17/3/14

Teoría política marxista o teoría marxista de la política

Karl Marx ✆ Artonfix
Atilio A. Boron  |  La reflexión política marxiana debe, por derecho propio y legítimamente, ocupar un lugar destacadísimo en la historia de las ideas políticas y, más aún, constituirse en uno de los referentes doctrinarios primordiales para la imprescindible refundación de la filosofía política en nuestra época.

Huntington y Bobbio

La opinión más difundida considera a Marx como un economista político, tal vez como el “gran rebelde” entre los economistas políticos clásicos. Otros, sin embargo, lo consideran como un sociólogo, mientras que no pocos dirán que fue un historiador. Casi todos, además, coinciden en caracterizarlo como el más grande profeta de la revolución. Autores tan disímiles como Joseph Schumpeter y Raymond Aron, por ejemplo, señalan reiteradamente este carácter multifacético del fundador del materialismo histórico. En efecto, Marx incursionó en cada uno de estos campos, pero ¿cómo olvidar que primero y antes que nada fue un brillante filósofo político? Sin embargo, hubo que esperar que pasara poco más de un siglo de su muerte para que el nombre de Marx comenzara a resonar en los
rancios claustros de la filosofía política. Reseñar las causas de este lamentable extravío excedería con creces los objetivos de este artículo. Bástenos con recordar la opinión de un intelectual ubicado en las antípodas de la tradición marxista; nos referimos al teórico neoconservador Samuel P. Huntington, quien en su famoso libro El orden político en las sociedades en cambio se hace eco del sentir predominante en esta materia, al decir que un error muy frecuente es el de considerar a Lenin como un discípulo de Marx. Huntington asegura que, si se toman en cuenta los aportes realizados por el primero para la comprensión de –y la acción sobre– la vida política, Marx es apenas un rudimentario predecesor de Lenin, el gran sistematizador de una teoría del estado, inventor de una teoría del partido, y gran teórico (y práctico) de las revoluciones. Huntington refleja así, desde la derecha, una opinión que es ampliamente compartida inclusive en los medios de izquierda (Huntington, 2002). Su venturoso retorno se relaciona, sin duda, con el agotamiento y la pérdida de relevancia de la filosofía política convencional; pero fue la provocativa pregunta formulada por un gran pensador italiano como Norberto Bobbio –una suerte de “socialista liberal” en la tradición de Piero Gobetti–, quien a mediados de los años setenta preguntaba “si existe una teoría política marxista”, la que abriría la puerta a la recuperación del Marx filósofo político (Bobbio, 1976).

En efecto, ¿cómo responder ante esa pregunta? La contestación de Bobbio, como era de esperarse, fue negativa y mucho más rotunda que la de un teórico neoconservador como Huntington. Si, para este último, Marx no tenía una teoría política, para Bobbio, por su parte, ni Marx ni ningún marxista –como Lenin, por ejemplo– habían desarrollado algo digno de ese nombre. No sólo Marx sino todo el marxismo carecía de una teoría política. Su argumento podría, en lo sustancial, sintetizarse en estos términos. No podía existir una teoría política porque Marx fue el exponente de una concepción “negativa” de la política, lo que, unido al papel tan notable que en su teorización general se le asignaba a los factores económicos, hizo que no prestara sino una ocasional atención a los problemas de la política y el estado. Si, además de lo anterior, prosigue el profesor de Turín, se tiene en cuenta que su teorización sobre la transición post-capitalista fue apenas esbozada en las dispersas referencias a la “dictadura del proletariado”, y que la sociedad comunista sería una sociedad “sin estado”, puede concluirse, dice Bobbio, que no sólo no existe una teoría política marxista sino, más aún, que no había razón alguna para que Marx y sus discípulos acometieran la empresa de crearla, si se tienen a la vista las preocupaciones intelectuales y políticas que motivaban su obra (Bobbio, 1976: 39-51).

Según nuestro entender, la respuesta de Bobbio es equivocada y, en cuanto tal, insostenible. Lo es en el caso de la reflexión específica mente marxiana, y lo es mucho más cuando dicho veredicto se refiere al marxismo como una gran tradición teórico-práctica. Suponer que autores de la talla de Engels, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Bujarin, Gramsci, Mao, entre tantos otros, fueron incapaces de enriquecer en un ápice el legado teórico del fundador del marxismo en el terreno de la política –o de aportar algunas nuevas ideas, en el caso de que Marx no hubiera producido absolutamente nada en este terreno– no es sino un síntoma del arraigo que ciertos prejuicios anti-marxistas tienen en la filosofía política y las ciencias sociales en su conjunto, y ante los cuales ni siquiera un talento superior como el de Bobbio se encontraba adecuadamente inmunizado.

Un segundo aspecto que debe ser considerado al analizar la respuesta bobbiana remite al uso indistinto que hace este autor cuando confunde “negatividad” con “inexistencia”. Ambos términos no son sinónimos y, por tanto, decir que una teoría sobre algún tema en particular es “negativa” no significa que la misma sea inexistente, sino que la valoración que en dicha teoría se hace de su objeto de indagación es negativa. Sostendremos en lo sucesivo que un argumento que subraye la negatividad de ciertos aspectos de la realidad de ninguna manera autoriza a descalificarlo como teoría. Y, en este sentido, pese a su concepción “negativa” de la política y el estado, Marx ha escrito cosas sumamente interesantes sobre el tema. Se puede estar o no de acuerdo con ellas, pero su estatura intelectual las coloca en un plano no inferior a las teorías que produjeran las más grandes cabezas de la historia de la filosofía política en el siglo XIX. ¿Por qué colegir que esas ideas de Marx no constituyen una teoría? Bobbio no nos ofrece una argumentación convincente al respecto. Nos parece que, más allá de los méritos que indudablemente tiene el diagnóstico bobbiano sobre la parálisis teórica que afectara al marxismo durante buena parte del siglo XX, su conclusión no le hace justicia a la amplitud y profundidad del legado teórico-político de Marx.

Finalmente, es preciso señalar que resulta inadmisible buscar una “teoría política marxista” sin que tal pretensión entre en conflicto con las premisas epistemológicas fundantes del materialismo histórico. Es decir, la pregunta por la existencia de una teoría “política” marxista sólo tiene sentido cuando se la construye a partir de los supuestos básicos de la epistemología positivista de las ciencias sociales, irreductiblemente antagónicos a los que presiden la construcción teórica del marxismo. Según esa visión, dominante en las ciencias sociales, la teoría política se encargaría de estudiar, en su espléndido aislamiento, la vida políti ca, al tiempoque la sociología estudiaría la sociedad, y la economía estudiaría la estructura y dinámica de los mercados, dejando de lado toda consideración de “factores exógenos” como la política y la vida social. Esta bárbara escisión de la realidad –propia del pensamiento fragmentador y reificador del modo de producción capitalista, y en el cual el fetichismo de la mercancía inficiona todas sus representaciones mentales– es incompatible con las premisas fundantes de la tradición marxista. Veamos, entonces, cómo se puede concebir la reflexión sobre la política y lo político desde el marxismo.
 



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