Karl Marx ✆ A.d. |
Ariel Mayo |
Las ciencias sociales y el marxismo constituyen
proyectos teóricos y políticos antagónicos e irreconciliables. Para justificar
esta afirmación puede recurrirse al procedimiento de comparar la sociología de
Comte o de Durkheim con El capital de Marx; así, mientras que los
primeros asumen que la sociedad burguesa es el mejor de los mundos posibles y
que, en todo caso, la ciencia debe corregir las imperfecciones de esta sociedad,
Marx plantea que el capitalismo es una forma de organización social
basada en la explotación del trabajo asalariado y que debe ser reemplazada,
revolución mediante, por el socialismo. Es posible que el lector piense que las afirmaciones del
párrafo anterior son demasiado esquemáticas o que remiten a cuestiones que ya
han sido superadas. Respecto al carácter esquemático, cabe decir que se trata
de plantear la cuestión del modo más claro posible y esta es la función de los
esquemas. Respecto a la supuesta superación de la cuestión planteada (la
crítica se reduce aquí a afirmar que el marxismo ha sido superado), una
respuesta posible consiste en remarcar un hecho que suele pasar desapercibido a
los críticos: el capitalismo goza de “buena salud”, así como también las
contradicciones que engendra éste. El eje del marxismo es la crítica del
capitalismo, ya sea a través de la teoría (El capital es el ejemplo más
acabado), ya sea a través de las armas (la organización política autónoma de la
clase trabajadora). Es la misma vigencia del capitalismo la que revitaliza
permanentemente al marxismo, más allá de las derrotas del movimiento obrero.
Esto se vuelve notorio en las épocas de crisis.
En su prefacio a la edición alemana de 1883
del Manifiesto Comunista, Friedrich Engels formuló un resumen de las tesis
centrales del marxismo. Opto por transcribirlo íntegramente:
“La idea fundamental de que está penetrado todo el Manifiesto – a saber: que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotadora y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha de clases -, esta idea fundamental pertenece única y exclusivamente a Marx.” (p. 13-14; el resaltado es mío). (1)
El punto de partida del marxismo es el reconocimiento de que
sin producción económica (que no es otra cosa que la producción de la
existencia de los seres humanos) es imposible la sociedad; dicho de otro modo,
los seres humanos (seres sociales por definición) son lo que hacen, es decir,
son la forma en que producen su existencia. Ahora bien, y en esto reside lo
esencial del marxismo, la producción de la existencia implica el
establecimiento de relaciones entre los individuos, relaciones que no son
meramente técnicas, sino que son, ante todo y sobre todo, relaciones de poder.
La producción de la existencia gira en torno a la existencia de relaciones de
propiedad respecto a las materias primas, los medios de producción y el
producto del trabajo. Estas relaciones son relaciones eminentemente políticas.
Engels indica, a través del uso del “por tanto”, la unión
inseparable entre los dos aspectos señalados en el párrafo precedente: puesto
que la “producción económica” supone el establecimiento de relaciones de
propiedad entre los individuos, y que esas relaciones son relaciones políticas;
entonces, la “estructuración social” resultante es una estructura en la que el
conflicto es inherente a la misma, y cuyo desarrollo es “una historia de lucha
de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas”. Engels no separa
el análisis de la estructura social de la lucha de clases. El estudio de las
relaciones sociales (la estructura) termina en un callejón sin salida si se
omite la lucha de clases, pues la lucha de clases es inmanente a dicha
estructura; escindir la estructura social de la lucha de clases significa
perder de vista el carácter fundamental de la estructura social, que es,
precisamente, el de ser una estructura contradictoria. Del mismo modo, analizar
la lucha de clases separada de la estructura social (el conjunto de relaciones
sociales por medio de las cuales los seres humanos producen su existencia),
conduce a la ilusión de que la política gira en el vacío, de que la voluntad es
omnipotente.
La sociología omite el carácter antagónico de la estructura
social, haciendo del conflicto algo externo a la misma (una patología que rompe
el estado de equilibrio _ el estado normal – de la sociedad) o la resultante de
la esencia de los individuos (en la concepción que hace del individuo lo
fundamental y de la sociedad algo artificial – individualismo metodológico -).
Como es evidente, esta actitud resulta funcional al interés de la burguesía,
pues permite que los sociólogos le proporcionen información sobre la estructura
social sin que cuestionen el carácter de la misma. Y, desde el punto de vista
de los sociólogos es provechosa, pues asegura, en términos relativos, su
inserción laboral al eliminar todo cuestionamiento a los fundamentos de la
organización social (la propiedad privada de los medios de producción).
La lucha de clases permite establecer la divisoria de aguas
entre sociología y marxismo. No por casualidad el Manifiesto comienza con la
frase “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días
es la historia de las luchas de clases.”
Nota
1. El prólogo está fechado en Londres el 28 de junio de
1883. Utilizo la siguiente edición: Marx, Karl y Engels, Friedrich.
(1986). Manifiesto del Partido Comunista. Buenos Aires: Anteo. (pp.
13-14).