1/2/14

Charles Darwin, eslabón perdido y encontrado del materialismo de Marx

Charles Darwin
✆ Hayley Gillespie
Patrick Tort  |  Porque es histórico, el materialismo de Marx exige estar enraizado, como sobre una base o sustrato natural, en lo que naturalmente ha precedido y engendrado la historia: la revolución biológica. El hombre histórico, sujeto de la civilización y los valores, actor de la vida social y de la producción, es necesariamente descendiente del ser que la evolución, a través de la selección nacida de la lucha por la existencia, ha conducido a gobernar su medio más y mejor que ninguna otra especie lo había hecho antes, así como a continuar su emancipación a través de la lucha histórica de clases. A este nivel, el materialismo histórico observa y teoriza en el seno de la historia una historia comenzada por la evolución. Requiere homogeneidad y sucesión entre lo histórico-natural y lo histórico-social. Es un continuismo coherente que reivindica la plena inmanencia de los caracteres que constituyen la humanidad futura como parte integrante de la naturaleza y resultado, a este título, de un progreso natural que nada de trascendente podría instituir, interrumpir ni orientar.

Pero, por ser dialéctico, el materialismo de Marx exige a la vez poder dar cuenta de lo que, en fase del devenir histórico-social humano, parece operar una ruptura con el mecanismo de la simple evolución biológica. Consecuentemente, será preciso explicar que el hombre, aunque producto de la historia evolutiva –una historia natural de que Darwin parece haber suministrado las claves– y que se
inscribe por lo mismo en la continuidad de su desarrollo, va a sin embargo a adquirir la capacidad de gobernar a esta historia hasta producir en ella lo contrario de lo que la gobernaba antes: sustituir la promoción de las élites asegurada por la lucha biológica, por una igualdad a conquistar a través de la lucha de clases histórica –a su vez ordenada en el proyecto de una sociedad sin clases, es decir sin lucha.

Ante este problema, Marx y Engels buscarán identificar, en el seno del futuro de la especie, lo operadores de una ruptura cualitativa capaz de orientar la evolución humana por la vía de la civilización. Su materialismo adoptará desde entonces la fisonomía de un discontinuismo preocupado por unir a un acontecimiento evolutivo preciso la inversión que parece efectuar el paso (pensado como umbral, cambio o “salto cualitativo” por la antropología marxista) entre la historia natural (animal) del hombre y su historia social. Este acontecimiento evolutivo será esencialmente, como se sabe, la producción por el hombre de las condiciones de vida material ­–de sus “medios de existencia”– a través de la fabricación de la herramienta. Otros propondrán la aparición del lenguaje articulado, la existencia de la conciencia moral y del sentimiento religioso, la prohibición del incesto o la transmisión  trasgeneracional del conocimiento sobre soportes exteriores y perennes. En todos los casos, se tratará de identificar un principio (es decir una ruptura) a partir de la cual la ciencia del hombre deberá cesar de ser natural para volverse humana. Hay ahí una pesada herencia, a la vez necesaria para evitar las banalidades reduccionistas de los sociobiólogos vulgares y sin embargo incompatible en buena medida con la comprensión de la realidad de la evolución, que enseña con Darwin a no suscribir nunca la metafísica de los principios absolutos.

Traducción de Chomin Cunchillos. Publicado originalmente en la revista “Asclepio”, vol. LVI, fascículo I, 2004.
 


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