Ilustración para la edición del Manifiesto Comunista ✆ Fernando Vicente |
Ariel Mayo
| La burguesía, la clase que
controla los medios de producción en el capitalismo, tiende a pensar que toda
la organización social gira en torno de sus decisiones. Si hay producción,
intercambio, distribución, es gracias a los esfuerzos de los señores
empresarios, quienes son capaces de manipular tanto a la materia inerte como a
los trabajadores. Así, materias primas, herramientas y obreros se mueven al
compás de las decisiones empresariales. La visión que la burguesía desarrolla sobre sí misma tiene
poco que ver con la realidad. La burguesía es en la medida en que existe la
clase obrera. La relación entre ambas clases es la que determina los rasgos
centrales del capitalismo. De ahí la importancia de una comprensión adecuada de
la relación entre las dos clases principales de la sociedad moderna.
En la actualidad, los conceptos de clase y lucha de clases,
así como también el de capitalismo, ocupan un lugar relativamente marginal en
la enseñanza académica. En el momento en que existe la mayor cantidad de
asalariados de la historia, resulta paradójico que el trabajo, la producción y
la lucha de clases se vuelvan invisibles para el mundo académico (afirmación
tajante que, por supuesto, admite excepciones). De ahí la necesidad de volver una y otra vez a los clásicos,
quienes nos hablan con un desparpajo del que carecen los autores de papers.
El clásico de los clásicos para el examen de la relación capital – trabajo es,
sin lugar a dudas, el Manifiesto Comunista, texto que tiene la enorme
ventaja de no haber sido escrito para un público universitario sino para los
trabajadores.1
En el Manifiesto, la relación entre burgueses y
trabajadores es descripta, fundamentalmente, en el primer apartado, que lleva
precisamente por título “Burgueses y
proletarios”. Allí, luego de caracterizar a la historia humana como
“historia de la lucha de clases” (p. 81), Marx y Engels se dedican a esbozar el
desarrollo de la burguesía y su contribución a la expansión de las fuerzas
productivas. No es este el lugar para referirse a dicho esbozo, basta con
indicar que contiene uno de los mayores elogios jamás escritos del papel
revolucionario de la burguesía.
En este artículo prefiero ocuparme del análisis de la
constitución de la clase obrera, pues permite comprender mejor los límites de
la dominación de la burguesía y emprender la tarea de desnaturalizar las
relaciones sociales capitalistas. Marx y Engels comienzan planteando que el
desarrollo de la clase obrera no puede separarse del de la clase capitalista:
“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta e incrementa el capital.” (p. 89-90).
Esta afirmación es fundamental, pues implica que la clase
obrera no es una esencia inalterable, un ente abstracto que permanece igual a
sí mismo, sino que se constituye permanentemente al compás de su relación con
la burguesía. Más claro, la clase obrera nunca permanece igual a sí misma, sino
que se encuentra en estado de perpetua transformación, condicionado por su
relación con la clase capitalista. En este punto, Marx y Engels aplican al
terreno del estudio de la clase obrera el principio enunciado en las Tesis
sobre Feuerbach, donde Marx sostuvo que “la esencia humana no es algo abstracto
e inmanente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones
sociales.” 2 Por tanto, la clase obrera es el conjunto de sus relaciones
sociales, lo cual significa, ante todo, de sus relaciones con la burguesía. El
enfoque relacional de Marx resulta más adecuado para captar en toda su
complejidad la cambiante realidad de las clases sociales. Además, este enfoque
desafía a los planteos que postulan la aplicación de recetas políticas válidas
para todos los tiempos y lugares.
Marx y Engels analizan en dos niveles el desarrollo de la
clase obrera. Uno de ellos es el nivel que podemos denominar estructural, en el
que estudian la situación de la clase a partir de las modificaciones de las
fuerzas productivas. Este es el momento de la clase en sí, siguiendo la
terminología empleada en Miseria de la Filosofía.
En el nivel estructural, la clase obrera posee las
siguientes características:
a) Es una mercancía: “el obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia [competencia], a todas las fluctuaciones del mercado.” (p. 90).
b) Está sujeto al ritmo de la maquinaria (que no es otra cosa que el ritmo de trabajo impuesto por la burguesía), es decir, que ve recortada constantemente su capacidad de controlar (aunque sea mínimamente) el proceso productivo: “La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje.” (p. 90).
c) Está sometido a una disciplina militar: “Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. (…) No son solo siervos [los obreros] de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica.” (p. 90-91). Califican de despotismo al régimen imperante en el proceso de producción capitalista.
d) La búsqueda de ganancias por la burguesía, sumada a la creciente simplicidad de las tareas productivas, hacen que pasen a formar parte de la clase hombres y mujeres de todas las edades, incluidos niños. “Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del costo.” (p. 91).
e) Las sucesivas crisis y los efectos de la competencia entre capitalistas determinan que la clase obrera se vea engrosada constantemente por elementos provenientes de otros grupos sociales. “Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.” (p. 91).
El segundo nivel de análisis es el político, es decir, la relación
de lucha entre la clase trabajadora y la burguesía. Si más arriba hablamos
de clase en sí, aquí corresponde hablar de clase para sí. Desde el
vamos, queda claro que la clase obrera es un sujeto que jamás permanece quieto
e inalterable:
“El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.” (p. 91).
La lucha de los trabajadores contra los capitalistas
comienza en el mismo origen de la clase obrera; consecuencia del carácter
irreconciliable del antagonismo entre capital y trabajo. En principio es el
trabajador aislado contra el empresario, pero la tendencia general es a la
reunión de la clase obrera en masas cada vez más numerosas.
En este punto hay que referirse a una cuestión fundamental.
Marx y Engels sostienen que, inicialmente, la clase obrera va a remolque de la
burguesía, que la utiliza como una especie de masa de maniobra para alcanzar
sus objetivos políticos:
“En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de la propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento – cosa que todavía logra – a todo el proletariado.” (p. 92).
Sólo a partir de la expansión de la gran industria, de las
grandes fábricas, se desarrolla la conciencia política de los trabajadores y
comienzan a actuar con independencia de la burguesía:
“El desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.” (p. 92-93).
De los dos pasajes que acabamos de citar se desprende que la
conciencia de la clase obrera depende de la mayor o menor concentración de
trabajadores en las fábricas, es decir, es producto en última instancia del
desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Esto puede llevar a creer que
la conciencia de clase es algo que se genera automáticamente a partir de los
vaivenes de la gran industria. Pero la conciencia de clase no es un mero
residuo de la centralización del capital, sino algo mucho más complejo. En este
sentido, cabe decir que el enfoque adoptado por Marx y Engels en estos pasajes
resulta unilateral. La respuesta al problema está, sin embargo, en el texto
mismo. La conciencia de clase es el resultado de un proceso complejo, que
incluye tanto el nivel estructural como el político. En última instancia, la
conciencia de clase tiene mucho más que ver con la relación de lucha entre
capital y trabajo. Dicho más claro, a partir de una base estructural (de una
estructura x de la industria), la conciencia de clase es el resultado
de la lucha entre empresarios y trabajadores.
Lo anterior aparece expresado en el siguiente pasaje:
“Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran burguesía y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política.” (p. 93; el subrayado es mío).
La lucha de clases es una lucha política porque la clase
trabajadora desafía la dominación de la burguesía. Esto no puede darse de
manera exitosa en una empresa aislada, sino que debe abarcar la totalidad del
país, dado que la burguesía controla el conjunto del aparato productivo y el
Estado. Ahora bien, el trabajoso pasaje de las luchas aisladas a la lucha de
una clase obrera unificada o es de ningún modo lineal y está sujeto a
constantes retrocesos y derrotas.
Marx y Engels sostienen que la lucha de la clase obrera sólo
puede ser exitosa en la medida en que se organice políticamente de manera
autónoma.
“Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.” (p. 93).
La organización política de los trabajadores, que los pone a
resguardo de ser tentados por la pequeña burguesía (por ejemplo, la
propuesta de un capitalismo “ordenado” frente al capitalismo “salvaje”), es el
bien más preciado con que puede contar la clase trabajadora. Pero esta
autonomía no surge automáticamente de las condiciones de la producción
capitalista, sino que requiere de una laboriosa construcción.
Marx y Engels rematan su análisis destacando que la clase
obrera es la única clase revolucionaria de la sociedad capitalista:
“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.” (p. 95).
“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (p. 96).
La afirmación de que los trabajadores son la única clase
verdaderamente revolucionaria de la sociedad moderna no es una mera expresión
de deseos; lo es en la medida en que genera la riqueza de esa sociedad y, por
ende, el poder de los capitalistas. La rebelión de la clase trabajadora, el
negarse a seguir produciendo para el capital, es el desafío más potente al que
se enfrenta la burguesía. Esa rebelión es la única que puede poner en cuestión
los pilares de la dominación burguesa, en primer lugar, la propiedad privada de
los medios de producción y el consiguiente control de las relaciones de
producción.
Por último, y si bien la cuestión excede los límites de este
artículo, la reafirmación de la clase trabajadora como la única clase que
contiene en potencia la capacidad para transformar al capitalismo en otra forma
de organización social, cobra una importancia primordial en estos días, cuando
muchos intelectuales progresistas y nacionalistas de izquierda sostienen que la
burguesía nacional y las masas populares son el sujeto capaz de cambiar las
relaciones de poder existentes en la sociedad. Estos intelectuales, que
reniegan de la revolución, del socialismo y de la lucha de clases, procuran
demostrar que el capitalismo es la única forma posible de organización social,
y que de lo que se trata es de mejorarlo, corregir los abusos. Para ello es
preciso contar con el apoyo de la burguesía y de las clases medias. Por ello,
poner en el centro de la discusión política el papel central de la producción,
de los trabajadores y de la lucha de clases, permite refutar los argumentos de estos
intelectuales.
Notas
1 Para las citas del Manifiesto utilizo la siguiente
edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (2008). [1° edición: 1848]. El
Manifiesto Comunista. Buenos Aires: Libertador.
2 Cito las Tesis en la edición incluida
en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos
Aires: Pueblos Unidos y Cartago. (pp. 665-668). El texto transcripto forma
parte de la tesis n° 6.