Karl Marx ✆ Artonfix |
Atilio A. Boron | La
reflexión política marxiana debe, por derecho propio y legítimamente, ocupar un
lugar destacadísimo en la historia de las ideas políticas y, más aún,
constituirse en uno de los referentes doctrinarios primordiales para la
imprescindible refundación de la filosofía política en nuestra época.
Huntington y Bobbio
La opinión más difundida considera a Marx como un economista
político, tal vez como el “gran rebelde” entre los economistas políticos clásicos.
Otros, sin embargo, lo consideran como un sociólogo, mientras que no pocos
dirán que fue un historiador. Casi todos, además, coinciden en caracterizarlo
como el más grande profeta de la revolución. Autores tan disímiles como Joseph
Schumpeter y Raymond Aron, por ejemplo, señalan reiteradamente este carácter
multifacético del fundador del materialismo histórico. En efecto, Marx
incursionó en cada uno de estos campos, pero ¿cómo olvidar que primero y antes
que nada fue un brillante filósofo político? Sin embargo, hubo que esperar
que pasara poco más de un siglo de su muerte para que el nombre de Marx
comenzara a resonar en los
rancios claustros de la filosofía política. Reseñar
las causas de este lamentable extravío excedería con creces los objetivos de
este artículo. Bástenos con recordar la opinión de un intelectual ubicado en
las antípodas de la tradición marxista; nos referimos al teórico neoconservador
Samuel P. Huntington, quien en su famoso libro El orden político en las
sociedades en cambio se hace eco del sentir predominante en esta materia, al
decir que un error muy frecuente es el de considerar a Lenin como un discípulo
de Marx. Huntington asegura que, si se toman en cuenta los aportes realizados
por el primero para la comprensión de –y la acción sobre– la vida política,
Marx es apenas un rudimentario predecesor de Lenin, el gran sistematizador de
una teoría del estado, inventor de una teoría del partido, y gran teórico (y
práctico) de las revoluciones. Huntington refleja así, desde la derecha, una
opinión que es ampliamente compartida inclusive en los medios de izquierda
(Huntington, 2002). Su venturoso retorno se relaciona, sin duda, con el
agotamiento y la pérdida de relevancia de la filosofía política convencional;
pero fue la provocativa pregunta formulada por un gran pensador italiano como
Norberto Bobbio –una suerte de “socialista liberal” en la tradición de Piero
Gobetti–, quien a mediados de los años setenta preguntaba “si existe una teoría
política marxista”, la que abriría la puerta a la recuperación del Marx
filósofo político (Bobbio, 1976).
En efecto, ¿cómo responder ante esa pregunta? La
contestación de Bobbio, como era de esperarse, fue negativa y mucho más rotunda
que la de un teórico neoconservador como Huntington. Si, para este último, Marx
no tenía una teoría política, para Bobbio, por su parte, ni Marx ni ningún
marxista –como Lenin, por ejemplo– habían desarrollado algo digno de ese
nombre. No sólo Marx sino todo el marxismo carecía de una teoría política. Su
argumento podría, en lo sustancial, sintetizarse en estos términos. No podía
existir una teoría política porque Marx fue el exponente de una concepción
“negativa” de la política, lo que, unido al papel tan notable que en su
teorización general se le asignaba a los factores económicos, hizo que no
prestara sino una ocasional atención a los problemas de la política y el
estado. Si, además de lo anterior, prosigue el profesor de Turín, se tiene en
cuenta que su teorización sobre la transición post-capitalista fue apenas
esbozada en las dispersas referencias a la “dictadura del proletariado”, y que
la sociedad comunista sería una sociedad “sin estado”, puede concluirse, dice
Bobbio, que no sólo no existe una teoría política marxista sino, más aún, que
no había razón alguna para que Marx y sus discípulos acometieran la empresa de
crearla, si se tienen a la vista las preocupaciones intelectuales y políticas
que motivaban su obra (Bobbio, 1976: 39-51).
Según nuestro entender, la respuesta de Bobbio es equivocada
y, en cuanto tal, insostenible. Lo es en el caso de la reflexión específica mente
marxiana, y lo es mucho más cuando dicho veredicto se refiere al marxismo como
una gran tradición teórico-práctica. Suponer que autores de la talla de Engels,
Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Bujarin, Gramsci, Mao, entre tantos
otros, fueron incapaces de enriquecer en un ápice el legado teórico del
fundador del marxismo en el terreno de la política –o de aportar algunas nuevas
ideas, en el caso de que Marx no hubiera producido absolutamente nada en este
terreno– no es sino un síntoma del arraigo que ciertos prejuicios
anti-marxistas tienen en la filosofía política y las ciencias sociales en su
conjunto, y ante los cuales ni siquiera un talento superior como el de Bobbio
se encontraba adecuadamente inmunizado.
Un segundo aspecto que debe ser considerado al analizar la
respuesta bobbiana remite al uso indistinto que hace este autor cuando confunde
“negatividad” con “inexistencia”. Ambos términos no son sinónimos y, por tanto,
decir que una teoría sobre algún tema en particular es “negativa” no significa
que la misma sea inexistente, sino que la valoración que en dicha teoría se
hace de su objeto de indagación es negativa. Sostendremos en lo sucesivo que un
argumento que subraye la negatividad de ciertos aspectos de la realidad de
ninguna manera autoriza a descalificarlo como teoría. Y, en este sentido, pese
a su concepción “negativa” de la política y el estado, Marx ha escrito cosas sumamente
interesantes sobre el tema. Se puede estar o no de acuerdo con ellas, pero su
estatura intelectual las coloca en un plano no inferior a las teorías que
produjeran las más grandes cabezas de la historia de la filosofía política en
el siglo XIX. ¿Por qué colegir que esas ideas de Marx no constituyen una
teoría? Bobbio no nos ofrece una argumentación convincente al respecto. Nos
parece que, más allá de los méritos que indudablemente tiene el diagnóstico
bobbiano sobre la parálisis teórica que afectara al marxismo durante buena
parte del siglo XX, su conclusión no le hace justicia a la amplitud y
profundidad del legado teórico-político de Marx.
Finalmente, es preciso señalar que resulta inadmisible
buscar una “teoría política marxista” sin que tal pretensión entre en conflicto
con las premisas epistemológicas fundantes del materialismo histórico. Es decir,
la pregunta por la existencia de una teoría “política” marxista sólo tiene
sentido cuando se la construye a partir de los supuestos básicos de la
epistemología positivista de las ciencias sociales, irreductiblemente antagónicos
a los que presiden la construcción teórica del marxismo. Según esa visión,
dominante en las ciencias sociales, la teoría política se encargaría de
estudiar, en su espléndido aislamiento, la vida políti ca, al tiempoque la
sociología estudiaría la sociedad, y la economía estudiaría la estructura y
dinámica de los mercados, dejando de lado toda consideración de “factores
exógenos” como la política y la vida social. Esta bárbara escisión de la
realidad –propia del pensamiento fragmentador y reificador del modo de
producción capitalista, y en el cual el fetichismo de la mercancía inficiona todas
sus representaciones mentales– es incompatible con las premisas fundantes de la
tradición marxista. Veamos, entonces, cómo se puede concebir la reflexión sobre
la política y lo político desde el marxismo.
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