Michael
Löwy | Mi punto de partida será el fenómeno de
«racionalización» analizado por Max Weber. Siguiendo a Weber, distinguiremos
tres aspectos, estrechamente ligados entre sí, del proceso de «racionalización»
que caracteriza, desde la revolución industrial, a las sociedades capitalistas
modernas (y lo mismo podría decirse, en gran medida, respecto a las difuntas
burocracias del Este europeo):
1) Una Zweckrationalität, o
“racionalidad-como-finalidad”, esto es, la utilización de medios racionales
para alcanzar objetivos que nada tienen de racionales como expresión
institucional ideal-típica de la burocracia. Es lo que la Escuela de Frankfurt
designa con el concepto de «racionalidad instrumental», un tipo de razón
compatible con las más monstruosas irracionalidades sustanciales ; por ejemplo,
para citar un caso límite, la administración racional y burocrática del
genocidio. Pero, además de tales extremos, es la lógica del funcionamiento
«normal» de la economía capitalista y de las instituciones burocráticas que han
conseguido combinar, como fue explicado por Ernest Mandel, la racionalidad
parcial con la irracionalidad global. (1)
2) Una diferenciación y autonomización de
las esferas como resultado de la separación entre lo económico, lo social, lo
político y lo cultural. La economía de mercado se vuelve un sistema
auto-regulado que nunca se encuentra “encajado” en la sociedad (para retomar la
célebre expresión de Karl Polanyi) y escapa a cualquier control social, moral o
político.
3) Una Rechenhaftigkeit, o espíritu del
cálculo racional, esto es, una tendencia general a la cuantificación. Los
valores cualitativos, éticos, sociales o naturales están condenados a ser
destruidos, degradados o neutralizados por tal cuantificación que encuentra su
expresión más directa en el dominio total del valor de cambio de las mercancías
y la monetarización de las relaciones sociales.
Como ha sido demostrado muy bien por A.
Mitzman, siguiendo la lógica de esa «racionalización mutilada», necesariamente
se rechaza -calificado de sentimental o de “freno al progreso”– cualquier
criterio incompatible con la persecusión del lucro máximo, tal como el
bienestar de los trabajadores, o del medio ambiente planetario o incluso del
futuro humano.
Hoy, el proceso racional de “perseguir el
lucro máximo” alcanza su etapa de globalización planetária, bajo la égida de
instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la
Organización de Comercio y el G-7. Infelizmente, la Europa neoliberal de
Maastricht no escapa a tal lógica...
Los primeros críticos de ese modelo de
civilización capitalista industrial fueron los románticos: desde la segunda
mitad del siglo XVIII (Rousseau) hasta nuestros días (el historiador inglés E.
P. Thompson), el romanticismo protestó contra la cuantificación, la
mecanización y el desencantamiento del mundo, en nombre de valores culturales,
sociales, éticos precapitalistas.
La contaminación de las grandes ciudades y los
estragos provocados en el medio ambiente por el maquinismo son temas
recurrentes en la cultura romántica. Para citar un sólo ejemplo: en Tiempos
difíciles, una de las novelas preferidas de Karl Marx, Charles Dickens describe
la ciudad industrial (imaginaria) de Coketown como una “ciudad ceniza” donde
«todo opone una gran resistencia a la entrada de la naturaleza, como la salida
de gases mortíferos en el aire». Las altas chimeneas, “lanzando al aire sus
torbellinos envenenados”, escondían al cielo y al sol de modo que,
«perpetuamente, se estaba bajo un eclipse». Los que tenían “sed de un poco de
aire puro”, aquellos que deseaban ver un paisaje verde, árboles, pájaros, una
arbolada brillante al cielo azul, estaban obligados a viajar algunos
kilómetros en tren para pasear por los campos. Por lo mismo, nadie estaba en
paz: en los terrenos baldíos, abandonados después de haber sido extraídos toda
sus riquezas, se escondían otras tantas armas mortales. (2) Si sustituimos los
“terrenos baldíos” por “deshechos tóxicos” (o nucleares), el cuadro no ha
sufrido grandes cambios desde 1854, fecha de la publicación de esta novela...
Volver a la historia del romanticismo, a la
nostalgia romántica del paraíso perdido o las comunidades orgánicas
pre-modernas asume formas que pueden ser reaccionarias y retrógradas o bien
utópicas y revolucionarias. En este último caso, ya no se trata de un retorno
al pasado, sino de un desvío por el pasado en dirección al futuro: para Pierre
Leroux, William Morris o Herbert Marcuse –por citar apenas tres ejemplos– la
utopia futura permite reencontrar a las comunidades perdidas, pero bajo una
nueva forma que integra las conquistas de la modernidad: libertad, igualdad,
fraternidad y democracia.
El socialismo y la ecología -o, por lo menos,
algunas de sus corrientes- cada una a su manera, son los herederos de la
crítica romántica. Sus objetivos comunes implican la superación de la
racionalidad instrumental, de la autonomización de la economía, del reino de la
cuanificación, de la producción como fin en si, de la dictadura del dinero, de
la reducción del universo social al cálculo de los márgenes de rentabilidad y
de la necesidad de acumulación del capital. Tanto el socialismo como la
ecologia reivindican valores cualitativos: el valor de uso, la satisfacción de
las necesidades, la igualdad social, para el primero ; la salvaguarda de la
naturaleza y el equilíbrio ecológico para la segunda. También conciben la
economía como “encajada” pero sin ser parte del medio ambiente social y
natural. Su objetivo común podría ser, como escribe A. Mitzman, “sustituir los
actuales valores dominantes de crecimiento económico lineal y de
enriquecimiento personal, de competitividad sin piedad y de dividir el mundo
entre ganadores y perdedores, por valores orientados hacia la armonía social y
la solidaridad, basados en el respeto por la naturaleza y al carácter cíclico
de la vida en general”.
Dicho esto, las divergencias de fondo han
mantenido, hasta aquí, una separación entre «verdes» y «rojos», entre marxistas
y ecologistas. Estos acusan a Marx y Engels de produtivismo. ¿Será tal
acusación justificada? Sí y no.
- No, en la medida en que nadie denunció la
lógica capitalista de producción por la producción tanto como Marx, la
acumulación del Capital, riquezas y mercancías como fin en sí mismo. La misma
idea de socialismo –al contrario de sus miserables burócratas falsificadores-
es el de una producción de valores del uso, de bienes necesarios para la
satisfacción de necesidades humanas. El objetivo supremo del progreso técnico
para Marx no es el crecimiento infinito de posesiones ("el tener")
sino la reducción de la jornada de trabajo, y el crecimiento del tiempo libre
("el ser").
- Sí, en la medida en que a menudo los
hallazgos a Marx o Engels (y más todavía en el marxismo ulterior) una tendencia
a hacer del "desarrollo de las fuerzas productivas" el vector
principal del progreso, y una posición poco crítica hacia la civilización
industrial, principalmente en su relación destructiva del medio ambiente.
Desde este punto de vista, un "texto" canónico es el famoso Prólogo a
la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859), uno de los
escritos de Marx más marcado por un cierto evolucionismo, por la filosofía del
progreso, por el cientificismo (el modelo de las ciencias de la naturaleza) y
por una visión nada el problematizada de las fuerzas productivas.
En realidad, en los escritos de Marx e Engels,
se encontran elementos para alimentar las dos interpretaciones. El texto
siguiente de los Grundrisse es un buen ejemplo de la admiración poco crítica de
Marx por la obra “civilizadora” de la producción capitalista y por su
instrumentalización brutal de la naturaleza:
"Así, por consiguiente, la producción fundada enela capital cre apor un lado la industria universal, es decir, el sobretrabajo al mismo tiempo que el trabajo creador de valores; por otro lado, un sistema de explotación general de la apropiacipón de la naturaleza y del hombre (...) El capital empieza por consiguiente a crear la sociedad burguesa y la apropiación universal de la naturaleza y establece una red que engloba a todos los miembros de la sociedad: tal es la gran acción civilizadora del capital.
"Se eleva a un nivel social tal que todas las sociedades anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. De hecho la naturaleza se vuelve un puro objeto para el hombre, una cosa útil. No se le reconoce ya como una fuerza. La inteligencia teórica de la ley natural tiene todos los aspectos de la artimaña que intenta someter la naturaleza a las necesidades humanas, sea como objeto de consumo, sea como medio de producción". (3)
Sin embargo, Marx y Engels expresan también en
un cierto número de textos que tienen una visión más crítica de las “fuerzas productivas”.
Por ejemplo, en La Ideologia alemana
se encuentra lo siguiente:
"En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a un estadio donde nacen las fuerzas productivas y los medios de circulación que ya no puede ser más que nefastos en el cuadro de relaciones existentes que no son más fuerzas productivas, sino fuerzas destructivas (la mecanización y el dinero)." (4)
Esta idea no fue desarrollada por Marx y no es seguro que la destrucción
abordada aquí sea la de la naturaleza. Entre los raros textos de este autor en
que trata, explícitamente, las devastaciones provocadas por el capital en el
medio ambiente natural –así como visión dialéctica de las contradicciones del
“progreso” inducido por las fuerzas productivas –se encuentra en El Capital, el
célebre texto sobre la agricultura capitalista:
Esta idea no fue desarrollada por Marx y no es seguro que la destrucción abordada aquí sea la de la naturaleza. Entre los raros textos de este autor en que trata, explícitamente, las devastaciones provocadas por el capital en el medio ambiente natural –así como visión dialéctica de las contradicciones del “progreso” inducido por las fuerzas productivas –se encuentra en El Capital, el célebre texto sobre la agricultura capitalista:
"La producción capitalista... destruye no sólo la salud física del obrero urbano y la vida espiritul del trabajador rural, sino que vuelve un problema la intercambio material (Stoffwechsel) entre el hombre y la tierra, así como la eterna condición natural de la fertilidad duradera (dauernder) de la tierra, haciendo más difícil la restitución de la tierra porque los ingredientes que requiere le son quitados y usados bajo la forma de alimentos, de ropa, etc. Al transtornar las condiciones en que este intercambio se ajusta espontáneamente, esta circulación se ve obligada a restablecer de una manera sistemática, bajo una forma adecuada al desarrollo humano integral y como ley reguladora de la producción social. (...) Por otro lado, cada progreso de la agricultura capitalista no sólo es un progreso en el arte de exlotar al trabajador, sino también en el arte de despojar a la tierra; cada progreso en el arte para aumentar fertilidad de ella por un tiempo, es un progreso en la ruina de sus fuentes duraderas de fertilidad. Más un país, los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, se desarrolla sobre la base de la gran industria, más este proceso de destrucción se hace realidad rápidamente. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación de los proceso de producción social mientras va minando (untergräbt), al mismo tiempo, las dos fuentes de donde sale toda riqueza: la tierra y el trabajador". (5)
Asimismo, en Engels, que celebra demasiado el
“control” y el “dominio” humano sobre la naturaleza, es posible encontrar escritos
que llaman la atención, de forma más explícita, sobre los peligros de tal
actitud –veamos, por ejemplo, el siguiente text
del artículo sobre “El papel del trabajo
en la transformación del mono en hombre” (1876)
"No debemos presumir demasiado nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Por cada uno de estas victorias, la naturaleza toma venganza sobre nosotros. Es verdad que cada victoria dada, tenemos en primera instancia, los resultados esperados, pero en segunda o tercera instancia son efectos diferentes, inesperados, que anulan demasiado a menudo los primeros. La gente que, en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y en otras partes, destruyeron los bosques para conseguir tierras cultivables, nunca imaginó que mientras los eliminaban, acababan con los centros de colección y depósitos de humedad, poniendo las bases para el estado desolado actual de esos países. Cuando los italianos de los Alpes cortaron los bosques de pinos de la parte sur, tan queridos por la parte del norte, no tenían la menor idea de que mientras actuaban así cortaron las raíces de la industria lechera de su región; y menos aún preveían que se privaron de ese modo de las fuentes de agua para la mayor parte del año (...). Los hechos nos recuerdan a cada paso que no reinamos sobre la naturaleza como un conquistador reina sobre un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que nosotros pertenecemos a ella con nuestra carne, nuestra sangre, nuestro cerebro, que nosotros estamos en su seno y que todo nuestro dominio en ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas es la de conocer sus leyes y poder servirnos de ellas juiciosamente." (6)
No sería difícil encontrar otros ejemplos. Lo
cierto es que falta en Marx y Engels una perspectiva ecológica de conjunto. Es
injustificada actualmente su concepeción optimista del desenvovimiento
ilimitado de las fuerzas productivas -una vez eliminado el obstáculo que limita
su desarrollo, representado por las relaciones de producción capitalista que las
limitan. No sólo desde el punto de vista económico -el riesgo del agotamiento
de las materias primas-, sino también por la amenaza de destrucción del
equilibrio ecológico del planeta por la lógica productivista del capital (y de
su pálido imitador, o seguidor, la difunta burocracia «socialista»).
Se podría concluir provisionalmente esta
discusión con una sugerencia, que me parece pertinente, adelantada por Daniel
Bensaïd en su reciente -y notable- trabajo sobre Marx: reconociendo que sería
abusivo exonerar a Marx de las ilusiones "progresistas" o
"prometeicas" de su tiempo, también lo es el presentarlo como un
fanático de la industrialización, por eso nos propone un camino más fecundo:
establecerse en las contradicciones de Marx y tomarlos en serio. La primera de
estas contradicciones es, por supuesto, ese credo productivista de ciertos
textos y la intuición de que el progreso puede ser la fuente de la destrucción
irreversible del ambiente natural. (7)
La cuestión ecológica es, en mi opinión, el
gran desafío para la renovación del pensamiento marxista en el umbral del siglo
XXI. Ella exige de los marxistas una ruptura radical con la ideología del
progreso lineal y con el paradigma tecnológico y económico de la civilización
industrial moderna.
Walter Benjamin fue uno de los primeros
marxistas del siglo veinte que volvió a plantear este tipo de preguntas: desde
1928, en su libro Sentido Único denunció la idea de la dominación de la
naturaleza como "una bandera imperialista" y propuso una nueva
concepción de la técnica como "el dominio de las relaciones entre la
naturaleza y la humanidad". Algunos años después, en sus Tesis sobre el
concepto de historia, propone enriquecer al materialismo histórico con las
ideas de Fourier, ese visionario utópico que había soñado «con un trabajo que,
más que explotar a la naturaleza, está en condiciones de hacer emerger de sus
profundidades las fuerzas adormecidas en su seno.» (8)
Hoy todavía los marxismos están lejos de haber colmado sus carencias en este terreno. Pero algunas reflexiones empiezan a atacar esta tarea. Una pista fecunda ha sido abierta por el activista ecológico y marxista americano James O'Connor: es necesario agregar a la primera contradicción del del capitalismo, examinada por Marx, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, una segunda contradicción, entre las fuerzas productivas y las condiciones de producción: los trabajadores, el espacio urbano, la naturaleza. Por su dinámica expansionista, el Capital pone en peligro o destruye sus propias condiciones, empezando con el ambiente natural -una posibilidad que Marx no había tenido suficientemente en consideración. (9)
Otra interesante acercamiento es
sugerido en un reciente texto de un "ecomarxista italiano: "La
fórmula según la cual se produce una transformación de las fuerzas
potencialmente productivas en fuerzas eficazmente destructivas, especialmente
respecto al ambiente, nos parece más conveniente y más significante que el
esquema muy conocido de la contradicción entre fuerzas productivas (dinámicas)
y relaciones de producción (que las encadena). Por otra parte, esta fórmula
permite dar una fundamento crítico y no apologético al desarrollo económico,
tecnológico, científico, y por consiguiente para elaborar un concepto de
progreso 'differentié' [diferenciado] (E. Bloch). (10)
Que sea marxista o no, el movimiento obrero
tradicional en Europa -los sindicatos, partidos social-demócratas y comunistas-
permanece profundamente marcado aún por la ideología del "progreso" y
por el productivismo, y, en ciertos casos, defiende, sin cuestionar más, la
energía nuclear o la industria automotriz. Es verdad que un principio de
sensibilización ecologista está en proceso de desarrollarse, notablemente en
los sindicatos y partidos de izquierda en los países nórdicos, en España, en
Alemania, etc.
La gran contribución de la ecología fue
-y es de nuevo- hacernos tomar conciencia de los peligros que amenazan al
planeta como consecuencia del modo presente de producción y consumo. El
crecimiento exponencial de agresiones al ambiente, la amenaza creciente de una
ruptura del equilibrio ecológico configura un escenario catastrófico que pone
en cuestión la misma supervivencia de la vida humana. Somos confrontados con
una crisis de la civilización que requiere algunos cambios radicales.
El problema es que las proposiciones avanzadas
por las corrientes dominantes de la ecología política europea son muy
insuficientes o llevan a callejones sin salida. Su principal debilidad es
ignorar la necesaria conexión entre el productivismo y el capitalismo, de
conducir a la ilusión un "capitalismo propio" o de reformas capaces
de controlar sus "excesos" (como eco-impuestos, p.e.). Toman como
pretexto la imitación, por las economías burocráticas despóticas, del
productivismo occidental, encontrando que espalda a espalda el capitalismo y el
socialismo son dos variantes del mismo modelo - un argumento que ha perdido sus
interés después del hundimiento del pretendido "socialismo
real."
Los activistas ecológicos están equivocados si
piensan poder hacer la crítica de la economía marxista del capitalismo: una
ecología que no comprende la relación entre el "productivismao y la lógica
de la ganancia está condenada al fracaso -o peor, a la recuperación por el
sistema. Los ejemplos no faltan...
Considerando a los trabajadores como irremediablemente ganados por el
productivismo, algunos activistas ecologistas consideran un punto muerto al
movimiento obrero, y han puesto en sus banderas: "ni izquierda, ni
derecha". Los ex-marxistas convertidos a la ecología declaran
apresuradamente el "adiós a la clase obrera" (André Gorz), mientras
de otros (Alain Lipietz) insisten que es necesario salir del "rojo"
–es decir, del marxisme o del socialismo- para adherirse al "verde",
nuevo paradigma que traería una respuesta a todos los problemas económicos y
sociales.
Finalmente, en las corrientes llamadas
"fundamentalistas" (o la ecología profunda) se llegan a esbozar, bajo
el pretexto de lucha contra antropocentrismo, una refutación al humanismo que
conduce a sus posiciones relativistas colocando a todas las especies vivientes
en el mismo nivel. ¿Es necesario considerar verdaeramente que el bacilo de Koch
o el mosquito anofelises tienen los mismos derechos a la vida que un niño enfermo
de tuberculosis o malaria?
La refutación de esas posiciones hace superior
a los ecosocialistas. Al integrar las conquistas fundamentales del marxismo
–desembarazado de las escorias productivistas-, comprenden que la lógica del
mercado y del lucro (del mismo modo que del autoritarismo tecnoburocrático de
las difuntas «democracias populares») es incompatible con las exigencias
ecológicas. Al mismo tiempo que critican la ideología de las corrientes
dominantes del movimiento obrero, ellos saben que los trabajadores y sus organizaciones
constituyen una fuerza esencial para cualquier transformación radical del
sistema.
El ecosocialismo se ha desarrollado –a partir
de las investigaciones de algunos pioneros rusos de finales del siglo XIX e
inicios del siglo XX (Sérgio Podolinsky, Vladimir Vernadsky)-, sobre todo
durante los últimos veinicinco años, gracias a trabajos de pensadores de la
talla de Manual Sacristán, Raymond Williams, Rudolf Bahro (en sus primeros
escritos) y André Gorz (ibidem), como en las preciosas de contribuciones de
James O'Connor, Barry Commoner, John Bellamy Foster, Joël Kovel (EE.UU.), Juan
Martinez Allier, Francisco Fernandez Buey, Jorge Riechman (España), Jean-Paul
Déléage, Jean-Marie Harribey (Francia), Elmar Altvater, Frieder Otto Wolff
(Alemania), y muchos otros uno, que se han expresado en una red de revistas
tales como: Capitalism, Nature & Socialism,
Ecología Política, etc.
Esta corriente –presente en los partidos
verdes, en los movimientos «rojos-verdes», tanto en la extrema izquierda como
en el seno de la izquierda «clásica»- está lejos de ser políticamente
homogénea, pero una mayoría de sus representantes comparte el interés por
algunos temas. En ruptura con la ideología productivista del progreso –en su
forma capitalista y/o burocrática (del «socialismo real»- y opuesta a la
expansión ilimitada de un modo de producción y de consumo destructor del medio
ambiente, representa en la esfera ecológica a la tendencia más avanzada y más
sensible a los intereses de los trabajadores y de los pobres del Sur, donde sea
que se comprenda la imposibilidad de un «desarrollo sustentado» en los marcos
de la economía capitalista de mercado.
El razonamiento ecosocialista reposa sobre dos
argumentos esenciales:
1° El modo de producción y de consumo actual de los países desarrollados,
fundados sobre la lógica de la acumulación ilimitada (de Capital, de ganacias,
de mercancías), de despilfarro de recursos, de consumos ostensos, y de
destrucción acelerada del medio ambiente, no puede de ningún modo ser extendido
en el conjunto del planeta, sino bajo la idea de una importante crisis
ecológica; según los cálculos recientes, si se generalizara al conjunto de la
población mundial el consumo medio de energía de USA, las reservas actuales de
petróleo se agotarían en diecinueve años. (12) Este sistema está por tanto
necesariamente fundado en el mantenimiento y el agravamiento de las
escandalosas injusticias entre el Norte y el Sur.
Por otro lado, la globalización neoliberal
conduce a una intensificación cresciente de los problemas ecológicos en Ásia,
África y América Latina, como consecuencia de una política deliberada de
“exportación de la contaminación” de los países imperialistas. Además, esta
política tiene una “legitimación” económica imbatible –desde el punto de
vista de la economía capitalista de mercado. Recientemente el especialista del
Banco Mundial, Lawrence Summers, afirmó que ¡los pobres cuestan menos! Para
citarlo en sus propios términos: “a medida que los custos de polución
perjudican la salud depende de los rendimientos perdidos por causa de
enfermedad y mortalidad acentuadas. Desde este punto de vista, determinada
cantidad de polución perjudicial a la salud debería ser realizada en los países
con costos más bajos, esto es, en países con los salarios más bajos”. (13) Una
formulación cínica que revela mucho mejor la lógica del capital global que
todos los discursos endulzados sobre el “desarrollo” producidos por las
instituciones financieras internacionales.
2° En este estado de cosas, la continuación del «progreso» capitalista y
la expansión de la civilización fundada sobre la economía de mercado, que
funciona bajo una forma brutalmente inequitativa, amenaza directamente, a
mediano plazo, (toda previsión sería azarosa), la supervivencia misma de la
especie humana. El cuidado de la naturaleza es por tanto un imperativo
humanista.
La racionalidad limitada del mercado sistema
capitalista, con sus cálculos inmediatistas de pérdidas y ganancias, es
intrínsecamente contradictorio con una racionalidad ecológica que toma en cuenta
la temporalidad de los ciclos naturales largos.
Contra el fetichismo de la mercancía y la
autonomización cosificada de la economía a través de neoliberalismo, se pone en
juego el futuro que es, para el écosocialisteses, la puesta en acción de la
"economía moral", en el sentido que dio E.P. Thompson a este término,
es decir, una política económica fundado sobre criterios no-monetarios y
extra-económicos: en de otros términos, la "reintricación" de lo
económico en el ecológico, lo social y lo político. (14)
Las reformas parciales son completamente insuficientes: es necesario reemplazar la micro-racionalidad de la ganancia por una macro-racionalidad social y ecológica, lo que requiere un cambio real de civilización. (15) Ello es imposible sin una reorientación tecnológica profunda y apuntando al reemplazo de las fuentes actuales de energía por otras, no-contaminantes y renovabless, como la energía eólica o la solar. (16) La primera cuestión planteada es, entonces, sobre el control de los medios de producción, y sobre todo por las decisiones de inversión y mutación tecnológica, que deben quitarse de los bancos y de las empresas capitalistas para volverse bienes comunes de la sociedad.
Las reformas parciales son completamente insuficientes: es necesario reemplazar la micro-racionalidad de la ganancia por una macro-racionalidad social y ecológica, lo que requiere un cambio real de civilización. (15) Ello es imposible sin una reorientación tecnológica profunda y apuntando al reemplazo de las fuentes actuales de energía por otras, no-contaminantes y renovabless, como la energía eólica o la solar. (16) La primera cuestión planteada es, entonces, sobre el control de los medios de producción, y sobre todo por las decisiones de inversión y mutación tecnológica, que deben quitarse de los bancos y de las empresas capitalistas para volverse bienes comunes de la sociedad.
Una reorganización en su conjunto del modo de
producción y consumo es necesario, fundada sobre criterios exteriores a los del
mercado capitalista : en las necesidades reales de la población (no
necesariamente en las solvente) y la salvaguarda del medio ambiente. En otros
términos, una economía de transición al socialismo, "re-ajustada"
(como diría Karl Polanyi) en el medio ambiente social y natural, porque está
fundada en la opción democrática de prioridades y inversiones decididas por la
población ella - y no por leyes del mercado o por un politiburó omnisciente.
Esta transición no sólo manejaría a un nuevo modo de producción y a una
sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo,
a una nueva civilización, ecosocialista, más allá del reino del dinero, de los
hábitos de consumo artificialmente inducidos por la publicidad, y de la
producción al infinito de mercancías que dañan el medio ambiente (¡el automóvil
individual!).
¿Utopía? En el sentido etimológico («ningún
lugar»), sin duda. ¿Pero si no creemos más , con Hegel, que "todo lo que
es real es racional, y todo lo que es racional es real", cómo pensar una
racionalidad sustancial sin hacerse llamar utopías? La utopía es indispensable
en el cambio social, con tal de que se funde en las contradicciones de la
realidad y en los movimientos sociales real3w. Este es el caso del
ecosocialisme, que propone una estrategia de alianza entre los "rojos y
los verdes" –no en el sentido político estrecho de los partidos
social-demócratas y de los partidos verdes, sino en un sentido más amplio, es decir,
entre el movimiento obrero y el movimiento ambientalista -y de solidaridad con
los oprimidos y explotados del Sur.
Esta alianza implica que la ecología renuncia
a las tentaciones del naturalismo anti-humanista y abandona su pretensión de
reempazae la crítica de la ecoomía política. Esta convergencia también implica
que el marxisme se desembaraza de su productivismo, sustituyendo el esquema
mecanicista de la oposición entre el desarrollo de las fuerzas productivas y
relaciones de producción que las limitan, por la idea, mucho más fecunda, de
una transformación de las fuerzas potencialmente productivas en fuerzas
efectivamente destructivas. (17)
La utopía revolucionaria de un socialismo
verde o de un comunismo solar no significa que uno no debe actuar desde hoy
mismo. Pero no tener ilusiones sobre la posibilidad de "ecologizer"
al capitalismo no significa que no debe compromoterse con el combate por
reformas inmediatas. ese uno no puede contratar la lucha para las reformas
inmediatas. Por ejemplo, algunas formas de eco-impuestos pueden ser útiles, a
condición de que sean portadores de una lógica social igualitaria (hacer pagar
a los contaminadores y no a los consumidores), y que se quite de encima el mito
de un cálculo económico del "precio de mercado" por el daño
ecológico: éste es una variable incomensurablese desde el punto de vista
monetario. Nosotros tenemos necesidad desesperadamente de ganar tiempo, de
luchar inmediatamente por la prohibición del CFCS que destruye la capa de
ozono, por una moratoria en el OGM, por una severa limitación de los gases
responsables del efecto invernadero, por privilegiar a los transportes públicos
por encima de el uso del automóvil individualista, contaminante y anti-social.
(18)
La lucha por las reformas eco-sociales puede ser
portadora de una dinámica de cambio, de "transición" entre las
demandas mínimas y el programa máximo, a condición de que rechace los
argumentos y las presiones de los intereses dominantes, de apelar a las reglas
del mercado, la competitividad o la "modernización". Algunas demandas
inmediatas ya son, o puede volverse rápidamente, el lugar de una convergencia
entre los movimientos sociales y los movimientos ecologistas, entre
sindicalistas y conservacionista, entre rojos y verde:
F la promoción del transporte pública -trenes, metros,
camiones, tranvías-, bien organizado y gratuito, como alternativa a los
embotellamientos y la contaminación de ciudades y campos gracias al uso del
automóvil individual y el sistema de caminos y ttransporte.
F La lucha contra el sistema de la deuda y los "ajustes
ultraneo-liberales" impuesto por el FMI y el Banco Mundial a los países
del Sur, con consecuencias sociales y ecológicas dramáticas: el desempleo
masivo, la destrucción de las protecciones sociales y de las culturas
vivientes, las destrucción de los recursos naturales por la exportación.
F La defensa de la salud pública, contra la polución del
aire, del agua (mantos acuíferos) o de la comida por la avaricia de las
grandes empresas capitalistas.
F La reducción del tiempo de trabajo como respuesta al
desempleo y como visión de la sociedad que privilegia el tiempo libre respecto
a la acumulación de bienes y posesiones. (19)
Sin embargo, en la lucha por una nueva
civilización, a la vez más humana y más respetuosa de la naturaleza, el
conjunto de los movimientos sociales emancipadores deben asociarse. Como lo
dice tan bien Jorge Riechmann:
"Este proyecto no es capaz de renunciar a ninguno de colores del arcoiris en el cielo: ni el rojo del movimiento obrero anticapitalista e igualitario, ni al violeta de las luchas por la liberación de la mujer, ni al blanco de los movimientos no violentes por la paz, ni al anti-autoritario negro de los libertarios y anarquistas, y mucho menos al verde de la lucha por una humanidadjusta y libre sobre un planeta habitable ". (20)
Esta causa es planetaria, pero Europa, donde
se va a alcanzar su unidad bajo una nueva forma, si se aleja de las
restricciones neoliberales de Maastricht, puede volverse uno de los principales
laboratorios para elaborar un futuro diferente.
Notas
1 - E. Mandel, Power and money, A marxist theory of bureaucracy, Londres, Verso, 1992, p. 182.
2 - C. Dickens, Temps difficiles, Paris, Gallimard, 1985, p. 101, 233.
3 - K. Marx, Fondements de la critique de l’économie politique, Paris, Anthropus, 1967, p. 366-367.
4 - K. Marx, L’idéologie allemande, Paris, Éditions sociales, p. 67-68.
5 - K. Marx, Lê Capital, Paris, Éditions sociales, tomo I, p. 360-361.
6 - F. Engels, La Dialectique de la nature, Paris, Éditions sociales, 1968, p. 180-181.
7 - D. Bensaid, Marx l’intempestif, Paris, Fayard, 1995, p. 347.
8 - W. Benjamim, Sens unique, Paris, Lettres-Maurice Nadau, 1978, p. 243; y «Théses sur la philosophie de l’histoire», in L’Homme, la lenguage et la culture, Paris, Denoël, 1971, p. 190. Podemos também mencionar al socialista austriaco, Julius Dickmann, autor de un ensayo pionero publicado en 1933 en la revista La critique sociale; según él, el socialismo sería el resultado no de un “rápido dessarrollo de las fuerzas productivas”, sino antes una necesidad impuesta por la “diminución de las reservas de recursos naturales” dilapidados por el capital. El desenvolvimiento “irreflexivo” de las fuerzas productivas por el capitalismo destruye las propias condiciones de existencia del género humano (“El verdaero límite de la producción capitalista”, en La critique sociale nº 9, setembro de 1933).
9 - James O’Connor, “La seconde contradiction du capitalism: causes et conséquences”, in Actuel Marx nº 12; y del mismo autor, L’écologie, ce matérialisme historique, Paris, 1992, p. 30, 36.
10 - Tiziano Bagarolo, “Encore sur marxiste et écologie”, en Quatriême Internacionale nº 44, marzo-julio de 1992, p. 25.
11 - M. Mies “Liberacion del consumo o politizacion de la vida cotidiana”, en Mientras Tanto nº 48, Barcelona, 1992, p. 3.
12 - Cf. L. Summers, “Let them eat pollution”, en The Economist, 8 de febrero de 1992. Otro ejemplo impresionante: en 1995, en una reunión en Ginebra, un Grupo de Trabajo del Comité Intergubernamental sobre los Cambios Climáticos discutía sobre un relato en que era formulada la cuestión de saber si era “rentable” (costo-eficiencia) tomar medidas contra el efecto del calentamiento, considerando que esos efectos se hacían sentir, sobre todo, en los países pobres. Según esos especialistas, el costo de uma vida en un país rico es de 100 mil dólares (Citado en Derek Lovejoy, “Limits to Growth”, en Science and Society, “Marxism and Ecology”, 1996, p. 274).
13 - Cf. D. Bensaïd, Marx l’intempestif, p. 385-386, 396; y Jorge Reichman, Problemas con los frenos de emergencia, Madrid, Editorial Revolución, 1991, p. 15.
14 - Ver al respecto el notable ensayo de Jorge Reichman, “El socialismo puede llegar solo em bicicleta”, en Papeles de la Foundation de Investigaciones Marxistas, Madrid, nº 6, 1996.
15 - Alguns marxistas ya están hablando de un “comunismo solar”: ver David Schwartzman, “Solar Communism”, en Science and Society, “Marxism and Ecology”, 1996.
16 - D. Bensaïd, Marx l’intempestif, p. 391-396.
17 - J. Reichman, De la economía a la ecología, Madri, editorial Trotta, 1995, p. 82-85.
18 - Ver Pierre Rousset, “Convergence de combats. L’écologique et le social”, en Rouge, 16 de maio de 1996, p. 8-9.
19 - J. Reichman, “El socialismo puede llegar solo en bicicleta”, loc. cit., p.
Este texto fue publicado en Pós-neoliberalismo
II, organizado por Emir Sader y Pablo Gentile. Rio de Janeiro: Vozes, 1999
Traduçción
de Andrés Lund