Karl Marx & Pierre-Joseph Proudhon |
En el capitalismo, el trabajo no es únicamente una actividad
social productiva -trabajo concreto- sino que sirve, al mismo tiempo, de
mediación social (trabajo abstracto). Por consecuente, su producto, la
mercancía, no es solamente un objeto de uso en el cual se objetiviza el trabajo
concreto sino que es, al mismo tiempo, una forma de las relaciones sociales
objetivadas. Al ser la mercancía una forma de objetivación de las dos
dimensiones del trabajo en el capital (del concreto y del abstracto) es su
propia mediación social y tiene pues un doble carácter: el valor y el valor de
uso. En tanto que objeto, la mercancía disimula las relaciones sociales que
fuera de ella no tienen otro modo de expresión (aquí radica una de las
alienaciones, en el consumo).
El doble carácter de la mercancía se exterioriza
materialmente en la forma-valor: en tanto que dinero (forma fenoménica del
valor) y en tanto que mercancía (forma fenoménica del valor de uso). Aunque la mercancía es una forma social que
integra y lleva en sí tanto el valor de uso como el valor, el resultado de esta
exteriorización es que la mercancía se nos aparece únicamente en su dimensión
de valor de uso, como puramente material, como cosa. El dinero aparece
entonces como único depositante del valor, como manifestación del abstracto
puro en lugar de la forma fenoménica de la dimensión-valor de la mercancía
misma. Es en este nivel, la forma de las relaciones sociales objetivadas
específica al capitalismo se nos aparece como la oposición entre el dinero, en
tanto que abstracto, y la naturaleza material en tanto que concreto.
Encontramos en este punto uno de los aspectos más
problemáticos del fetiche pues las relaciones sociales capitalistas se nos
presentarán ante nosotrxs no como lo que son, sino de forma antinómica, como la
oposición del abstracto y del concreto.
La inmediatez en la que se nos aparece esta antinomia entre
abstracto y concreto suelen coger al capitalismo solamente en función de las
manifestaciones de su dimensión abstracta y el dinero se volverá entonces la
raíz del mal y lo que es concreto y material será presentado como lo “natural”
u ontológicamente humano y se situaría fuera del capitalismo. Proudhon se
fijará justamente en este momento en el cual el trabajo concreto, material,
sería pre-capitalista y que se opondría a la dimensión abstracta del dinero. Es
en este preciso instante en el que Proudhon da un paso más y asegura que la
abolición del dinero es suficiente para abolir las relaciones capitalistas. El problema es que el capitalismo se
caracteriza por relaciones sociales mediatizadas, objetivadas, cosificadas, en
formas categóricas de las que el dinero es una expresión y no la causa. Se
confunde pues una forma fenoménica del capital (el dinero en tanto que
objetiviza y “materializa” el abstracto) con la esencia del capitalismo.
El error a la hora de afrontar la lucha contra el
capitalismo es considerable y desencadena toda una serie de consecuencias
preocupantes. SI el trabajo concreto es considerado como pre-capitalista y todo
aquello que se nos presenta como material (capitalismo industrial,
tecnologías…) caeremos en la apología, al igual que los fascistas, del progreso
material y la opondremos a la supuestamente “anti-natural” dimensión abstracta
del capital (capitalismo financiero y dinero). El paso siguiente, que es
personificar este abstracto en el judío que maneja el dinero, se produce de
forma rápida. Las dos dimensiones, concreta y abstracta, material y financiera,
son parte de una misma sustancia que no puede ser fragmentada. Una debe la
existencia a la otra y forman un uno coherente. La base de ambas no es la propiedad privada, como ciertos marxistas
tradicionales defienden, sino el trabajo. No se puede separar el trabajo
concreto, como si fuera creativo, puramente material, de las relaciones
sociales capitalistas. No hay una oposición entre el capitalismo
industrial, como si fuera descendiente directo de modos artesanales de
producción, puros, concretos, materiales y el capitalismo financiero (como si
éste fuera “parásito” o “sin raíces).
Hemos podido escuchar durante todo el transcurso de esta
crisis que “debemos volver al trabajo
industrial, palpable, al capital productivo, al capital industrial” o que
el sector financiero estaba desconectado del mundo material real. Desde la
izquierda se han recogido en numerosas ocasiones este discurso. Deberíamos
plantearnos algunas reflexiones en torno a esto y a este retorno al fetiche del
trabajo y la mercancía como presentadas de forma pura y concretas, separadas y
opuestas al capital financiero. Una crítica radical al capitalismo nos lo
exige.