Thomas Piketty ✆ Michael Gillette |
Paula Bach |
Segundo en la lista de bestsellers
de Amazon y tercero en la lista de The
New York Times; según The Guardian:
“Llevarlo debajo del brazo se ha convertido en la nueva herramienta de conexión
social en ciertas latitudes de Manhattan”. El libro al que algunos consideran
como la contratara del fenómeno Fukuyama y al que sugestivamente se conoce como
“Capital” en Estados Unidos, desató
un apabullante abanico de críticas provenientes de todas las comarcas de la
teoría económica. No por casualidad en un contexto de vacío ideológico de la teoría
económica burguesa abierto por la crisis de 2008, el libro de Piketty, centrado
en el análisis de la dinámica de la desigualdad en el capitalismo, se
transformó en un hecho político con epicentro en el mundo anglosajón y
particularmente en Estados Unidos.
Una maquinaria
productora de desigualdad
Si algo tiene de sorprendente el trabajo de Piketty,
tratándose de un economista que sigue los postulados del mainstream, es la identificación del capitalismo con una maquinaria
intrínsecamente productora de desigualdades a través de una exhaustiva
investigación empírica que abarca desde el siglo XVIII hasta nuestros días. A
más de un siglo del famoso debate al interior de la
Socialdemocracia alemana y
aún sin quererlo, Piketty demuestra con datos contundentes que la razón estaba
del lado de los marxistas que, como Rosa Luxemburgo, enfrentaron duramente al
revisionismo de Bernstein que entre otras varias cuestiones sostenía que el
capitalismo avanzaba hacia una mayor distribución de la propiedad y hacia una
disminución progresiva de las contradicciones sociales.
La idea que resalta
insistentemente el autor alrededor de las casi mil páginas de la edición
original en francés, es que a lo largo de toda su historia el capitalismo
muestra una clara tendencia a incrementar los patrimonios privados, concentrando
la propiedad en un polo e incrementando recurrentemente las desigualdades sociales.
Solo grandes shocks como las dos guerras mundiales del siglo XX, la revolución
rusa de 1917 y la crisis de los años ‘30 establecieron –como excepción
histórica– un límite a la desigualdad que retomó su curso ascendente durante las
últimas décadas, tendiendo a recuperar en el presente siglo los niveles
paradigmáticos de la Belle Époque.
Piketty señala que entre 1900 y
1910 los patrimonios privados alcanzaban un valor promedio cercano a 7 y 5 años
de ingreso nacional en los principales países europeos y en Estados Unidos,
respectivamente. En un contexto de crecimiento económico-poblacional promedio relativamente
bajo –que considera la norma del capitalismo–, se delinea un capitalismo patrimonial
rentístico en el que el incremento de la desigualdad probablemente hubiera
proseguido hasta niveles inimaginables de no ser por la sucesión de shocks de
1914/45. Luego de este período y como subproducto de la destrucción directa
provocada por las guerras, los shocks presupuestarios
y políticos y el débil nivel de precios de los activos en la segunda posguerra,
los patrimonios disminuyeron abruptamente pasando a representar en
promedio, alrededor de tres años de ingreso nacional. Como consecuencia de la
destrucción de los patrimonios y de la instauración de un nivel impositivo
progresivo sin precedentes históricos, la desigualdad disminuye abruptamente y
comienza un período de reconstrucción con un crecimiento promedio –sobre todo
en Europa– excepcionalmente alto para los estándares capitalistas. Un hecho
particular al que Piketty otorga fundamental importancia durante este período,
es el surgimiento de una “clase media patrimonial” (fundamentalmente
propietaria de su vivienda) que representa al 40 % del medio entre el 10 % más
rico y el 50 % más pobre y que durante los años de posguerra se hace poseedora –tanto
en Europa como en Estados Unidos– de aproximadamente entre un cuarto y un
tercio del patrimonio nacional. El desarrollo de este sector resulta la
principal transformación estructural con respecto a la distribución de la
riqueza en el siglo XX. Piketty insiste sobre el hecho de que la baja
concentración del capital, el alto crecimiento económico-poblacional y la
disminución de las desigualdades que se producen luego de la guerra,
constituyen una clara excepción en la historia del capitalismo. La norma es el
crecimiento relativamente bajo, la alta acumulación de patrimonios privados y
la desigualdad creciente. Solo shocks “externos” al sistema que provienen del
lado de la política, principalmente las guerras y las convulsiones sociales – aún
cuando estas últimas tienen un rol marginal en su análisis–, son capaces de
revertir las condiciones aunque solo por un período de tiempo. De este modo,
luego de la guerra la reconstrucción de los patrimonios se produce a alta velocidad
y se acelera con la “revolución conservadora” a partir de los años ‘79/80. El
crecimiento promedio disminuye, la globalización y la competencia entre estados
impulsa reducciones de impuestos y sobre todo una estructura impositiva cada
vez más regresiva, la acumulación patrimonial privada y la estructura de las desigualdades
se acercan velozmente a los niveles principios de siglo. La acumulación de
patrimonios privados representa hoy el equivalente a entre 5 y 6 años de
ingreso nacional. No obstante y como resabio de la excepcionalidad de posguerra,
aún se mantiene una clase media patrimonial actualmente amenazada de un
empobrecimiento que suscitará fuertes reacciones políticas.
Piketty señala, a la vez, que principalmente a
partir de 1990 se observa un persistente proceso
de crecimiento de la desigualdad en la
distribución del ingreso marcado fundamentalmente por el impactante crecimiento de los salarios de los gerentes, proceso que si bien aparece como tendencia mundial, muestra toda su espectacularidad en Estados Unidos (que es hoy claramente más desigual que los países europeos), donde
las reducciones impositivas se transformaron en abultados sueldos gerenciales. En
este contexto alerta que el pronóstico de un crecimiento bajo para las próximas
décadas indicaría la tendencia a un desarrollo cada vez mayor de los
patrimonios privados que iría de la mano con el avance de una sociedad cada vez
más rentística, reproduciéndose bajo el signo del siglo XXI, las tensiones
insoportables de la Belle Époque.