Foto: Ernesto Laclau |
La larga trayectoria de Laclau, más de cinco décadas, pueden
ordenarse alrededor de su búsqueda por articular teóricamente los sucesivos
proyectos políticos y teóricos a los que adscribió: de la izquierda nacional en
los ‘60 y su política de apoyo al peronismo; a una crítica y un alejamiento
creciente del marxismo, que comenzó en los ‘70 y lo condujo al intento de
sintetizar teóricamente el “posmarxismo” en los ‘80 y políticamente con la
búsqueda de una “democracia radical” dentro de los marcos de los regímenes
capitalistas existentes; para retomar finalmente sus orígenes “populistas” en
la izquierda nacional, elaborando la lógica de articulación política del
“populismo” como una teoría para comprender los antagonismos en la historia y
un programa político que encontró encarnadura en los gobiernos progresistas
latinoamericanos a los que apoyaba.
Nacido en el seno de una familia politizada, Laclau siempre
señalo que su ingreso a la vida política e intelectual fue precoz bajo el influjo
de su padre Ernesto Laclau, abogado radical, militante de Yrigoyen y cercano al
grupo Forja, lo que le permitió la influencia temprana del intelectual
nacional-popular Arturo Jauretche. Su padre también escribió libros de historia
política, despertando un amplio interés intelectual en el joven que en 1954
ingresó en la UBA para estudiar Historia. Sin embargo su entrada a la
universidad encontraría al joven Laclau (que se licenciaría en 1964) trabajando
junto a José Luis Romero, figura renovadora de la historia social argentina, y
a Gino Germani, el fundador de la carrera de sociología que intentó comprender
la modernización de la argentina de posguerra y que interpretó el fenómeno
político del peronismo como algún tipo de fascismo. Inicialmente Laclau compartiría
con este tipo de influencias el rechazo al peronismo, prefiriendo la
perspectiva de un socialismo liberal e ingresando a militar en el Partido
Socialista Argentino. En su actividad política universitaria llegó a presidir
el Centro de estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA y a participar
activamente de la candidatura de Romero para rector (quien también militaba en
el PSA). Posteriormente se desilusionó de las posibilidades para el socialismo
liberal dentro del régimen libertador, y pasada la ilusión en el Frondicismo,
Laclau participaría de las sucesivas escisiones de la juventud del PSA
influenciadas por la revolución cubana y crecientemente por la resistencia
peronista.
Durante 5 años Laclau militó en las filas de la corriente de
la izquierda nacional de Abelardo Ramos y Spilimbergo, participó en el Partido
Socialista de la Izquierda Nacional fundado en 1962, y dirigió el periódico
Lucha Obrera en el cual escribió bajo seudónimo para resguardar su actividad
académica. El grupo de Ramos había derivado de su trotskismo inicial en el
grupo Octubre, a una colaboración política con el peronismo. La corriente
izquierda nacional, independiente organizativamente, orbitó constantemente
alrededor del peronismo y la ilusión de una revolución nacional que la
condenaba a la impotencia.
Ruptura del vínculo
teoría y política
A inicios de 1968 Laclau rompió con el partido, precisamente
denunciando que esta “impotencia” y el raquitismo de la organización, a la que
veía como muy doctrinaria, sin embargo se dedicó a la carrera académica y
abandonó la militancia. Como intelectual varias de las ideas de ese periodo de
formación lo marcarían para siempre, teórica y políticamente, como nunca dejó
de resaltar el mismo Laclau alrededor de los conceptos de hegemonía y de
pueblo. Sin embargo el alejamiento de la militancia práctica traería muchas
consecuencias: “cuando leo los escritos de Lacan los ejemplos que se me vienen
a la mente no son textos filosóficos o literarios, son recuerdos de una
discusión en un sindicato argentino, de un choque de eslóganes opositores
durante una manifestación, o de un debate durante un congreso partidario”. Ese
alejamiento dejaría los problemas de la clase obrera y la política socialista
como una pura herencia teórica, casi un recuerdo, de una lógica de la práctica
política.
Por el apoyo del historiador inglés Eric Hobsbawm desarrolló
su carrera en Inglaterra a partir del ’69 y desde ahí participó en el ámbito de
debates del marxismo anglosajón. De ese periodo se destaca la compilación de ensayos Política
e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo y populismo, entre los
cuales se puede observar el desplazamiento de su interés historiográfico y
económico inicial, como los debates sobre las características de la economía
latinoamericana contra las teorías de la dependencia, o en el debate sobre el
modo de producción feudal o capitalista con Andrew Gunder Frank en el cual
haría uso de algunas ideas que traía consigo de los debates militantes en los
’60, y que constituían un preámbulo marxista obligatorio para poder
caracterizar la dinámica de la revolución. Sin embargo, en sus contribuciones a
los debates sobre el Estado y la política, que tenía un punto alto en el debate
Milliband-Poulantzas, como son los ensayos “La especificidad de lo político” y
“Hacia una teoría del populismo” ya se puede leer como Laclau avanza hacia una
lectura idealista de la política, donde su lectura de la teoría de la hegemonía
de Gramsci operaría como el vehículo principal hacia un abandono de cualquier perspectiva
materialista, clasista y marxista.
Neoliberalismo y
posmarxismo
La figura de Laclau adquirió reputación internacional a
mediados de los ‘80 en plena ofensiva neoliberal. En esos años elaboró, junto a
su esposa, la filósofa feminista belga Chantall Mouffe, una revisión del
marxismo que se propuso abandonar lo que para ellos eran postulados
“objetivistas” y “clasistas” que impedían pensar la política en un periodo para
ellos claramente post-revolucionario producto del fin del ascenso de la lucha de
clases del ’68. La hegemonía ideológica del triunfalismo burgués en los años de
Thatcher y Reagan trajeron para Laclau una acelerada descomposición de todas
las certidumbres de la política socialista, un derrumbe teórico llamado “crisis
del marxismo” y el comienzo del fin de la experiencia histórica de la
revolución rusa con la crisis que llevó posteriormente a la caída de la URSS.
En su libro Hegemonía y estrategia socialista. Hacia
una radicalización de la democracia ya están las principales operaciones
teóricas por las cuales Laclau considera que el giro lingüístico operado en la
filosofía del siglo XX obligaba a repensar y revisar los conceptos marxistas
fundamentales. El marxismo era entonces abandonado en función de una lectura
que abrevaba en la fenomenología, la filosofía analítica, el estructuralismo y
el post-estructuralismo. Laclau leía una sofisticada literatura filosófica,
lingüística y psicoanalítica, bajo el signo del eclecticismo. Así las
principales figuras de este giro filosófico, que por cierto son leídas como
rivales, como el llamado “segundo Wittgenstein”, Heidegger, Derrida y Lacan,
son tomadas conjuntamente por Laclau para reforzar las bases de una teoría de
la política y del discurso como constitutivo de lo social, de manera contrapuesta
al marxismo, y como una alternativa a lo que consideraba desvaríos metafísicos
y deterministas.
Incluso las más sofisticadas versiones del marxismo
althusseriano y gramsciano, con los cuales Laclau se formó, fueron abandonadas
porque todavía conservaban un apego a los esencialismos de la economía y la
clase obrera. La idea clave para esta revisión era dar cuenta del desarrollo de
la teoría de la hegemonía, que había nacido en el seno del marxismo, con los
debates de la II internacional y el marxismo ruso, y que tenía en la obra de
Trotsky primero, y más aún de Gramsci luego, una evolución hacia pensar la
política más allá de los fundamentos históricos y de clase. Una relectura que
abandonaba la articulación de aspectos objetivos y subjetivos en la historia,
como la que intentó Gramsci con la teoría de la hegemonía, o la que desarrolló
Trotsky con su teoría de la revolución permanente. Laclau quebrando esta
relación, se proponía descubrir una nueva lógica política, que llevada hasta el
final, implicaba que las determinaciones materiales debían ser abandonadas para
poder pensar las articulaciones discursivas.
Laclau y Mouffe llamaron a su reconstrucción teórica
inicialmente “posmarxismo”, un nombre que luego irían abandonando, ya que la
referencia al marxismo perdería sentido para ellos. La obra de Laclau
posterior, oscila en responder a las críticas de los marxistas, como en el
debate con Norman Geras en las páginas de la revista New Left Review, o en
libros como Nuevas reflexiones sobre la revolución en nuestro tiempo, con
en desarrollar la misma perspectiva teórica a la que llegó a mitad de los ‘80,
como en Emancipación y diferencia, y otras obras y ensayos. Más cerca
en el tiempo Laclau debatió con Zizek, Butler, Badiou y Negri entre otros sobre
la filosofía y la política contemporáneas, casi siempre ubicado más alejado de
los coqueteos radicales, anticapitalistas o anti-sistémicos de éstos últimos.
Anunciado por la editorial Verso para mayo de este año, The rhetorical
foundations of society será su último libro preparado en vida, una
compilación de ensayos donde se anuncia la continuidad teórica de una melange
de fenomenología, post-estructuralismo, filosofía analítica y retórica al
servicio de comprender los antagonismos políticos mediante la ausencia deliberada
de un análisis económico y social materialista.
El populismo vacío (y
el kirchnerismo casi populista)
En 2005 Laclau, al calor de la política latinoamericana,
retornó al tema del populismo, y escribió La razón Populista. Construyó
allí una teoría formal de la lógica política del populismo, al que consideraba
una “concepto neutro” según sus palabras. Laclau teoriza cómo la “lógica
política” inscripta en los fenómenos populistas da cuenta de la constitución de
lo político como tal y constituye además la apuesta política por la cual luchar
actualmente: “La verdad es que mi noción del pueblo y la clásica concepción
marxista de la lucha de clases son dos maneras diferentes de concebir la
construcción de las identidades sociales, de modo que si una de ellas es
correcta la otra debe ser desechada, o más bien reabsorbida y redefinida en
términos de la visión alternativa”.
El concepto de populismo de Laclau tiene las virtudes que un
concepto “catch all” puede tener, su des-historizado formalismo le permite utilizar
la malla teórica del populismo para aplicarla a los más variados fenómenos
políticos, siempre y cuando existiera una interpelación a los de abajo para la
política. Poco importa que esta tuviera una base campesina como el populismo
ruso, pequeñoburguesa como el fascismo italiano, de base trabajadora como el
peronismo, o basada en los pobres y el aparato militar como el chavismo actual.
Obviamente Laclau tenía una preferencia por los populismos nacionales y
populares o progresistas, pero considera que había llegado a una teoría que le
permitía también explicar también los fenómenos de derecha en Europa, como
Marine Le Pen y otros conservadurismos y fenómenos de de la derecha
anti-imigrante y xenófoba. A los que enfrentaba oponiéndole un apoyo a los proyectos
reformistas de Die Linke, Syriza o el Front de Gauche.
Su búsqueda de una radicalización de la democracia se
mantuvo, pero ahora Laclau consideraba que la única forma de democracia en la
que hubiera participación de las masas era el populismo. Para él en América
latina los regímenes liberales fueron históricamente refractarios a la
democracia política, y la inserción de las masas a la política fue de la mano
de los “populismos” de Vargas, Perón y el MNR boliviano. En la historia
latinoamericana de Laclau había nulo lugar para la acción autónoma de las
masas, las cuales debían ser interpeladas por algún líder para poder dar lugar
al forjamiento de identidades populares.
Laclau estaba sin embargo resignado a los marcos de la
democracia liberal. Solía citar a su mentor Abelardo Ramos, según el cual la
sociedad no se polarizaba entre el cementerio del orden y el manicomio del caos
y la revolución. Laclau fue fiel a esta herencia conservadora de Ramos (el cual
Laclau consideró “el mejor pensador político argentino de la segunda mitad del
siglo”, y nosotros preferimos recordar que su subordinación al peronismo lo
llevó al triste lugar de embajador menemista). La mayor aspiración de Laclau en
su actual apoyo el kirchnerismo era la conciliación entre movilizaciones
democráticas que lograban avances en los marcos del mismo régimen capitalista
liberal y participación y mantenimiento de las condiciones de institucionalidad
de estos regímenes.
Para él, el kirchnerismo era una “oportunidad de populismo”,
así Correa en Ecuador, Evo Morales y el chavismo y su objetivo era una pugna
democrática dentro del régimen. Igualmente de algún modo en Argentina el
proceso le daba gusto a poco, la crisis del campo lo había dejado en off side
por su incapacidad de concitar una mayor movilización popular. Durante esa
crisis señalamos que Laclau justificaba la política gubernamental: “Los
objetivos del gobierno K consisten en mantener “cierto equilibrio” entre “dos
políticas”, de tal forma que la cosa “se doble pero no se rompa”, so riesgo de
ir a parar al “manicomio”. El conflicto viene bárbaro para rearmar el discurso
medio deshecho de la “vuelta a la política”, pero la polarización debe
resguardarse de romper la unidad de las clases dominantes. Su presentación del
conflicto es superficial y completamente afín a las clases dominantes. Total,
las “diferencias” sociales bien pueden disolverse en la “construcción populista
del pueblo”, aunque parece que las “equivalencias capitalistas” son
irreductibles para la teoría política “populista””.
Ahora, ese pronóstico de un kirchnerismo que paradójicamente
no llegaba a completar un concepto vacío de populismo porque compartía lo
esencial de la política capitalista se muestra palmariamente. Laclau mencionaba
últimamente cómo las dificultades de la transición política en el fin de ciclo
establecerían la permanencia o no del kirchnerismo, o si desaparecería del mapa
político. Con este temor Laclau llegó a pronunciarse por la reelección
indefinida de CFK, antes que ésta perdiera las elecciones legislativas y
comenzara una transición con devaluación y ajuste.
En este contexto en Argentina, todos los medios dieron
cuenta de su deceso y rememoraron aspectos de su obra y de su influencia
política e intelectual, desde el kirchnerista Página 12, a las detracciones
liberales de los columnistas de La Nación y Perfil. Es que en los últimos años
Laclau había adquirido notoriedad pública, más allá de los ámbitos académicos,
por su apoyo al kirchnerismo, especialmente en la crisis con el campo del 2008
y el apoyo a la ley de medios y la ley de identidad de género, y porque
ciertamente quiso ofrecer una lectura de la situación política más reciente.
Esto le valió que los medios antikirchneristas, le
atribuyeran algún rol ideológico creador de las pugnas entre el kirchnerismo y
la oposición republicana. Llegando a ridículas denostaciones, en las
cuales, “filosofando a ras del piso” como diría otro importante filósofo
argentino, se acusa a Laclau de mentor intelectual del “autoritarismo” de la
presidenta, por haber desarrollado la idea de que la política debe ser pensada
como un antagonismo que se constituye delimitando discursivamente campos que
permitan diferenciar “amigos de enemigos”. Si hay una reflexión teórica
sustantiva en la obra de Laclau su rol como intelectual político lo llevó a
perderse en la “grieta” de la pugna mediática.
Del otro lado, el panorama no es mejor. Su adhesión
prácticamente acrítica al gobierno, le supuso las alabanzas y glorificaciones
del personal político gubernamental, para quienes las más sofisticadas ideas de
Laclau le son completamente ajenas y bien pueden ser mencionadas al “uso” para
darle alguna retórica más a izquierda a un gobierno embarcado en el ajuste y el
creciente enfrentamiento con los luchadores sociales y la izquierda. Y por
cierto las actividades públicas más recientes de Laclau en sus viajes a
Argentina incluían charlas con lo más granado del aparato político k como el
chino Zannini o brindar conferencias para la burocracia no docente de la UBA
conocida por golpear estudiantes al servicio de la gestión privatista de la
universidad no ayudaban a evitar el patetismo.
En última instancia cuanto más Laclau regresaba a la
política concreta más se mostraban los límites políticos que una inflación de
sofisticación teórica no podían subsanar. La búsqueda de un sujeto popular
disociado de las contradicciones de clase se volvía una empresa “imposible”,
que al tiempo que lesionaba crecientemente su rol como intelectual crítico,
acompañaba la degradación de la política de los partidos capitalistas al
autoimponerse el límite de su proyecto a los marcos de la sociedad burguesa.