► El texto
reproduce, con alguna ligera variación, la ponencia presentada por el autor en el
encuentro internacional “Marx e la storia”, en el Palacio de Congresos de la
República de San Marino
Karl Marx ✆ A.d. |
Perry Anderson |
La noción de revolución burguesa, en el cuadro de la concepción de la
Historia que Marx nos dejó en herencia, constituye uno de los elementos más problemáticos
y controvertidos con los que se deben medir la teoría y la historiografía
marxistas del siglo XX. Mis observaciones intentarán sugerir, de forma muy sucinta
y sin duda incompleta, una respuesta al porqué la introducción de esta noción en
el seno de la concepción materialista de la Historia ha sido objeto de tantas
disputas, y de indicar algunas de las vías a través de las que se pueda llegar
a una definición de revolución burguesa que sea válida para una historiografía
marxista empíricamente rigurosa y fiable.
Es conveniente señalar, ya desde el inicio, un hecho paradójico
que, sin embargo, tiene más trascendencia de lo que a primera vista pudiera
parecer. Marx, al que se le atribuye convencionalmente la paternidad del
concepto de «revolución burguesa», vivió y observó, en primera persona, los
acontecimientos de aquel período que sucesivas generaciones de historiadores
marxistas han visto como una auténtica y verdadera cadena de revoluciones
burguesas a escala mundial.
Como se sabe, Marx fue un partícipe y un crítico de la primavera
de los pueblos, aquella ola de insurrecciones populares que se abate sobre toda
la Europa continental en l848. Una tras otra, sin excepción, todas fracasaron
en su intento originario de derribar el viejo régimen monárquico y absolutista
contra el que se habían levantado: tanto en Alemania como en Francia, en
Hungría como en Italia, en Austria o en Rumania. Marx y Engels se basaron, por
mucho tiempo, en esta experiencia, en algunos de sus trabajos más conocidos: Las
luchas de clases en Francia, El 18 Brumario, Revolución y contrarrevolución en
Alemania.
Si todo esto nos es suficientemente conocido, menor atención
se le ha prestado, en cambio, al hecho de que, desde los últimos años cincuenta
hasta el final de los años sesenta, Marx y Engels fueron testigos directos de
una vasta oleada de ataques a las estructuras políticas absolutistas o
precapitalistas; ataques que fueron conducidos con éxito, utilizando la fuerza
de las armas, no sólo en Europa sino también en Norteamérica y en el Extremo
Oriente. Por supuesto, me estoy refiriendo al triunfo del «Risorgimento» en Italia;
a la unificación de Alemania bajo la égida de Bismarck; a la victoria del Norte
industrial sobre el Sur esclavista en la Guerra Civil americana; a la violenta
caída del reinado Tokugawa en Japón, que ha pasado a la historia con el nombre
de Restauración Meiji. Todas estas imponentes sublevaciones de la segunda mitad
del siglo XIX han sido consideradas, desde una mirada retrospectiva, por los historiadores
marxistas de los países en que se desarrollaron -Italia, Alemania, Estados Unidos y Japón-,
como momentos decisivos de la revolución burguesa en sus respectivos países; y
hasta sus colegas no marxistas o antimarxistas, no importan las etiquetas,
quisieron ver en esos levantamientos populares los inicios del proceso de
formación del Estado moderno o los orígenes del orden político actual, en el
seno de sociedades entre las que se encuentran las tres economías capitalistas
más avanzadas de nuestro tiempo, la americana, la japonesa y la alemana. En otras
palabras, es absolutamente imposible minimizar el significado histórico global
de la amplia oleada internacional de agitaciones y turbulencias que se produjo
en aquellos quince años.
Sin embargo, y es una cosa difícil de entender, estas mismas
convulsiones políticas fueron muy poco estudiadas por Marx y Engels, que, de
hecho, casi no le dieron relevancia alguna en sus escritos. Ciertamente, no nos
debe sorprender su ignorancia respecto a los sucesos del lejano imperio japonés
del que, en aquella época, bien pocos europeos sabían alguna cosa. Pero su
relativa indiferencia respecto al «Risorgimento» italiano, la incomprensión que
mostraron en cuanto a su naturaleza y significado -demasiado evidente, por
ejemplo, en el desafortunado artículo de Engels Po y Reno, donde el autor acaba
casi por ponerse del lado de la reacción austríaca en la península- son, sin
duda, mucho más curiosas. Igual de desconcertante, si no más, es la poca
consistencia del análisis que dedicaron al proceso de unificación de Alemania,
su propio país. Marx no nos dejó ningún texto mínimamente significativo al
respecto. Sólo Engels, un poco después de la unificación, escribiría El papel de
la fuerza en la historia, un ensayo bastante penetrante. En definitiva, si bien
es cierto que Marx y Engels se interesaron, de manera apasionada, por la Guerra
Civil norteamericana, a diferencia de lo que hicieron con los otros tres
grandes conflictos que antes he mencionado, no se puede decir realmente que sus
juicios sobre la misma se distingan por su agudeza política o por su capacidad
de comprensión histórica.
Baste recordar las alabanzas, del todo acríticas, tributadas
a Lincoln, saludado por Marx como «el más
eminente hijo de la clase obrera norteamericana», un título que -más allá
de los méritos que se puedan atribuir a este político, burgués por excelencia-
él mereció menos que ningún otro. Considerando todo lo que hemos dicho hasta
ahora, podríamos concluir que Marx y Engels no fueron conscientes del alcance y
significado de las revoluciones políticas que efectivamente se produjeron en su
tiempo, un período que inauguraba una nueva época en la historia del
capitalismo, preocupados como estaban por las posibilidades de otro tipo de
revoluciones que hubieran desbrozado el camino hacia el deseado gobierno de los
trabajadores.
Ahora bien, si tomamos los escritos teóricos de Marx en su
conjunto, creo que, en parte, es posible entender por qué le fue tan difícil
comprender la importancia y las dimensiones de las insurrecciones
contemporáneas. Y es que, contrariamente a lo que se pudiera pensar, la noción
de «revolución burguesa» -que, posteriormente, los marxistas han aplicado a
aquellos acontecimientos- apenas podemos encontrarla en los trabajos de Marx, al
menos formulada exactamente en estos términos y a tutte lettere. No la hallaremos, por ejemplo, en el Manifiesto del
Partido Comunista, el texto en el que, más que en ningún otro, esperaríamos
encontrarla. En muchos sentidos el Manifiesto es un auténtico himno a la
vocación revolucionaria, a escala mundial, de la burguesía: pero esta vocación
esentendida esencialmente en términos de impacto económico de la gran industria
capitalista y de expansión del mercado mundial, y no de violenta ofensiva
política de la burguesía contra el Ancien
Régime o contra los estados del ordenamiento feudal. Si Marx no utiliza casi
nunca, de forma exacta, la expresión «revolución burguesa», Engels, en cambio,
sí lo hace, al menos ocasionalmente, aunque en ningún momento intenta
construir, respecto a la misma, sistematización teórica alguna.
En efecto, en el seno del debate sobre el materialismo
histórico, la citada expresión, en sus términos exactos, no fue de uso
corriente hasta finales del siglo XIX. De hecho, fue el movimiento
revolucionario ruso quien, con los escritos de Plejanov y de Lenin, le dio por primera
vez un lugar establecen el vocabulario marxista. Esa noción asume su forma definitiva
precisamente en el movimiento obrero ruso por razones esencialmente políticas y
estratégicas. Plejanov y Lenin, en efecto, tuvieron que distinguir la revolución
que se estaba avecinando en el Imperio zarista, de los proyectos de los «Narodniki». Éstos propugnaban una
revolución directa y completamente socialista, porque estaban convencidos de
que Rusia podía saltarse todas las fases de la dominación capitalista y alcanzar
así, directamente, desde las condiciones feudales existentes en el campo, una forma
más o menos campesina de comunismo.
Contra esta ilusión Plejanov y Lenin insistieron, durante largo
tiempo, en afirmar que la inminente revolución sería burguesa, no proletaria,
una hipótesis que, como sabemos, la historia no confirmó, al menos en estos
términos tan rotundos y explícitos.
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