15/2/14

La teoría marxiana del valor-trabajo | Reflexiones a la luz de la obra de Isaak Ilich Rubin

Foto: Isaak Ilich Rubin 
Juan Ignacio Castien Maestro  |  En este artículo se trata de demostrar la relevancia de una lectura sociológica de la teoría del valor de Marx, capaz de poner de manifiesto los rasgos centrales y distintivos de la sociedad capitalista y de dar cuenta de su papel en la organización del proceso de producción. De ahí que esta teoría resulte de capital importancia para entender la lógica interna de las relaciones salariales, como proceso de formación, reclutamiento, distribución y explotación de la fuerza de trabajo.

1. Fecundidad de la teoría marxiana del valor

La teoría del valor-trabajo de Marx constituye un instrumento analítico de primer orden para desentrañar la naturaleza de la sociedad capitalista. Por ello mismo, puede resultar de gran utilidad para comprender las relaciones salariales, al ser éstas uno de los principales elementos constituyentes de este modelo de sociedad. En este artículo vamos a explorar brevemente algunas de las virtualidades que encierra esta teoría. Para ello vamos a servirnos en parte de algunas de las ideas aportadas por Isaak Ilich Rubin (Rubin, 1974), autor soviético asesinado por el régimen stalinista y que todavía permanece en gran medida desconocido para la comunidad investigadora.

 Rubin nos ofrece una lectura marcadamente original de la teoría del valor de Marx, que subraya su fecundidad sociológica, frente a las interpretaciones estrechamente «economicistas», que la reducen a un intento de explicar los precios relativos por los que se intercambian las distintas mercancías. Para Rubin, aunque ciertamente la teoría marxiana del valor permite explicar, en última instancia y de manera general, tales precios, éste no es ni su principal objetivo ni su principal aportación científica. La teoría del valor aspira ante todo a dar cuenta de la dinámica global de la economía capitalista. Se interesa por los continuos vaivenes y oscilaciones en la importancia relativa de las distintas ramas de la producción; vaivenes a través de los cuales se reconstruye de manera incesante la división social del trabajo, es decir, la distribución de las distintas porciones del trabajo social global entre las distintas actividades económicas concretas. A su vez, el esclarecimiento de esta primera cuestión revela algunas de las características fundamentales de la sociedad capitalista, que la diferencian radicalmente de todas las demás sociedades históricamente dadas. Y este esclarecimiento nos ayuda asimismo a entender ciertos procesos ideológicos estrechamente ligados al capitalismo, como ocurre en especial con los fetichismos de la mercancía y del capital.

La teoría marxiana del valor no es, por lo tanto, una teoría «económica», en el sentido estrecho en el que habitualmente se entiende este término. Es por el contrario, en primer lugar, una teoría sociológica, dirigida a desentrañar la naturaleza de las relaciones sociales capitalistas, entre las que figuran en primer término las relaciones salariales. Constituye, así, un aspecto particular de la teoría social más global de Marx, es decir, del materialismo histórico. De este modo, la teoría del valor opera como el hilo conductor que conecta los análisis más aparentemente «técnicos» de Marx sobre cuestiones como el ciclo económico y la evolución de los precios y de las tasas de inversión, con su concepción más general sobre el ser humano y la vida social, sin que ello implique, por otra parte, que tales análisis se puedan deducir directamente de su antropología filosófica, lo cual supondría un reduccionismo de signo contrario. A este respecto, merece la pena recordar con Samir Amin (Amin, 1981: 8-9) que el subtítulo de El capital, «crítica de la economía política», no implica únicamente una crítica a las teorías económicas rivales, sino ante todo un cuestionamiento radical de lo «económico», en cuanto que realidad separada del resto de la vida social y regida por una leyes presuntamente independientes de las relaciones de poder, las luchas de clases y las ideologías hegemónicas.

Por todo ello, cuando la teoría del valor se reduce a un intento de explicación del valor de cambio específico de cada mercancía, el análisis se cierra a muchas cuestiones que esta teoría puede ayudarnos a explorar. Una perspectiva de este tipo, voluntariamente limitada en sus objetivos, trabaja sobre el supuesto de una economía capitalista ya perfectamente constituida, de la que sólo cabe estudiar entonces algunos aspectos de su funcionamiento. Esta limitación puede ser metodológicamente legítima en ciertos casos, pero entraña el peligro de hacer del capitalismo una realidad dada, existente de por sí, en vez del resultado, tanto de un largo proceso histórico de varios siglos, como de un complejo proceso de reproducción social permanentemente actualizado. Con ello, al igual que el economista convencional, el marxista economicista acaba haciendo también de la vida social una «segunda naturaleza», una suerte de mecanismo automático, independiente de la práctica y el pensamiento de las personas inmersas en ella.

Restringir la aplicabilidad de la teoría del valor a la explicación de las tasas de intercambio entre distintas mercancías puede propiciar también otros efectos perversos. Con frecuencia, se constata una acusada disparidad entre los valores de las mercancías, derivados de la cantidad de trabajo abstracto cristalizado en ellas, y sus precios reales en el mercado, los cuales oscilan para colmo con bastante intensidad. De aquí se deduce para muchos el carácter fallido de la teoría del valor-trabajo en relación con lo que parece ser su función exclusiva. Esta es justamente la opinión de muchos críticos del marxismo y de la economía política clásica. Para ellos la teoría del valor resulta empíricamente falsa y no es, por ello, más que un mero lastre metafísico. El economista con vocación científica debe limitarse a estudiar los procesos de formación de los precios reales, sirviéndose de instrumentos analíticos más convencionales, como el coste de producción y la utilidad marginal. Curiosamente, éste es también el punto de vista de ciertos defensores del marxismo, en especial de ciertos «marxistas analíticos», como John Roemer (Roemer, 1989) y, en menor medida, Erik Olin Wright (Olin Wright, 1994) y Gerald A. Cohen (Cohen, 1985), a los que nos referiremos más adelante. En nuestra opinión, por el contrario, los críticos de la teoría del valor-trabajo en vez de desprenderse de ella con tanta desenvoltura, deberían esforzarse en elaborar primero una alternativa teórica solvente, capaz de explicar no sólo los precios concretos, sino también la naturaleza fundamental de las relaciones sociales capitalistas y su dinámica interna.