6/1/15

Dictadura y democracia en el capitalismo | La autoridad capitalista en el proceso de producción

Karl Marx ✆ Ken Mafli 
Ariel Mayo   |   El capitalismo es la primera forma de organización social dominante a nivel mundial. Como tal, demostró una extraordinaria flexibilidad para adaptarse a circunstancias variadas, sin perder eficacia en su capacidad para apropiarse el plustrabajo realizado por la clase trabajadora (1). Esto es así porque el capitalismo está basado en la explotación de los trabajadores por la burguesía, dueña de los medios de producción. Si se tienen dudas acerca de la validez de la última afirmación basta constatar la ferocidad con que la burguesía defiende su propiedad (guerras, golpes de Estado, represiones, asesinatos, torturas y sigue la lista).

La realidad de la explotación capitalista implica que la clase obrera está obligada a ceder una parte sustancial de su tiempo vital a la burguesía, sin recibir nada a cambio. En otras palabras, los trabajadores producen de manera gratuita para la burguesía durante una parte de la jornada laboral. Esta explotación se da por medio del trabajo asalariado, que supone la existencia de trabajadores libres de toda forma de dependencia personal (por ejemplo, esclavitud, servidumbre feudal, etc.). Además, en buena parte del planeta existen regímenes políticos democráticos, esto es, los gobernantes son elegidos por el voto de los ciudadanos, con la particularidad que, entre estos últimos, los trabajadores constituyen la mayoría.

Una de las razones de la peculiar eficacia de la explotación capitalista radica en que combina el sometimiento de los trabajadores con la igualdad jurídica de éstos y con incorporación plena a la condición de ciudadanos. Los trabajadores son libres; si son explotados, es porque quieren, dado que la explotación surge de su libre consentimiento, expresado en el contrato. Además, si están molestos por las condiciones laborales, puede ir y votar un presidente, senadores, diputados, que los representen y que modifiquen la situación.

De lo anterior se deriva una pregunta crucial: ¿Cómo es posible la explotación en una sociedad donde los trabajadores son ciudadanos libres?

Dar una respuesta acabada a la pregunta formulada arriba es imposible, en parte porque realizar dicha tarea exige el estudio de todos los casos concretos de sociedades capitalistas, cuestión que está muy lejana de las posibilidades del autor. Sin embargo, es posible emprender algunas tareas preliminares necesarias para dar respuesta al interrogante planteado. Una de dichas tareas consiste en establecer los principios fundamentales de la teoría del Estado y de la política tal como aparecen en El capital de Karl Marx. El objetivo del texto es, pues, presentar algunos lineamientos para el tratamiento del problema de la dominación capitalista, tal como fueron esbozados por Marx en el capítulo 51 (Relaciones de distribución y relaciones de producción) del Libro Tercero de El capital (2).

La clave para comprender la eficacia de la dominación capitalista radica en la distinción entre el ámbito de la producción y el ámbito del mercado (o de la circulación). En el mercado, los capitalistas y los trabajadores son iguales en términos jurídicos; así, por ejemplo, los segundos pueden demandar a los primeros por incumplimiento de contrato si no reciben el salario. La igualdad incluye también la posibilidad de organizar sindicatos para defender las condiciones de la venta de su fuerza de trabajo (monto de los salarios, seguridad e higiene laboral, extensión de la jornada laboral, etc.) y su reconocimiento como ciudadanos (es decir, plena participación en el régimen democrático). La igualdad jurídica es consecuencia de la “doble liberación” del trabajador, esto es, de la combinación de dos procesos; por un lado, el proceso por el cual los trabajadores son expropiados de los medios de producción; por el otro, del proceso por el que son liberados de toda forma de dependencia personal, como ser la esclavitud y la servidumbre. (3)

La libertad jurídica del trabajador se convierte en su opuesto cuando se pasa al ámbito de la producción. (4) En el capítulo 51, Marx explica esta transformación al analizar los cambios en la autoridad entre las sociedades precapitalistas y el capitalismo.
“La autoridad que asume el capitalista como personificación del capital en el proceso directo de producción, la función social que reviste como director y dominador de la producción, es esencialmente diferente de la autoridad que se funda en la producción con esclavos, siervos, etcétera.” (p. 1118).
El empresario ejerce la autoridad sobre el trabajador en virtud de su control de los medios de producción. Es fundamental comprender que no se trata de un proceso meramente técnico, sino que es una función eminentemente política. La autoridad del capitalista en el lugar de producción es el punto de partida para comprender la especificidad del Estado burgués. La burguesía puede darse el lujo de “conceder” la igualdad jurídica a la clase obrera porque ejerce la dominación en el lugar de producción.

Marx explica lo anterior en el párrafo que sigue al que ya hemos citado:
“Mientras que, sobre la base de la producción capitalista, a la masa de los productores directos se les contrapone el carácter social de su producción bajo la forma de una autoridad rigurosamente reguladora y de un mecanismo social del proceso laboral articulado como jerarquía completa – autoridad que, sin embargo, sólo recae en sus portadores en cuanto personificación de las condiciones de trabajo frente al trabajo, y no, como en anteriores formas de producción, en cuanto dominadores políticos o teocráticos -, entre los portadores de autoridad, los capitalistas mismos, que sólo se enfrentan en cuanto poseedores de mercancías, reina la más completa anarquía, dentro de la cual la conexión social de la producción sólo se impone como irresistible ley natural a la arbitrariedad individual.” (p. 1118).
“Autoridad rigurosamente reguladora”, “jerarquía completa”, son alguno de los rasgos que caracterizan a la dominación capitalista de la producción. Se trata de atributos políticos antes que técnicos. Esta dominación política en el lugar de producción se complementa con la que emana de la condición asalariada del trabajador en la sociedad capitalista. La relación salarial requiere de la existencia de una masa de trabajadores separada de los medios de producción y que son libres en términos jurídicos. Dichos trabajadores, si quieren acceder a los bienes que precisan para subsistir, están forzados a vender su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario. En otras palabras, más allá de sus deseos, se ven obligados a trabajar para otros. La coerción económica derivada de la condición asalariada es la llave que permite al capitalista ejercer la dominación política en el lugar de producción. Esa coerción es consecuencia, a su vez, de la propiedad privada de los medios de producción, cuya garantía es el Estado capitalista.

La eficacia de la dominación capitalista es el resultado de la autoridad ejercida por el empresario en el proceso de producción. Esta autoridad, de carácter político, crea la posibilidad para el desarrollo de un ámbito de libertades y de la ciudadanía. A diferencia de otras formas de organización social, el capitalista ejerce el control directo del proceso productivo y no requiere, en principio, del Estado para obtener plustrabajo gratuito de los trabajadores. Es por ello que el Estado puede aparentar ser el garante de los “intereses generales”, como si se tratara de un ente que flota por encima de las clases sociales. La autoridad dictatorial del empresario en el proceso de producción, es la condición para que el Estado sea el ámbito de la “libertad”.  La dictadura es la clave de la libertad.

Es preciso agregar dos cuestiones al análisis. En primer lugar, Marx enfatiza que la dominación política del empresario en la producción no es el resultado de la libre voluntad de éste; al contrario, el capitalista, independientemente de sus preferencias o sentimientos, opera como “portador” de la lógica del capital, es decir, de la búsqueda de apropiarse porciones crecientes de plustrabajo. La dominación política del empresario puede analizarse, por tanto, a la luz del examen de la lógica propia del modo de producción capitalista.

En segundo lugar, entre los capitalistas impera la anarquía, llamada competencia en los manuales de economía. Si bien su producción es social, la apropiación privada de los frutos de la misma hace que los empresarios estén dispuestos en todo momento a sacarse los ojos entre sí. Es por esto que una de las funciones del Estado capitalista consista, precisamente, en evitar que esta anarquía se lleve puesto al sistema en su conjunto. De ahí que el Estado aparezca muchas veces como regulador del mercado, cuestión que acentúa la impresión de que se trata de una institución que flota sobre las clases sociales y sus antagonismos.

Notas

(1) Marx divide la jornada laboral en dos segmentos, a los que denomina tiempo de trabajo necesario y tiempo de plustrabajo. En el primero, el trabajador trabaja para sí mismo, es decir, produce el valor necesario para reponer su salario; en el segundo (el plustrabajo), produce para el capitalista, cede gratuitamente su tiempo de trabajo. En este segundo segmento, y visto desde el lado del valor, el trabajador produce el plusvalor, que es apropiado por el capitalista en virtud de su propiedad privada de los medios de producción.

(2) Marx, Karl. [1° edición: 1894]. (2004). El capital: Crítica de la economía política. Libro tercero: El proceso global de la producción capitalista. México D. F.: Siglo XXI. (Traducción española de León Mames).

(3) El pasaje clásico sobre la doble liberación del trabajador es el siguiente:
“Trabajadores libres en el doble sentido de que ni están incluidos directamente entre los medios de producción – como sí lo están los esclavos, siervos de la gleba, etcétera -, ni tampoco les pertenecen a ellos los medios de producción – a la inversa de lo que ocurre con el campesino que trabaja su propia tierra, etcétera -, hallándose, por el contrario, libres y desembarazados de esos medios de producción.” (Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).
(4) El pasaje clave es el siguiente:
“La esfera de la circulación o del intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra y la venta de la fuerza de trabajo era, en realidad, un verdadero Edén de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad. Celebran su contrato como personas libres, jurídicamente iguales. El contrato es el resultado final en el que sus voluntades confluyen en una expresión jurídica común. ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno de los dos se ocupa sólo de sí  mismo. El único poder que los reúne y los pone en relación es el de su egoísmo, el de su ventaja personal, el de sus intereses privados. Y precisamente porque cada uno sólo se preocupa por sí mismo y ninguno del otro, ejecutan todos, en virtud de una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, solamente la obra de su provecho recíproco, de su altruismo, de su interés colectivo.
Al dejar atrás esa esfera de la circulación simple o del intercambio de mercancías, en la cual el librecambista vulgaris abreva las ideas, los conceptos y la medida con que juzga la sociedad del capital y del trabajo asalariado, se transforma en cierta medida, según parece, la fisonomía de nuestros dramatis personae [personajes]. El otrora poseedor de dinero abre la marcha como capitalista; el poseedor de fuerza de trabajo lo sigue como su obrero; el uno, significativamente, sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el otro lo hace con recelo, reluctante, como el que ha llevado al mercado su propio pellejo y no puede esperar sino una cosa: que se lo curtan.” (Marx, Karl, El capital. Crítica de la economía política. Libro primero: El proceso de producción de capital, México D. F., Siglo XXI, 1998, p. 214).
Miseria de la Sociología