Karl Marx ✆ A.d. |
Iñaki Vázquez Larrea | El
presente ensayo pretende abordar las nociones de ideología y utopía a partir de la historia del pensamiento
social. Desde la clásica noción marxista de ideología como “conciencia falsa”,
hasta el inicio de su deconstrucción con la paradoja de la Teoría del
Conocimiento en Karl Mannheim, y su definitiva ruptura con el principio de
acción simbólica de Clifford Geertz. El concepto de utopía se enfoca desde tres
grandes corrientes sociológicas, la estrictamente marxista (Marx, Gramsci,
Althusser y Ernst Bloch), la de la Escuela de Frankfurt y la del liberalismo posmoderno
de Richard Rorty.
Tal y como nos recuerda Raymond Williams, en su ya clásico Marxismo
y literatura (1997), el concepto de ideología fue acuñado, por primera vez,
hasta las postrimerías del siglo XVIII, para designar a una ciencia de las ideas
vinculada con la tradición empirista (de Locke a Condillac). Esto es, una
suerte de zoología de las distintas ideas que, supuestamente, se originan “en
la experiencia que tiene el hombre del mundo”. Por muy paradójico que pueda
resultar, la primera denuncia despectiva al término ideología no vino de Marx o
Engels, sino de intelectuales reaccionarios del tipo de De Bonald, que pasaban
por considerar que los principios de la filosofía moderna habían reemplazado a
la metafísica: “La ideología ha
reemplazado a la metafísica, porque la filosofía moderna no ve en el mundo
otras ideas que las de los hombres”. Lo cierto es que, a lo largo del
siglo
XIX, tanto el pensamiento conservador como el marxismo preconizaron el fin de
ese vago sistema de teorías o ideología (en palabras de Napoleón), y su
sustitución por el corazón de los seres humanos y las lecciones de la Historia o
por el proceso de producción, del cual
emanarían todos losproductos teóricos, ya que, según Marx o Engels, “las ideas directrices no son más que la
expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las relaciones
materiales dominantes entendidas como ideas”.
En realidad, este dualismo dicotómico, que separa la falsa
conciencia de las ideas, y la verdadera conciencia de la realidad material; la noción
de que el mundo de las ideas no es sino reflejos de lo que ya ha ocurrido en el
proceso social material, no es estrictamente marxista. Ésta hunde sus raíces en
el materialismo de Feuerbach, para quien la religión no era sino “una mera
realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no ha alcanzado una
verdadera realidad” y el concepto de actividad (tätigkeit) de Fichte, nociones que Marx rescata en sus primeros
manuscritos de 1844 para madurar esa oposición binaria entre ideología y praxis
–lo imaginario como opuesto a lo real– presente ya en La ideología alemana (1846).
En palabras de Marx:
Nosotros no partimos de lo que los hombres dicen, imaginan, conciben, ni tampoco de lo que se dice, se piensa o se imagina o se concibe de los hombres en persona. Partimos de los hombres reales, en actividad, y sobre la base de su verdadero proceso de vida de mostrarnos el desarrollo de los reflejos ideológicos y los ecos de este proceso de vida. Los fantasmas que se producen en el cerebro humano son también necesariamente sublimados, a partir de su proceso de vida material, que resulta empíricamente verificable y limitado a premisas materiales, la moralidad, la religión, la metafísica, todo el resto de la Ideología y de sus correspondientes formas de conciencia, por lo tanto, ya no conservan la apariencia de independencia (Marx, La ideología alemana).
Por tanto, el concepto de ideología del joven Marx está
determinado, no por su oposición a la ciencia (en 1884 no existía el término ciencia
marxista), o a la falsa conciencia burguesa (ideología) frente a la verdad de
la consciencia de clase del proletariado (caso de Lukács en Historia y
consciencia de clase), que, a su vez, son, según el propio Raymond Williams,
las otras dos concepciones clásicas acuñadas por el marxismo, para definir el
término ideología.
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