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Una vista del valle del Mosela | La defensa de los viticultores de esta región por parte del joven y brioso Karl Marx fue el anticipo de una brillante carrera revolucionaria |
Luis M. Alonso | Una
pincelada para empezar. Mosel es la región vinícola más antigua de Alemania y
una de las clásicas referencias europeas. Las empinadas laderas de sus soleados
valles fluviales están densamente plantadas con vides, más que en cualquier
otro lugar del mundo. Los romanos empezaron a cultivar allí la vid dos milenios
atrás. El Mosela y sus afluentes el Sarre y Ruwer fluyen a través de campos
surcados por la Historia. Tréveris, la ciudad más antigua de Alemania, es la
capital que ya lo fue del Imperio romano y residencia del emperador Constantino
el Grande. Su hijo más famoso se llama Karl Marx y está enterrado en el
cementerio londinense de Highgate, adonde unos amigos me llevaron en una
ocasión a descorchar una botella de Riesling, de color oro y aromas de limón y
rosas, con el fin de brindar junto a su tumba a propósito no sé de qué.
En Mosel hay más de cuatro mil bodegas y un centenar de tipos de cultivo de vino: alrededor de 8.800 hectáreas con cerca de 55 millones de vides a lo largo de los 243 kilómetros entre Perl-Nennig, en la frontera con Francia, y Coblenza. La variedad de uva Riesling, utilizada para uno de los mejores vinos blancos del mundo, encuentra excelentes condiciones de crecimiento en los suelos de pizarra de las laderas escarpadas. Los vinos del Mosela, Sarre y Ruwer son conocidos mundialmente por su excelente sabor a fruta. Elegantes y minerales, en el caso del Riesling. Otras variedades importantes son Müller-Thurgau (también conocida como Rivaner), Pinot Blanc y Pinot Noir.


Cuando Napoleón perdió la guerra, las tierras ocupadas al oeste del Rin fueron entregadas a los prusianos tras el congreso de paz de Viena en 1815. Esto marcó el comienzo de una edad de oro para los productores de vino de Mosela, que se beneficiaron de las exportaciones libres de impuestos a Prusia. Por desgracia, la bonanza duró poco. Con la creación de la Unión Aduanera en 1834, los viticultores de los estados alemanes del Sur se apresuraron a desplazar con éxito a sus competidores del Mosela. Entonces el precio de los vinos descendió. La política fiscal prusiana desfavorable, junto con las malas cosechas, llevó al empobrecimiento a muchos viticultores de la región. Marx, horrorizado, criticó al Gobierno, desoyó la censura de prensa y al final tuvo que salir pitando.
En París conoció a Heine, el poeta más profundo en lengua
germánica, que había pasado a engrosar la nómina dolorosa de los inmigrantes
condenados a rumiar la podredumbre romántica en viejos apartamentos llenos de
mugre y colchones piojosos. Trabó amistad con él aunque éste sólo llegase a
identificarse con la mística revolucionaria a través de la palabra estética y
el sufrimiento humano. Alejado de cualquier concepto racionalista, Heine
escribiría, no obstante, aquello de "maldito
sea el rey, el rey del rico, insensible a nuestra miseria...", del Canto de los tejedores de Silesia.
En Highgate, aquella tarde, cuando la humedad amenazaba
hasta con erosionar la piedra, ya me acuerdo, brindábamos por los poetas
muertos.