Surveillance Capitalism ✆ Matt Chase |
John Bellamy Foster & Robert W. McChesney |
Los EEUU salieron de la II Guerra Mundial como la potencia hegemónica en
la economía mundial. La guerra había sacado de la Gran Depresión a la economía
estadounidense al suministrarle la demanda efectiva necesaria a través de un
sinnúmero de pedidos de armas y tropas. El producto real creció un 65% entre
1940 y 1945, y la producción industrial se disparó un 90%.1 .
Inmediatamente después de la guerra, y a causa de la destrucción de las
economías europeas y japonesa, los EEUU representaban más del 60% del producto
manufacturado mundial. 2 Al
terminar la guerra, se palpaba manifiestamente en la cúspide de la vida social
el miedo a un regreso a la situación de preguerra, con una demanda interna
insuficiente que, incapaz de absorber el enorme –y creciente— potencial de
excedente económico generado por el sistema productivo, provocara una recaída
en el estancamiento y aun en la depresión económica.
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El subsecretario de Estado Dan Acheson declaró en noviembre
de 1944 ante el Comité Especial del Congreso para la Política y la
Planificación Económica que si la economía regresaba al punto de partida
prebélico, “es claro que nos enfrentaremos a una época muy mala en lo tocante a
la posición económica y social del país. No podemos permitirnos otros diez años
como la década de fines de los 20 y comienzos de los 30 [es decir, el crash de la bolsa y la Gran
Depresión] sin arrostrar las peores y más drásticas consecuencias para nuestro
sistema económico y social”.
Acheson dejó claro que la economía no sufría de
una falta de productividad; al contrario: erademasiado productiva. “Cuando observamos el problema, podemos
decir que es un problema de mercados. No tienes un problema de producción. Los
EEUU tienen una energía creativa ilimitada. Lo importante son los mercados.”3
Los planificadores de posguerra en la industria privada y en
el sector público se movieron rápido para estabilizar el sistema mediante la
promoción masiva de un esfuerzo de ventas que cobró la forma de una revolución
gran empresarial en el marketing (con cuartel general en la Avenida Madison) y
mediante la creación de un estado bélico permanente orientado al control
imperial de los mercados mundiales y al combate de la Guerra Fría (con cuartel
general en el Pentágono). El esfuerzo de ventas y el complejo
militar-industrial constituyeron los dos mecanismos principales de absorción
del excedente (además del consumo y la inversión capitalistas) en la economía
estadounidense durante el primer cuarto de siglo tras la conclusión de la II
Guerra Mundial. Luego de la crisis de los 70, apareció un tercer mecanismo de
absorción del excedente, la financiarización, revitalizando el sistema de
acumulación cuando los efectos de los esfuerzos de ventas y del militarismo
perdían capacidad de tracción. Por distintas vías, cada uno de estos tres
mecanismos de absorción del excedente vino a impulsar la revolución de las
comunicaciones ligada al desarrollo de computadores, tecnología digital e
Internet. Porque cada uno de ellos precisaba de nuevas formas de
vigilancia y control. El resultado fue una universalización de la vigilancia
vinculada a las tres áreas: 1) militarismo/imperialismo/seguridad; 2) marketing
granempresarial y el sistema de medios de comunicación; y 3) mundo de las
finanzas.
El estado belicista
Casi inmediatamente después de la guerra, se formó en
Washington un nuevo capitalismo del Pentágono. Un elemento crucial de la
economía estadounidense de la Segunda Posguerra fue la creación de un estado
belicista arraigado en un complejo militar-industrial. El 27 de abril de 1947
el general Dwight D. Eisenhower, jefe del Estado Mayor del Ejército, elaboró un
“Memorándum para los directores y jefes de las divisiones y oficinas de
personal general y especial del Departamento de Guerra y para los comandantes
generales de los Mandos Principales”. Asunto: “Los recursos científicos y
tecnológicos como activos militares”. Seymour Melman se refirió años después a
ese memorándum como el documento fundacional de lo que el Presidente Eisenhower
habría de llamar –en su discurso de despedida a la nación del 17 de enero de
1961— el “complejo militar-industrial”. El general Eisenhower subrayaba en su
memorándum la necesidad de forjar una estrecha y continuada relación entre los
militares y los científicos, tecnólogos, industriales y universitarios civiles.
“El futuro de la seguridad de la nación”, escribía, “exige que todos aquellos
recursos civiles que, debidamente reconvertidos o reorientados, constituyen
nuestro principal sostén en tiempos de emergencia se vinculen estrechamente a
las actividades del ejército en tiempos de paz”. Eso requería una enorme
expansión del sistema de seguridad nacional, poniendo a la ciencia, a la
industria y a los contratistas civiles bajo el poder del estado. “El empleo
adecuado de este talento [civil] requiere que la entidad civil [en cuestión] se
beneficie de nuestras estimaciones de futuros problemas militares y pueda trabajar
en estrecho contacto con las autoridades de los Planes y Desarrollo de la
Investigación. El procedimiento más efectivo es el de los contratos de ayuda en
la planificación. El uso de ese procedimiento fortalecerá en gran medida la
validez de nuestra planificación y asegurará programas de equipamiento
estratégico más razonables”. Eisenhower insistía en que debería darse a los
científicos la mayor libertad posible en el desarrollo de la investigación, aun
si bajo condiciones cada vez más encuadradas en el marco de los “problemas
fundamentales” de los militares.
Un aspecto crucial de ese plan, explicaba Eisenhower, era la
capacidad del estado militar para absorber buena parte de la capacidad
industrial y tecnológica de la nación en tiempos de emergencia nacional, de
modo que se convirtiera en “parte
orgánica de nuestra estructura militar… El grado de cooperación con la ciencia
y con la industria logrado recientemente durante esta guerra no debería de
ningún modo darse por concluido”; al contrario: debería aumentarse. “Es
nuestro deber”, escribía, “sostener amplios programas de investigación en las
instituciones educativas, en la industria y en cualquier campo que pudiera
llegar a tener importancia para el Ejército. Una estricta integración de los
recursos civiles y militares no sólo será directamente beneficiosa para el
Ejército, sino que contribuirá indirectamente a la seguridad de la nación”. Por
consiguiente, Eisenhower llamaba a “la mayor integración de los recursos
civiles y militares… y a asegurar la dirección unificada más efectiva de
nuestras actividades de investigación y desarrollo”: una integración, dijo, que
ya había “sido consolidada en una sección separada al más alto nivel del
Departamento de Guerra”.4
El énfasis puesto por Eisenhower en 1946 en una integración
orgánica del sector militar con la ciencia, la tecnología y la industria
civiles en el marco de una reda interactiva más amplia no se presentaba en
pugna con, sino como complementario de la visión de una economía de bienestar
fundada en el keynesianismo militar nacido de la Administración Truman. La Ley
de Empleo de 1946 creó el Consejo de Asesores Económicos, encargado de
presentar un informe anual sobre la situación económica y de organizar la
política de crecimiento económico de la Casa Blanca. El primer presidente del
Consejo de Asesores Económicos fue Edwin Nourse, famoso por su papel en la
publicación, en 1934, de un estudio de la Brookings Institution, America’s
Capacity to Produce, que apuntaba al problema de la saturación de los mercados
y al exceso de capacidad productiva en la economía de los EEUU. El
vicepresidente era Leon Keyserling, que sería el más destacado propugnador del
keynesianismo militar en los EEUU. En 1949, Nourse dimitió y le sucedió en el
cargo Keyserling. Entretanto, se creó el Consejo de Seguridad Nacional mediante
la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional en 1947 (la ley que también creó
la CIA). Juntos, el Consejo de Asesores Económicos y el Consejo de Seguridad
Nacional, pusieron los cimientos del estado belicista estadounidense. Truman
formó en 1952 la más que opaca Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus
siglas en inglés) como un brazo militar encargado de llevar a cabo el control
electrónico de las actividades potencialmente subversivas, exteriores e
interiores.5
El informe NSC-68 de
1950 y la política económica de la Guerra Fría
En 1950, se ofreció a Paul H. Nitze –director de personal
del Departamento de Estado para la Planificación Política bajo Acheson— un
papel destacado en la confección del Informe
del Consejo de Seguridad Nacional 68 (NSC-68), que esbozaba una gran
estrategia geopolítica general para librar la Guerra Fría y promover el
imperialismo a escala global. Significativamente, el NSC-68 contemplaba un gran
incremento del gasto público como elemento crucial en la prevención del
estancamiento económico: “Hay razones para predecir que los EEUU y otras
naciones libres experimentarán en unos pocos años un declive de su actividad
económica de graves proporciones, a menos que se desarrollen muchos más
programas positivos públicos que los que ahora son posibles”. Eso suministraba
una justificación adicional, más allá de las preocupaciones geopolíticas, para
un rearme masivo fundado en los principios keynesiano-militares de “cañones y
mantequilla”. El análisis económico del NSC-68 era el resultado de consultas
con Nitze y Keyserling, que tuvieron una gran influencia en la redacción del
informe.
El NSC-68 apuntaba a la posibilidad de una economía
estadounidense enormemente expandida fundándose en la experiencia de la II
Guerra Mundial, cuando el acrecido suministro militar y el consumo interno
sostenido no sólo se veían como plenamente compatibles entre sí en el contexto
de una economía de pleno empleo, sino que no se veían alcanzables de otro modo.
Una economía así suministraría a la vez cañones y mantequilla. “Los Estados
Unidos”, proseguía el informe, “podrían lograr un substancial incremento en
términos absolutos de su producto, logrando así incrementar la asignación de
recursos a la acumulación de fuerzas económicas y militares para sí mismos y
para sus aliados sin sufrir un declive en su nivel real de vida”. En efecto, en
una emergencia, los EEUU podrían dedicar el 50% de su PIB ”a gastos militares,
asistencia exterior e inversión”: “es decir, entre cinco y seis veces más que
ahora”. El informa subrayaba enfáticamente que el gigantesco programa de rearme
por el que abogaba no entrañaba una ardua toma de decisiones, económicamente
hablando: “porque no redundará en un decrecimiento real del nivel de vida”, y
aun podría inducir a todo lo contrario.
“Los efectos económicos del programa podrían ser el incremento del Producto Interior Bruto por un monto mayor que el absorbido por los gastos militares y de asistencia exterior adicionales. Una de las lecciones más significativas de la II Guerra Mundial fue que la economía norteamericana, cuando opera a un nivel cercano a la plena eficiencia [plena capacidad], puede suministrar una enorme cantidad de recursos destinables a objetivos no civiles, suministrando, al propio tiempo, un elevado nivel de vida. Descontando los cambios de precios, los gastos en consumo personal crecieron un quinto entre 1939 y 1944, a pesar de que los recursos de la economía que fueron a parar al Estado montaban entre 60 y 65 mil millones de dólares (en precios de 1939).”6
Se pidió a Keyserling que, en calidad de presidente del
Consejo de Asesores Económicos, valorara económicamente el NSC-68, aun cuando
él mismo había participado directamente en la redacción del informe. En un
memorándum escrito el 8 de diciembre de 1950, dejó dicho que la planeada
acumulación de gasto en seguridad nacional previsto para 1952 por el NSC-68
estaba harto por debajo de la capacidad de la economía. Sólo significaría el
25% del producto nacional en 1952, mientras que el gasto en seguridad había
llegado a crecer hasta un 42% en 1944. Aunque probablemente significaría un
recorte en el consumo interno, “los niveles generales de consumo civil
posibilitados por los programas propuestos distarían mucho de ser severos”,
mientras que “el producto total y el empleo en la economía se
incrementarían”. 7
El NSC-68 llamaba a, cuando menos, triplicar el gasto
militar. La estrategia de rearme por la que abogaba el informe se presentaba
primordialmente en términos de Guerra Fría, como un medio de promover la
llamada doctrina de la “Contención” anunciada por Truman en marzo de 1947, y
sólo secundariamente en términos económicos.8 Pero
ambos objetivos se consideraban congruentes. En abril de 1950, dos meses antes
de que los EEUU entraran en la Guerra de Corea, Business Week manifestaba que los llamamientos al incremento
del gasto, particularmente del gasto militar, resultaban “de una combinación de
la inquietud por las tensas relaciones con Rusia y de un creciente temor a un
aumento del nivel de desempleo aquí, en la nación”.”9 Eso
reflejaba el carácter general de la política económica de la Guerra Fría. Según
observó irónicamente Harry Magdoff al final de su libro La era del imperialismo [Age of Imperialism, 1969]: “Así como la lucha contra el comunismo ayuda
a la búsqueda de beneficios, así también ayuda la búsqueda de beneficios a la
lucha contra el comunismo. ¿Qué armonía más cumplida podría imaginarse?”.10
El plan del NSC-68 para el rearme no tardó en ponerse por
obra y guiar la política económica de los EEUU con el constante incremento del
gasto militar posibilitado por la Guerra de Corea. Cuando esa guerra llegó a su
fin, se tenía un sistema militar de mucha mayor envergadura. Aun cuando
Eisenhower es esforzó por recortar el gasto militar luego de esa guerra, el
gasto militar se mantuvo en niveles “más de tres veces más altos que antes del
informe NSC-68 y del conflicto de Corea”.11 En
1957, al comienzo del segundo mandato de Eisenhower, el gasto militar
representaba el 10% del PIB de los EEUU.12 Lo
que reflejaba el crecimiento del estado belicista, definido por Scott Nearing
en 1964 (desde las páginas de la Monthly
Review) como un estado “que se sirve de la guerra y de las amenazas de
guerra como instrumento decisivo de su política exterior. En un estado
belicista, el cuerpo político pone en la cúspide de su lista de actividades la
planificación de la guerra, la preparación para la guerra y, cuando la ocasión
se presenta, la declaración de la guerra”.13
Hacia el final de la Guerra de Corea, el nuevo estado
belicista había echado ya profundas raíces. Como declararía al Congreso el
primer secretario de Defensa de Eisenhower, Charles Erwin Wilson (también
conocido a veces como “General Motors Wilson”, en su calidad de antiguo
presidente de General Motors y para distinguirlo de Charles E. Wilson [véase
más abajo]), el ascenso de lo militar, una vez producido, era irreversible:
“Una de las cosas más serias en lo tocante al asunto de la defensa es la generación de una red de intereses creados que involucra a tantos norteamericanos: propiedades inmobiliarias, negocios, puestos de trabajo, empleo, votos, oportunidades para la promoción y el ascenso social, mucho mayores remuneraciones para los científicos y todas esas cosas. Es un asunto inquietante… Si tratas de cambiar las cosas rápidamente, te metes en líos… Si ahora mismo se clausurara este negocio, pondríamos al estado de California en apuros, a causa del enorme porcentaje de industria aeronáutica radicada en California”.14 En efecto, lo que había logrado ponerse por obra ya en gran medida era aquello por lo que el presidente de General Electric y vicepresidente ejecutivo del Consejo de Producción de Guerra, Charles E. Wilson (a veces conocido como “General Electric Wilson”), había venido cabildeando incesantemente en 1944: el mantenimiento de una economía de guerra permanente, en la que se vincularan al estado y a las fuerzas armadas “una capacidad industrial para la guerra y una capacidad de investigación para la guerra”.15
A todo eso, el papel del gasto militar como medio para crear
demanda efectiva resultaba suficientemente obvio, tanto para los economistas
como para los hombres de negocios. El economista de Harvard Sumner Slicher observó en una convención de banqueros
celebrada en 1949 que, dado el nivel de gasto de la Guerra Fría, un regreso a
las condiciones de grave depresión resultaba “difícil de imaginar”. El gasto
militar, explicó, “incrementa la demanda de bienes, ayuda a sostener un alto
nivel de empleo, acelera el progreso tecnológico y contribuye a elevar el nivel
de vida del país”. La visión que el mundo de los negocios tenía del disparado
presupuesto militar era literalmente de éxtasis, como se puede comprobar
leyendo los medios de comunicación que reflejaban sus estados de ánimo.
Celebrando el desarrollo de la bomba de hidrógeno en 1954, U.S. News and
World Report, por ejemplo, escribía: “Qué significa la Bomba H para los
negocios. Un largo período… de grandes pedidos. En los años venideros, los
efectos de la nueva bomba se mantendrán al alza. Como dice un analista: ¡La
Bomba H ha tirado por la ventana todas las ideas depresivas”. 16
En la izquierda, la obra clásica de Paul A. Baran y Paul M.
Sweezy El capital monopolista [Monopoly Capital, 1969] vio la
motivación del imperialismo y el militarismo, por lo pronto y señaladamente, en
las necesidades del imperio estadounidense, y, luego, en su papel de promotor
(junto al esfuerzo de ventas, y más allá del consumo y la inversión
capitalistas) de la absorción del creciente excedente económico generado por la
economía. En el camino de cualquier otra opción de gasto público para estimular
la economía se atravesaban insuperables obstáculos políticos levantados por
poderosos intereses granempresariales. El gasto público civil como porcentaje
del PIB (excluidos pagos de transferencias), sostenían Baran y Sweezy, había
alcanzado su “límite máximo” a finales de los 30, cuando la inversión y el
consumo civiles públicos crecieron hasta alcanzar el 14,5% en 1938-39. Una
afirmación que sigue siendo verdadera: en 2013, el gasto público civil (consumo
e inversión) representa el 14% del PIB. (Esto, sin embargo, exagera el papel
del estado en el mantenimiento de un compromiso con el “bienestar social”,
puesto que las políticas de prisiones y de interior han venido a externalizar
una parte del gasto público “civil” en estas tres últimas décadas.) Por
consiguiente, el gasto militar se veía como un gasto más variable que el gasto
público civil, más pronto a ser flexiblemente gestionado por el sistema como un
medio “impulsor y reactivador” de la economía.17
Sin embargo, el gasto militar –eso sostenían Baran y Sweezy—
se enfrentaba a sus propias contradicciones, y “no era una variable perfectamente libre y manipulable a voluntad por
parte de los dirigentes de la oligarquía, a fin de mantener el vapor de la
máquina económica a la presión justa”. Las principales limitaciones eran,
huelga decirlo, las dimanantes del carácter totalmente destructor de la guerra
misma, lo que significaba que había que evitar una Tercera Guerra Mundial entre
las principales potencias. La guerra abierta, por consiguiente, quedaba
limitada a la periferia de la economía mundial imperialista, desempeñando los
EEUU el papel de mantenedor de una “máquina militar global de control policial
del imperio global”, incluidas más de mil bases militares en todo el mundo a
mediados de los 60 como medio propulsor de las fuerzas estadounidenses a escala
planetaria.
Esa realidad estaba destinada a generar una creciente
resistencia –como ocurrió en el caso de Vietnam—, tanto en la periferia como
entre la propia población estadounidense.18 Fue,
en efecto, la abierta revuelta de las tropas norteamericanas radicadas en
Vietnam a comienzos de los 70 (junto con las protestas en el interior) lo que
obligó a los militares a abandonar el servicio militar obligatorio como una
institución inútil para el tipo de invasiones y ocupaciones del tercer Mundo
que se habían hecho habituales y regresar a unas fuerzas armadas profesionales.19 Las
invasiones de las pasadas dos décadas habrían encontrado una resistencia
popular mucho mayor, si hubieran precisado de reclutamientos obligatorios en
las fuerzas armadas.
Inherentes a esas políticas de vigilancia policial del
imperio mundial eran estos dos requisitos: Primero, una redoblada campaña
propagandística tendente a hacer aparecer al imperio como benévolo, necesaria,
esencialmente democrático e inherentemente “americano” (y por lo mismo,
incuestionable en cualquier debate legítimo). Para un imperio, la otra cara de
la propaganda es la ignorancia popular. La “mayor contribución” de la Guerra de
Vietnam, de acuerdo a lo dicho por el secretario de Defensa Robert McNamara
inmediatamente después de concluir ésta, habría sido la de enseñar al gobierno
de los EEUU que, en el futuro, resultaba esencial “ir a la guerra sin despertar
las iras públicas”. McNamara dijo que eso era “casi una necesidad en nuestra
historia, porque probablemente tendremos que seguir librando ese tipo de
guerras en los próximos cincuenta años”. 20 Aquí,
los medios de comunicación cumplen con su trabajo legitimando el sistema
imperial y obstruyendo una y otra vez la comprensión popular de lo ocurrido. En
segundo lugar, está el garrote que acompaña a la zanahoria: masivas
intervenciones encubiertas en la periferia y vigilancia y opresión en el
interior.
Notas
[1] Richard
B. DuBoff, Accumulation and Power (Armonk, NY: M.E. Sharpe, 1989),
91.
[2] William
H. Branson, “Trends in United States International Trade and Investment Since
World War II,” en Martin Feldstein, comp., The American Economy in
Transition (Chicago: University of Chicago Press, 1980), 183.
[3] Dean
Acheson, citado en William Appleman Williams, The Tragedy of American
Diplomacy (New York: Dell, 1962), 235–36.
[4] General
Dwight D. Eisenhower, “Memorandum for Directors and Chiefs of War Department
General and Special Staff Divisions and Bureaus and the Commanding Generals of
the Major Commands; Subject: Scientific and Technological Resources as Military
Assets,” Abril 1946. Publicado como as Apéndice A en Seymour
Melman, Pentagon Capitalism (New York: McGraw Hill, 1971), 231–34.
[5] “‘No Such Agency’ Spies on the
Communications of the World,” Washington Post, June 6, 2013,http://washingtonpost.com .
[6] U.S.
State Department, Foreign Relations of the United
States, 1950. National Security Affairs; Foreign Economic Policy, vol. 1, http://digital.library.wisc.edu , 258–61, 284–86.
[7] S.
Nelson Drew, ed., NSC-68: Forging the Strategy of Containment; With
Analyses by Paul H. Nitze(Washington, DC: National Defense University, 1994),
117; “The Narcissism of NSC-68,” November 12, 2009, http://econospeak.blogspot.com .
[8] Dean
Acheson, Present at the Creation (New York: W.W. Norton, 1987), 377;
Thomas H. Etzold y John Lewis Gaddis, Containment: Documents on American
Policy and Strategy, 1949–50 (New York: Columbia University Press, 1978),
cap. 7; Institute for Economic Democracy, “NSC-68, Master Plan for the Cold War,” http://ied.info ; Fred Block, “Economic
Instability and Military Strength: The Paradoxes of the Rearmament
Decision,” Politics and Society 10, no. 35 (1980): 35–58.
[9] Business
Week, April 15, 1950, 15, citado en Harold G. Vatter, The U.S. Economy in
the 1950s (New York: W.W. Norton, 1963), 72.
[11] Lynn
Turgeon, Bastard Keynesianism: The Evolution of Economic Thinking and
Policymaking Since World War II (Westport, CT: Greenwood Press, 1996), 13;
Noam Chomsky, Necessary Illusions (Boston: South End Press, 1989),
183.
[14] Citado
por Fred J. Cook, The Warfare State (New York: Macmillan,
1962):165–66.
[15] “WPB
Aide Urges U.S. to Keep War Set-Up,” New York Times, January 20, 1944;
Charles E. Wilson, “For the Common Defense,” Army Ordnance 26, no.
143 (March–April 1944): 285–88.
[16] Slichter
y U.S. News and World Report, citado en Cook, The Warfare State, 171.
[17] Bureau
of Economic Analysis, “National Income and Product Accounts,” Table 1.1.5 (Gross Domestic Product), y Table 3.9.5 (Government Consumption
Expenditures and Gross Investment), http://bea.gov ; Baran y Sweezy, Monopoly Capital,
161, 207–13; John Bellamy Foster y Robert W. McChesney, “A New New Deal under Obama?” Monthly Review, 60, no. 9
(Febrero 2009): 1–11; Hannah Holleman, Robert W. McChesney, John Bellamy Foster
y R. Jamil Jonna, “The Penal State in an Age of Crisis,” Monthly Review 61, no.
2 (June 2009): 1–17.
[18] Baran
y Sweezy, Monopoly Capital, 191, 206, 213–17.
[19] Para
una excelente discusión de este asunto, véase: Andrew J. Bacevich, Breach
of Trust: How Americans Failed Their Soldiers and Their Country (New York:
Metropolitan Books, 2013), 48–79.
[20] Barbara
W. Tuchman, The March of Folly: From Troy to Vietnam (New York:
Random House, 1984), 326.
John Bellamy Foster es el
editor de la Monthly Review y profesor de sociología en la
Universidad de Oregón. Robert W. McChesney es el titular de la
cátedra Gutgsell en el Departamento de Comunicación de la
Universidad de Illinois. Ambos son coautores del libro: The
Endless Crisis: How Monopoly-Finance Capital Creates Stagnation and Upheaval
from the USA to China (Monthly Review Press, 2012).
Traducción del inglés por Miguel de Puñoenrostro
Título original: “Surveillance Capitalism | Monopoly-Finance Capital, the Military-Industrial Complex, and the Digital Age”
Traducción del inglés por Miguel de Puñoenrostro
Título original: “Surveillance Capitalism | Monopoly-Finance Capital, the Military-Industrial Complex, and the Digital Age”
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