Néstor Kohan | No
se caerá solo por arte de magia ni por la premonición de algún antiguo
calendario. Tampoco se derrumbará por efecto de un terremoto, un rayo o un
meteorito inesperado como en el cine de catástrofes de Hollywood. Al
capitalismo, como sistema de explotación y dominación mundial, hay que
derrocarlo.
I. Ni oráculo ni
apología
Sin embargo, aunque nunca se suicidará sin dar batalla, el
reino del capital cruje. Nos encontramos bien lejos de las fantasías
aparentemente tranquilizadoras y apacibles de la segunda posguerra europea. La
crisis, altanera y vengativa, atraviesa y carcome el orden completo del
entramado social. Ya no se trata única o exclusivamente de una crisis
«económica», centrada en la sobreproducción relativa, la burbuja inmobiliaria,
el desempleo y la estanflación, o de una crisis meramente política marcada por
la ausencia de gobernabilidad o la falta de credibilidad en las formas
tradicionales de representación ciudadana.
La turbulencia global de nuestros días reúne, condensa y
sintetiza un conjunto muy variado de contradicciones sociales insolubles que
convergen sobre un mismo ángulo y matriz. Lejos de ser una crisis meramente
coyuntural (es decir, una «crisis capitalista» episódica y reiterada), nuestro
tiempo contemporáneo asiste a la emergencia de una crisis civilizatoria,
estructural y sistémica, de largo aliento (o sea «una crisis del capitalismo en
su conjunto», de mucho mayor alcance, larga duración y profundidad que las
crisis periódicas). Crisis que se expresa al mismo tiempo como ecológica,
ambiental y energética, alimentaria y humanitaria, tecnológica, urbana y rural,
política y militar, caracterizada por una sobreproducción estructural, una
recesión que se va convirtiendo en depresión progresiva, acompañada de la
ruptura de la cadena de pagos e imposibilidad de asumir las deudas externas, la
explosión de la burbuja financiera e inmobiliaria, la descomposición y
desintegración social, la pobreza extrema en la periferia del sistema mundial y
el desempleo galopante, incluso en las sociedades capitalistas metropolitanas.
Una crisis objetiva del orden social en su conjunto que al mismo tiempo se
expresa como crisis cultural de las formas de subjetividad hasta ahora
predominantes en el capitalismo tardío.
II. Una crisis de nuevo tipo
En suma, asistimos a una crisis histórico-cultural de la
civilización capitalista en su conjunto. Una crisis de nuevo tipo. Nunca se
habían desatado tantas posibilidades destructivas al mismo tiempo para el
sistema social capitalista. Dicha crisis
sistémica que hoy en día desgarra y tensiona al conjunto de la sociedad
capitalista mundial, resulta mucho más grave que los momentos de zozobra que
golpearon duramente al capitalismo en 1929, según reconoció el 21 de febrero de
2009 Paul Volcker (director de la Reserva Federal de los Estados Unidos durante
los gobiernos de Jimmy Carter y Ronald Reagan) en la Universidad de Columbia.
La misma opinión catastrofista fue compartida por el gurú de las finanzas
George Soros.4
Pero no sólo supera ampliamente las incertidumbres y el
pánico burgués de 1929, también resulta mucho más demoledora y extendida que la
crisis del dólar de los años 1968-1971-1973.5
A esa sobreacumulación de tensiones irresueltas y
contradicciones antagónicas insolubles que van carcomiendo desde adentro al capitalismo
imperialista como sistema mundial de dominación —«Nuevo apartheid a escala
global», según los términos de Samin Amin— se suma la preponderancia absoluta
de una sola potencia militar a nivel mundial, secundada por la OTAN y sus
sumisos satélites europeos. El monopolio de las armas de destrucción masiva (con
la amenaza permanente de desencadenar una guerra termonuclear y bioquímica) y
la generación de nuevas guerras de conquista que se han sucedido sin
interrupción desde la invasión de Irak en 1991 ponen totalmente fuera de
discusión la afamada teoría de la interdependencia que traería una «paz
perpetua» de la mano del mercado neoliberal y el libre comercio internacional.
Lejos de desaparecer el imperialismo, como vaticinara Toni
Negri en su promocionado ensayo Imperio, Estados Unidos abre nuevos frentes de
guerra bombardeando «humanitariamente» no sólo Irak y Afganistán, sino también
Libia, mientras instala siete nuevas bases militares en Colombia y lanza a los
mares del mundo su cuarta flota imperial. A medida que aumentan las amenazas de
la crisis, el sistema de dominación se torna más agresivo. Todos estos países
bombardeados en nombre del «pluralismo» y «la libertad» poseen inmensos
recursos naturales. ¿Será quizás una casualidad?
IV. Recuperar la
categoría de crisis para la impugnación crítica
Como los bombardeos y las matanzas sistemáticas son
inocultables, tanto como el desempleo6 y el colapso energético7 o alimentario a
escala global8, la crisis no puede taparse con una mano. Esa es la razón
principal por la cual los medios de comunicación y las industrias culturales
posmodernas9 nos saturan día a día con todo un desfile de eventos «caóticos» y
una secuencia ininterrumpida de antinomias sin solución que inundan nuestra
vida cotidiana.
Pero ese exhibicionismo desfachatado —que muchas veces
convierte en espectáculo mediático un bombardeo, una hambruna, un crack
financiero o un golpe de estado sangriento— permanece en el reino de la mera
apariencia. Ni en la televisión, ni en el cine, ni en el resto de las industrias
culturales posmodernas se alcanza a captar la conexión recíproca y la
pertenencia orgánica de cada proceso a una misma totalidad sistémica que
articula, otorga sentido y organiza todos esos fenómenos yuxtapuestos10. Lo
efímero y lo aparente capturan de manera excluyente la atención y la retienen
en ese plano epifenoménico, impidiendo una profundización de la mirada crítica
que permita ir más allá de lo que se muestra (y se padece). Las crisis
capitalistas puntuales, episódicas y reiteradas, van acostumbrando la
percepción hasta habituarnos a vivenciarlas como «normales» y «naturales». De
este modo el mismo término de «crisis» se va percudiendo, adelgazando y
debilitando, dejando en el camino la fuerza impugnatoria y explicativa que
otrora poseía en las ciencias sociales y en la teoría crítica hasta convertirse
prácticamente en un inofensivo sinónimo de «dificultad» y «anomalía
circunstancial», fácilmente subsanable dentro de la institucionalidad y delimitado
al perímetro de una única instancia del orden social.
Con ese telón de fondo el abanico completo de las ciencias
sociales y en particular la teoría crítica marxista, como su núcleo duro de
impugnación radical (al mismo tiempo anticapitalista y antiimperialista) del
sistema en su conjunto, deberían recuperar la explosividad y el carácter
holista que poseía históricamente la noción de «crisis», diferenciando las
crisis capitalistas puntuales de la gran crisis del capitalismo en su conjunto.
Sólo dando cuenta de esta distinción y reapropiándonos de
sus significaciones más disruptivas y totalizantes podremos reinstalar un
programa de investigación social, político, económico y cultural que nos
permita captar las complejidades del tiempo presente a escala mundial con una
perspectiva no apologética ni celebratoria sino crítica y por lo tanto
movilizadora.
Sin ese ejercicio de reapropiación la mera descripción de
los fenómenos asociados con las crisis coyunturales seguirán flotando en el
éter —perdón, quise decir en la web— como simples «anomalías» o «accidentes»
digeribles y fagocitables para el orden establecido por el capital.
IV. Teoría de la
crisis, la ruptura y la revolución
El marxismo, en tanto concepción materialista de la
historia y teoría crítica, filosofía de la praxis y crítica de la economía política,
no está centrado en una teoría del equilibrio y del funcionamiento «normal» del
capitalismo. Esta teoría crítica constituye, por el contrario, una teoría del
capitalismo… y al mismo tiempo de su crisis. Su núcleo de fuego no se
especializa en la continuidad, equilibrio y estabilidad del sistema. Por el
contrario, su reflexión e investigación apunta a la crisis del sistema y a su
potencial superación revolucionaria.
El marxismo no es teoría de la continuidad sino de la
ruptura. Pero no de la crisis y la ruptura comprendidas como «decadencia», «colapso»
y «derrumbe» automáticos, ineluctables, predeterminados de antemano, ya sea por
el calendario maya, las pirámides egipcias o por el mandato de supuestas leyes
de acero (la más importante sería la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia, de innegable vigencia en la actualidad11), con independencia de lo
que suceda en la lucha de clases. No, el marxismo, enfatizando el componente
social disruptivo y la ruptura radical, constituye una teoría política de la
revolución. La catástrofe y el hundimiento en la barbarie no implican
necesariamente la enfermedad terminal ni la caída inexorable del sistema
capitalista; cabe perfectamente la posibilidad de que se continúe profundizando
la barbarie sumergiéndonos más y más en el abismo, sin jamás tocar fondo.
Siempre se puede estar peor. Es más, con el capitalismo vamos a ir, sin duda,
hacia lo peor.
La crisis civilizatoria del capital que atravesamos marca y
delinea un campo de posibilidad abierto para la revolución (transformación
radical que ya no podremos seguir delimitando en las fronteras de un estado
nación particular, cada vez con mayor fuerza se abre la posibilidad de la
extensión de la crisis y la revolución a escala mundial).
Pero esa posibilidad abierta por la crisis civilizatoria del
capitalismo —que la teoría crítica marxista permite comprender a partir de sus
regularidades y leyes de tendencia, muy diferentes de las «leyes de acero» otrora
enaltecidas por la familia ideológica del positivismo— sólo podrá concretarse
si se conforma un sujeto revolucionario que actúe e intervenga. Sin sujeto
social y políticamente actuante, la crisis, por más explosiva, salvaje e
irresoluble que resulte, no generará revoluciones ni superación del orden burgués
capitalista.12
No debemos esperar que caiga mágicamente maná del cielo ni
tampoco quedarnos pasivos frente a la barbarie de la crisis del capitalismo
confiando en la voluntad divina para que el sistema se derrumbe por sí mismo,
invocando el viejo grito protestante de «Dios lo quiere».13
V. Discutiendo
algunos obstáculos para pensar la crisis
Uno de los obstáculos fundamentales que durante demasiado
tiempo dificultó a la teoría social crítica comprender la gravedad de la crisis
del capitalismo (sin caer por ello en el fatalismo místico del «derrumbe
ineluctable») estuvo centrado en una lectura de las relaciones sociales que las
segmentaba artificial e ilegítimamente en «instancias» separadas y yuxtapuestas
y «factores» autónomos.
Si la sociedad capitalista se concibe como una sumatoria
yuxtapuesta de «factores» (el factor geográfico, el ambiental, el económico, el
industrial, el financiero, el alimentario, el jurídico, el político, el
militar, el religioso, el cultural, etc.), entonces la crisis de cada uno de
estos «factores» no tiene porqué influir o impregnar la órbita de los demás ni
horadar la estabilidad del sistema.
La legitimación pretendidamente erudita de esta mirada
esquemática sobre la crisis del orden social de innegable deuda con el
funcionalismo encontró durante varias décadas su fuente de inspiración en el
marxismo de Louis Althusser, habitualmente asociado con la supuesta rigurosidad
y seriedad de la Academia francesa.
Fue Althusser quien promovió abandonar la teoría de las
contradicciones dialécticas del sistema capitalista como totalidad (y de sus
crisis explosiva) en aras de una lectura de Marx en clave
estructural-funcionalista. ¿Dónde desarrolló ese sugerente e inteligente
intento de convertir a Marx en un teórico del orden? Pues en su teoría de la
contradicción sobredeterminada, repleta de ambigüedades.
VI. ¿Marx pensador de
la estabilidad?
El intento de Althusser no era un disparate, poseía una
cuota importante de racionalidad y sentido. Su proyecto se presentaba como la superación
del economicismo (interpretación vulgar de Marx y de la crisis de la sociedad
capitalista que pretendía reducir todos los fenómenos de la vida social a la
simple contradicción económica entre fuerzas productivas y relaciones de producción).
En eso Althusser no fue original, prolongó la batalla de Lenin y Gramsci contra
el economicismo. Sin embargo… lo hizo a costa de terminar reflotando la antigua
doctrina de la «teoría de los factores» (tan admirada por los teóricos y
divulgadores de la Segunda Internacional, entre los cuales se hizo célebre el
economista Aquille Loria, ferozmente impugnado por Antonio Labriola14).
Combinando el singular y extravagante «leninismo» de Stalin15,
las lecturas filosóficas con que Mao diferenciaba las contradicciones
nacionales de China con Japón de las contradicciones internas de clase al
interior de China16 y una mirada antidialéctica de la historia (entendida como «proceso
sin sujeto»17), Louis Althusser terminó dibujando una teoría de la crisis
sustentada a su vez en una teoría de las «instancias» —nombre moderno y
elegante para los antiguos y arcaicos «factores»—, dotadas, cada una de ellas,
de una supuesta «autonomía relativa». Mediante este sutil rodeo Althusser
complejizaba la densidad del análisis marxista al precio de reducir la
intensidad con que la teoría crítica revolucionaria impugna la crisis del
conjunto de la vida social capitalista.
Si la noción de contradicción dialéctica (motivada por el
antagonismo irreductible entre el capital y la fuerza de trabajo) sería
supuestamente «simple», por negar la posibilidad de que cada fenómeno social
mantuviera su propia órbita al margen de la crisis general del capitalismo, la contradicción
defendida por Althusser sería en cambio «compleja» y «sobredeterminada».18
De este modo, el marxismo de Althusser y su mirada sobre la
sociedad capitalista y su crisis garantizó cierta legitimidad para la órbita
institucional (allí se ubicaría su defensa vergonzante del eurocomunismo y de
la «autonomía relativa» de las instituciones estatales frente al reino del
capital, de donde se deduce su abandono tardío del marxismo al que cuestiona
como «teoría finita» por carecer, supuestamente, de una teoría constructiva
del Estado19).
Si tuviéramos que hacer un balance crítico desde hoy en día
—segunda década del siglo XXI— podríamos advertir y volver observable que el
marxismo de Althusser y sus discípulos, eurocomunista y antidialéctico, fue la
máxima (o al menos la más seductora y refinada) expresión teórica de un
marxismo académico producido en tiempos de estabilidad relativa del capitalismo
occidental de posguerra (1945-1974).20
VII. El retorno de la
teoría crítica
Cuanto más fuerte y estable parecía el orden social del
capitalismo occidental y sus pactos de regulación institucional, menor
atracción generaba la teoría crítica y su mirada disruptiva y dialéctica sobre
la explosión de las contradicciones y la crisis como totalidad.
La defensa fanática de las «instancias autónomas» y el
rechazo virulento contra toda dialéctica histórica —por el supuesto «peligro» de
diluir la riqueza y variedad del orden social europeo occidental bajo una
«contradicción simple» que anidaría en el corazón de la crisis del modo de
producción capitalista— pierden su capacidad de atracción cuando la misma
estabilidad del capitalismo se pone en discusión y aflora nuevamente la
turbulencia, la zozobra, la inestabilidad y la crisis global en su máxima
agudeza.
Con la emergencia de la crisis capitalista mundial de
nuestros días, sistémica y civilizatoria, las tan mentadas «instancias
autónomas» (siempre celebradas en la Academia, ya que legitiman la parcelación
del saber universitario en franjas yuxtapuestas, estancas y separadas entre sí)
dejan su lugar a la crisis explosiva de todo el orden social planetario en su
conjunto. Ante la emergencia inocultable de la crisis se agotan o diluyen la
estabilidad mercantil y los pactos regulacionistas (keynesianos y
socialdemócratas) de posguerra. Por ello, la dialéctica de la teoría crítica
marxista —tan vilipendiada y despreciada durante tres décadas— retorna a
escena.
Ya no alcanza con cantar loas a la «autonomía relativa» del
Estado burgués y a la supuesta inmunidad de las instancias institucionales
frente al capital. Hoy en día ya no restan instancias vacunadas y amuralladas
contra el virus explosivo de la crisis global.
Frente a una mirada institucionalista del orden social, que
sólo puede alimentar la fragmentación y la cooptación de las rebeldías actuales
(siempre y cuando se mantengan dispersas, sin coordinación ni estrategia común
de confrontación contra el capital), hoy se torna urgente e impostergable
reapropiarnos de Marx como pensador revolucionario de la crisis y no como
supuesto «economista» preocupado por el equilibrio general y el funcionamiento
normal de las leyes del capitalismo. Tampoco tiene sentido reclamarle o
reprocharle a Marx el no haber pergeñado una teoría de la estabilidad
institucional que sirviera para legitimar las desventuras
electoral-parlamentarias de los eurocomunistas y socialdemócratas en el Oeste
de Europa.
Si de lo que se trata es de pasar del motín episódico y
espontáneo (y la «indignación» popular de las multitudes) a la creación de
alternativas estratégicas de larga duración, antimperialistas y
anticapitalistas, se torna imperioso recuperar la categoría dialéctica de
crisis en su máxima radicalidad, tal como fue elaborada por Marx en la teoría
social crítica a partir de sus lecturas dialécticas de Hegel. Tarea
impostergable para pensar y actuar en el momento actual que vivimos, sentando
las bases de todo un programa crítico para la cultura contemporánea.
Notas
Néstor Kohan |
1. Néstor Kohan es doctor en
Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e Investigador del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Ha sido
jurado en concursos internacionales de Casa de las Américas, en varios
doctorados (UBA, FLACSO, etc.) y evaluador en CLACSO. Profesor concursado de la
UBA, ha publicado 25 libros de teoría social, filosofía política e historia.
Sus investigaciones han sido traducidas al inglés, francés, alemán, portugués,
gallego, italiano, euskera, árabe y hebreo.
2.
Por «estanflación» suele entenderse la conjugación de la subida de los precios
(denominada inflación), el aumento de la desocupación y el estancamiento del
aparato productivo. Para una explicación de este proceso puede consultarse con
provecho el libro de Jorge Beinstein: Crónica de la decadencia. Capitalismo
global 1999-2009. Buenos Aires, Cartago, 2009. Capítulo «Rostros de la
crisis. Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa». p. 20.
3. Crisis política que asume en
cada sociedad modalidades diferenciales. Para mencionar sólo dos ejemplos, en
la Argentina del 2001 se hizo famosa la consigna callejera y asamblearia que
reclamaba «Qué se vayan todos!»; diez años después en el estado español
la protesta asume la forma, también callejera y asamblearia, de «los
indignados!».
4. Véase Jorge Beinstein: Crónica
de la decadencia. Capitalismo global 1999-2009. Obra citada. p. 10. Para un
análisis agudo, radical y lúcido de la crisis de 1929 —tan distinto de los
tristes vaticinios posmodernos que lo volvieron famoso y apologético muchos
años después—, véase Antonio Negri: «John Maynard Keynes y la teoría
capitalista del Estado en el 29». En El Cielo por Asalto Nº2, Año I, Buenos
Aires, otoño de 1991. pp. 97-118.
5. Para un balance crítico de
conjunto sobre la crisis que se inicia con la declinación del dólar en 1968,
que se consolida con la devaluación de dicha moneda y la declaración de
inconvertibilidad del dólar en oro (sancionada por el presidente Richard Nixon
el 15 de agosto de 1971) y que se expande con el abandono de los acuerdos de
Bretton Woods y el auge de los petródolares a comienzos de dicha década, véase
Ernest Mandel: El dólar y la crisis del imperialismo. México, Ediciones
ERA, 1976. Particularmente pp. 130 y ss. También Ernest Mandel; Jacques Valier
y Patrik Florian: La crisis del dólar. Buenos Aires, ediciones del siglo, 1973.
Una explicación detallada de esa conmoción que se inicia en 1968 y alcanza su
clímax en 1973 puede encontrarse en Giovanni Arrighi: «Una crisis de
hegemonía». En Samir Amin, Giovanni Arrighi, André Gunder Frank e Immanuel
Wallerstein: Dinámica de la crisis global. México, Siglo XXI, 2005. pp.
67-68 y 70-71.
6. Para una discusión sobre el
desempleo masivo, véase Renán Vega Cantor: Los economistas neoliberales,
nuevos criminales de guerra. El genocidio económico y social del
capitalismo contemporáneo. Bogotá, Editorial Prensa Alternativa Periferia,
2010. pp. 111 y s.
7. Para una discusión sobre los
límites de la economía capitalista centrada en la extracción de los combustibles
fósiles, véase Gian Carlo Delgado Ramos: Sin energía. Cambio de paradigma,
retos y resistencias. México, Plaza y Valdés, 2009. Particularmente
pp.9-26. Véase también Leonardo Boff: «¿Crise terminal do capitalismo?». En Adital
(Noticias de América Latina y el Caribe). 27/6/2011; Alfred Schmidt: El
concepto de naturaleza en Marx. México, Siglo XXI, 1983; Iring Fetscher: Condiciones
de supervivencia de la humanidad. ¿Es posible salvar el progreso? Caracas,
Alfa, 1988 y más recientemente Michael Löwy: Ecología e socialismo. São
Paulo, Cortez editora, 2005.
8. Según Borón, aproximadamente
mueren al día 100.000 personas por hambre y enfermedades curables, lo que
equivale a cerca de 40 millones de personas por año. Véase Atilio Borón: Socialismo
del siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo? Buenos Aires,
ediciones Luxemburg, 2008. p.44. Según la SEPLA «la crisis capitalista en curso
continúa descargando su costo sobre los trabajadores y los pueblos en todo el
mundo. Son los 1.020 millones de hambrientos que reconoce la FAO, o los 1.000
millones de trabajadores con problemas de empleo e ingreso según la OIT».
Declaración de la SEPLA (Sociedad de Economía Política de América Latina y el
Caribe, SEPLA, Declaración del VIIº Coloquio reunido en la ciudad de
Uberlandia, Brasil, junio de 2011).
9. Para una reflexión de fondo
sobre las industrias culturales posmodernas y su intervención activa en medio
de la crisis actual, véase Fredric Jameson: Marxismo tardío. Adorno y la
persistencia de la dialéctica. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
2010. Particularmente los capítulos XVI y XVII: «La cultura de masas como gran
negocio» y «La industria cultural como narrativa». pp. 225-242. Del mismo autor
véase El giro cultural. Buenos Aires, Manantial, 1999. pp.203 y ss
10. Al respecto señala Samir
Amin: «Los hechos están ahí: el derrumbamiento financiero está ya a punto de
producir no una «recesión», sino una verdadera depresión profunda. Pero antes
incluso que el derrumbamiento financiero se han formado en la conciencia
pública otras dimensiones que van más allá de la crisis del sistema. Conocemos
sus grandes títulos —crisis energética, crisis alimentaria, crisis ecológica,
cambio climático— y cotidianamente se producen numerosos análisis de estos
aspectos de los desafíos contemporáneos, algunos de ellos de una gran calidad.
Sin embargo, yo mantengo mi actitud crítica con respecto a este modo de
tratamiento de la crisis sistémica del capitalismo que aísla demasiado las
diferentes dimensiones del desafío». Véase Samir Amin: La crisis. Salir
de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis. Madrid, El
Viejo Topo, 2009. p. 14.
11. A escala empírica, el
profesor Anwar Shaikh corrobora tanto la caída de la tasa de ganancia como la
transformación de valores en precios de producción—dos de las principales leyes
de tendencia y regularidades analizadas por Marx en El Capital— para el
caso de las cuentas nacionales de los EEUU. Véase Anwar Shaikh: Valor,
acumulación y crisis. Ensayos de economía política. Buenos Aires,
Razón y Revolución, 2006. Los datos empíricos y detalles precisos, los cuadros
y las estadísticas que fundamentan semejante conclusión se encuentran en
pp.135-152.
12. Contra mecanicistas,
místicos y fatalistas, en toda su obra y en su accionar político Lenin siempre
insiste en que la mera crisis económica «objetiva» no desemboca
automáticamente en una revolución social: «La sola opresión, por grande
que sea, no siempre origina una situación revolucionaria». Véase V. I.
Lenin: «La celebración del 1º de mayo por el proletariado revolucionario». En
V.I.Lenin: Obras Completas. Buenos Aires, Cartago, 1960. Tomo XIX, pp.
218-219. Dos años más tarde, vuelve a subrayar la presencia insustituible de la
subjetividad en la resolución de la crisis revolucionaria: «Porque la
revolución no surge de toda situación revolucionaria, sino solo de una
situación en la que a los cambios objetivos antes enumerados viene a sumarse un
cambio subjetivo». Véase «La bancarrota de la II Internacional» [1915]. En
V.I.Lenin: Obras completas. Obra citada. Tomo XXI, p. 212.
13. Antonio Gramsci ironizaba
sobre esta «concepción fatalista de la filosofía de la praxis» que
frente a la crisis del capitalismo convoca a la pasividad política sugiriendo
que «se podría hacer un elogio fúnebre de la misma, reivindicando su
utilidad para cierto período histórico, pero precisamente por ello sosteniendo
la necesidad de sepultarla con todos los honores del caso». Tratando de
explicarse esta exótica homologación entre marxismo, misticismo y fatalismo
(protestante) que confía religiosamente en el derrumbe automático del sistema
sin intervención política subjetiva, sostenía que «se podría parangonar su
función con la teoría de la gracia y de la predestinación en los comienzos del
mundo moderno [...] Ella ha sido un sucedáneo popular del grito «Dios lo
quiere».» Aunque agregaba que «sin embargo incluso en este plano
primitivo y elemental era un inicio de concepción más moderna y fecunda que la
contenida en el «Dios lo quiere» o en la teoría de la gracia». Véase
Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel. México, ERA, 1982. Tomo IV, p.
260.
14. Si Loria concebía al
marxismo como una teoría del «factor económico» en la historia, Labriola lo
comprendía en cambio como una teoría holista de la sociedad capitalista
entendida como «totalidad de relaciones sociales» por contraposición a una mera
sumatoria yuxtapuesta de «factores». Véase Antonio Labriola: La concepción
materialista de la historia. México, El Caballito, 1973.
15. Se trata del libro de José
Stalin: Fundamentos del leninismo. Bs.As., Lautaro, 1946.
16. Principalmente su teoría
acerca de la práctica y la contradicción. Véase Mao Tse Tung: Cinco tesis
filosóficas. Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1974.
17. Véase Louis Althusser: Para
una crítica de la práctica teórica. Respuesta a John Lewis. México, Siglo
XXI, 1974.pp.73-82.
18. Veáse Louis Althusser: La
revolución teórica de Marx [Pour Marx]. México, Siglo XXI, 1985.
pp.86-87, 93 y Para leer «El Capital» [Lire le Capital, 1965].
México, Siglo XXI, 1988. pp.199-203.
19. Véase Louis Althusser: «El
marxismo como teoría ‘finita’». En AA.VV.: Discutir el Estado. Posiciones
frente a una tesis de Louis Althusser. Buenos Aires, Folios, 1983 y Louis
Althusser: Filosofía y marxismo. [Entrevista de Fernanda Navarro]. México,
Siglo XXI, 1998.
20. Hemos intentado desarrollar
esta hipótesis en el libro Nuestro Marx. Caracas, Misión Conciencia,
2010. pp.431-439.
http://laberinto.uma.es/ |