25/5/14

Abolir el dinero no destruirá el capitalismo | Sobre la polémica entre Marx y Proudhon

Karl Marx & Pierre-Joseph Proudhon
Alejandro Pérez  |  Escuchamos de vez en cuando en los medios anticapitalistas que una posible manera de destruir el sistema económico imperante sería la de destruir o abolir el dinero. Esta idea surgió, en sus comienzos, de los textos de Proudhon. Basándome en los escritos del marxista Moishe Postone sobre la cuestión -que recupera la crítica de Marx sobre este asunto- voy a intentar exponer y resumir el porqué del error en la que cae esta concepción del capitalismo y de la peligrosidad de la misma (tanto a nivel epistémico como a nivel de consecuencias políticas directas, que son esencialmente el antisemitismo y la inoperancia). Detrás de la idea de abolir el dinero, muchas veces suele seguir un silencio o de una apología directa del capitalismo industrial así como de la tecnología y del trabajo concreto en oposición al capitalismo financiero o ciertos aspectos “abstractos” del capital y del trabajo.

En el capitalismo, el trabajo no es únicamente una actividad social productiva -trabajo concreto- sino que sirve, al mismo tiempo, de mediación social (trabajo abstracto). Por consecuente, su producto, la mercancía, no es solamente un objeto de uso en el cual se objetiviza el trabajo concreto sino que es, al mismo tiempo, una forma de las relaciones sociales objetivadas. Al ser la mercancía una forma de objetivación de las dos dimensiones del trabajo en el capital (del concreto y del abstracto) es su propia mediación social y tiene pues un doble carácter: el valor y el valor de uso. En tanto que objeto, la mercancía disimula las relaciones sociales que fuera de ella no tienen otro modo de expresión (aquí radica una de las alienaciones, en el consumo).

El doble carácter de la mercancía se exterioriza materialmente en la forma-valor: en tanto que dinero (forma fenoménica del valor) y en tanto que mercancía (forma fenoménica del valor de uso). Aunque la mercancía es una forma social que integra y lleva en sí tanto el valor de uso como el valor, el resultado de esta exteriorización es que la mercancía se nos aparece únicamente en su dimensión de valor de uso, como puramente material, como cosa. El dinero aparece entonces como único depositante del valor, como manifestación del abstracto puro en lugar de la forma fenoménica de la dimensión-valor de la mercancía misma. Es en este nivel, la forma de las relaciones sociales objetivadas específica al capitalismo se nos aparece como la oposición entre el dinero, en tanto que abstracto, y la naturaleza material en tanto que concreto.

Encontramos en este punto uno de los aspectos más problemáticos del fetiche pues las relaciones sociales capitalistas se nos presentarán ante nosotrxs no como lo que son, sino de forma antinómica, como la oposición del abstracto y del concreto.

La inmediatez en la que se nos aparece esta antinomia entre abstracto y concreto suelen coger al capitalismo solamente en función de las manifestaciones de su dimensión abstracta y el dinero se volverá entonces la raíz del mal y lo que es concreto y material será presentado como lo “natural” u ontológicamente humano y se situaría fuera del capitalismo. Proudhon se fijará justamente en este momento en el cual el trabajo concreto, material, sería pre-capitalista y que se opondría a la dimensión abstracta del dinero. Es en este preciso instante en el que Proudhon da un paso más y asegura que la abolición del dinero es suficiente para abolir las relaciones capitalistas. El problema es que el capitalismo se caracteriza por relaciones sociales mediatizadas, objetivadas, cosificadas, en formas categóricas de las que el dinero es una expresión y no la causa. Se confunde pues una forma fenoménica del capital (el dinero en tanto que objetiviza y “materializa” el abstracto) con la esencia del capitalismo.

El error a la hora de afrontar la lucha contra el capitalismo es considerable y desencadena toda una serie de consecuencias preocupantes. SI el trabajo concreto es considerado como pre-capitalista y todo aquello que se nos presenta como material (capitalismo industrial, tecnologías…) caeremos en la apología, al igual que los fascistas, del progreso material y la opondremos a la supuestamente “anti-natural” dimensión abstracta del capital (capitalismo financiero y dinero). El paso siguiente, que es personificar este abstracto en el judío que maneja el dinero, se produce de forma rápida. Las dos dimensiones, concreta y abstracta, material y financiera, son parte de una misma sustancia que no puede ser fragmentada. Una debe la existencia a la otra y forman un uno coherente. La base de ambas no es la propiedad privada, como ciertos marxistas tradicionales defienden, sino el trabajo. No se puede separar el trabajo concreto, como si fuera creativo, puramente material, de las relaciones sociales capitalistas. No hay una oposición entre el capitalismo industrial, como si fuera descendiente directo de modos artesanales de producción, puros, concretos, materiales y el capitalismo financiero (como si éste fuera “parásito” o “sin raíces).

Hemos podido escuchar durante todo el transcurso de esta crisis que “debemos volver al trabajo industrial, palpable, al capital productivo, al capital industrial” o que el sector financiero estaba desconectado del mundo material real. Desde la izquierda se han recogido en numerosas ocasiones este discurso. Deberíamos plantearnos algunas reflexiones en torno a esto y a este retorno al fetiche del trabajo y la mercancía como presentadas de forma pura y concretas, separadas y opuestas al capital financiero. Una crítica radical al capitalismo nos lo exige.