21/1/15

Karl Marx | Reflexiones de un joven en la elección de una profesión

Karl Marx en su juventud
Este un ensayo escrito por Marx para los exámenes escolares en el Gimnasium Real Frederick William III en Tréveris, en agosto de 1835. Solo siete páginas del examen de Marx se han conservado. El ensayo antedicho, para la elección del escritor, un ensayo en latín sobre el reino de Augusto y un ensayo religioso, un latín inadvertido, una traducción del griego, una traducción en francés, y un folio sobre matemáticas. 

En el original hay numerosas acotaciones, presumiblemente hechas por el maestro de historia y filosofía, el entonces director de colegio del gimnasio, Johann Hugo Wyttenbach, que no se reproducen en la edición presente. Hizo el comentario siguiente: 
«Bastante bueno. El ensayo es marcado por una riqueza de pensamiento y una narración sistematizada buena. Pero generalmente el autor aquí ha cometido un error al buscar expresiones pintorescas detalladas para la elaboración. Por consiguiente muchos pasajes subrayan la falta de claridad necesaria y de definición; y, a menudo, la precisión en las expresiones separadas así como en los párrafos enteros».
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La naturaleza, en sí misma, ha determinado la esfera de la actividad en la que el animal debe moverse, y lo hace pacíficamente dentro de esa esfera, sin intentar ir más allá de ella, sin tener incluso una noción de cualquier otro campo. Al hombre, también, la Deidad dio un objetivo general: el de ennoblecerse así mismo y a la humanidad, pero él le dejó buscar la manera de lograr este objetivo; él lo dejó elegir la posición social que más le satisfizo, de la cual puede fortalecerse así mismo y a la sociedad.

Esta elección no es un gran privilegio del hombre sobre el resto de la creación, pero al mismo tiempo es un acto que puede destruir su vida entera, frustra todos sus planes, y lo hace infeliz. Por consiguiente, considerar seriamente esta elección es ciertamente el primer deber de un joven que está empezando su carrera y no quiere dejar sus asuntos más importantes para arriesgarse.
Todos tenemos un objetivo, que nos parece grande; y, realmente, para la convicción más profunda, es así, la más profunda voz del corazón lo declara de esta manera, la Deidad nunca deja al hombre mortal totalmente sin una guía; él habla suavemente pero con certeza.

Pero esta voz puede ahogarse fácilmente, y lo que nosotros tomamos como inspiración puede ser el producto del momento, que quizás también puede destruirse por otro. Nuestra imaginación, quizás, está en el fuego, nuestras emociones agitadas, los fantasmas revolotean ante nuestros ojos, y nos zambullimos precipitadamente en lo que nuestro impetuoso instinto sugiere, pudiendo llegar a imaginar lo que la Deidad nos ha señalado. Pero lo que nosotros abrazamos ardientemente pronto nos rechaza y ahí vemos nuestra existencia entera en las ruinas.

Debemos examinar, por consiguiente, seriamente, si realmente hemos estado inspirados al escoger nuestra profesión, si una voz interna lo aprueba; o, si esta es un engaño, y lo que nosotros tomamos como una llamada de la Deidad fue una autodecepción. Pero ¿cómo podemos reconocer esto, sino rastreando la fuente de la propia inspiración?

Respecto al ímpetu, este promueve la ambición, y puede fácilmente producir la inspiración, o lo que nosotros tomamos por inspiración; pero la razón no puede refrenar al hombre que es tentado por el demonio de la ambición y se zambulle precipitadamente en lo que sus impetuosos instintos le sugieren: él ya no escoge su posición en la vida, ahora esta es tomada por casualidad o ilusión.

No somos llamados para adoptar la posición que nos ofrece las oportunidades más brillantes; quizás no es lo que, en la larga serie de años, podamos sostenerlo, nunca nos cansaremos, ni se diluirá nuestra pasión, no permitamos que nuestro entusiasmo crezca impersonalmente, excepto si vemos nuestros deseos incumplidos, nuestras ideas insatisfechas y debemos “descubrirnos” contra la Deidad y la maldición de la humanidad.

Pero no sólo es la ambición la que puede despertar el entusiasmo súbito por una profesión particular; quizás pudimos haberla embellecido en nuestra imaginación, para hacerla parecer lo más alto que la vida puede ofrecer. No hemos analizado, ni considerado la carga entera, la gran responsabilidad que se impone en nosotros; sólo lo hemos visto a distancia, y la distancia es engañosa.

Nuestra propia razón no puede aconsejarnos; para esta, la decisión no se apoya por la experiencia ni por la observación profunda, se engaña por la emoción y se deslumbra por la fantasía. Entonces ¿a quién debemos volver nuestros ojos? ¿Quién debe apoyarnos donde nuestra razón nos desampara?

Nuestro corazón dice: nuestros padres, que han recorrido el camino de vida y han experimentado la severidad del destino. Y si nuestro entusiasmo todavía persiste, si continuamos amando una profesión y creemos su llamada después de haberla examinado a sangre fría, después de percibir sus cargas y dificultades, entonces debemos adoptarla, entonces nadie hará que nuestro entusiasmo nos engañe ni que la impaciencia nos lleve lejos.

Más no siempre podemos lograr la posición a la cual creemos que somos llamados, nuestras relaciones en la sociedad están relativamente preestablecidas antes de que estemos en una posición de determinarlas.

Nuestra constitución física es a menudo un obstáculo amenazante, y no permite a nadie mofarse de sus derechos. Es verdad que podemos subir sobre esta; pero entonces nuestra caída es la más rápida de todas, de ahí que somos aventurados en construir sobre las ruinas desmenuzadas, entonces nuestra vida entera es un forcejeo infeliz entre los principios mentales y corporales. Pero aquél, que es incapaz de reconciliar sus internos elementos en pugna, ¿cómo puede resistir la tensión tempestuosa de vida, cómo podría actuar serenamente? Y es exclusivamente desde la calma que esos grandes y finos hechos pueden surgir; es el único terreno en el que las frutas maduras se desarrollan con éxito.

Aunque no podamos trabajar de largo, y casi nunca de buena gana con una constitución física que no se satisface a nuestra profesión, el pensamiento, no obstante, surge del sacrificio de nuestro bienestar ante el deber, actúa vigorosamente aunque seamos débiles. Pero si hemos escogido una profesión para la que no poseemos el talento, nunca podremos ejercerla merecidamente, comprenderemos pronto, con vergüenza, nuestra propia incapacidad y diremos que somos seres inútiles, los miembros de la sociedad incapaces de cumplir su vocación. Entonces la consecuencia más natural es el desprecio por sí mismo, y lo que es más doloroso, el sentirse por todos como el menos capaz de lo que el mundo exterior puede ofrecer. El desprecio por sí mismo es una serpiente que en la vida roe el pecho de uno, a la vez que chupa la sangre de la vida del corazón y lo mezcla con el veneno de misantropía y desesperación.

Una ilusión sobre nuestro talento, para una profesión a la cual hemos examinado estrechamente, es una falta que toma su venganza sobre nosotros mismos, y aun si no se encuentra con la censura del mundo exterior, dando lugar al dolor más terrible que puede infligir en nuestros corazones.

Si hemos considerado todo esto, y si las condiciones de nuestra vida nos permiten escoger cualquier profesión que nos guste, podemos adoptar lo que nos asegura el valor más grande: aquel que está basado en las ideas de cuya verdad nos convencen completamente, que nos ofrece el alcance más amplio para trabajar para la humanidad y para nosotros mismos, para acercarse más al objetivo general para la que cada profesión es un medio: la perfección.

El mayor mérito de un hombre es aquel que da una gran nobleza a sus acciones y a todos sus logros, que lo hacen invulnerable, admirado por la muchedumbre y que lo elevó anteriormente.

Pero el mérito solo puede asegurarse por una profesión en la que no seamos herramientas serviles, en la cual actuemos independientemente en nuestra propia esfera. Solo puede asegurarse por una profesión que no exija actos reprobables, inclusive aquellos actos reprobables solo en su apariencia exterior, una profesión que los mejores pueden seguir con noble orgullo. Una profesión que asegure esto en el más amplio sentido no siempre es la mejor, pero siempre será la preferida.

Pero así como una profesión que no nos da ninguna seguridad de su mérito nos degrada, debemos ciertamente sucumbir bajo las cargas de quien se ha basado en ideas que las reconoceremos posteriormente como falsas. Casi no tenemos ningún recurso para la autodecepción, y lo que una salvación desesperada es aquella que se obtiene por la traición a sí mismo!

Esas profesiones que no son tan envueltas en la vida misma concernientes con las verdades abstractas son las más peligrosos para el joven cuyos principios no son todavía firmes y cuyas convicciones no son todavía fuertes e inflexibles. Al mismo tiempo estas profesiones pueden parecer ser las más excelsas si han sido tomadas de raíz en nuestros corazones y si somos capaces de sacrificar nuestras vidas y todos los logros por los ideales que aspiramos a conseguir en ellas.

Ellas pueden dar felicidad al hombre que tiene una vocación para estas, mas destruyen a quien las adopta imprudentemente, sin reflexión, rindiéndose al impulso del momento.

Por otro lado, tenemos más consideración en las ideas que basan nuestra profesión en darnos un alto status en la sociedad, para reforzar nuestro propio mérito y hacer nuestras acciones indiscutibles.

Uno que escoja una profesión que valore favorablemente, se estremecerá ante la idea de ser indigno de ella; solo actuará noblemente si su posición social es la de un noble.

Mas la guía principal que debe dirigirnos en la elección de una carrera es el bienestar de la humanidad y nuestra propia perfección. No debe pensarse que estos dos intereses pudieran estar en conflicto, que uno tendrá que destruir el otro; al contrario, la naturaleza de hombre está constituida de tal modo que solo puede lograr su propia perfección trabajando para la perfección, para el bien de sus semejantes.

Si uno solo trabaja para sí mismo, quizás puede volverse un famoso del aprendizaje, un gran sabio, un poeta excelente, pero nunca puede ser perfecto, verdaderamente grande.

La historia llama a esos hombres los más grandes, los que se han ennoblecido trabajando por el bien común; la experiencia aclama como el más feliz a quien ha hecho el más grande número de la personas felices; la religión misma nos enseña que el ideal de la vida por quienes todos se esfuerzan por copiar se sacrifica por causa de la humanidad, y ¿quien se atreverá a dudar de tales juicios?

Si en la vida hemos escogido la posición desde la cual podemos trabajar más por la humanidad, ninguna carga nos puede doblegar, porque son sacrificios en beneficio de todos; entonces experimentaremos una no pequeña, limitada, egoísta alegría, sino que nuestra felicidad pertenecerá a millones de personas, nuestros hechos se vivirán calladamente, pero por siempre por el trabajo, y sobre nuestras cenizas se verterán las ardientes lágrimas de la gente noble.

Tréveris, agosto de 1835