3/11/14

En los límites del desarrollo capitalista | Multifrenia consumista y crisis de civilización en el modelo de globalización financiera

“Así es que del modo más cruel nos atormenta sentir, en el seno de la opulencia, la falta de una cosa. La porfía, la obstinación menoscaban el logro más soberbio; de suerte que, para más profundo y más horrible tormento, debe uno cansarse de ser justo” | Goethe, Fausto

Ángel de Lucas & Alfonso Ortí   |   Las escandalosas crisis de algunas empresas multinacionales de perfil más vanguardista (desde ENRON a VIVENDI), pioneras en muchos casos en el sector de las «nuevas tecnologías» (de la comunicación y la informática, y ligadas a veces a Internet, etc.), parecen haber marcado -en el umbral mismo del siglo XXI- el límite de la fase eufórica de la expansiva globalización financiera y neotecnológica de los años 1990. Más allá de la mayor o menor profundidad de la crisis económica -probablemente cíclica y transitoria- en que han tenido lugar estas quiebras empresariales, su significación histórica se ha visto además resaltada por su coincidencia con el súbito advenimiento -en los países centrales y hegemónicos de Occidente- de un difuso clima político frente al incierto futuro del orden mundial establecido. Han sido los trágicos acontecimientos que están marcando los comienzos del siglo XXI - simbolizados en el actual universo mediático por la espectacularidad del atentado de Nueva York del 11 de septiembre de 2001— los que han abierto, de forma más o menos consciente, la sombría perspectiva de su posible interpretación como anuncio de una nueva fase de radicalización de los conflictos de alcance mundial. 

1. La globalización neotecnológica y financiera como meta y límite de la acumulación capitalista
1.1. Choque de civilizaciones o crisis del capitalismo
Se trata — para los que nos atrevemos a pensar consecuentemente esta tesis— de una interpretación sintomática sustentada por el evidente carácter imperialista de las nuevas guerras neocoloniales emprendidas por la Administración Bush y apoyadas con entusiasmo, una vez más, por el complejo militar—industrial norteamericano: guerras dirigidas hasta ahora contra Afganistán e Irak, pero también potencialmente contra cualquier Estado o sistema desafecto, mientras se arma y se deja las manos libres a la política genocida del Gobierno israelí de Ariel Sharon contra el pueblo palestino. Esta naturaleza imperialista de las actuales agresiones norteamericanas se pone de manifiesto en la imposición 2 por la fuerza, en regiones muy distantes de sus fronteras, de la dialéctica hegemónica de sus propios intereses económicos (explotación del petróleo y control de su precio, etc.) y geoestratégicos (incluyendo el del mantenimiento en activo de un colosal Ejército como gran cliente y demandante de la industria de armamento y de muchos otros suministros).

Este neoimperialismo, que abre el siglo XXI, lejos de ser entendido simplemente como una «nueva forma de soberanía» (como pretende el best-seller de moda de Michael Hardt y Antonio Negri), debe ser interpretado —a nuestro juicio— como una respuesta del capitalismo norteamericano frente a un nuevo límite histórico alcanzado por el actual modelo de acumulación del capital. Es este nuevo límite histórico el que está en el fondo de las actuales crisis del capitalismo, crisis que con frecuencia se interpretan como una crisis de la propia civilización capitalista, y que a veces se racionaliza mediante el referente externo a un choque de civilizaciones de carácter cultural y religioso, con su correlato de la emergencia del terrorismo internacional. Es cierto, sin embargo, que estas interpretaciones y racionalizaciones parecen generadas por la existencia de una conciencia histórica — más o menos consciente— de que la aceleración actual del proceso de globalización neotecnológica y financiera capitalista pasa necesariamente por la confrontación con sociedades y culturas externas, y por la subordinación de las mismas a la dinámica hegemónica de la propia civilización capitalista occidental. Por eso no parece pertinente rechazar de plano el concepto de «choque de civilizaciones». Pero conviene destacar su significado histórico concreto en el marco actual del desarrollo capitalista.

En este punto, en efecto, parece oportuno introducir la diferencia establecida por Lenin a finales del siglo XIX— en El desarrollo del capitalismo en Rusia— entre el desarrollo «en extensión» y el desarrollo «en profundidad». En el primer caso, se trata del largo proceso de expansión geográfica del mercado capitalista historiado por Immanuel Wallerstein (El moderno sistema mundial), proceso que culmina en la constitución de una economía— mundo articulada en centro, periferias y semiperiferias. Y es en el contexto de esta economía— mundo articulada donde tiene lugar, a partir de la mitad del siglo XX, el establecimiento de las sociedades de consumo o sociedades del bienestar: primero en los países centrales y luego —más o menos precariamente— en los países semiperiféricos. El segundo modelo de desarrollo, el desarrollo «en profundidad», se caracteriza — en una primera etapa— por la intensificación de los mercados de consumo interiores en los países centrales y semiperiféricos, y por la subordinación de la economía— mundo a condiciones que permitiesen el acceso de grandes masas de consumidores a esos mismos mercados. Se trata de lo que podríamos denominar etapa dorada del capitalismo, marcada por la adopción del paradigma teórico keynesiano, con sus implicaciones de reforma social y democratización política, y que acaba integrando a las masas trabajadoras — incluidas sus organizaciones de clase— en la aceptación del sistema. Este capitalismo dorado conoce su crisis a lo largo de los años ‘80 del siglo XX, coincidiendo prácticamente con la derrota del bloque soviético en la guerra fría, pero sale de ella ideológicamente reforzado, al imponer el modelo ideológico del neoliberalismo conservador, fundado principalmente en el individualismo consumista.

Durante los últimos veinticinco años, los países centrales de la economía— mundo han combinado articuladamente el desarrollo en extensión y el desarrollo en profundidad. El fin de la guerra fría les permitió abrir los mercados de Asia y del oriente europeo, y apropiarse ventajosamente de sus reservas energéticas y de sus inmensas fuerzas de trabajo. Pero al mismo tiempo, han progresado considerablemente en la constitución de mercados orientados al consumo interior en muchos de los países hasta ahora periféricos. En este punto, pues, desarrollo en extensión y desarrollo en profundidad tienden a converger hacia la meta utópica e inalcanzable de la mundialización del modelo occidental de sociedad de consumo.

Esta doble expansión del capitalismo de los países centrales ha venido acompañada por la puesta en marcha acelerada de un «marketing global», destinado a la gestión de una intensiva «comercialización de los estilos de vida» occidentales y de una «red mundial de logos y productos» en «un planeta unido por las marcas» (Naomi Klein). Sin embargo, esta globalización de la producción y del marketing ha tenido como contrapartida una nueva dualización mundial. Primero, entre países centrales (en deriva hacia un sobreconsumo ocioso —Thorstein Veblen — ecológicamente destructivo) y periferias (dislocadas o reducidas, en buena medida, a una red de enclaves de fuerza de trabajo proletarizada, a veces inmigrante, al servicio de ese mismo sobreconsumo central). Y luego en el interior mismo de esas periferias, marcadas por las desigualdades impuestas por su propio modelo de desarrollo y por el crecimiento de unas clases medias emergentes, ganadas ideológicamente por los estilos de vida del consumismo occidental. Acaban así contraponiéndose, en el nuevo espacio globalizado y dual, franjas «centrales» o zonas privilegiadamente integradas (de alto y sofisticado consumo) frente a franjas marginales o «zonas de vulnerabilidad» (Robert Castell), como partes necesariamente complementarias de un desequilibrio creciente, desequilibrio que define los nuevos límites del desarrollo capitalista mundial.

Desde un punto de vista sociopolítico e ideológico, esta nueva frontera del despliegue de la economía— mundo expresa —a su vez— el límite de una nueva radicalización conflictiva en la confrontación entre la agresión agónica del «neocapitalismo occidental de sobreconsumo» y la «respuesta» (Arnold J. Toynbee) de los movimientos de reivindicación y resistencia de las sociedades y culturas periféricas explotadas. En efecto, la imposición por los países centrales del modelo de la sociedad de consumo —con su correlato político de la democracia formal de partidos— a mundos con formas de vida y con valores profundamente diferentes (la familia patriarcal islámica, la sociedad de castas hindú, los sistemas tribales afroasiáticos, etc.), unido a las crecientes diferencias económicas que produce, ha generado la proliferación de movimientos radicales de resistencia, capaces de estimular resonancias ideológicas positivas en las masas explotadas y empobrecidas. Por eso, el actual despliegue capitalista de los países centrales tiende a apoyarse —de nuevo— en la violencia armada contra los sistemas políticos y las poblaciones de los países periféricos. Volveremos más adelante —en la parte central de esta ponencia— sobre la naturaleza estructural de los conflictos generados por el capitalismo a lo largo de su proceso de desarrollo, y sobre la especificidad concreta que adoptan en su actual momento histórico de despliegue.
1.2. Hacia la globalización del modelo de la sociedad de consumo: el conflicto entre el capitalismo y el ecosistema
Vamos a ocuparnos ahora del conflicto del capitalismo con el planeta Tierra, un conflicto que ha acompañado toda su historia, pero que ha adquirido una peligrosa aceleración en el marco del actual modelo de globalización capitalista. La mayoría de los análisis coinciden en señalar que la meta utópica de una sociedad de consumo mundializada — meta que ocupa el centro de la ideología con la que el modelo se legitima y racionaliza— es inalcanzable. Las previsiones de futuro indican que el ecosistema del planeta — propiedad inalienable de la humanidad en su conjunto— no podrá, durante mucho tiempo, soportar sin quiebra el nivel de explotación al que está sometido. La bibliografía sobre esta acuciante cuestión es cada vez más abundante. En ella resuenan los ecos de la reacción de los años ‘60 del siglo XX frente al «despilfarro consumista» de los países centrales: reacción que tuvo su máxima representación escénica de masas en las revueltas estudiantiles de 1968. «Société du gaspillage» — decían, en francés, los jóvenes de entonces. Pero los acentos ideológicos fundamentales de esta reacción anticonsumista fueron principalmente 6 estéticos y moralizantes. Por el contrario, en buena parte de la bibliografía más reciente predomina la atención sobre los efectos materiales del modelo actual de desarrollo sobre el conjunto de nuestro ecosistema. Y las conclusiones que de ella pueden extraerse son concluyentes. En un plazo relativamente corto —de 20 a 40 años— el planeta no podrá soportar la explotación a la que está sometido. La tendencia a la mundialización de la sociedad de consumo, en el caso de mantenerse su ritmo actual, producirá efectos irreversible sobre el ecosistema, efectos que supondrán, en primer término, un mayor deterioro de las formas de vida de las masas empobrecidas que habitan las regiones periféricas del sistema capitalista, agudizando así las contradicciones y antagonismos sociales que ocupan ya, a escala planetaria, el centro estructural del modelo de desarrollo capitalista en el momento histórico concreto que marca el tránsito entre los siglos XX y XXI. El conflicto del capital con la naturaleza viene a superponerse, pues, a la radicalización mundial de los conflictos sociales, generando así una dialéctica en la que ambos conflictos se alimentan y se potencian mutuamente.

A este respecto, resulta significativo que el Worldwatch Institute, en su informe anual sobre «La situación en el mundo», haya escogido como «tema central» para el año 2004, el análisis de «La sociedad de consumo». (Traducción al español en Icaria Editorial, S. A., Barcelona, 2004). El volumen contiene trabajos de diversos especialistas, destinados al estudio de los fenómenos más importantes en los que se manifiesta el actual consumo mundial, desde el creciente consumo de recursos energéticos hasta la invasión masiva de «cachivaches» electrónicos en los mercados de consumo mundializados. En el conjunto del volumen se destacan los rasgos fundamentales de los mercados de agua, de energía, de alimentos, de automóviles, de aparatos electrodomésticos, etc., y en todos los casos se hace hincapié en los costes ecológicos que generan. El Presidente del Worldwatch Institute, Christopher Flavin, en su presentación del volumen, sostiene la convicción de que el consumo debe ser considerado como «uno de los elementos fundamentales... en la búsqueda mundial de un futuro sostenible», y se lamenta de que haya sido hasta ahora uno de los «más descuidados». Por nuestra parte, podemos lamentarnos también del lugar marginal que los estudios sobre el consumo han venido ocupando en el campo sociológico, especialmente en la Sociología académica, cuya habitual ceguera ha tendido a identificarlos con el marketing y a considerar las formas de consumo como epifenómenos prácticamente desvinculados de las formas de reproducción social. Apoyándose en la autoridad del historiador Gary Cross («An All—Consuming Century: Why Commercialism Won in Modern America», Nueva York, Columbia University Press, 2000), Flavin sostiene que el triunfo ideológico del consumismo a lo largo del siglo XX constituye «el rasgo que mejor define nuestra época». Esta ha sido la victoria ideológica real de la guerra fría, aunque se presente —dice— como «el triunfo del capitalismo o de la democracia sobre el comunismo». Los economistas conceden una enorme importancia a los indicadores de los niveles de consumo. Si el nivel de consumo se estanca, igualmente se estanca el volumen total de la producción social. Si no crece lo suficiente, esta última no alcanza el volumen que se precisa para cubrir las «nuevas necesidades». Del consumo —se dice— dependen las tasas de empleo y los niveles individuales de renta. Por esta razón, como afirma Christopher Flavin, «la relación del consumo con objetivos económicos más amplios, como el empleo, es una piedra de toque para los políticos». Como todo el mundo sabe, la marcha acelerada del «tren del consumo» representa una condición indispensable para la intensificación «en profundidad» de la acumulación capitalista. Pero en el discurso ideológico, la aspiración a niveles de consumo en crecimiento permanente se identifica con un derecho individual que constituye una de las características fundamentales de las «sociedades democráticas». No importa que —incluso en los países desarrollados de Occidente— la realidad de los últimos veinticinco años haya acabado imponiendo mercados de consumo tajantemente segmentados, mercados que reservan para «una elite privilegiada» buena parte de los productos más excelentes: se trata de la diferenciación social por los «modelos de consumo». En cualquier caso, en la fase actual del desarrollo capitalista, esta elite privilegiada de consumidores tiende a extenderse —con más o menos intensidad— a regiones y sociedades periféricas, y es posible observar también la emergencia creciente de una clase media mundial —la «clase del excedente»— que ha entrado ya en las «prácticas del sobreconsumo ocioso».
 



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