Karl Marx ✆ A.d. |
Luis Fernando
Medina | Probablemente ninguna otra figura de
relevancia mundial ha sido tan vehemente a la hora de criticar los excesos del
capitalismo moderno. Pero como dije, estoy solo un poco sorprendido. No mucho.
Su antecesor Juan Pablo II también criticaba duramente los excesos del
capitalismo como lo han hecho prácticamente todos los papas por lo menos desde
León XIII. La "doctrina social de la iglesia," su "opción
preferencial por los pobres" y demás cosas por el estilo son parte del
pensamiento oficial católico desde hace mucho tiempo. Pero no tenemos que
limitarnos al catolicismo, muchas vertientes religiosas cristianas y no
cristianas se la pasan condenando la codicia y la búsqueda desmedida del lucro.
Ocurre en el islam, en el judaísmo, en el budismo, en el hinduísmo, en el sikhismo,
entre los baha'i, y así
sucesivamente. Escojan una religión y casi con seguridad van a encontrar
vertientes que claman en contra de las excesivas desigualdades, en contra del
capitalismo rampante, en contra de la obsesión por el dinero y todo lo demás.
Los resultados están a la vista: el capitalismo ni se
inmuta. Sigue creciendo, llegando a cada vez más sitios, mercantilizando
cada
vez más aspectos de la sociedad, acumulando cada vez más. Ahora incluso es
capaz de generar sus propias iglesias como ocurre entre algunas sectas
evangélicas americanas que rinden culto a la "prosperidad," o con los
"fans" de predicadoras ateas como Ayn Rand que criticaba la caridad y
exaltaba la codicia.
La crisis económica global de los últimos cinco años ha puesto
de relieve algo que ya se sabía: llevamos más de treinta años de aumentos en la
desigualdad en las economías claves. Incluso en América Latina, donde se han
obtenido algunos avances en equidad, el cuadro es bastante complicado con
algunos indicadores mejorando mientras otros empeoran y siempre como resultado
de un esfuerzo desmesurado. Las ganancias en erradicación de la pobreza en la
región cuestan cada vez más en términos de crecimiento y gasto público.
Tal vez llegó la hora de reconocer una verdad un tanto
impopular en estos días. Por encima de cualquier religión, de cualquier
movimiento espiritual, la única fuerza que tiene un record histórico probado a
la hora de detener el capitalismo, aunque sea por un tiempo reducido y en unos
cuantos lugares, a veces benignamente a veces con costos humanos exorbitantes,
ha sido el socialismo en sus distintas manifestaciones. Como es sabido, el
socialismo "real" de la esfera soviética naufragó en medio de una
mezcla tóxica de autoritarismo, corrupción y estancamiento productos
inevitables de la malhadada planificación central. Sin embargo, en medio de
semejante cúmulo de desastres esos países construyeron sistemas de
redistribución y de protección social tales que en los años posteriores a la
transición de 1989 los viejos partidos comunistas se mantuvieron viables
electoralmente e incluso ganaron elecciones competitivas.
Pero no es necesario limitarnos al caso de Europa Oriental.
En Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial los movimientos
socialistas y laboristas fueron decisivos a la hora de crear algunas de las
sociedades más prósperas, libres e igualitarias de que tenga memoria la
humanidad. Incluso en Estados Unidos, supuestamente el país más refractario al
socialismo en el mundo, la presión política del movimiento obrero organizado
contribuyó a crear la legislación laboral y el estado del bienestar.
Según muchos líderes espirituales y religiosos, el verdadero
cambio social, el único capaz de perdurar en paz, es el que comienza por
cambiar los individuos. Entonces, ¿cómo se explica que a la hora de confrontar
al capitalismo, la única fuerza que tuvo algún éxito (de unas pocas décadas, es
cierto) fue un movimiento secular que no se hacía mayores ilusiones sobre la
codicia de los capitalistas? Es verdad que muchos socialistas creían que el
socialismo iba a cambiar la naturaleza humana (el Che Guevara y su prédica
sobre "el hombre nuevo" es solo un ejemplo). Pero a la hora de las
decisiones prácticas, esas discusiones eran irrelevantes: primero venían las
conquistas políticas y las especulaciones sobre la naturaleza humana vendrían
después.
Si la pregunta resulta impopular, la respuesta también. Para
entender este fenómeno vale la pena remitirse a uno de los atisbos de Marx.
Marx reservaba enormes dosis de su inagotable sarcasmo, del que a veces abusaba
sin necesidad, para los moralistas de su tiempo que trataban de formular un
discurso ético en contra del capitalismo victoriano. Su argumento era tan
sencillo como contundente: el capitalismo no es un sistema poblado por
individuos codiciosos, el capitalismo es la codicia misma hecha sistema.
Cuando me desespero con mis estudiantes porque confunden
economía de mercado con capitalismo me acuerdo de que ese error elemental lo
cometen también muchos de los más distinguidos "formadores de
opinión." Mercados ha habido desde que existe la especie humana.
Capitalismo no. Según Marx, lo que distingue al capitalismo es la existencia de
algunos mercados muy específicos: mercados de factores de producción como el
trabajo y el capital. Esto quiere decir que la subsistencia misma de los
agentes económicos depende de que concurran al mercado.