- La pluralidad y fragmentación de las identidades y actores sociales en el mundo contemporáneo deberían ser una fuente de pesimismo político
- Construir una perspectiva política, en las nuevas condiciones, en la cual el mantener abierta la brecha entre universalidad y particularidad se vuelve la matriz misma del imaginario político es el verdadero desafío que enfrenta la democracia contemporánea.
Foto: Ernesto Laclau |
Ernesto Laclau | Las
discusiones sobre la viabilidad de la democracia en lo que puede ser llamada
una era "posmoderna" ha girado principalmente alrededor de dos temas
centrales: 1) La presente dispersión y fragmentación de los actores políticos,
¿no conspira en contra de la emergencia de identidades fuertes que podrían
operar como puntos nodales para la consolidación y expansión de prácticas
democráticas?; y 2) ¿no es esta misma multiplicidad la fuente de un
particularismo de los objetivos sociales que podría resultar en la disolución
de discursos emancipatorios más abarcadores, considerados como constitutivos
del imaginario democrático? El primer tema está conectado con la creciente conciencia
de las ambigüedades de esos mismos movimientos sociales sobre los cuales se
depositaron tantas esperanzas en los años setenta. No hay duda de que su
aparición implicó una expansión del imaginario igualitario a áreas cada vez más
amplias de las relaciones sociales. Sin