29/7/14

Dialéctica: Marxismo y revoluciones sociales

David Karvala   |   Las personas siempre han intentado explicar el mundo de una manera u otra. Hace miles de años, veneraban al sol y a las estrellas, atribuyéndoles poderes sobre su vida. Luego fueron los dioses en Olimpo quienes les controlaban, y más tarde un único ser llamado Jehová, Dios, Allah… En su versión más reciente es el Mercado —esa gran fuerza sobrenatural— el que decide nuestros destinos.

Un factor bastante común en todas estas religiones es que todo es inamovible; las cosas son como son porque siempre han sido así. Sin embargo, también existe —desde, al menos, la Grecia antigua— la idea de cambio, de una dinámica en las cosas. En la filosofía griega la dialéctica era una manera de llegar a la verdad mediante el confrontamiento de dos ideas. Con el filósofo alemán, Hegel (1770-1831), la dialéctica se convirtió en una explicación del cambio histórico, del gradual avance en la sociedad. Aún así, con Hegel, todavía se trataba de un proceso en el reino de las ideas; las contradicciones del “espíritu” impulsaban el cambio histórico.

Materialismo

Marx y Engels empezaron como seguidores de Hegel, pero pronto le dieron la vuelta a su teoría. Mediante una combinación de estudio y experiencias en el mundo real, llegaron a la conclusión de que el origen del cambio era el mundo material, no las ideas en el abstracto.

Más tarde Marx lo resumió así:
“en la producción social de su vida las personas establecen [...] relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”.
Con este denso texto está diciendo que antes de poder venerar a dioses, escribir filosofía o incluso producir reality shows, hay que comer. Para poder comer, hay que producir. Y la manera en que se produce esta comida es la base para todo lo demás. Una sociedad cazadora-recolectora no puede sentarse a mirar el Gran Hermano después de matar a un búfalo (ni tendría ningún interés en hacerlo). En cambio, en una sociedad en la que el trabajo consiste en una serie de aprobaciones y rechazos, contratos y despidos, a algunas personas el Gran Hermano les parece normal, incluso interesante.

En el texto citado, Marx escribió: “No es la conciencia de la persona la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. También explicó que no se trata de un determinismo mecánico. Esto se ve claramente si nos fijamos en el punto central de la teoría: la revolución.

Explica que las diferentes sociedades, como el esclavismo de Grecia y Roma, el feudalismo con señores y siervos, el capitalismo… las conforman una combinación de relaciones de producción (es decir, las clases sociales en conflicto) y las fuerzas de producción (ya sean éstas animales, máquinas de vapor o robots informatizados). Pero, “al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes”. Dicho de otro modo, las posibilidades productivas de una sociedad llegan a superar los límites impuestos por su estructura social. Aún más claramente, en el mundo actual, no hay razón para que nadie pase hambre o no tenga casa; esto ocurre debido a la estructura social del capitalismo. “De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones [en este caso, capitalistas] se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social”.

Lucha de clases

La revolución es posible y necesaria por razones objetivas. Que se consiga o no, depende de la acción de los seres humanos. Aquí volvemos a la dialéctica. Está la dialéctica entre la clase trabajadora y la clase capitalista, el conflicto de clases. Pero también la dialéctica dentro de la clase trabajadora —y la gente oprimida en general—: entre los sectores que luchan por un cambio fundamental y los sectores que se conforman con pequeños cambios dentro del sistema; un sistema que ya se ha convertido en una “traba” para el progreso humano. Estos últimos sectores incluyen, típicamente, a burócratas, políticos, etc., pero también a muchas personas corrientes que aún no están convencidas de que un cambio real sea posible.

El éxito de la revolución depende, principalmente, no de las hazañas heroicas de una minoría, ya comprometida con la revolución, sino de la capacidad de ésta de convencer y movilizar a la mayoría. Si la minoría está atrapada en la idea de que las cosas no pueden cambiarse, de que las ideas (de la mayoría) vienen impuestas desde arriba, por un Dios o un Telecinco, ni tan siquiera se planteará el reto de ganarse a la mayoría. En cambio, el materialismo histórico explica que la mayoría de la sociedad pertenece a la clase trabajadora y que su situación objetiva puede pesar más que las ideas que tiene actualmente; en última instancia “el ser social es lo que determina su conciencia”.

El marxismo no es una teoría determinista; explica la posibilidad y la necesidad de un cambio. Si se consigue o no, depende de las personas.

Un hilo rojo que recorre los cambios contemporáneos

Hoy en día existe una amplia industria de marxismo académico. Sin embargo, los avances en materialismo histórico no han venido de la academia, sino de la participación de marxistas en las luchas reales.

Marx y Engels dedicaron mucho tiempo a la lucha política, que culminó en la Primera Internacional, una organización que jugaría un papel importante en la Comuna de París en 1871; el primer Estado obrero de la historia. Incluso su obra principal, El Capital, no tenía un fin sólo teórico, sino que fue un arma contra la explotación, que ayudó a impulsar y fortalecer el movimiento obrero.

La revolucionaria polaca Rosa Luxemburg hizo una gran aportación al explicar la relación dialéctica entre las luchas políticas y económicas en su Huelga de Masas, que escribió tras la experiencia de 1905.

La necesidad de organizarse para ganar la revolución —ya que nada viene predeterminado— quedó demostrada con la experiencia de Lenin y el partido bolchevique en la revolución rusa de 1917.

El fracaso de la revolución en Italia, y la subida del fascismo, hicieron reflexionar a Antonio Gramsci acerca de cómo una minoría revolucionaria —y la clase trabajadora en un país con millones de campesinos— podía ganar a la mayoría para la revolución; es decir, cómo se podía conseguir la hegemonía. Otra vez, una profundización en el materialismo histórico.

En los años 30, Trotsky luchó por mantener los principios del marxismo revolucionario frente a los horrores del fascismo y del estalinismo, e hizo muchas aportaciones imprescindibles para la izquierda radical.

El marxista judío palestino, Tony Cliff (1917-2000) —fundador de la corriente de la que forma parte En lucha— continuó su tradición, realizando análisis marxistas del capitalismo de Estado en la URSS y en las sociedades surgidas de las revoluciones anticolonialistas; de la guerra fría entre los dos bloques imperialistas; del boom económico.

Todo esto no significa que ya esté todo pensado y atado. La base del marxismo es que el mundo cambia, y los análisis del mundo deben cambiar y avanzar para no quedar obsoletos.

Lo llaman materialismo dialéctico, pero no lo es

El marxismo tiene mala prensa, en parte por cosas que se han hecho en su nombre. Para defender el marxismo como una teoría que nos ayude no sólo a entender el mundo, sino a cambiarlo, hay que distinguirlo de los falsos productos.

¿Qué dice la teoría original? Como hemos visto, que cualquier sociedad depende de cómo produce sus medios de subsistencia. Una sociedad basada en la agricultura con bueyes no viajará por el espacio (diga lo que diga la Guerra de las Galaxias), ni tampoco dará el salto al socialismo. Aún así, la gente de abajo puede luchar para mejorar su situación, y así lo ha hecho en diferentes momentos a lo largo de la historia.

¿El marxismo pronostica si ganará? No. Como muchas teorías científicas, no puede predecir todo lo que ocurrirá (piensa en la meteorología), pero nos ayuda a cambiar las cosas si partimos de los principios básicos.

Volvamos entonces a los falsos productos. Una sociedad dominada por una pequeña minoría en la que millones de personas pasaban hambre no era socialista, por mucho que se llamase Unión Soviética; así nos lo explica el marxismo. Bastantes intelectuales de izquierdas se enamoraron de la URSS y adoptaron una teoría dogmática y mecánica impulsada por Moscú, llamada “materialismo dialéctico”; una teoría con muchos catedráticos y manuales… y con nada de marxismo o de cambiar el mundo.

Cuando la URSS y la teoría fracasaron, muchos de esos intelectuales concluyeron que era un error intentar entender el mundo en términos teóricos. Inventaron el postmodernismo y desde esta nueva teoría, despotrican contra todas las teorías, especialmente contra el marxismo. Sin embargo, las personas que queremos un cambio no tenemos opción, debemos seguir luchando y debemos entender el mundo. El marxismo es la mejor herramienta que tenemos para ayudarnos a hacerlo.