Daniel Bensaïd |
Vivimos en tiempos de restauración. Lo sorprendente es que esa
restauración está hecha a la medida de los desórdenes. ¿De progreso? Cabe la
duda. El oscurecimiento de la lucha de clases es propicio para las seducciones
del mercado y para la escalada de los conflictos localistas. La renovación en
el análisis de estos fenómenos parece proceder de la corriente llamada
“marxismo analítico” o de “la elección racional”. En nuestra exposición examinaremos
críticamente las tesis planteadas por uno de sus principales teóricos, Jon
Elster.
En su Marx, une
interprétation analytique, Elster (1989) sostiene que Marx no previo
que el advenimiento del comunismo pudiera ser prematuro y que, a
semejanza del modo de producción asiático, se convirtiera en un callejón sin
salida de la historia. “Prematuro”: la palabra está dicha. Los debates sobre el
ritmo justo de la historia remiten generalmente a algunos pasajes conocidos del
Prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía
política:
En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales [...] Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social [...] Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización (Marx, 1976 : 517-518).A pesar (o a causa) de sus intenciones didácticas, este texto plantea más problemas de los que resuelve. Fiel al título de su libro capital, Marx hace una “defensa” resuelta de esta teoría. Desde La ideología alemana hasta sus Teorías sobre la plusvalía, recorre los indicios de una rigurosa determinación de las relaciones de producción por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, porque “ninguna revolución triunfará antes de que la producción capitalista haya elevado la productividad del trabajo al nivel necesario” (Marx, 1980). Una vez expropiada la clase dominante, la clase trabajadora no sería capaz de fundar una comunidad socialista sin “la premisa práctica, absolutamente necesaria”, de una productividad elevada, pues sin ella la socialización forzada sólo conduciría a la generalización de la escasez. Lejos de llevar a la emancipación real del asalariado, la apropiación estatal de los medios de producción puede significar la generalización del trabajo asalariado bajo la forma del “comunismo burdo” (que podríamos traducir, hoy en día, por “colectivismo burocrático”). Las tentativas “prematuras” de cambiar las relaciones sociales estarían así condenadas, por lo tanto, a la restauración capitalista bajo las peores condiciones.
Aquí se confunden varias cuestiones. Marx insiste en las
condiciones de posibilidad del socialismo contra lo sostenido por los
comunistas utópicos. La socialización de la escasez sólo podría “traer de nuevo
toda la vieja basura”. La crítica del productivismo a menudo se presta a la
ingenuidad. Si se trata de denunciar la falsa inocencia de las fuerzas
productivas y de señalar su ambivalencia – factor de progreso tanto como de
destrucciones potenciales –, los desastres de este siglo establecen
suficientemente su pertinencia sin que haya necesidad de sacar a colación las
robinsonadas del crecimiento cero y de la economía de recolección. No hay un
solo y único desarrollo posible, socialmente neutro, de las fuerzas
productivas. Varias vías, de consecuencias sociales y ecológicas diferentes,
son siempre concebibles. Sin embargo, la satisfacción de las necesidades
sociales nuevas y diversificadas sobre la base de un menor tiempo de trabajo –
¡y de ahí la emancipación de la humanidad del trabajo forzado ! – pasa
necesariamente por el desarrollo de las fuerzas productivas.
Si se considera que el proletariado está calificado para
jugar un papel clave en esta transformación, es sobre todo porque la división
técnica y social del trabajo crea las condiciones para una organización
consciente (política) de la economía al servicio de las necesidades sociales.
Una socialización eficaz de la producción requiere, entonces, un nivel
determinado de desarrollo. En una economía cada vez más mundializada, este
umbral mínimo no está fijado país por país. Relativo y móvil, varía en función
de los lazos de dependencia y solidaridad en el seno de la economía mundo.
Cuanto menos desarrollado esté un país, más tributario será de la relación de
fuerzas a nivel internacional.
¿Cómo conciliar la historia como desarrollo de las fuerzas
productivas con la historia como desenvolvimiento de la lucha de clases ?
Elster ve allí “una dificultad capital del marxismo” : “No se encuentra
huella de un mecanismo a través del cual la lucha de clases estimule el
desarrollo de las fuerzas productivas”. Existiría en Marx “una relación muy
estrecha entre la filosofía de la historia y la predilección por la explicación
funcional. Es, ciertamente, porque él creía a la historia dirigida hacia un
objetivo que sentía justificado explicar no solamente los patrones de
comportamiento, sino incluso los acontecimientos singulares en función de su
contribución a este fin” (Elster, 1991 : 429). Al resumir la teoría de
Marx como “una amalgama de colectivismo metodológico, explicación funcional y
deducción dialéctica”, Elster no observa matices. “Todos estos enfoques tal vez
se dejan subsumir bajo la rúbrica más general de la teleología. La mano
invisible que sostiene al capital es una de las dos grandes formas de
teleología en Marx ; la otra es la necesidad de que el proceso termine, a
fin de cuentas, destruyéndose” (Elster : 1991 : 689).
En verdad, más allá de las mistificaciones y los prodigios
del fetichismo, Marx revela la realidad profana de las relaciones objetivadas
que los hombres mantienen entre sí. El funcionalismo que Elster ataca no es más
que una sombra proyectada de la clásica intencionalidad que se refugia tras su
propio “individualismo metodológico”. Incapaz de comprender las insólitas “leyes
tendenciales” de Marx con su necesidad sembrada de azar, desarma y rearma
tristemente el tedioso mecano de las fuerzas y las relaciones, de la
infraestructura y la superestructura.
Lejos de representaciones triunfalistas, la historia no se
reduce a un juego de suma cero. Su desarrollo acumulativo está marcado por el
de las ciencias y las técnicas. La aparición de un nuevo modo de producción no
es la única salida posible del modo de producción precedente. Es erróneo pensar
que la única alternativa concebible para un viejo modo de producción sea su
inexorable superación. Tal desenlace apenas se inscribe en un campo determinado
de posibilidades reales. Una evaluación del progreso histórico en términos de
avances y retrocesos sobre un eje cronológico imagina al desastre bajo la forma
del regreso a un pasado caduco, en lugar de alertar contra las formas inéditas,
originales y perfectamente contemporáneas de una barbarie que es siempre la de
un presente particular.
Comprendidas de esta forma, las fuerzas productivas
reencuentran aquí su papel. Fuerzas productivas y relaciones de producción son
los dos aspectos del proceso a través del cual los seres humanos producen y
reproducen sus condiciones de vida. Salvo un aniquilamiento siempre posible, el
desarrollo de las fuerzas productivas es acumulativo e irreversible. Pero de
ello no resulta un progreso social y cultural automático, sino solamente su
posibilidad. De otro modo, todo proyecto de emancipación derivaría del puro
voluntarismo ético o de la pura arbitrariedad utópica. Decir que el desarrollo
de las fuerzas productivas tiene direccionalidad, que su película no puede ser
rebobinada, significa que no se regresa del capitalismo al feudalismo y del
feudalismo a la ciudad antigua. La historia no da marcha atrás. Bajo viejos
harapos engañosos, puede, sin embargo, incubar las peores novedades.
De ahí la justeza de la fórmula “socialismo o barbarie”, y
el equívoco de consignas tales como “socialismo o statu quo”, “socialismo o mal
menor”, “socialismo o regresión”. No se trata, pues, de avances o retrocesos,
sino de una verdadera bifurcación. La dialéctica de los posibles también es
acumulativa. El aniquilamiento de las virtualidades liberadoras inventa
amenazas desconocidas y no menos aterradoras.
Intermitencias y
contratiempos
Pasando por alto numerosos textos explícitos sobre el punto,
Elster, al igual que tantos otros, se obstina en encontrar en Marx “una teoría
de la historia universal, del orden en que los modos de producción se suceden
en la escena histórica. Le atribuye, incluso, “una actitud teleológica
perfectamente coherente”, a riesgo de no poder explicar el contraste
entre La ideología alemana y los grandes textos ulteriores “sino tal
vez por influencia de Engels” (Elster, 1991). Explicación tan cómoda como
inconsistente. Pues los textos de 1846 no tienen nada de atolondramientos
juveniles que derogarían la coherencia general, y se inscriben en una rigurosa
continuidad con La sagrada familia.En los Grundrisse y
la Contribución de 1859 resuena el eco fiel de aquellos textos :
“La así llamada evolución histórica reposa en general en el hecho de que la
última forma considera a las pasadas como otras tantas etapas hacia ella misma,
y dado que sólo en raras ocasiones [...] es capaz de criticarse a sí misma [...]
las concibe de manera unilateral” (Marx, 1984 : 27).
No se podría rechazar más firmemente toda ilusión
retrospectiva sobre el sentido de una historia cuyo desarrollo conspiraría para
el coronamiento de un presente ineluctable y, en consecuencia, legítimo.
Correspondencia de las fuerzas productivas y las relaciones
de producción, necesidad y posibilidad históricas : henos aquí de vuelta
ante la cuestión de la transformación de las sociedades, de las revoluciones
“prematuras” y las transiciones fallidas. No contento con atribuir a Marx el
“esquema supra-histórico” que este tan claramente condenó, Elster le reprocha
el haber imaginado un comunismo que se presenta en el momento oportuno, en
lugar de apuntar las consecuencias desastrosas de su llegada prematura. Sin
embargo, no tiene sentido hablar de una llegada prematura o anticipada. Un
acontecimiento que se inserta como un eslabón dócil en el encadenamiento
ordenado de los trabajos y los días ya no sería acontecimiento, sino pura
rutina. La historia está hecha de singularidades circunstanciales. El
acontecimiento puede ser llamado prematuro en relación con una cita imaginaria,
pero no en el horizonte vacilante de la posibilidad efectiva. ¡Los que acusan a
Marx de ser determinista son, a menudo, los mismos que le reprochan serlo
insuficientemente! Para el marxista “legal” Struve, como para los mencheviques,
una revolución socialista en Rusia en 1917 parecía monstruosamente prematura.
La cuestión resurge hoy día a la hora de los balances. ¿No habría sido más
prudente y preferible respetar los ritmos de la historia, dejar que las
condiciones objetivas y el capitalismo ruso maduraran, darle a la sociedad
tiempo suficiente como para modernizarse ? ¿Quién escribe la partitura y
quién marca el compás ?
Según Elster, “dos espectros atormentan a la revolución
comunista”:
Uno es el peligro de una revolución prematura favorecida por una mezcla de ideas revolucionarias avanzadas y situaciones miserables, en un país que todavía no está maduro para el comunismo. Otro es el riesgo de revoluciones conjuradas, de reformas preventivas introducidas desde arriba para desactivar una situación peligrosa (Elster, 1991 : 710).
Si hay revoluciones prematuras, deben encontrarse también,
en efecto, revoluciones pasadas. Resuelto a no ceder a los arrullos de futuros
radiantes, Gerald Cohén prefiere afirmar que un capitalismo debilitado vuelve
solamente posible “la subversión potencialmente reversible del sistema
capitalista y no la construcción del socialismo” (Cohén, 1986). Cohén sigue sin
lograr escapar de las trampas formales del Prólogo de 1859 : “La
revolución anticapitalista puede ser prematura y, en consecuencia, fracasar su
objetivo socialista” (Cohén, 1986). Así, una explicación del estalinismo
reducida a la inmadurez de las condiciones históricas desmiente a
priori, en beneficio de un fatalismo mecánico, todo debate estratégico
sobre la toma del poder en 1917, las oportunidades de la revolución alemana en
1923, la significación de la NEP y las diferentes políticas económicas factibles.
¿El debilitamiento del capitalismo hace posible la
subversión ? Asumamos que la respuesta a esta pregunta es afirmativa. Sin
embargo, decir que ipso facto hace posible “la construcción del
socialismo” es ir demasiado lejos. Es jugar a la ligera sobre la noción crucial
de posibilidad. Si se entiende por posible el poder en el sentido de
posibilidad actual, subversión y construcción son condicionalmente integrables
aunque no están fatalmente ligadas. Sin lo cual la subversión podría consumirse
esperando el último combate y extinguirse en la resignación. Marx (y Lenin) son
más concretos. Para ellos no se trata de instaurar en Rusia el comunismo “en
seguida”, sino de iniciar la transición socialista. No buscaban clasificar a
los países según una “escala de madurez”, en función del desarrollo de las
fuerzas productivas. Por el contrario, la respuesta de Marx a Vera Zasulich
sobre la actualidad del socialismo en Rusia insiste en dos elementos : la
existencia de una forma de propiedad agraria que sigue siendo colectiva, y la
combinación del desarrollo capitalista ruso con el desarrollo mundial de las
fuerzas productivas [1].
La “madurez” de la revolución no se decide en un solo país según un tiempo
unificado y homogéneo. Se juega en la discordancia de los tiempos. El
desarrollo desigual y combinado hace efectiva su posibilidad. La cadena puede romperse
por su eslabón débil. La transición socialista sólo es concebible, en cambio,
en una perspectiva ante todo internacional. La teoría de la revolución
permanente, que sistematiza dichas intuiciones, siempre ha sido combatida en
nombre de una visión rigurosamente determinista de la historia, y la ortodoxia
estaliniana redujo precisamente la teoría de Marx al esqueleto de un esquema
“supra-histórico”, donde el modo de producción asiático ya no encuentra lugar.
La suerte de la Revolución Rusa después de 1917, el Termidor
burocrático, el terror estaliniano y la tragedia de los campos no son
resultados mecánicos de su pretendida anticipación. Las circunstancias
económicas, sociales y culturales jugaron un papel determinante. No
constituían, sin embargo, un destino ineluctable, independiente de la historia
concreta, del estado del mundo, de las victorias y las derrotas políticas. La
revolución alemana de 1918-1923, la segunda revolución china, la victoria del
fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, el aplastamiento
del Schutzbund vienes, la guerra civil española y el fracaso de los
frentes populares representaron otras tantas bifurcaciones para la Revolución
Rusa misma.
¿Cómo conciliar ese desarrollo tendencial con su negación,
resultante del fetichismo generalizado de la mercancía y de la cosificación de
la relación social? Marx repite que el vals infernal del trabajo asalariado y
el capital reproduce la mutilación física y mental del trabajador, la sumisión
de los hombres a las cosas, la sujeción de todos a la ideología dominante y a
sus fantasmagorías. El carácter prematuro de la revolución toma,
entonces, un sentido que Cohén y Elster no sospechan. Es, en cierto modo, un
acontecimiento anticipado estructural y esencial. No es de tal o cual
país, de tal o cual momento. En la medida en que la conquista del poder
político precede a la transformación social y a la emancipación cultural, el
comienzo es siempre un salto peligroso, posiblemente mortal. Su tiempo
suspendido es propicio para las usurpaciones burocráticas y las confiscaciones
totalitarias.
Para Elster, “el capitalismo era una etapa ineludible en
dirección del comunismo”, según “la filosofía marxiana de la historia”. En la
medida en que el comunismo se vuelve posibilidad real solamente desde cierto
nivel de desarrollo, el capitalismo contribuye a reunir las condiciones para
ello. Esta trivial evidencia no autoriza en nada la proposición recíproca de un
capitalismo que siempre y en todas partes sería la etapa necesaria (ineludible)
hacia la consecución predeterminada del comunismo. No es lo mismo decir que el
comunismo presupone un grado determinado de las fuerzas productivas
(productividad del trabajo, calificación de la fuerza de trabajo, desarrollo de
las ciencias y las técnicas), al que contribuye el crecimiento
capitalista ; o que el capitalismo constituye una etapa y una preparación
inevitable sobre la vía trazada de la marcha del comunismo. La segunda fórmula
cae en la ilusión, tan a menudo motivo de burla por parte de Marx, según la cual
“la última forma considera a las pasadas como otras tantas etapas hacia ella
misma”.
Necesidad histórica y
posibilidades efectivas
Una revolución “justo a tiempo”, sin riesgos ni sorpresas,
sería un acontecimiento sin acontecimiento, una especie de revolución sin
revolución. Actualizando una posibilidad, la revolución es, por esencia,
intempestiva y, en cierta medida, siempre “prematura”. Una imprudencia
creadora.
Si la humanidad sólo se plantea los problemas que puede
resolver, ¿cómo es que no todo llega en el momento esperado ? Si una
formación social nunca desaparece antes de que se hayan desarrollado todas las
fuerzas productivas que caben dentro de ella, ¿por qué forzar el destino y a
qué precio ? ¿Era prematuro o patológico proclamar, desde 1793, la primacía
del derecho a la existencia sobre el derecho de propiedad, o exigir la igualdad
social al mismo nivel que la igualdad política ? Marx dice claramente que
la aparición de un derecho nuevo expresa la actualidad del conflicto. Las
revoluciones son el signo de lo que la humanidad puede
históricamente resolver. En la inconforme conformidad de la época, son un
poder y una virtualidad del presente, a la vez de su tiempo y a contratiempo,
demasiado temprano y demasiado tarde, entre el ya-no y el aún-no. Un tal vez
cuya última palabra no ha sido dicha.
¿Tomar partido por el oprimido cuando las condiciones
objetivas de su liberación no están maduras revelaría una visión
teleológica ? Los combates “anacrónicos” de Espartaco, Münzer, Winstanley
y Babeuf, entonces, serían desesperadamente fechas en vista de un fin
anunciado. La interpretación inversa parece más conforme al pensamiento de
Marx : ningún sentido preestablecido de la historia, ninguna
predestinación justifica la resignación a la opresión. Inactuales,
intempestivas, descontemporáneas, las revoluciones no se integran a los
esquemas preestablecidos de la “supra-historia” o a los “pálidos modelos
supra-temporales”. Su acontecimiento no obedece al programa de una Historia
universal. Nacen a ras del suelo, del sufrimiento y la humillación. Siempre hay
razón para rebelarse.
El presente es la categoría temporal central de una historia
abierta. Es el tiempo de la política que “en lo sucesivo prevalece sobre la
historia” como pensamiento estratégico de la lucha y la decisión : “El
materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es
transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo” (Benjamín,
1973 : 189).
A la igualación “lógicamente imposible” de las clases, Marx
opone su abolición “históricamente necesaria”. Esta necesidad histórica no
tiene nada de fatalidad mecánica. La especificidad de la economía política
impone repensar los conceptos de azar y de ley, distinguir la necesidad “en el
sentido especulativo-abstracto” de la necesidad “en el sentido
histórico-concreto”.
Existe necesidad – dice Gramsci en sus Cuadernos de la
cárcel – cuando existe una premisa eficiente y activa, cuyo conocimiento
en los hombres se ha vuelto actuante planteando fines concretos a la conciencia
colectiva, y constituyendo un conjunto de convicciones y de creencias
poderosamente actuante como las “creencias populares” (Gramsci, 1984 :
327).
Inmanente, la “necesidad histórica” enuncia lo que debe y
puede ser, no lo que será : “La posibilidad real y la necesidad, por ende,
son diferentes sólo en apariencia [...] Sin embargo, esta necesidad es al mismo
tiempo relativa”. La posibilidad real se vuelve necesidad. La necesidad
comienza por la unidad. Necesidad de lo posible y de lo real “que no está
todavía reflejada en sí”. Todavía no se ha determinado ella misma como
contingencia. Porque la necesidad, agrega Hegel, real en sí, es igualmente
contingencia. “Esto se evidencia primeramente porque lo realmente necesario
constituye, sí, según su forma, un necesario, pero según su contenido es un
limitado, y por tal medio tiene su contingencia [...] En sí, por tanto, se
halla aquí la unidad de la necesidad y la accidentalidad ; esta unidad
tiene que ser llamada realidad absoluta” (Hegel, 1976 : 486-487).
Desde su tesis sobre la filosofía de la naturaleza en
Demócrito y Epicuro, Marx maneja perfectamente esta dialéctica:
El acaso es una realidad que sólo tiene el valor de la posibilidad, y la posibilidad abstracta es precisamente la antípoda de la posibilidad real. La segunda se contiene dentro de límites definidos, como el entendimiento ; la primera es ilimitada, como la fantasía. La posibilidad real trata de fundamentar la necesidad y la realidad de su objeto ; a la posibilidad abstracta no le importa el objeto explicado, sino el sujeto que explica. Se trata de que el objeto sea simplemente posible, concebible. Lo posible en abstracto, lo concebible, no se interpone en el camino del sujeto pensante, no representa para éste un límite ni una piedra con la que tropiece. Y es indiferente el que esta posibilidad sea real, ya que el interés no recae, aquí, sobre el objeto en cuanto tal [...] La necesidad aparece en la naturaleza finita como una necesidad relativa, como determinismo. La necesidad relativa sólo puede deducirse de la posibilidad real [...] La posibilidad real es la explicación de la necesidad relativa (Marx, 1980b : 28) [2].
La posibilidad se inscribe en ese juego de lo necesario y lo
contingente, en el movimiento de la necesidad formal a la necesidad absoluta,
vía la necesidad relativa. Se distingue tanto de la simple posibilidad formal
(o no contradicción) como de la posibilidad abstracta o general. En tanto que
posibilidad determinada, lleva en sí una “imperfección”, de lo que resulta que
“la posibilidad es, al mismo tiempo, una contradicción o una imposibilidad”.
“Pensador de lo posible”, Marx juega así de varios
modos : lo posible contingente, cuyo lazo con la realidad determina (según
Hegel) la contingencia ; “el ser en potencia” como capacidad determinada
para recibir (según Aristóteles) una forma dada (el paso de la potencia al acto
sería, entonces, el momento unitario por excelencia del azar y la
necesidad) ; lo posible histórico (real o efectivo – wirklich
–), finalmente, que sería la unidad de lo posible contingente y del ser en
potencia. Apareciendo de entrada como posibilidad en El Capital, la
crisis se vuelve efectiva a través del juego de la lucha y de las
circunstancialidades. El Capital no dice otra cosa : no enuncia
ninguna necesidad absoluta, ningún demonio de Laplace. Azar y necesidad no se
excluyen. La contingencia determinada del acontecimiento no es arbitraria ni
caprichosa ; solamente deriva de una causalidad no formal : “Al
contrario, ha sido más bien solamente aquel espíritu el que ha determinado un
hecho tan pequeño y accidental como su oportunidad” (Hegel, 1976 : 498).
La necesidad dibuja el horizonte de la lucha. Su contingencia conjura los
decretos del destino.
El último apartado del penúltimo capítulo del Libro Primero
de El Capital, ”Tendencia histórica de la acumulación capitalista”,
ha inspirado muchas profesiones de fe mecánicas que postulan el hundimiento
garantizado del capital bajo el peso de sus propias contradicciones, así como
muchas polémicas. Marx escribe : “La negación de la producción capitalista
se produce por sí misma, con la necesidad de un proceso natural. Es la negación
de la negación” (Marx, 1986 : 649, Tomo I). Curioso texto, en verdad. Por
una parte, anticipa lúcidamente las tendencias a la concentración del capital,
la aplicación industrial de la ciencia y la técnica, la organización capitalista
de la agricultura, la socialización contradictoria de los grandes medios de
producción y la mundialización de las relaciones mercantiles. Estas previsiones
se han verificado ampliamente. Por otra parte, parece deducir del desarrollo
capitalista una ley de pauperización absoluta y de polarización social
creciente. Las polémicas de Marx contra Lasalle y su “ley de hierro de los
salarios” prohiben sin embargo una interpretación mecánica de la pauperización.
Por el contrario, la idea de que la concentración del capital y “el mecanismo
mismo de la producción capitalista” tienen por efecto la masificación del
proletariado y la elevación automática de su resistencia, su organización y su
unidad, rompe, al menos parcialmente, con la lógica general de El Capital. El
acento puesto en “las leyes inmanentes de la producción capitalista” conduce,
aquí, a una objetivación y una naturalización de la “fatalidad” histórica. Lo
aleatorio de la lucha se aniquila en el formalismo de la negación de la
negación. Como si, por su solo transcurso, el tiempo pudiera garantizar que la
hora esperada sonará puntualmente en el reloj de la historia. Sin embargo, “la
historia no hace nada” : los hombres la hacen, y en circunstancias que no
han escogido.
Este controvertido apartado del Libro Primero ocupa un lugar
demasiado eminente como para permitirnos ver en él una simple torpeza. Señala,
más bien, una contradicción no resuelta entre la influencia de un modelo
científico naturalista (“la necesidad de un proceso natural”) y la lógica
dialéctica de una historia abierta. Engels se esforzó en
elAnti-Dühring por combatir la interpretación trivial que hace de “la
negación de la negación” una máquina abstracta y el pretexto formal para falsas
predicciones:
¿qué papel desempeña en Marx la negación de la negación ? [...] al llamar a este proceso negación de la negación, Marx no pensaba ver en ello la demostración de su necesidad histórica. Por el contrario, después de demostrar históricamente que este proceso en parte ya se ha realizado en la práctica y en parte debe aún realizarse, sólo después de esto lo define como proceso que se realiza de acuerdo con una ley dialéctica determinada. Eso es todo. De modo que también en este caso incurre en pura falsedad el señor Dühring al afirmar que la negación de la negación desempeña aquí los servicios de la comadrona con cuya ayuda el porvenir surge del seno del pasado, o que Marx exige que nos convenzamos de la necesidad de la propiedad común de la tierra y del capital por la fe en la ley de la negación de la negación. Ya supone una total falta de conocimiento de lo que es la dialéctica el que el señor Dühring la tenga por instrumento meramente probatorio, como el que las gentes de horizonte limitado quieren ver en la lógica formal o en las matemáticas elementales (Engels, 1975 ; énfasis en el original).
Y para que así conste: la negación de la negación no es un
nuevo deus ex machina ni una comadrona de la historia ; y no se
le debería dar crédito y sacar letras de cambio sobre el futuro fiándose en su
sola ley. La “necesidad histórica” no permite echar las cartas y hacer
predicciones. Opera en un campo de posibilidades, donde la ley generalse
aplica a través de un desarrollo particular. Lógica dialéctica y
lógica formal no hacen, decididamente, buenas migas. Alcanzado este punto
crítico, la ley “extremadamente general” es muda. Debe pasarle el relevo a la
política o a la historia. Para poner los puntos sobre las íes, Engels vuelve a
la carga:
¿Qué es, pues, la negación de la negación ? Una ley extraordinariamente general y, por ello mismo, extraordinariamente eficaz e importante, que rige el desarrollo de la naturaleza, de la historia y del pensamiento ; una ley que, como hemos visto, se impone en el mundo animal y vegetal, en la geología, en las matemáticas, en la historia y en la filosofía [...] Se sobrentiende que cuando digo que el proceso que recorre, por ejemplo, el grano de cebada desde que germina hasta que muere la planta que lo arroja es una negación de la negación, no digo nada del proceso especial de desarrollo por el que pasa el grano (Engels, 1975 ; énfasis en el original).
Sabiendo solamente que el grano de cebada deriva de la negación de la negación, no se pude lograr “cultivar fructíferamente cebada [...] del mismo modo que no basta con conocer las leyes que rigen la determinación del sonido por las dimensiones de las cuerdas para tocar el violín”. Si la negación de la negación “consiste en la puerilidad de escribir en la pizarra una a para luego tacharla, o en decir que una rosa es una rosa, para afirmar enseguida que no lo es, no puede salir nada, como no sea la idiotez del que se entregue a semejantes aburridas operaciones” (Engels, 1975 : 130-140).
Exigir de la ley dialéctica más que su generalidad llevaría
a un formalismo vacío. Al igual que el grano de cebada singular, el
acontecimiento histórico tampoco es deducible de la negación de la negación.
Conviene insistir en este punto : ninguna fórmula sustituye el análisis
concreto de la situación concreta, del que La guerra campesina, El XVIII
Brumario o La lucha de clases en Francia proporcionan brillantes
ejemplos. La cuestión más complicada ya no es, entonces, la del determinismo
injustamente reprochado a Marx, sino aquella según la cual existiría, entre los
posibles cursos de acción, un desarrollo “normal” y monstruosidades
marginales [3].
Diez años después de la publicación del Libro Primero, el
comentario de Engels sobre “La tendencia histórica de la acumulación
capitalista” aclara, así, ambigüedades bien comprensibles en el contexto
intelectual de la época. Es sorprendente que haya sentido la necesidad de
intervenir en este punto y que lo haya hecho en ese sentido. Máxime
considerando que el Anti-Dühring fue redactado en estrecha
concertación con Marx. El apartado de El Capital que causa
controversia ya no es, entonces, disociable del comentario que lo aclara y
corrige.
La necesidad determinada no es lo contrario del azar, sino
el corolario de la posibilidad determinada. La negación de la negación dice lo
que debe desaparecer. No dicta lo que debe ocurrir.
Progreso con reserva de inventario
La historia social, como la historia de los organismos
vivos, está hecha de un “conjunto de acontecimientos, extraordinariamente
improbables, aunque lógicos retrospectivamente, pero absolutamente imposibles
de predecir” (Gould, 1990). En 1909, Walcott descubrió en las Rocallosas
canadienses los fósiles conocidos como esquistos de Burgess. Quiso a la fuerza
hacer entrar esos organismos en la tabla de una evolución que va de lo más
simple a lo más complejo. En los años setenta, la reapertura del expediente por
un equipo de investigadores llevó, a través de una serie de estudios
monográficos que aceptan la rareza anatómica como otra norma posible, a “una
revolución tranquila”. Los animales de Burgess (Opabinia, Hallucigenia,
Anomalicaris) ya no son hoy en día considerados como las formas
elementales de las especies conocidas. Testimonian, simplemente, la explosión
cámbrica de lo viviente, disposiciones orgánicas y virtualidades abortadas.
Este descubrimiento arruina la idea dominante de una
evolución simbolizada por la escala del progreso continuo o por el “cono
invertido” de diversidad y complejidad crecientes. La historia incrementa la
diversidad de las especies, pero poda las ramas y restringe la disparidad
inicial entre diferentes organizaciones anatómicas. Luego de la revolución
copernicana y de la darwiniana, la interpretación del esquisto de Burgess
asesta un nuevo golpe al antropocentrismo. Siguiendo sus propias vías, la
geología profundiza, así, la crítica del joven Marx a los “artificios
especulativos” a través de los cuales se quiere hacer creer “que la historia
futura es el objetivo de la historia pasada” y elhomo sapiens, el objetivo
de Opabinia : ”La diversidad de los itinerarios posibles muestra
con toda seguridad que los resultados finales no pueden ser predichos al
principio” (Gould, 1989).
¡Humanos, un esfuerzo más para ser completamente
incrédulos ! Para renunciar, de ese modo, a la ilusión retrospectiva según
la cual nada hubiera podido ser más que lo que es, y para renunciar también a
la ilusión gradualista de las modificaciones continuas. Del mismo modo que las
victorias militares o políticas no prueban la verdad o la legitimidad de los
vencedores, la supervivencia no tiene valor de prueba en paleontología. La
supervivencia es, precisamente, lo que debe ser explicado. A diferencia de los
darwinistas vulgares, Darwin estaba consciente de que las respuestas de
adaptación por variación individual y selección natural a los cambios de
ambiente no necesariamente constituyen un progreso (¿según qué
criterios ?), sino más bien una evolución sin plan ni dirección.
A pesar de sus descubrimientos, Darwin difícilmente podía
escapar a la ideología progresista de la época. Su dilema es, en cierta medida,
el mismo que el de Marx. El darwinismo de Darwin no es, en efecto, ni un
determinismo ambiental ni la simple parábola biologicista de la competencia
mercantil. Anticipando algunas interpretaciones recientes de Darwin, Marx se
inspira en “la acumulación a través de la herencia” como principio motor. Al
insistir en la dialéctica de la acumulación (necesaria) y de la invención
(acontecimiento), Darwin evita la trampa mecanicista. Marx sostiene enTeorías
sobre la plusvalía que “los diferentes organismos se plasman a sí mismos
por ’acumulación’ y son solamente “invenciones”, invenciones de los sujetos
vivos que van acumulándose gradualmente” (Marx, 1980 : 261).
Étienne Balibar completa la inquietante declaración de Marx
en el sentido de que “la historia avanza por el lado malo”, agregando : y
sin embargo, ¡avanza ! Más aún, no son raros los casos donde efectivamente
las “torpezas”, “equivocaciones” y “victoriosas derrotas” han jugado un papel
inesperado (Balibar, 2000). Balibar señala el eminente papel de este “lado
malo” – el de las derrotas – que arruina la visión de un mundo unificado por la
marcha irresistible del proletariado. Después de 1848, y nuevamente después de
1871, el choque del acontecimiento suscita una crítica de la idea de progreso.
Impone pensar “las historicidades singulares”. Esta conclusión no es compatible
con la hipótesis de una medida histórica absoluta del progreso. El esfuerzo de
Marx busca tomar los dos extremos : emanciparse de la abstracción de la
Historia universal (de “lo universal que planea”) sin caer en el caos insensato
de las singularidades absolutas (de lo “que no sucede más que una vez”), y sin
recurrir al comodín del progreso. En la medida en que la universalización es un
proceso, el progreso no se conjuga en presente indicativo, sino sólo en futuro
anterior : bajo reserva y bajo condición. Pero si el progreso cotidiano
consiste en ganar más que en perder, su evaluación está condenada a la vulgar
compatibilidad de ganancias y pérdidas. Lo que equivale a hacer poco caso a la
temporalidad de la medida misma, al hecho de que las ganancias del día hacen
las pérdidas del mañana, y viceversa.
La noción corriente de progreso supone, en efecto, una
escala de comparación fija y un estado recapitulativo final. Para el optimismo
liberal de ayer y de hoy, “todo cambio toma el sentido de un progreso en
relación con el cual no debería haber regresión”. En otros términos, la
creencia en el progreso histórico “excluye la contingencia” (Simmel, 1974).
Nunca se dirá suficientemente hasta qué punto los políticos
socialdemócratas y estalinianos del período de entreguerras comulgaron con este
quietismo, y cuánto costó el no ver, en la recurrencia de las catástrofes, más
que “retrasos” y “disminuciones”.
Bibliografía
– Balibar, Étienne 2000 La filosofía de
Marx (Buenos Aires: Nueva Visión).
– Benjamín, Walter 1973 “Tesis de la filosofía de la historia” en Discursos interrumpidos (Madrid : Taurus) Tomo I.
– Cohén, Gerald A. 1986 “Fuerzas y relaciones de producción” en Roemer, John E. (comp.) 1986 El marxismo : una perspectiva analítica (México : Fondo de Cultura Económica).
– Elster, Jon 1989 Karl Marx : une interprétation analytique (Paris : Presses Universitaires de France).
– Elster, Jon 1991 Una introducción a Karl Marx (Madrid: Siglo XXI).
– Engels, Friedrich 1975 Anti-Dühring (México: Ediciones de Cultura Popular).
– Gould, Stephen Jay 1989 La vida maravillosa (Barcelona: Crítica).
– Gould, Stephen Jay 1990 Un dinosaurio en un pajar (Barcelona: Crítica).
– Gramsci, Antonio 1984 Cuadernos de la cárcel (México: Era).
– Hegel, G. W. F. 1976 Ciencia de la lógica (Buenos Aires: Solar/Hachette).
– Maler, Henri 1994 Congédier l’utopie. L’utopie selon Karl Marx (Paris: Editions L’Harmattan).
– Mandel, Ernest 1985 El capital, cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx (México : Siglo XXI).
– Marx, Karl 1976 “Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política” en Marx, Karl y Engels, Friedrich Obras escogidas (Moscú : Editorial Progreso) Tomo I.
– Marx, Karl 1980 “Teorías sobre la plusvalía” en Marx, Karl y Engels, Friedrich Obras fundamentales (México : Fondo de Cultura Económica).
– Marx, Karl 1980b “Diferencia entre la filosofía democriteana y epicúrea de la naturaleza, en general” en Marx, Karl y Engels, Friedrich Obras fundamentales(México : Fondo de Cultura Económica).
– Marx, Karl 1984 Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858 (México : Fondo de Cultura Económica).
– Marx, Karl 1986 “La acumulación originaria” en El Capital. Crítica de la economía política (México : Fondo de Cultura Económica) Publicación en tres tomos.
– Marx, Karl y Engels, Friedrich 1967 La sagrada familia (México : Grijalbo).
– Marx, Karl y Engels, Friedrich 1973 La ideología alemana (Buenos Aires : Ediciones Pueblos Unidos).
– Roemer, John E. (comp.) 1986 El marxismo : una perspectiva analítica (México : Fondo de Cultura Económica).
– Simmel, Georg 1974 Problemas fundamentales de la filosofía (Buenos Aires : Editora y Distribuidora del Plata).
– Vadee, Michel 1993 Marx penseur du posible (Paris : Klincksieck).
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– Vadee, Michel 1993 Marx penseur du posible (Paris : Klincksieck).
Notas
[1] Sobre este punto, conviene examinar las cartas de Marx a
Vera Zasulich. Ver también Trotsky, La revolución
permanente ; Lenin, El desarrollo del capitalismo en
Rusia y las Tesis de abril ; Alain Brossat, La théorie
de la révolution permanente chez le jeune Trotsky ; así como los trabajos
históricos de D. H. Carr y Theodor Shanin.
[2] Sobre la categoría de posible en Marx consultar Michel
Vadée (1993) y Henri Maler (1994).
[3] Ernest Mandel habla con frecuencia de “rodeos” y
“desviaciones” históricas. Muestra, sin embargo, que el problema es, más bien,
de normalidad que de determinismo histórico. “Debe destacarse, sin embargo, que
la cuestión de si el capitalismo puede sobrevivir indefinidamente o está
condenado a derrumbarse no debe confundirse con la idea de su inevitable
sustitución por una forma más alta de organización social, es decir con la
inevitabilidad del socialismo. Es perfectamente posible postular el inevitable
derrumbe del capitalismo sin postular la inevitable victoria del socialismo
[... ] el sistema no puede sobrevivir, pero puede ser sucedido por el
socialismo como por la barbarie” (Mandel, 1985 : 232).
El artículo anterior es una
versión preliminar del capítulo titulado “Los
tiempos desacordes (a propósito del marxismo analítico)” que el autor
publicó en octubre de 2003 en su obra Marx intempestivo. Grandezas y
miserias de una aventura critica (Buenos Aires: Ediciones Herramienta).
http://danielbensaid.org/ |