6/9/14

Notas sobre el imperialismo contemporáneo

Michel Husson   |   ¿Pone la globalización en tela de juicio los enfoques clásicos del imperialismo? Esta es la pregunta que sirve de hilo conductor de este artículo, que contiene dos partes: la primera presenta una breve descripción de dichas teorías y la segunda trata de señalar las características de la globalización que implican una actualización teórica y conceptual. Son reflexiones provisionales con las que, ante todo, se pretende esbozar los ejes de tal actualización.

Las teorías clásicas del imperialismo

El término “imperialismo” no aparece en los escritos de Marx sino en el libro de Hobson publicado en 1902/1. Los marxistas de comienzos del siglo XX lo retomaron más adelante, si bien este concepto no designaba directamente una teoría de la explotación de los países del Tercer Mundo, sino que planteaba ante todo un análisis de las contradicciones de los países capitalistas y una teoría de la economía mundial cuyos elementos constitutivos ya se encuentran en Marx.

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En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx subrayó que “mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía otorga un carácter cosmopolita a la producción y al consumo”, y en El Capital afirmará claramente que “la base del modo de producción capitalista está constituida por el propio mercado mundial”. En los análisis de El Capital, la función del comercio internacional consiste sobre todo en contrarrestar la caída tendencial de la tasa de beneficio: “Los capitales invertidos en el comercio exterior permiten obtener una tasa de beneficio más alta porque, en primer lugar, en este caso se compite con países cuyos medios de producción de mercancías son inferiores”. Y Marx subraya que se produce una transferencia de valor: “El país favorecido recibe a cambio más trabajo que el que ha aportado, aunque esa diferencia, ese excedente, se lo embolsa una clase particular, como en el intercambio entre el capital y el trabajo”.

Para Lenin, Bujarin y Rosa Luxemburgo, no se trata ante todo de analizar lo que hoy llamaríamos relaciones Norte-Sur: la cuestión teórica que se plantea se refiere a las condiciones internas de funcionamiento del capitalismo. En efecto, tras la “gran depresión” que se dio entre 1873 y 1895, el capitalismo se recupera con un crecimiento más dinámico, al tiempo que experimenta mutaciones sustanciales. Toda una serie de teóricos, como Bernstein y aquellos que Lenin calificará de “marxistas legales”, propondrán una interpretación de los esquemas de reproducción que demuestra la posibilidad de un desarrollo indefinido del capitalismo exclusivamente sobre la base del mercado interior. La cuestión que se plantea radica por tanto en comprender el modo de funcionamiento del capitalismo en una fase determinada de su historia. El concepto de imperialismo se introducirá así en relación con esta problemática, y los países coloniales y semicoloniales desempeñarán un papel específico en el análisis teórico.

Frente a los pronósticos optimistas de un Bernstein sobre la dinámica del capitalismo, Rosa Luxemburgo propone una lectura diferente de los mecanismos de reproducción. El argumento puede resumirse de un modo muy sencillo. La acumulación de capital hace que tienda a aumentar la composición orgánica del mismo, máxime cuando el capitalismo trata además de frenar el aumento de los salarios. En estas condiciones, si se mantiene la hipótesis atribuida a Marx, según la cual “los capitalistas y los obreros con los únicos consumidores”, la reproducción del capital se torna imposible. Rosa Luxemburgo rechaza, en efecto, las tesis de Tugan-Baranovsky, quien trató de demostrar la posibilidad de la expansión capitalista sobre la base de un autodesarrollo infinito de la sección de medios de producción. Recupera una intuición fundamental de Marx según la cual “la producción de capital constante no se lleva nunca a cabo por sí misma, sino únicamente porque este capital constante se utiliza en mayor medida en las esferas de producción que producen para el consumo individual”. Para Luxemburgo, la reproducción del capital requiere por tanto, “como primera condición, un círculo de compradores situados fuera de la sociedad capitalista”.

Esta idea, como ya hemos visto, ya está presente en Marx, quien señaló en el Manifiesto que “empujada por la necesidad de encontrar salidas cada vez más amplias para sus productos, la burguesía invade toda la superficie del planeta”. Esta concepción, que implica que la realización de la plusvalía requiere la apertura permanente de mercados exteriores, explica sin duda el periodo de expansión imperialista, donde los países dependientes desempeñan un papel creciente con respecto a las salidas que ofrecen. Sin embargo, no es posible sistematizar su base teórica: una cosa es que, en ciertas condiciones históricas particulares, la expansión imperialista sea un elemento importante, incluso decisivo, de la acumulación de capital, pero hacer de esta constatación una ley absoluta −como Luxemburgo, para quien “la plusvalía no pueden realizarla ni los asalariados ni los capitalistas, sino únicamente capas sociales o sociedades con un modo de producción precapitalista”− es un paso que no convence en absoluto.
 
 


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