14/2/14

Karl Marx y la repulsión y atracción de obreros por el desarrollo de la maquinización | La penuria algodonera

Karl Marx ✆ Grau Santos 
Hernán Andrés Kruse  |  El ejemplo de las fábricas inglesas de estambre y de seda ha demostrado que cuando arriba a un cierto grado de desarrollo, el crecimiento extraordinario de una rama fabril puede provocar un descenso no sólo relativo sino también absoluto de la cantidad de obreros contratados. En 1860, los distritos fabriles de Lancashire, Cheshire y Yorkshire contaban con 652 fábricas. 570 de estas fábricas contaban con 85,622 telares de vapor, 6.819,146 husos, 27,439 caballos de fuerza en máquinas de vapor y 1,390 en ruedas hidráulicas, mientras que los obreros empleados ascendían a 94,119. Cinco años más tarde, en las mismas fábricas había 95, 163 telares, 7.025,031 husos, 28,925 caballos de fuerza en máquinas de vapor y 1,445 en ruedas hidráulicas, mientras que los trabajadores contratados ascendían a 88,913. Vale decir que en el quinquenio 1860/65 los telares de vapor aumentaron un 11%, los husos, un 3%, los caballos de vapor, un 5% y los obreros disminuyeron un 5,5%. En el decenio 1852/62, hubo un considerable incremento de la fabricación de lana en Inglaterra mientras permanecía casi igual el número de obreros en esta rama de la producción. La experiencia fabril demostró que el incremento de obreros es apenas una apariencia, lo que significa que no es el fruto del desarrollo de las máquinas sino de la anexión gradual de ramas de la producción accesorias. Por ejemplo, “el aumento de los telares mecánicos y de los obreros fabriles a que daba empleo desde 1838 hasta 1858, fue debido sencillamente, en
las fábricas de algodón inglesas, a la expansión de esta rama industrial; en cambio, en otras fábricas se debió a la aplicación de la fuerza de vapor a los telares de alfombras, cintas y lienzo, que antes se movía a mano” (Reports, etc., for 31st Oct. 1856, p. 16). El incremento del número de obreros fabriles se debe, pues, al descenso producido en el número total de obreros empleados.

Es un hecho incontrastable la existencia de una marea de obreros desplazada por las máquinas. Sin embargo, al crecer el número de máquinas la cantidad de obreros fabriles puede terminar siendo superior a la de los obreros manufactureros o manuales a quienes sustituyen. Marx brinda el siguiente ejemplo para hacer más claro el razonamiento. En el antiguo sistema de producción las 500 libras esterlinas invertidas por semana se desdoblan de la siguiente forma: 2/5 de capital constante y 3/5 de capital variable. ¿Qué significan estos porcentajes? Que 200 libras esterlinas son utilizadas para adquirir medios de producción (capital constante) y 300 libras son destinadas para emplear fuerza de trabajo (capital variable), a razón de 1 libra esterlina por obrero. El advenimiento de la maquinaria modifica la composición del capital global (capital constante y capital variable). Con tal irrupción se produce el siguiente desdoblamiento del capital global: 4/5 de capital constante y 1/5 de capital variable. Vale decir que sólo se destinan 100 libras esterlinas en fuerza de trabajo, lo que implica que deberán ser despedidos dos tercios del personal obrero. Permaneciendo invariables las restantes condiciones de producción, si la fábrica se expande las 500 libras esterlinas invertidas (capital global) aumentan a 1500, con lo cual serán contratados 300 obreros, los mismos que trabajaban con anterioridad al advenimiento de la maquinaria. Si el capital invertido asciende a 2000 libras esterlinas (capital global), podrán ser contratados 400 obreros (1/3 más de los que trabajaban antes de la revolución industrial). “En términos absolutos”, expresa Marx
“el número de obreros que trabajaban ha aumentado en 100 (de 300 a 400); en términos relativos, es decir, en proporción al capital global desembolsado, ha descendido en 800 puesto que, con el sistema antiguo, este capital de 2000 libras esterlinas habría dado trabajo a 1200 obreros, en vez de 400. Como se ve, el descenso relativo del número de obreros empleados en una fábrica es perfectamente compatible con su aumento absoluto”. 
Marx parte del supuesto según el cual aunque aumente el capital, su composición permanece invariable porque no se modifican las condiciones de producción. Sin embargo, los progresos que experimenta la maquinaria provocan el crecimiento del capital constante invertido en máquinas, materias primas, etc., y, al mismo tiempo, la disminución del capital variable, el capital invertido en la contratación de obreros. Sólo en este tipo de sistema industrial los progresos son tan constantes y, a raíz de ello, la composición de los capitales es tan variable. Ahora bien, estos cambios constantes son interrumpidos constantemente “por puntos inertes, y por una expansión puramente cuantitativa sobre una base técnica dada”. Esto produce el incremento de los obreros en activo, remarca Marx.

Cuando la maquinaria se apodera de una rama industrial, su victoria sobre la industria manual o la manufacturera es tan segura como la de un ejército profesional sobre otro conformado por novatos. Se está en presencia de una primera etapa (la conquista de la rama industrial por la maquinaria) que adquiere una gran relevancia a raíz de las enormes ganancias que la maquinaria ayuda a producir. Estas ganancias son en sí mismas una fuente de acumulación acelerada y “además atraen a la rama de producción favorecida gran parte del capital social suplementario que se amasa incesantemente y que pugna por encontrar nuevas bases de inversión”. Estas ventajas continúan en aquellas ramas de la producción conquistadas por la maquinaria. Ahora bien, en el momento en que el régimen fabril se extiende y adquiere un cierto grado de madurez, tan pronto cuando la maquinaria (su base técnica) es producida por otras máquinas, tan pronto se crean todas las condiciones generales de producción que se identifican con la gran industria, “este tipo de explotación cobra una elasticidad, una capacidad súbita e intensiva de expansión que sólo se detiene ante las trabas que le oponen las materias primas y el mercado”. Por un lado, la maquinaria permite un incremento directo de las materias primas; por el otro, al abaratarse los artículos producidos a máquina y al transformarse los medios de comunicación y de transporte, se torna más accesible la conquista de los mercados internacionales. La industria maquinizada destruye sus productos manuales, convirtiéndolos en campos aptos para la producción de sus materias primas. Es así como la India Oriental, por ejemplo, se transformó a la fuerza en campo de producción de algodón, de lana, de cáñamo, de yute, de añil, etc., para Gran Bretaña. En definitiva, la industria maquinizada fue funcional a los intereses comerciales y políticos del imperio más poderoso del siglo XIX: Gran Bretaña.

La permanente eliminación de obreros en los países industriales fomenta la migración y colonización de países extranjeros transformándolos en “viveros de materias primas para la metrópoli”, es decir, en colonias. De esa forma, se implanta en el mundo una división internacional del trabajo funcional a los intereses de los principales centros de la industria maquinista. Con este principio una parte del mundo (el periférico) pasa a ser “campo preferente de producción agrícola para las necesidades de otra parte organizada primordialmente como campo de producción industrial”. Esa otra parte del mundo pasa a ser el restaurante del mundo industrial.

En febrero de 1867 la Cámara de los Comunes ordenó la realización de una estadística del trigo, cereales y harinas de todo tipo exportados e importados por los Estados Unidos. Según Marx, la gran capacidad expansiva del régimen fabril y su dependencia del mercado mundial le imprimen a la producción un ritmo fabril y un posterior abarrotamiento de los mercados que, cuando se contraen, ocasionan una gran parálisis de la economía. La vida industrial se transforma en una serie de procesos o períodos que Marx así los denomina: 1) período de animación media, 2) período de prosperidad, 3) período de superproducción, 4) período de crisis y 5) período de estancamiento. Es así como la inseguridad e inconsistencia a que las máquinas someten al obrero pasan a ser “normales”, al igual que los diversos períodos de la vida industrial recién mencionados. Durante los períodos alejados de la prosperidad los capitalistas se declaran la guerra por el reparto del botín de los mercados. El capitalismo manifiesta en este momento su más crudo “hobbesianismo”. Dice Marx: 
“La parte correspondiente a cada capitalista se halla en razón directa a la baratura de sus productos. Y, aparte de la rivalidad que esto determina en cuanto al empleo de máquinas mejores que suplan la fuerza de trabajo y de nuevos métodos de producción, llega siempre un punto en que los fabricantes aspiran a abaratar las mercancías disminuyendo violentamente los salarios por debajo del valor de la fuerza de trabajo”. 
No trepidan, pues, en el momento de condenar a los obreros a morirse de hambre. Y concluye:
“Como se ve, el aumento del censo de obreros fabriles está condicionado por el incremento proporcionalmente mucho más rápido del capital global invertido en las fábricas, y este proceso sólo se opera dentro de los períodos de calma y de flujo del ciclo industrial. Además, se ve siempre interrumpido por los progresos técnicos, que suplen virtualmente a los obreros o los eliminan de un modo efectivo. Estos cambios cualitativos que se producen en la industria mecanizada desalojan constantemente de la fábrica a una parte de los obreros o cierran sus puertas a los nuevos reclutas, mientras que la simple expansión cualitativa de las fábricas absorbe, con los despedidos, a nuevos contingentes. De este modo, los obreros se ven constantemente repelidos y atraídos de nuevo a la fábrica, lanzados dentro y fuera de ella, con una serie constante de cambios en cuanto al sexo, edad y pericia de los obreros adquiridos”.
Para demostrar las vicisitudes a que se hallan expuestos los obreros fabriles, Marx traza un sagaz bosquejo de las alternativas de la industria de algodón en Inglaterra. Analiza el período 1815/1863 donde se suceden períodos de depresión, de gran miseria y de gran prosperidad. Es realmente estremecedor. Según Marx, la penuria algodonera fue beneficiosa para los fabricantes, lo que fue reconocido en los informes de la Cámara de Comercio de Manchester, proclamado en el parlamento por Palmerston y Derby y confirmado por los acontecimientos. Según el informe presentado por el inspector fabril A. Redgrave, muchas de las 2,887 fábricas de algodón que existían en Gran Bretaña en 1861 eran pequeñas. La mayoría de estas fábricas pequeñas eran textiles y comenzaron a funcionar durante el período de prosperidad por decisión de especuladores, quienes se encargaban de aportar, individualmente, el hilo, la maquinaria y el edificio. La mayoría de estos pequeños fabricantes perdieron todo. Les hubiera sucedido lo mismo si hubiera tenido lugar la crisis comercial, que finalmente no estalló gracias a la penuria del algodón. Estas fábricas constituían la tercera parte del censo total pero sólo absorbían una parte muy reducida del capital invertido en la industria del algodón. La paralización era de una magnitud inusitada ya que, según los cálculos genuinos, en octubre de 1862 no funcionaban el 60,3% de los husos y el 58% de los telares. 

Las fábricas que funcionaban todo el tiempo eran una minoría; el resto lo hacía con interrupciones. Los obreros que trabajaban todo el tiempo, cuyo número era escaso, percibían un salario semanal por demás reducido debido a la sustitución del algodón habitual por otro de peor calidad. El panorama era realmente aterrador. La mayoría de los fabricantes había decidido reducir el tipo de destajo en un 5%, en un 7% e incluso en un 10%. La situación se tornaba dramática para aquellos obreros que trabajaban 3, 3 ½ o 4 días a la semana, o 6 horas diarias. En 1862, los tejedores, hilanderos, etc., ganaban por semana una miseria (13 chelines y 4 peniques, 3 chelines y 10 peniques, 4 chelines y 6 peniques, 5 chelines y 1 penique, etc.). Pese a lo penosa de la situación en que se encontraba el obrero fabril, el fabricante se esmeraba en descubrir nuevas deducciones de salarios para incrementar sus ganancias. 

Al respecto, Redgrave alude al caso de unos encargados de vigilar un par de self-acting mules que, 
“al final de catorce días de trabajo completo, habían ganado 8 chelines y 11 peniques, descontándoseles de esta suma la renta de la casa, aunque el patrono les entregaba como regalo la mitad, la que les permitía llevar a su casa nada menos que 6 chelines y 11 peniques. Durante el final del año 1862, el salario mensual de un tejedor era de 2 chelines y 6 peniques en adelante” (Reports, etc. 31st. Oct. 1863, pp. 41 y 42). 
El patrono no dudaba en descontar la renta del jornal, incluso en aquellos casos en que los obreros no trabajaban tiempo completo. Ello explica por qué en diversos sitios estallaba una especie de “peste de hambre”. Lo más terrible de todo esto era la manera como se revolucionaba el proceso de producción a expensas del obrero, el eslabón más débil. Dice el inspector Redgrave: 
“Aunque he apuntado los ingresos reales de los obreros en muchas fábricas, no se crea que perciben estas mismas sumas semana tras semana. Los obreros se hallan sujetos a las mayores oscilaciones, debidas al constante experimentar de los fabricantes…, sus ingresos crecen o disminuyen según la calidad de la mezcla de algodón; tan pronto se acercan en un 15% a sus ingresos antiguos como bajan, a la semana siguiente o a la otra, hasta un 50 a 60%” (L. c., pp. 50 y 51). 
Los obreros pagaban con su salud la puesta en práctica de estos experimentos:
“Los obreros ocupados en abrir las balas de algodón, me dijeron que enfermaban con el hedor insoportable que despedía… A los que trabajan en los talleres de mezcla y cardado, el polvo y la suciedad que se desprenden les irrita todos los orificios de la cabeza, les provoca tos y les dificulta la respiración… Para suplir la cortedad de las fibras, se añade a la hebra, en el encolado, una gran cantidad de materias, empleando todo género de ingredientes en sustitución de la harina que antes se usaba. De aquí las náuseas y la dispepsia de los tejedores. El polvo suelto produce abundantes casos de bronquitis, inflamación de la garganta y una enfermedad de la piel causada por la irritación de ésta a consecuencia de la suciedad que se contiene en el surat (algodón indio)” (Reports, etc. 31 st. Oct. 1865, pp. 62 y 63).
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