6/8/14

Crisis capitalista y resurrección de la teoría crítica

Néstor Kohan   |   No se caerá solo por arte de magia ni por la premonición de algún antiguo calendario. Tampoco se derrumbará por efecto de un terremoto, un rayo o un meteorito inesperado como en el cine de catástrofes de Hollywood. Al capitalismo, como sistema de explotación y dominación mundial, hay que derrocarlo.
  
I. Ni oráculo ni apología

Sin embargo, aunque nunca se suicidará sin dar batalla, el reino del capital cruje. Nos encontramos bien lejos de las fantasías aparentemente tranquilizadoras y apacibles de la segunda posguerra europea. La crisis, altanera y vengativa, atraviesa y carcome el orden completo del entramado social. Ya no se trata única o exclusivamente de una crisis «económica», centrada en la sobreproducción relativa, la burbuja inmobiliaria, el desempleo y la estanflación, o de una crisis meramente política marcada por la ausencia de gobernabilidad o la falta de credibilidad en las formas tradicionales de representación ciudadana.

La turbulencia global de nuestros días reúne, condensa y sintetiza un conjunto muy variado de contradicciones sociales insolubles que convergen sobre un mismo ángulo y matriz. Lejos de ser una crisis meramente coyuntural (es decir, una «crisis capitalista» episódica y reiterada), nuestro tiempo contemporáneo asiste a la emergencia de una crisis civilizatoria, estructural y sistémica, de largo aliento (o sea «una crisis del capitalismo en su conjunto», de mucho mayor alcance, larga duración y profundidad que las crisis periódicas). Crisis que se expresa al mismo tiempo como ecológica, ambiental y energética, alimentaria y humanitaria, tecnológica, urbana y rural, política y militar, caracterizada por una sobreproducción estructural, una recesión que se va convirtiendo en depresión progresiva, acompañada de la ruptura de la cadena de pagos e imposibilidad de asumir las deudas externas, la explosión de la burbuja financiera e inmobiliaria, la descomposición y desintegración social, la pobreza extrema en la periferia del sistema mundial y el desempleo galopante, incluso en las sociedades capitalistas metropolitanas. Una crisis objetiva del orden social en su conjunto que al mismo tiempo se expresa como crisis cultural de las formas de subjetividad hasta ahora predominantes en el capitalismo tardío.

II. Una crisis de nuevo tipo

En suma, asistimos a una crisis histórico-cul­tural de la civilización capitalista en su conjunto. Una crisis de nuevo tipo. Nunca se habían desatado tantas posibilidades destructivas al mismo tiempo para el sistema social capitalista.  Dicha crisis sistémica que hoy en día desgarra y tensiona al conjunto de la sociedad capitalista mundial, resulta mucho más grave que los momentos de zozobra que golpearon duramente al capitalismo en 1929, según reconoció el 21 de febrero de 2009 Paul Volcker (director de la Reserva Federal de los Estados Unidos durante los gobiernos de Jimmy Carter y Ronald Reagan) en la Universidad de Columbia. La misma opinión catastrofista fue compartida por el gurú de las finanzas George Soros.4

Pero no sólo supera ampliamente las incer­tidumbres y el pánico burgués de 1929, también resulta mucho más demoledora y extendida que la crisis del dólar de los años 1968-1971-1973.5

A esa sobreacumulación de tensiones irre­sueltas y contradicciones antagónicas insolu­bles que van carcomiendo desde adentro al ca­pitalismo imperialista como sistema mundial de dominación —«Nuevo apartheid a escala global», según los términos de Samin Amin— se suma la preponderancia absoluta de una sola potencia militar a nivel mundial, secundada por la OTAN y sus sumisos satélites europeos. El monopolio de las armas de destrucción masiva (con la amenaza permanente de desencade­nar una guerra termonuclear y bioquímica) y la generación de nuevas guerras de conquista que se han sucedido sin interrupción desde la invasión de Irak en 1991 ponen totalmente fuera de discusión la afamada teoría de la in­terdependencia que traería una «paz perpetua» de la mano del mercado neoliberal y el libre comercio internacional.

Lejos de desaparecer el imperialismo, como vaticinara Toni Negri en su promocionado ensayo Imperio, Estados Unidos abre nuevos frentes de guerra bombardeando «humanitariamente» no sólo Irak y Afganistán, sino también Libia, mientras instala siete nuevas bases militares en Colombia y lanza a los mares del mundo su cuarta flota imperial. A medida que aumentan las amenazas de la crisis, el sistema de dominación se torna más agresivo. Todos estos países bombardeados en nombre del «pluralismo» y «la libertad» poseen inmensos recursos naturales. ¿Será quizás una casualidad?

IV. Recuperar la categoría de crisis para la impugnación crítica

Como los bombardeos y las matanzas sistemáticas son inocultables, tanto como el desempleo6 y el colapso energético7 o alimentario a escala global8, la crisis no puede taparse con una mano. Esa es la razón principal por la cual los medios de comunicación y las industrias culturales posmodernas9 nos saturan día a día con todo un desfile de eventos «caóticos» y una secuencia ininterrumpida de antinomias sin solución que inundan nuestra vida cotidiana.

Pero ese exhibicionismo desfachatado —que muchas veces convierte en espectáculo mediático un bombardeo, una hambruna, un crack financie­ro o un golpe de estado sangriento— permanece en el reino de la mera apariencia. Ni en la tele­visión, ni en el cine, ni en el resto de las indus­trias culturales posmodernas se alcanza a captar la conexión recíproca y la pertenencia orgánica de cada proceso a una misma totalidad sistémica que articula, otorga sentido y organiza todos esos fenómenos yuxtapuestos10. Lo efímero y lo aparente capturan de manera excluyente la atención y la retienen en ese plano epifeno­ménico, impidiendo una profundización de la mirada crítica que permita ir más allá de lo que se muestra (y se padece). Las crisis capitalistas puntuales, episódicas y reiteradas, van acostum­brando la percepción hasta habituarnos a viven­ciarlas como «normales» y «naturales». De este modo el mismo término de «crisis» se va percu­diendo, adelgazando y debilitando, dejando en el camino la fuerza impugnatoria y explicativa que otrora poseía en las ciencias sociales y en la teoría crítica hasta convertirse prácticamente en un in­ofensivo sinónimo de «dificultad» y «anomalía circunstancial», fácilmente subsanable dentro de la institucionalidad y delimitado al perímetro de una única instancia del orden social.

Con ese telón de fondo el abanico completo de las ciencias sociales y en particular la teoría crítica marxista, como su núcleo duro de impugnación radical (al mismo tiempo anticapitalista y antiimperialista) del sistema en su conjunto, deberían recuperar la explosividad y el carácter holista que poseía históricamente la noción de «crisis», diferenciando las crisis capitalistas puntuales de la gran crisis del capitalismo en su conjunto.

Sólo dando cuenta de esta distinción y reapro­piándonos de sus significaciones más disruptivas y totalizantes podremos reinstalar un programa de investigación social, político, económico y cultural que nos permita captar las complejida­des del tiempo presente a escala mundial con una perspectiva no apologética ni celebratoria sino crítica y por lo tanto movilizadora.

Sin ese ejercicio de reapropiación la mera descripción de los fenómenos asociados con las crisis coyunturales seguirán flotando en el éter —perdón, quise decir en la web— como simples «anomalías» o «accidentes» digeribles y fago­citables para el orden establecido por el capital.

IV. Teoría de la crisis, la ruptura y la revolución

El marxismo, en tanto concepción materia­lista de la historia y teoría crítica, filosofía de la praxis y crítica de la economía política, no está centrado en una teoría del equilibrio y del funcionamiento «normal» del capitalismo. Esta teoría crítica constituye, por el contrario, una teoría del capitalismo… y al mismo tiempo de su crisis. Su núcleo de fuego no se especializa en la continuidad, equilibrio y estabilidad del sistema. Por el contrario, su reflexión e inves­tigación apunta a la crisis del sistema y a su potencial superación revolucionaria.

El marxismo no es teoría de la continuidad sino de la ruptura. Pero no de la crisis y la ruptura comprendidas como «decadencia», «colapso» y «derrumbe» automáticos, ineluctables, predeterminados de antemano, ya sea por el calendario maya, las pirámides egipcias o por el mandato de supuestas leyes de acero (la más importante sería la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, de innegable vigencia en la actualidad11), con independencia de lo que suceda en la lucha de clases. No, el marxismo, enfatizando el componente social disruptivo y la ruptura radical, constituye una teoría política de la revolución. La catástrofe y el hundimiento en la barbarie no implican necesariamente la enfermedad terminal ni la caída inexorable del sistema capitalista; cabe perfectamente la posibilidad de que se continúe profundizando la barbarie sumergiéndonos más y más en el abismo, sin jamás tocar fondo. Siempre se puede estar peor. Es más, con el capitalismo vamos a ir, sin duda, hacia lo peor.

La crisis civilizatoria del capital que atravesamos marca y delinea un campo de posibilidad abierto para la revolución (transformación radical que ya no podremos seguir delimitando en las fronteras de un estado nación particular, cada vez con mayor fuerza se abre la posibilidad de la extensión de la crisis y la revolución a escala mundial).

Pero esa posibilidad abierta por la crisis civilizatoria del capitalismo —que la teoría crítica marxista permite comprender a partir de sus regularidades y leyes de tendencia, muy diferentes de las «leyes de acero» otrora enaltecidas por la familia ideológica del positivismo— sólo podrá concretarse si se conforma un sujeto revolucionario que actúe e intervenga. Sin sujeto social y políticamente actuante, la crisis, por más explosiva, salvaje e irresoluble que resulte, no generará revoluciones ni superación del orden burgués capitalista.12

No debemos esperar que caiga mágicamente maná del cielo ni tampoco quedarnos pasivos frente a la barbarie de la crisis del capitalismo confiando en la voluntad divina para que el sistema se derrumbe por sí mismo, invocando el viejo grito protestante de «Dios lo quiere».13

V. Discutiendo algunos obstáculos para pensar la crisis

Uno de los obstáculos fundamentales que durante demasiado tiempo dificultó a la teoría social crítica comprender la gravedad de la crisis del capitalismo (sin caer por ello en el fatalismo místico del «derrumbe ineluctable») estuvo centrado en una lectura de las relaciones sociales que las segmentaba artificial e ilegítimamente en «instancias» separadas y yuxtapuestas y «factores» autónomos.

Si la sociedad capitalista se concibe como una sumatoria yuxtapuesta de «factores» (el factor geográfico, el ambiental, el económico, el industrial, el financiero, el alimentario, el jurídico, el político, el militar, el religioso, el cultural, etc.), entonces la crisis de cada uno de estos «factores» no tiene porqué influir o impregnar la órbita de los demás ni horadar la estabilidad del sistema.

La legitimación pretendidamente erudita de esta mirada esquemática sobre la crisis del orden social de innegable deuda con el funcionalismo encontró durante varias décadas su fuente de inspiración en el marxismo de Louis Althusser, habitualmente asociado con la supuesta rigurosidad y seriedad de la Academia francesa.

Fue Althusser quien promovió abandonar la teoría de las contradicciones dialécticas del sistema capitalista como totalidad (y de sus crisis explosiva) en aras de una lectura de Marx en clave estructural-funcionalista. ¿Dónde de­sarrolló ese sugerente e inteligente intento de convertir a Marx en un teórico del orden? Pues en su teoría de la contradicción sobredetermi­nada, repleta de ambigüedades.

VI. ¿Marx pensador de la estabilidad?

El intento de Althusser no era un disparate, poseía una cuota importante de racionalidad y sentido. Su proyecto se presentaba como la supe­ración del economicismo (interpretación vulgar de Marx y de la crisis de la sociedad capitalista que pretendía reducir todos los fenómenos de la vida social a la simple contradicción económica entre fuerzas productivas y relaciones de pro­ducción). En eso Althusser no fue original, prolongó la batalla de Lenin y Gramsci contra el economicismo. Sin embargo… lo hizo a costa de terminar reflotando la antigua doctrina de la «teoría de los factores» (tan admirada por los teóricos y divulgadores de la Segunda Interna­cional, entre los cuales se hizo célebre el econo­mista Aquille Loria, ferozmente impugnado por Antonio Labriola14).

Combinando el singular y extravagante «leninismo» de Stalin15, las lecturas filosóficas con que Mao diferenciaba las contradicciones nacionales de China con Japón de las contradic­ciones internas de clase al interior de China16 y una mirada antidialéctica de la historia (entendida como «proceso sin sujeto»17), Louis Althusser terminó dibujando una teoría de la crisis sustentada a su vez en una teoría de las «instancias» —nombre moderno y elegante para los antiguos y arcaicos «factores»—, dotadas, cada una de ellas, de una supuesta «autonomía relativa». Mediante este sutil rodeo Althusser complejizaba la densidad del análisis marxista al precio de reducir la intensidad con que la teoría crítica revolucionaria impugna la crisis del conjunto de la vida social capitalista.

Si la noción de contradicción dialéctica (motivada por el antagonismo irreductible entre el capital y la fuerza de trabajo) sería supuesta­mente «simple», por negar la posibilidad de que cada fenómeno social mantuviera su propia órbita al margen de la crisis general del capitalismo, la contradicción defendida por Althusser sería en cambio «compleja» y «sobredeterminada».18

De este modo, el marxismo de Althusser y su mirada sobre la sociedad capitalista y su crisis garantizó cierta legitimidad para la órbita ins­titucional (allí se ubicaría su defensa vergon­zante del eurocomunismo y de la «autonomía relativa» de las instituciones estatales frente al reino del capital, de donde se deduce su abandono tardío del marxismo al que cuestiona como «teoría finita» por carecer, supuestamen­te, de una teoría constructiva del Estado19).

Si tuviéramos que hacer un balance crítico desde hoy en día —segunda década del siglo XXI— podríamos advertir y volver observable que el marxismo de Althusser y sus discípulos, eurocomunista y antidialéctico, fue la máxima (o al menos la más seductora y refinada) expresión teórica de un marxismo académico producido en tiempos de estabilidad relativa del capitalismo occidental de posguerra (1945-1974).20

VII. El retorno de la teoría crítica

Cuanto más fuerte y estable parecía el orden social del capitalismo occidental y sus pactos de regulación institucional, menor atracción generaba la teoría crítica y su mirada disruptiva y dialéctica sobre la explosión de las contradic­ciones y la crisis como totalidad.

La defensa fanática de las «instancias autónomas» y el rechazo virulento contra toda dialéctica histórica —por el supuesto «peligro» de diluir la riqueza y variedad del orden social europeo occidental bajo una «contradicción simple» que anidaría en el corazón de la crisis del modo de producción capitalista— pierden su capacidad de atracción cuando la misma estabilidad del capitalismo se pone en discusión y aflora nuevamente la turbulencia, la zozobra, la inestabilidad y la crisis global en su máxima agudeza.

Con la emergencia de la crisis capita­lista mundial de nuestros días, sistémica y civilizatoria, las tan mentadas «instan­cias autónomas» (siempre celebradas en la Academia, ya que legitiman la parcelación del saber universitario en franjas yuxtapuestas, estancas y separadas entre sí) dejan su lugar a la crisis explosiva de todo el orden social planetario en su conjunto. Ante la emergencia inocultable de la crisis se agotan o diluyen la estabilidad mercantil y los pactos regulacio­nistas (keynesianos y socialdemócratas) de posguerra. Por ello, la dialéctica de la teoría crítica marxista —tan vilipendiada y despre­ciada durante tres décadas— retorna a escena.

Ya no alcanza con cantar loas a la «autonomía relativa» del Estado burgués y a la supuesta inmunidad de las instancias institucionales frente al capital. Hoy en día ya no restan instancias vacunadas y amuralladas contra el virus explosivo de la crisis global.

Frente a una mirada institucionalista del orden social, que sólo puede alimentar la fragmentación y la cooptación de las rebeldías actuales (siempre y cuando se mantengan dispersas, sin coordinación ni estrategia común de confrontación contra el capital), hoy se torna urgente e impostergable reapropiarnos de Marx como pensador revolucionario de la crisis y no como supuesto «economista» preocupado por el equilibrio general y el funcionamiento normal de las leyes del capitalismo. Tampoco tiene sentido reclamarle o reprocharle a Marx el no haber pergeñado una teoría de la estabilidad institucional que sirviera para legitimar las desventuras electoral-parlamentarias de los eurocomunistas y socialdemócratas en el Oeste de Europa.

Si de lo que se trata es de pasar del motín episódico y espontáneo (y la «indignación» popular de las multitudes) a la creación de alternativas estratégicas de larga duración, antimperialistas y anticapitalistas, se torna imperioso recuperar la categoría dialéctica de crisis en su máxima radicalidad, tal como fue elaborada por Marx en la teoría social crítica a partir de sus lecturas dialécticas de Hegel. Tarea impostergable para pensar y actuar en el momento actual que vivimos, sentando las bases de todo un programa crítico para la cultura contemporánea.

Notas

Néstor Kohan
1. Néstor Kohan es doctor en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Ha sido jurado en concursos in­ternacionales de Casa de las Américas, en varios doctorados (UBA, FLACSO, etc.) y evaluador en CLACSO. Profesor concursado de la UBA, ha publicado 25 libros de teoría social, filosofía política e historia. Sus inves­tigaciones han sido traducidas al inglés, francés, alemán, portugués, gallego, italiano, euskera, árabe y hebreo.
2. Por «estanflación» suele entenderse la conjugación de la subida de los precios (denominada inflación), el aumento de la desocupación y el estancamiento del aparato productivo. Para una explicación de este proceso puede consultarse con provecho el libro de Jorge Beinstein: Crónica de la decadencia. Capitalismo global 1999-2009. Buenos Aires, Cartago, 2009. Capítulo «Rostros de la crisis. Reflexiones sobre el colapso de la ci­vilización burguesa». p. 20.
3. Crisis política que asume en cada sociedad modalidades diferenciales. Para mencionar sólo dos ejemplos, en la Argentina del 2001 se hizo famosa la consigna callejera y asamblearia que reclamaba «Qué se vayan todos!»; diez años después en el estado español la protesta asume la forma, también callejera y asamblearia, de «los indignados!».
4. Véase Jorge Beinstein: Crónica de la decadencia. Capitalismo global 1999-2009. Obra citada. p. 10. Para un análisis agudo, radical y lúcido de la crisis de 1929 —tan distinto de los tristes vaticinios posmodernos que lo volvieron famoso y apologético muchos años después—, véase Antonio Negri: «John Maynard Keynes y la teoría capitalista del Estado en el 29». En El Cielo por Asalto Nº2, Año I, Buenos Aires, otoño de 1991. pp. 97-118.
5. Para un balance crítico de conjunto sobre la crisis que se inicia con la declinación del dólar en 1968, que se consolida con la devaluación de dicha moneda y la declaración de inconvertibilidad del dólar en oro (sancionada por el presidente Richard Nixon el 15 de agosto de 1971) y que se expande con el abandono de los acuerdos de Bretton Woods y el auge de los petródolares a comienzos de dicha década, véase Ernest Mandel: El dólar y la crisis del imperialismo. México, Ediciones ERA, 1976. Particularmente pp. 130 y ss. También Ernest Mandel; Jacques Valier y Patrik Florian: La crisis del dólar. Buenos Aires, ediciones del siglo, 1973. Una explicación detallada de esa conmoción que se inicia en 1968 y alcanza su clímax en 1973 puede encontrarse en Giovanni Arrighi: «Una crisis de hegemonía». En Samir Amin, Giovanni Arrighi, André Gunder Frank e Immanuel Wallerstein: Dinámica de la crisis global. México, Siglo XXI, 2005. pp. 67-68 y 70-71.
6. Para una discusión sobre el desempleo masivo, véase Renán Vega Cantor: Los economistas neoliberales, nuevos criminales de guerra. El genocidio económico y social del capitalismo contemporáneo. Bogotá, Editorial Prensa Alternativa Periferia, 2010. pp. 111 y s.
7. Para una discusión sobre los límites de la economía capitalista centrada en la extracción de los com­bustibles fósiles, véase Gian Carlo Delgado Ramos: Sin energía. Cambio de paradigma, retos y resistencias. México, Plaza y Valdés, 2009. Particularmente pp.9-26. Véase también Leonardo Boff: «¿Crise terminal do capitalismo?». En Adital (Noticias de América Latina y el Caribe). 27/6/2011; Alfred Schmidt: El concepto de naturaleza en Marx. México, Siglo XXI, 1983; Iring Fetscher: Condiciones de supervivencia de la humanidad. ¿Es posible salvar el progreso? Caracas, Alfa, 1988 y más recientemente Michael Löwy: Ecología e socialismo. São Paulo, Cortez editora, 2005.
8. Según Borón, aproximadamente mueren al día 100.000 personas por hambre y enfermedades curables, lo que equivale a cerca de 40 millones de personas por año. Véase Atilio Borón: Socialismo del siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo? Buenos Aires, ediciones Luxemburg, 2008. p.44. Según la SEPLA «la crisis capitalista en curso continúa descargando su costo sobre los trabajadores y los pueblos en todo el mundo. Son los 1.020 millones de hambrientos que reconoce la FAO, o los 1.000 millones de trabajadores con problemas de empleo e ingreso según la OIT». Declaración de la SEPLA (Sociedad de Economía Política de América Latina y el Caribe, SEPLA, Declaración del VIIº Coloquio reunido en la ciudad de Uberlandia, Brasil, junio de 2011).
9. Para una reflexión de fondo sobre las industrias culturales posmodernas y su intervención activa en medio de la crisis actual, véase Fredric Jameson: Marxismo tardío. Adorno y la persistencia de la dialéctica. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010. Particularmente los capítulos XVI y XVII: «La cultura de masas como gran negocio» y «La industria cultural como narrativa». pp. 225-242. Del mismo autor véase El giro cultural. Buenos Aires, Manantial, 1999. pp.203 y ss
10. Al respecto señala Samir Amin: «Los hechos están ahí: el derrumbamiento financiero está ya a punto de producir no una «recesión», sino una verdadera depresión profunda. Pero antes incluso que el derrumbamiento financiero se han formado en la conciencia pública otras dimensiones que van más allá de la crisis del sistema. Conocemos sus grandes títulos —crisis energética, crisis alimentaria, crisis ecológica, cambio climático— y cotidianamente se producen numerosos análisis de estos aspectos de los desafíos contemporáneos, algunos de ellos de una gran calidad. Sin embargo, yo mantengo mi actitud crítica con respecto a este modo de tratamiento de la crisis sistémica del capitalismo que aísla demasiado las diferentes dimensiones del desafío». Véase Samir Amin: La crisis. Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis. Madrid, El Viejo Topo, 2009. p. 14.
11. A escala empírica, el profesor Anwar Shaikh corrobora tanto la caída de la tasa de ganancia como la transformación de valores en precios de producción—dos de las principales leyes de tendencia y regularidades analizadas por Marx en El Capital— para el caso de las cuentas nacionales de los EEUU. Véase Anwar Shaikh: Valor, acumulación y crisis. Ensayos de economía política. Buenos Aires, Razón y Revolución, 2006. Los datos empíricos y detalles precisos, los cuadros y las estadísticas que fundamentan semejante conclusión se encuentran en pp.135-152.
12. Contra mecanicistas, místicos y fatalistas, en toda su obra y en su accionar político Lenin siempre insiste en que la mera crisis económica «objetiva» no desemboca automáticamente en una revolución social: «La sola opresión, por grande que sea, no siempre origina una situación revolucionaria». Véase V. I. Lenin: «La celebración del 1º de mayo por el proletariado revolucionario». En V.I.Lenin: Obras Completas. Buenos Aires, Cartago, 1960. Tomo XIX, pp. 218-219. Dos años más tarde, vuelve a subrayar la presencia insustituible de la subjetividad en la resolución de la crisis revolucionaria: «Porque la revolución no surge de toda situación revolucionaria, sino solo de una situación en la que a los cambios objetivos antes enumerados viene a sumarse un cambio subjetivo». Véase «La bancarrota de la II Internacional» [1915]. En V.I.Lenin: Obras completas. Obra citada. Tomo XXI, p. 212.
13. Antonio Gramsci ironizaba sobre esta «concepción fatalista de la filosofía de la praxis» que frente a la crisis del capitalismo convoca a la pasividad política sugiriendo que «se podría hacer un elogio fúnebre de la misma, reivindicando su utilidad para cierto período histórico, pero precisamente por ello sosteniendo la necesidad de sepultarla con todos los honores del caso». Tratando de explicarse esta exótica homologación entre marxismo, misticismo y fatalismo (protestante) que confía religiosamente en el derrumbe automático del sistema sin intervención política subjetiva, sostenía que «se podría parangonar su función con la teoría de la gracia y de la predestinación en los comienzos del mundo moderno [...] Ella ha sido un sucedáneo popular del grito «Dios lo quiere».» Aunque agregaba que «sin embargo incluso en este plano primitivo y elemental era un inicio de concepción más moderna y fecunda que la contenida en el «Dios lo quiere» o en la teoría de la gracia». Véase Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel. México, ERA, 1982. Tomo IV, p. 260.
14. Si Loria concebía al marxismo como una teoría del «factor económico» en la historia, Labriola lo comprendía en cambio como una teoría holista de la sociedad capitalista entendida como «totalidad de relaciones sociales» por contraposición a una mera sumatoria yuxtapuesta de «factores». Véase Antonio Labriola: La concepción materialista de la historia. México, El Caballito, 1973.
15. Se trata del libro de José Stalin: Fundamentos del leninismo. Bs.As., Lautaro, 1946.
16. Principalmente su teoría acerca de la práctica y la contradicción. Véase Mao Tse Tung: Cinco tesis filosóficas. Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1974.
17. Véase Louis Althusser: Para una crítica de la práctica teórica. Respuesta a John Lewis. México, Siglo XXI, 1974.pp.73-82.
18. Veáse Louis Althusser: La revolución teórica de Marx [Pour Marx]. México, Siglo XXI, 1985. pp.86-87, 93 y Para leer «El Capital» [Lire le Capital, 1965]. México, Siglo XXI, 1988. pp.199-203.
19. Véase Louis Althusser: «El marxismo como teoría ‘finita’». En AA.VV.: Discutir el Estado. Posiciones frente a una tesis de Louis Althusser. Buenos Aires, Folios, 1983 y Louis Althusser: Filosofía y marxismo. [Entrevista de Fernanda Navarro]. México, Siglo XXI, 1998.
20. Hemos intentado desarrollar esta hipótesis en el libro Nuestro Marx. Caracas, Misión Conciencia, 2010. pp.431-439.




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