con el prestigio que le acordaba su
presunta "cientificidad", la arraigada convicción de una identidad
con Europa que permitía confiar en una evolución futura destinada a suturar en
un tiempo previsible los desniveles existentes. La "anomalía"
latinoamericana tendió a ser vista por los socialistas de formación marxista
como una atipicidad transitoria, una desviación de un esquema hipostatizado de
capitalismo y de relaciones entre las clases adoptado como modelo
"clásico". Pero en la medida en que un razonamiento analógico como el
aquí esbozado es, por su propia naturaleza, de carácter contrafáctico, las
interpretaciones basadas en la identidad de América con Europa, o más
ambiguamente con Occidente, de la que los marxistas latinoamericanos excepto el
caso atípico del peruano Mariátegui - se convirtieron en los más fervientes
portavoces, no representaban en realidad otra cosa que transfiguraciones
ideológicas de propuestas políticas modernizantes. De ahí entonces que la
dilucidación del carácter histórico de las sociedades latinoamericanas,
elemento imprescindible para fundar desde una perspectiva marxista las
propuestas de transformación, estuviera fuertemente teñida de esta perspectiva
eurocéntrica. A fin de cuentas, no era tanto la realidad efectiva, como la
estrategia a implementar para modificarla en un sentido previamente
establecido, lo que tendió a predominar en la forma teórica, ideológica y
política adoptada por el marxismo en Hispanoamérica.
Contextualizar a Marx
Sin embargo, creo que no sería de mucha utilidad
contentarnos con el reconocimiento de la existencia de un menosprecio,
indiferencia o soslayamiento de la especificidad americana en el pensamiento de
Marx, y aceptar este hecho como una evidencia más de las limitaciones de la
conciencia europea para comprender y admitir la insuprimible heterogeneidad del
mundo. Pienso por el contrario que reflexionar sobre esta admitida
"laguna" de Marx, y sobre las razones que pudieron motivarla, puede
ser un modo teóricamente relevante y políticamente productivo de contrastar una
vez más la validez del corpus teórico marxiano en su examen de las sociedades
periféricas y no típicamente burguesas. Lo cual, como se comprende, es también
una forma indirecta de poner a prueba su vigencia actual como teoría y práctica
de la transformación histórica.
Si hoy sabemos que los textos de Marx y de Engels referidos
en forma directa o indirecta a la América hispana son más abundantes de lo que
se creyó, y que la actitud que adoptaron frente a nuestra realidad de ningún
modo puede ser identificada por completo con la benevolencia y hasta la
aceptación con que enjuiciaron, en una primera etapa de sus reflexiones, la
invasión y despojo de México por los Estados Unidos, 1 cuando hablamos de indiferencia
evidentemente nos queremos referir a algo más que a un simple vacío de
pensamiento. Lo que intentamos sostener no es que Marx - para referirnos sólo a
él - dejará de percibir la existencia de una parte del mundo ya en gran medida
incorporada al mercado mundial capitalista en la época histórica que le tocó
vivir. Más aún, el papel que desempeñaron y seguían desempeñando las regiones
americanas en la génesis y reproducción del capital aparece nítidamente
señalado en sus elaboraciones esenciales. Pero lo que nos interesa indagar es
desde qué perspectiva estos territorios perifé- ricos, estas
"fronteras" del cosmos burgués, fueron o no considerados en su
discurso teórico y político. Pero una vez admitido el hecho indiscutible 2 de
que la América hispana emerge de los textos de Marx solamente como frontera, es
decir como territorios sin personalidad ni autonomía propias, el nudo
problemático se desplaza hacia la pregunta por las razones que pudieron
conducirlo a hacer de América una realidad en cierto modo soslayada, o sea,
"ocultada" en el mismo acto de referirse a ella.
A partir de lo hasta aquí afirmado pienso que para avanzar
en la dilucidación del problema lo que corresponde es analizar la forma en que
América Latina aparece en Marx - por ejemplo, en el panfleto desmedidamente
negativo sobre la figura de Bolívar -, forma que, en mi opinión, exige para su
develamiento ir más allá de los contenidos explícitos de los textos
directamente referidos al tema. Se trata, por lo tanto, de construir una trama
más vasta que permita contextualizar a Marx confrontando sus textos "americanos"
con los que paralelamente dedicó al análisis del complejo fenómeno de
descomposición del mundo no burgués. Dicho de otro modo, y para aclarar mejor
el sentido de mi reflexión, no interesa tanto saber si Marx tenía o no razón
frente a Bolívar como indagar por qué tendía a verlo del modo en que lo vio. En
caso contrario la discusión no tendría otro valor que el estrictamente
historiográfico, el cual, como es obvio, no tiene para nuestro caso relevancia
alguna. Para saber algo de Bolívar nunca se necesitó leer el panfleto de Marx;
pero éste y otros textos suyos siguen siendo muy importantes para nosotros no
por los conocimientos que aportan sobre el tema en sí, sino por lo que nos
enseñan del propio Marx y de su modo de abordar realidades en buena parte ajenas
al mundo social y cultural que dio razón de ser a sus concepciones.
Cuatro excusas
equivocadas
Se han ensayado varias explicaciones para dar cuenta de este
desencuentro de Marx con nuestra realidad, que en el caso de la ya citada
diatriba antibolivariana estaba destinada a convertirse en una suerte de vía
crucis para los marxistas latinoamericanos. En realidad, más que explicaciones
satisfactorias fueron exoneraciones de culpas que mantenían intocado un sistema
aceptado de antemano como verdad absoluta e incontrastable, o la enfatización
de una supuesta incapacidad del marxismo para dar cuenta de la originalidad
radical del mundo americano. Veamos algunos ejemplos de las explicaciones más
usuales:
¿La superficialidad
del periodista?
Basada en una distinción que rechazo como incorrecta o por
lo menos superficial entre un Marx "científico" y un Marx
"político", es casi una frase hecha la afirmación de que muchas de
las reflexiones de Marx sobre la política y la diplomacia mundiales, por
provenir de artículos periodísticos justificados por razones econó- micas
personales, no tienen un valor teórico propio. Se tratarían, por tanto, de
trabajos ocasionales factibles de ser dejados de lado en el estudio de la
naturaleza estricta del programa científico trazado por Marx. Y no puede
negarse que durante muchos años fueron prácticamente desconocidos o no
suficientemente utilizados por los investigadores. Material de acarreo de
innumerables antologías, sólo se los utilizaba para alimentar la vocación
enciclopédica de una filosofía de la historia convertida en saber absoluto.
Pero si recordamos que la abrumadora mayoría de sus textos sobre el mundo
europeo, o para decirlo con más precisión sobre el mundo no
capitalístico-céntrico, fueron escritos periodísticos, al aceptarlos sólo como
"material de segunda clase" estamos obligados a concluir que el
análisis hecho por Marx sobre las formas particulares que adoptaba el proceso
de devenir mundo del capitalismo occidental no constituye una reflexión
sustantiva. Sus trabajos sobre Rusia, el mundo esclavo, China y la India,
Turquía, la revolución en España, y hasta la cuestión irlandesa, no nos
enseñarían nada equivalente a lo que en términos de teoría nos ofrecen sus
análisis de formaciones sociales concretas como Inglaterra, Francia o Alemania.
Esta explicación, en el caso de que fuera reconocida como
tal, es una tontería que hace muy poca justicia al estilo de trabajo de Marx.
Utilizada por quienes rechazan a priori la existencia de fuertes tensiones
internas en su pensamiento acaban fragmentándolo en un extraño ser bifronte que
hace ciencia a la mañana y escribe liviandades a la tarde. Basta comparar sus
escritos periodísticos sobre Irlanda, por ejemplo, con las muchas páginas
dedicadas a la acumulación originaria del capital en su obra teórica más
relevante para advertir hasta dónde existe entre ambos textos una alimentación
recíproca. Lo cual, como se comprende, es un proceso lógico, natural e
inevitable que funda el rechazo de cualquier distinción o jerarquización de corte
althusseriano de sus textos.
¿El desconocimiento
del historiador?
He aquí otra de las razones aducidas con mayor frecuencia,
aunque en realidad más que una explicación constituye simplemente una
constatación de hecho al servicio de un intento justificatorio. "En
descargo de Marx - recuerda Maximilien Rubel comentando su texto
antibolivariano - podría decirse que en los momentos en que escribió su
artículo la historia de las luchas liberadoras de los países de América Latina
estaban aún insuficientemente explorada". 3 Nadie puede negar que el
conocimiento por parte de Europa de la Guerra de Independencia era limitado y
que la información al alcance de Marx lo era aún más. Sin embargo, un argumento
que intente fundarse sobre la limitación de las fuentes historiográficas sólo
es parcialmente válido porque deja de lado el problema más importante del modo
en que tales fuentes son utilizadas. En cierto modo la permanente renovación y
avance de los estudios históricos coloca siempre a un investigador en la
incómoda situación de "desconocer" informaciones. Es más, prolongando
el razonamiento sobre la contradictoria relación entre conocimiento y verdad
histórica podríamos llegar a la conclusión - que no corresponde discutir aquí
de que la historia, como "secuela de los hechos a narrar", es de
algún modo una tarea imposible. Pero no creo que resulte de utilidad alguna
introducir aquí este reconocimiento de validez más general que nos coloca fuera
de la sustancia del problema que estamos abordando.
La rigurosidad extrema, el enfermizo exceso de celo, la
insaciable capacidad de lectura y de reflexión de Marx, que sigue provocando en
nosotros admiración, respeto y ¿por qué no? mucho de envidia, nos lleva a
rechazar cualquier privilegiamiento de la ignorancia para explicar las razones
de sus juicios. Para encarar el estudio de los diversos temas que despertaron
su interés, Marx consultó una imponente cantidad de materiales en los más
diversos idiomas que le permitieron disponer de una información excepcional
para su época. Véase, por ejemplo, el exuberante listado de obras que consultó
para escribir sus ensayos sobre España, o el referido al estudio que en los
años setenta efectuó sobre las formas comunitarias en Asia, Africa y América;
de su lectura se deduce un escrupuloso trabajo de búsqueda que no condice con
la gratuita y superficial atribución a "desconocimientos" su facciosa
valoración de Bolívar. Pero aun admitiendo que todo pudiera deberse a
informaciones insuficientes, insisto en que esta razón no tiene validez
explicativa. Porque o bien se demuestra que las informaciones de que disponía
eran unívocamente negativas, y Marx fue un acrítico pero comprensible deudor, o
bien se reconoce que era contradictoria y el argumento deja de tener validez. Y
lo que sorprende es que disponiendo Marx de fuentes que evaluaban de manera
contradictoria el papel desempeñado por Bolívar, hubiera aceptado plenamente
los juicios de dos de sus enemigos declarados como eran Hippisley y Ducudray,
en lugar de los más favorables de Miller. Todo lo cual constituye una prueba
más de que la actitud de Marx hacia lo latinoamericano era previa a la lectura
de los textos en los que se basó para redactar su panfleto. Y porque su juicio
era desmedido e injusto el redactor de la enciclopedia para la cual lo escribió
aceptó a regañadientes publicarlo y sólo por el respeto que Marx le inspiraba.
¿Las limitaciones del
metodólogo?
Quizás sea ésta la objeción de mayor peso, aunque pienso que
antes que a Marx habría que aplicarla a esa construcción teórica que arranca de
él pero se constituye como sistema luego de su muerte, hacia fines de siglo. Si
el marxismo enfatizó la supuesta división de la realidad en "base" y
"superestructura" - división que indudablemente está en Marx, pero
que tiene connotaciones distintas y sostuvo que las formaciones sociales sólo
podían ser analizadas arrancando de la infraestructura, es lógico pensar que
este método era de difícil aplicación a sociedades cuya estructuración de clase
en el caso de existir era gelatinosa, y cuya organización giraba en torno al
poder omnímodo del Estado nacional o de los poderes regionales. Sin embargo, si
analizamos desde nuestra perspectiva los escritos de Marx sobre España, o sobre
Rusia, nos sorprenderá observar que sus razonamientos parecen adoptar un camino
inverso al previsible, y es precisamente este hecho el que aún provoca en
muchos marxistas perplejidad y desconcierto. Como recuerda Sacristán al
analizar sus trabajos sobre España, el método de Marx, notablemente evidenciado
en sus textos "políticos", es "proceder en la explicación de un
fenómeno político de tal modo que el análisis agota todas las instancias sobrestructurales
antes de apelar a las instancias económico sociales fundamentales. Así se evita
que éstas se conviertan en Dei ex machina desprovistas de adecuada función
heurística. Esa regla supone un principio epistemológico que podría formularse
así: el orden del análisis en la investigación es inverso del orden de
fundamentación real admitido por el método". 4 Y es esto lo que afirma
precisamente Marx cuando en El Capital (t. I, cap. XIII, nota 89) observa que
aun cuando sea más fácil hallar mediante un análisis el contenido, el
"núcleo terrenal" de las brumosas apariencias de la religión, el
único método materialista, "y por consiguiente científico", es
adoptar el camino inverso que permita a partir del análisis de las condiciones
reales de la vida desarrollar las formas divinizadas que les corresponden.
¿El eurocentrismo?
La última explicación del soslayamiento de Marx apela al
socorrido argumento del supuesto desprecio "eurocéntrico". Si dejamos
de lado esa noción pedestre del concepto que se funda en la idea de una
ontológica "ininteligibilidad" del mundo no europeo por la cultura
occidental - idea ésta profundamente arraigada en América Latina, en cuanto
mundo de naciones aún en búsqueda de una identidad propia siempre evanescente e
indeterminada - nos queda de todas maneras la fundamentación que el concepto
recibe por parte de quienes, colocados en una perspectiva distante de la
romántica-nacionalista que la visión de eurocentrismo conlleva, enfatizan el
hecho indiscutible de un Marx pensador de su tiempo y poseído, como es lógico,
de una creencia nunca puesta en cuestión en el progreso, en la necesidad del
dominio del hombre sobre la naturaleza, en la revalorización de la tecnología
productiva, y en una laicización de la visión judeocristiana de la historia. A
partir de este basamento cultural, definido como un típico "paradigma
eurocéntrico", Marx habría construido un sistema categorial basado en las
determinantes contradicciones de clase que debía necesariamente excluir
aquellas realidades que escapaban al modelo. La contradicción subyacente entre
un modelo teórico-abstracto y una realidad concreta irreductible a sus
parámetros esenciales explicaría, por tanto, la exclusión de América. Marx no
podía ver detrás del caos, del azar y de la irracionalidad, el proceso de
devenir naciones de los pueblos latinoamericanos, porque su perspectiva
capitalístico-céntrica se lo vedaba. Una construcción teórica como la suya,
basada en la modalidad particular que adquirió la relación Nación-Estado en
Europa, determinaba necesariamente una concepción de la política, del Estado,
de las clases, y más en general del curso histórico de los procesos que no
encontraba réplica cabal en América Latina.
Actitud política
desviante
Confieso que esta explicación me resulta insatisfactoria por
diversas razones, la principal es la de que acaba por convertir a Marx en un
pensador esclavo de su teoría y a ésta en un sistema cerrado e impermeable a la
irrupción de la historia. Creo encontrar en Marx fuertes decentramientos de sus
hipótesis que no podrían ser entendidas y evaluadas en su real significación si
aceptáramos tal explicación. Cito solamente algunos casos:
a) el viraje estratégico de los años setenta en torno al
privilegiamiento de la independencia de Irlanda como elemento motriz de la
revolución en Inglaterra
b) el rechazo explícito en los años setenta de la idea de un
camino unilineal de la historia basado en la expansión capitalista y de la reducción
de su teoría a una filosofía de la historia omnicomprensiva
c) el reconocimiento de la potencialidad de la comuna
agraria como vía no capitalista para el tránsito a una sociedad socialista
d) el privilegiamiento de la autonomía de la política en sus
análisis concretos, privilegiamiento que impregna fuertemente todos sus
escritos políticos desde los años cincuenta.
Pienso que cualquier estudio que se haga sobre su obra debe
necesariamente ser capaz de integrar tales perspectivas que parecen contradecir
una lectura en clave sistémica de tal obra.
Es debido a esta y otras razones por las que creo encontrar
en la diatriba de Marx contra Bolívar elementos para fundar una interpretación
que privilegie en cambio la presencia en sus reflexiones de una previa y prejuiciosa
actitud política desviante de su
mirada. La caracterización de Bolívar como delator, oportunista, incapaz, mal
estratega militar, autoritario y dictador, y su identificación con el haitiano
Soulouque, encontraba luego el tercero y verdadero término de comparación en el
denostado Luis Bonaparte contra cuyo régimen Marx desplegó toda su capacidad de
análisis teórico y denuncia política, y todas sus energías de combatiente.
El rechazo del bonapartismo como obstáculo esencial para el
triunfo de la democracia europea, el temor por las consecuencias políticas de
la apertura hacia Amé- rica de Napoleón III y la identificación de Bolívar como
una forma burda de dictador bonapartista, fueron los parámetros sobre los que
Marx construyó una perspectiva de análisis que unió a la hostilidad política
una irreductible hostilidad personal. Este cabal prejuicio político pudo operar
como un reactivador en su pensamiento de ciertos aromas ideológicos que, como
aquella idea hegeliana de los "pueblos sin historia", constituyeron
dimensiones nunca extirpadas de su mirada del mundo. Y es indudable que tal
idea subyace en su caracterización del proceso latinoamericano, aunque nunca -
como en otros casos - haya sido claramente expresada; es indudable que más por
lo no dicho que por lo dicho podemos descubrir en Marx la consideración de los
pueblos de la América hispana como conglomerados humanos carentes de
potencialidad propia y, podríamos decir, de esa masa "crítica"
siempre necesaria para la constitución de una nación legitimada en sus derechos
de existencia.
Paralelamente con la resurrección positiva de esta idea
hegeliana el síndrome bonapartista hace aflorar también con fuerza su viejo
rechazo juvenil al postulado de Hegel que coloca al Estado como instancia productora
de la sociedad civil. Si el supuesto era la inexistencia de la nación, Marx no
podía visualizar de otra forma que como presencia omnímoda y no racional -
también en sentido hegeliano - del Estado sobre los esbozos de sociedad civil
los procesos en curso en América Latina desde las guerras de Independencia,
procesos en los que el Estado cumplía indudablemente un papel decisivo en la
modelización de la sociedad. Marx no logró ver en ellos la presencia de una
lucha de clases definitoria de su "movimiento real" y por lo tanto
fundante de su sistematización lógico-histórica. A partir de lo cual no pudo
caracterizar en su personalidad propia, en su sustantividad y autonomía una
realidad que se le presentaba en estado magmático.
La revolución como
separador de las aguas
Las condiciones de constitución de los Estados
latinoamericanos y las primeras etapas de su desarrollo independiente eran tan
excéntricas de los postulados de Marx respecto de la relación entre Estado y
sociedad civil que sólo podían ser descubiertas en su positividad si Marx
hubiera empleado frente a ellas un tipo de razonamiento como el que utilizó
para el caso de España o del asiatismo rusomongol, pero en la medida en que las
consideró como la potenciación sin contrapartida del bonapartismo y de la
reacción europea, el resultado fue su soslayamiento. Es por esto que me siento
inclinado a pensar que América Latina no aparece en Marx desde una perspectiva
"autónoma" no porque la modalidad particular de la relación
Nación-Estado desvíe su mirada, ni porque su concepción de la política y del
Estado excluya la admisión de lo diverso, ni tampoco porque la perspectiva
desde la cual analiza los procesos lo conduzca a no poder comprende aquellas
sociedades ajenas a las virtualidades explicativas de su método. Ninguna de
estas consideraciones, por más presente que estén en Marx y que influyen sobre
la manera de situarse frente a la realidad, me parecen suficientes por sí
mismas para explicar el fenómeno. Todas ellas, curiosamente, menosprecian la
perspectiva política desde la cual Marx analiza el contexto internacional, al
mismo tiempo que critican la supuesta ausencia en él de una admisión de la
"autonomía" de lo político como consecuencia de la rigidez de su
método interpretativo. No eran esquemas teórico definidos, sino más bien
opciones estratégicas consideradas como favorables a la revolución, lo que
llevaba a Marx a privilegia campos o a jerarquizar fuerzas. La matriz de su
pensamiento no era por tanto el reconocimiento indiscutido del carácter
progresivo del desarrollo capitalista, si no la posibilidad que este abría para
la revolución. Es la revolución el sitio desde el cual se caracteriza la
"modernidad" o "atraso" de los movimientos de lo real. Y
porque esto es así, la bendición o maldición marxiana cae de manera
aparentemente caprichosa sobre los hechos. Aun aceptando el carácter
"progresivo" del capitalismo, es la Inglaterra "moderna" la
que resulta denostada por Marx a causa de su entendimiento con el baluarte
reaccionario del zarismo. El contexto internacional no puede ser analizado, en
consecuencia, única y exclusivamente a partir de la confianza - presente en
Marx - del determinismo del desarrollo de las fuerzas productivas. Requiere de
otras formas de aproximación que permitan visualizar aquellas fuerzas que,
puestas en movimiento por la dinámica avasalladora del capital, tiendan a
destruir todo lo que impide el libre desenvolvimiento de los impulsos de la
sociedad civil.
Porque el desarrollo del modo capitalista de producción
sucede sobre un mundo profundamente diverso y diferenciado, tratar de mostrar y
de mutar la proteiforme realidad de éste obliga a dejar de lado cualquier
pretensión de unificarlo de manera abstracta y formal y abrirse a una
perspectiva micrológica y fragmentaria.
En la enumeración material de lo que es verdaderamente está
encerrada la posibilidad de aferrar la realidad histórica concreta para
potenciar una práctica transformadora. Es desde la política, desde la admisión
de la diversidad de lo real, desde la presentación de los elementos contiguos
de la historia social de su tiempo, como Marx intenta fundar una lectura que
descubra en los insterticios de las sociedades las fisuras por donde se filtre
la dinámica revolucionaria de la sociedad civil. Tal es la razón de por qué sus
análisis de "casos" nacionales no parecen obedecer a "procesos
globales", "mediaciones" o "totalizaciones" que
otorguen un sentido único, un orden de regularidad, a sus movimientos. Por
cuanto no existe en él una teoría sustantiva de la "cuestión
nacional", los momentos nacionales son sólo variables de una política
orientada a destruir todo aquello que bloquea el desarrollo del progreso,
concepto éste en el que Marx siempre incluye al movimiento social que pugna por
la transformación y la conquista de la democracia. En última instancia, las
naciones que realmente interesan a Marx son las que, desde su perspectiva,
pueden desempeñar tal función histórica.
Como América Latina fue por él considerada desde la
perspectiva de su real o imaginaria función de freno de la revolución española,
o como Hinterland de la expansión bonapartista, su mirada estuvo fuertemente
refractada por un juicio político adverso; procedimiento que se torna muy
evidente e irritante en su escrito sobre Bolívar. El hecho de que a partir del
reconocimiento de una perspectiva basada en lo que califico de prejuicio
político podamos rastrear luego hasta dónde tal prejuicio se alimentó de aromas
ideológicos, de concepciones teóricas y de ideas adquiridas en su formación
ideológica y cultural, no invalida la necesidad de privilegiar una dirección de
búsqueda más acorde con el sentido propio de la obra de Marx.
La compleja relación entre presencias y ausencias de
determinadas perspectivas en el tratamiento de realidades de algún modo
aproximables - la noción misma del "mercado mundial" sienta las bases
para tal aproximación y las condiciones de existencia de una "historia
mundial"- no debe ser resuelta apelando a categorizaciones que condicionen
la obra de Marx en un sentido general. Y tal es el riesgo que conlleva la
aplicación a su pensamiento de una noción general y confusa como la de
europeismo. Una lectura contextual como la que he intentado hacer sobre este
tema instaura la posibilidad de que sus textos puedan iluminarse mutuamente,
mostrando las fisuras e insterticios que grafican la presencia a diferencia de
lo que siempre se pensó - de un pensamiento fragmentario, refractario a un
sistema definido y congelado de coordenadas. Es verdad que existen en el mismo
Marx fuertes elementos para concebirlo como un genial creador de sistemas; pero
visto de ese modo terminaría siendo un epígono de la civilización burguesa, el
constructor de una nueva teoría afirmativa del mundo, y no, como quiso ser, el
instrumento de una teoría crítica. Si como puede probarse Marx pareciera ser
europeísta en un texto al tiempo que resultaría arbitrario designarlo como tal
en otro, la explicación debe ser buscada fuera de esta noción y de la ciega fe
en el progreso que la alimenta. Marx, es cierto, se propuso descubrir la
"ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna", y a
partir de ella explicar el continuum de la historia como "historia"
de los opresores, como progreso en apariencia automático. Pero el programa científico
instalaba este momento cognoscitivo en el interior de una radical indagación
que permitiera develar en la contradictoriedad del "movimiento real"
las fuerzas que apuntaban a la destrucción de la sociedad burguesa, o sea
revelar el sustancial discontinuum que corroe el proceso histórico. Utilizando
una aguda observación de Benjamin, se puede afirmar que el concepto de progreso
cumple en Marx la función crítica de dirigir la atención de los hombres a los
movimientos retrógrados de la historia, a todo aquello que amenaza hacer
estallar la continuidad histórica reificada en las formas de la conciencia
burguesa. Contra la idea "marxista" de que los destinos debían
cumplirse [Que les destinées
s'accomplissent! escribía Engels al revolucionario ruso Danielsón
recordándole la inevitabilidad del progreso histórico] Marx defendía la
necesidad y la posibilidad de evitarlos.
La sustitución del
movimiento real por un falso héroe
La descalificación de Bolívar tenía consecuencias que Marx
no sorteó y de las que, en realidad, jamás tuvo conciencia. El resultado fue la
incomprensión del movimiento latinoamericano en su autonomía y positividad
propia. Dejándose llevar por su odio al autoritarismo bolivariano, visto como
una dictadura personal y no, como quizás fue, una dictadura "educativa"
impuesta de manera coercitiva a masas que se pensaba inmaduras para una
sociedad democrática, Marx dejó de considerar aquellos aspectos de la realidad
que su propio método lo condujo a explorar en otros fenómenos sociales que
analizó: la dinámica real de las fuerzas sociales, aquellos movimientos más
orgánicos de la sociedad que el tumultuoso ocurrir de los hechos ocultaban
detrás de la superficie. Es por esto que nos sorprende que no haya prestado
atención alguna a las referencias que en algunas de las obras que consultó se
hacen sobre la actitud de los distintos sectores sociales hispanoamericanos
ante la guerra de Independencia; las rebeliones campesinas o rurales contra las
élites criollas que dirigieron la revolución; la endeblez de las apoyaturas políticas
de dichas élites entre los sectores populares de la población, y más en
particular entre los negros y los indios, quienes en muchos casos sostuvieron
la causa de los españoles; el alcance de la abolición del pongo y de la mita;
la distinta característica de las guerras de independencia en las regiones del
sur, donde las élites urbanas habían logrado mantener el control del proceso
evitando el peligro de una abierta confrontación entre pobres y ricos, y en
México, donde la revolución comenzó siendo una rebelión generalizada de
campesinos e indígenas.
Marx no comprendió que si el movimiento independizador
estaba enfrentado a tan complejas y peligrosas alternativas, en un momento de
clausura de la etapa revolucionaria en Europa y de plena expansión de la
restauración conservadora, la forma bonapartista y autoritaria del proyecto
bolivariano no expresaba simplemente, como creyó, las características
personales de un individuo, sino la debilidad de un grupo social avanzado que
en un contexto internacional y continental contrarrevolucionario sólo pudo
proyectar la construcción de una gran nación moderna a partir de la presencia
de un Estado fuerte, legitimado por un estamento profesional e intelectual que
por sus propias virtudes fuera capaz de conformar una opinión pública favorable
al sistema, y por un ejército dispuesto a sofocar el constante impulso
subversivo y fragmentador de las masas populares y de los poderes regionales.
Por todo esto es posible afirmar que, dejando a un lado lo que constituía la forma
mentis de su modo de abordar los procesos sociales, Marx sustantivo en la
persona de Bolívar lo que de hecho se negó a ver en la realidad de
Hispanoamérica: las fuerzas sociales que conformaban la trama de la historia.
De modo idealista, reproduciendo un mecanismo que tan brillantemente criticara
en Víctor Hugo, el movimiento real fue sustituido por las desventuras de un
falso héroe
La presencia obnubilante de los fenómenos del populismo que
caracterizan la historia de los países americanos en el siglo XX llevó
curiosamente a cuestionar como formas de "eurocentrismo" la
resistencia a las modalidades bonapartistas y autoritarias que signan nuestra
vida nacional. El resultado fue una fragmentación cada vez más acentuada del
pensamiento de izquierda, dividido entre una aceptación del autoritarismo como
costo ineludible de todo proceso de socialización de las masas, y un
liberalismo aristocratizante como único resguardo posible de toda sociedad
futura, aun al precio de enajenarse el apoyo de las masas. Aceptar la
calificación de eurocéntrico implica en nuestro caso soslayar el filón
democrático, nacional y popular que representa una parte inseparable del
pensamiento de Marx. Si es innegable que el proceso de configuración de las
naciones latinoamericanas se realizó en gran medida a espaldas y en contra de
la voluntad de las masas populares, si pertenece más bien a la historia de los
vencedores antes que a la de los vencidos, cuestionar la idea cara a la Segunda
y a la Tercera Internacional de la progresividad en sí del desarrollo de las
fuerzas productivas y de las formaciones estatales, significa de hecho
reencontrarse con ese filón democrático y popular del marxismo para encarar un
nuevo modo de apropiación del pasado. Problematizar las razones de la resistencia
de Marx a incorporar a sus reflexiones la realidad del devenir estado de las
formaciones sociales latinoamericanas no es, por esto, un mero problema
historiográfico o un estéril ejercicio de marxología, sino una de las múltiples
formas que puede, y yo diría más bien debe, adoptar el marxismo para
cuestionarse a sí mismo.
Los puntos límites
como puntos de partida
Estas son las razones por las que creo que es un camino
inconducente atribuir a un supuesto "europeísmo" de Marx su
paradógico soslayamiento de la realidad latinoamericana. Inconducente, porque
clausura un nudo problemático que sólo a condición de quedar abierto libera las
capacidades críticas del pensamiento de Marx para que puedan ser utilizadas en
la construcción de una inédita capacidad de representar lo real, de una nueva
racionalidad que nos permita leer aquello que, como recordaba Hofmannsthal, "jamás fue escrito".
Unicamente si la investigación marxista avanza a contrapelo
en la historia puede cuestionar un patrimonio cultural que reclama siempre el
momento destructivo para que la memoria de los sin nombre atraviese una
historia que en la conciencia burguesa es siempre el cortejo triunfal de los
vencedores. Es en los puntos límites de su pensamiento donde podemos encontrar
todo aquello que Marx aún nos sigue diciendo. Pero esta tarea es posible sólo
porque siendo un pensador que alcanzó una aguda conciencia de la crisis fue
capaz de leer en el libro de la vida la pluralidad de las historias que
fragmentan un mundo que se propuso destruir, para que la posibilidad del futuro
pudiera abrirse paso.
Referencias
Anónimo, MARX Y AMERICA LATINA. - Lima, CEDEP. 1980;
Anónimo, MARX Y AMERICA LATINA. - México, Alianza Editorial.
1982;
Gastón-García, Cantú, EL SOCIALISMO EN MEXICO. p186-198;
464-469 - México, Ediciones Era. 1969; Prólogo" a Marx y Engels.
Maximilien, Rubel, AVANT-PROPOS" A "BOLIVAR Y
PONTE", "CAHIERS DE MARXOLOGIE. II, 12. p2429 - 1968;
Monjarás-Ruiz, Jesús, MARX Y MEXICO. 66 - 1983;
Sacristán, Manuel, REVOLUCION EN ESPAÑA. p14 - Barcelona,
Ariel. 1970;
Notas
1. ¿No es sorprendente la abusiva reiteración con que
siempre se recuerdan estos juicios tempranos (1847) de Engels y de Marx como si
fueran los únicos que hubieran emitido sobre las conflictivas relaciones entre
México y los Estados Unidos? Véase al respecto las siempre útiles reflexiones
de Gastón García Cantú, "El
socialismo en México", México, Ediciones Era, 1969, pp. 186-198 y 464-469
y […] el trabajo "Marx y
México" de Jesús Monjarás Ruiz, como texto preliminar de su
estimulante estudio sobre los textos éditos e inéditos de Marx y Engels
referidos a América Latina.
2. Tal como he mostrado en mi libro "Marx y América Latina" (Lima, CEDEP, 1980, y México,
Alianza Editorial, 1982), del que el presente trabajo es en realidad una
síntesis.
3. Maximilien Rubel, "Avant-propos"
a "Bolívar y Ponte",
"Cahiers de marxologie", t II, No. 12, diciembre de 1968, p.
2429.
4. Manuel Sacristán, "Prólogo" a Marx y Engels, "Revolución en España",
Barcelona, Ariel, 1970, p.14.
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