26/10/14

La clase obrera en el Manifiesto Comunista

Ilustración para la edición del Manifiesto Comunista
✆ Fernando Vicente 
Ariel  Mayo   |   La burguesía, la clase que controla los medios de producción en el capitalismo, tiende a pensar que toda la organización social gira en torno de sus decisiones. Si hay producción, intercambio, distribución, es gracias a los esfuerzos de los señores empresarios, quienes son capaces de manipular tanto a la materia inerte como a los trabajadores. Así, materias primas, herramientas y obreros se mueven al compás de las decisiones empresariales. La visión que la burguesía desarrolla sobre sí misma tiene poco que ver con la realidad. La burguesía es en la medida en que existe la clase obrera. La relación entre ambas clases es la que determina los rasgos centrales del capitalismo. De ahí la importancia de una comprensión adecuada de la relación entre las dos clases principales de la sociedad moderna.

En la actualidad, los conceptos de clase y lucha de clases, así como también el de capitalismo, ocupan un lugar relativamente marginal en la enseñanza académica. En el momento en que existe la mayor cantidad de asalariados de la historia, resulta paradójico que el trabajo, la producción y la lucha de clases se vuelvan invisibles para el mundo académico (afirmación tajante que, por supuesto, admite excepciones). De ahí la necesidad de volver una y otra vez a los clásicos, quienes nos hablan con un desparpajo del que carecen los autores de papers. El clásico de los clásicos para el examen de la relación capital – trabajo es, sin lugar a dudas, el Manifiesto Comunista, texto que tiene la enorme ventaja de no haber sido escrito para un público universitario sino para los trabajadores.1

En el Manifiesto, la relación entre burgueses y trabajadores es descripta, fundamentalmente, en el primer apartado, que lleva precisamente por título “Burgueses y proletarios”. Allí, luego de caracterizar a la historia humana como “historia de la lucha de clases” (p. 81), Marx y Engels se dedican a esbozar el desarrollo de la burguesía y su contribución a la expansión de las fuerzas productivas. No es este el lugar para referirse a dicho esbozo, basta con indicar que contiene uno de los mayores elogios jamás escritos del papel revolucionario de la burguesía.

En este artículo prefiero ocuparme del análisis de la constitución de la clase obrera, pues permite comprender mejor los límites de la dominación de la burguesía y emprender la tarea de desnaturalizar las relaciones sociales capitalistas. Marx y Engels comienzan planteando que el desarrollo de la clase obrera no puede separarse del de la clase capitalista:
“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta e incrementa el capital.” (p. 89-90).
Esta afirmación es fundamental, pues implica que la clase obrera no es una esencia inalterable, un ente abstracto que permanece igual a sí mismo, sino que se constituye permanentemente al compás de su relación con la burguesía. Más claro, la clase obrera nunca permanece igual a sí misma, sino que se encuentra en estado de perpetua transformación, condicionado por su relación con la clase capitalista. En este punto, Marx y Engels aplican al terreno del estudio de la clase obrera el principio enunciado en las Tesis sobre Feuerbach, donde Marx sostuvo que “la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.” 2 Por tanto, la clase obrera es el conjunto de sus relaciones sociales, lo cual significa, ante todo, de sus relaciones con la burguesía. El enfoque relacional de Marx resulta más adecuado para captar en toda su complejidad la cambiante realidad de las clases sociales. Además, este enfoque desafía a los planteos que postulan la aplicación de recetas políticas válidas para todos los tiempos y lugares.

Marx y Engels analizan en dos niveles el desarrollo de la clase obrera. Uno de ellos es el nivel que podemos denominar estructural, en el que estudian la situación de la clase a partir de las modificaciones de las fuerzas productivas. Este es el momento de la clase en sí, siguiendo la terminología empleada en Miseria de la Filosofía.

En el nivel estructural, la clase obrera posee las siguientes características:
a) Es una mercancía: “el obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia [competencia], a todas las fluctuaciones del mercado.” (p. 90). 
b) Está sujeto al ritmo de la maquinaria (que no es otra cosa que el ritmo de trabajo impuesto por la burguesía), es decir, que ve recortada constantemente su capacidad de controlar (aunque sea mínimamente) el proceso productivo: “La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje.” (p. 90). 
c) Está sometido a una disciplina militar: “Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. (…) No son solo siervos [los obreros] de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica.” (p. 90-91). Califican de despotismo al régimen imperante en el proceso de producción capitalista. 
d) La búsqueda de ganancias por la burguesía, sumada a la creciente simplicidad de las tareas productivas, hacen que pasen a formar parte de la clase hombres y mujeres de todas las edades, incluidos niños. “Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del costo.” (p. 91). 
e) Las sucesivas crisis y los efectos de la competencia entre capitalistas determinan que la clase obrera se vea engrosada constantemente por elementos provenientes de otros grupos sociales. “Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.” (p. 91).
El segundo nivel de análisis es el político, es decir, la relación de lucha entre la clase trabajadora y la burguesía. Si más arriba hablamos de clase en sí, aquí corresponde hablar de clase para sí. Desde el vamos, queda claro que la clase obrera es un sujeto que jamás permanece quieto e inalterable:
“El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia.” (p. 91).
La lucha de los trabajadores contra los capitalistas comienza en el mismo origen de la clase obrera; consecuencia del carácter irreconciliable del antagonismo entre capital y trabajo. En principio es el trabajador aislado contra el empresario, pero la tendencia general es a la reunión de la clase obrera en masas cada vez más numerosas.

En este punto hay que referirse a una cuestión fundamental. Marx y Engels sostienen que, inicialmente, la clase obrera va a remolque de la burguesía, que la utiliza como una especie de masa de maniobra para alcanzar sus objetivos políticos:
“En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de la propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento – cosa que todavía logra – a todo el proletariado.” (p. 92).
Sólo a partir de la expansión de la gran industria, de las grandes fábricas, se desarrolla la conciencia política de los trabajadores y comienzan a actuar con independencia de la burguesía:
“El desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.” (p. 92-93).
De los dos pasajes que acabamos de citar se desprende que la conciencia de la clase obrera depende de la mayor o menor concentración de trabajadores en las fábricas, es decir, es producto en última instancia del desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Esto puede llevar a creer que la conciencia de clase es algo que se genera automáticamente a partir de los vaivenes de la gran industria. Pero la conciencia de clase no es un mero residuo de la centralización del capital, sino algo mucho más complejo. En este sentido, cabe decir que el enfoque adoptado por Marx y Engels en estos pasajes resulta unilateral. La respuesta al problema está, sin embargo, en el texto mismo. La conciencia de clase es el resultado de un proceso complejo, que incluye tanto el nivel estructural como el político. En última instancia, la conciencia de clase tiene mucho más que ver con la relación de lucha entre capital y trabajo. Dicho más claro, a partir de una base estructural (de una estructura x de la industria), la conciencia de clase es el resultado de la lucha entre empresarios y trabajadores.

Lo anterior aparece expresado en el siguiente pasaje:
“Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran burguesía y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política.” (p. 93; el subrayado es mío).
La lucha de clases es una lucha política porque la clase trabajadora desafía la dominación de la burguesía. Esto no puede darse de manera exitosa en una empresa aislada, sino que debe abarcar la totalidad del país, dado que la burguesía controla el conjunto del aparato productivo y el Estado. Ahora bien, el trabajoso pasaje de las luchas aisladas a la lucha de una clase obrera unificada o es de ningún modo lineal y está sujeto a constantes retrocesos y derrotas.

Marx y Engels sostienen que la lucha de la clase obrera sólo puede ser exitosa en la medida en que se organice políticamente de manera autónoma.
“Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.” (p. 93).
La organización política de los trabajadores, que los pone a resguardo de  ser tentados por la pequeña burguesía (por ejemplo, la propuesta de un capitalismo “ordenado” frente al capitalismo “salvaje”), es el bien más preciado con que puede contar la clase trabajadora. Pero esta autonomía no surge automáticamente de las condiciones de la producción capitalista, sino que requiere de una laboriosa construcción.

Marx y Engels rematan su análisis destacando que la clase obrera es la única clase revolucionaria de la sociedad capitalista:
“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.” (p. 95).
“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de la inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (p. 96).
La afirmación de que los trabajadores son la única clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad moderna no es una mera expresión de deseos; lo es en la medida en que genera la riqueza de esa sociedad y, por ende, el poder de los capitalistas. La rebelión de la clase trabajadora, el negarse a seguir produciendo para el capital, es el desafío más potente al que se enfrenta la burguesía. Esa rebelión es la única que puede poner en cuestión los pilares de la dominación burguesa, en primer lugar, la propiedad privada de los medios de producción y el consiguiente control de las relaciones de producción.

Por último, y si bien la cuestión excede los límites de este artículo, la reafirmación de la clase trabajadora como la única clase que contiene en potencia la capacidad para transformar al capitalismo en otra forma de organización social, cobra una importancia primordial en estos días, cuando muchos intelectuales progresistas y nacionalistas de izquierda sostienen que la burguesía nacional y las masas populares son el sujeto capaz de cambiar las relaciones de poder existentes en la sociedad. Estos intelectuales, que reniegan de la revolución, del socialismo y de la lucha de clases, procuran demostrar que el capitalismo es la única forma posible de organización social, y que de lo que se trata es de mejorarlo, corregir los abusos. Para ello es preciso contar con el apoyo de la burguesía y de las clases medias. Por ello, poner en el centro de la discusión política el papel central de la producción, de los trabajadores y de la lucha de clases, permite refutar los argumentos de estos intelectuales.

Notas

1  Para las citas del Manifiesto utilizo la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (2008). [1° edición: 1848]. El Manifiesto Comunista. Buenos Aires: Libertador.
2  Cito las Tesis en la edición incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1985). La ideología alemana. Buenos Aires: Pueblos Unidos y Cartago. (pp. 665-668). El texto transcripto forma parte de la tesis n° 6.