23/1/14

La tasa de ganancia y las crisis en el análisis marxista

Karl Marx ✆ A.d.  
Rolando Astarita  |  En el pensamiento marxista ha habido dos líneas interpretativas esenciales de la crisis. Por un  lado, la que pone el centro en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, y sostiene que las crisis se deben a las contradicciones que anidan en la producción y la acumulación capitalista. Se trata de una explicación endógena de la crisis. Los autores que más influencia han tenido en esta tradición son Grossmann (1984), Mandel (1979, 1986) y Shaikh (1991, 2000). Es un abordaje que Brenner (1998) llama “fundamentalista”, porque sería el que más se acerca a la visión de Marx.

Por otro lado están los autores que, al decir Grossmann, proponen explicaciones exógenas de la crisis. Algunos porque hacen derivar la crisis de la contradicción entre la producción capitalista y el consumo. Otros, en cambio, sostienen que la contradicción central es entre la producción y las finanzas, como ocurre con la actual tesis de la “financiarización”. También están los autores de la corriente “profit squeeze”, que sostienen que la crisis se debe al alza de los salarios en la fase expansiva del ciclo económico, que lleva a la baja de los beneficios y a la caída de la inversión. Una variante de este pensamiento sostiene que, más en general, las crisis capitalistas ocurren porque la clase obrera resiste al capital y lo obliga a huir de la acumulación.  Otro caso de explicación exógena
es la que dice que la crisis se debe a la contradicción entre las fuerzas productivas y las fronteras nacionales, como hicieron Bujarin, y otros dirigentes de la Tercera Internacional. En estas explicaciones la caída de la tasa de ganancia por aumento de la relación entre el capital constante y el trabajo vivo no juega un rol importante en la crisis.

En este trabajo no tratamos este tipo de teorías, para concentrarnos en la tesis de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. La idea central que desarrollaremos es que si bien la explicación de las crisis capitalistas pasa por la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas a que tiende el capitalismo, y la valorización del capital, es necesario superar la visión demasiado lineal con que hemos analizado las crisis quienes nos reivindicamos en la tradición de Grossmann, Mandel y Shaikh. 

Según la explicación más general de esta corriente, la crisis se produce cuando la caída tendencial de la tasa de ganancia frena la acumulación del capital.[1][1] Ésta es la versión más simple, que esencialmente encontramos en Mandel. En Grossmann y Shaikh la formulación se complica un tanto, ya que estos autores subrayan el carácter bifacético de la ley descubierta por Marx. Esto es, no sólo importa la caída de la tasa de ganancia, sino también la evolución de la masa de ganancia. De esta manera Grossmann y Shaikh procuran responder a la pregunta que deja abierta la formulación más sencilla, a saber: ¿Por qué la crisis se produce cuando la tasa de ganancia baja del 8 al 7%, por ejemplo, y no cuando baja del 10 al 9%?

La respuesta de Grossmann y Shaikh  es que la crisis ocurre cuando la caída tendencial de la tasa de ganancia termina estrangulando la masa de ganancia y ésta se estanca. Esto significa que las últimas inversiones no están rindiendo; esto es, la tasa marginal de ganancia se estanca. A partir de ese momento, dice la tesis, no es rentable invertir, y estalla la crisis de sobreproducción y sobrecapacidad, con caída de los precios y mayor derrumbe de las ganancias. Por ejemplo Grossman sostiene que la crisis de la década de 1930 en EUA se produjo porque la tasa de ganancia estaba sufriendo una caída tendencial, a lo que se habría sumado el estancamiento de la masa de ganancia desde 1925. También Shaikh plantea que la Gran Depresión estuvo precedida de un largo descenso de la tasa de ganancia, que se combinó con el estancamiento de la masa de ganancia al final de la década de 1920. Algo similar habría ocurrido, según Shaikh, en la segunda posguerra. La tasa de ganancia descendió tendencialmente a lo largo de un cuarto de siglo, aproximadamente, y la masa de ganancia se estancó a comienzos de la década de 1970, dando lugar a la crisis de 1974-1975. Obsérvese que en Shaikh la tasa de ganancia –lo que él llama la tasa “básica”– cae de manera sostenida a lo largo del tiempo. En Mandel, en cambio, la tasa de ganancia no cae en el largo plazo. En su opinión durante buena parte de la fase ascendente del capitalismo la tasa de ganancia puede mantenerse alta, o incluso aumentar.

Por otra parte hay un punto de encuentro muy importante en Mandel y Shaikh, que es la idea de que la economía capitalista se mueve a través de ciclos largos, llamados ciclos Kondratiev. Estos ciclos serían de unos 50 años, divididos en dos fases. En la primera, de unos 25 años de duración, la inversión y la economía están en ascenso; en la segunda fase el movimiento es descendente, hay estancamiento y crisis agudas. Las variaciones de la tasa y/o masa de ganancia, según Mandel y Shaikh, gobiernan estos grandes movimientos. En cuanto a las crisis cíclicas que ocurren durante la larga fase de ascenso del Kondratiev, no parece encontrarse una explicación clara en Mandel y Shaikh. En lo que respecta a Grossmann, no hay ninguna referencia a ciclos largos. En su visión todas las crisis se explican como el resultado último de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia; aunque tampoco encontramos en Grossmann una explicación precisa de por qué se producen las fluctuaciones menores. 

De todas maneras, y por sobre estas diferencias, tanto Grossmann en los treinta, Mandel en los setenta y ochenta, y luego Shaikh, establecieron la importancia de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia para el estudio de las crisis.[2][2]

Planteamiento de problemas

Partiendo de reconocer la necesidad de anclar las explicaciones sobre las crisis en las contradicciones internas al modo de producción capitalista, sostenemos sin embargo que en la tesis de Grossmann, Mandel y Shaikh existen problemas que no terminan de ser resueltos. Algunos se refieren a las perspectivas de largo plazo –por ejemplo, ¿es la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia una tesis sobre el derrumbe “económico” del capitalismo?–, que en este escrito no vamos a tratar. Otros se relacionan con la explicación de cómo y por qué se producen las crisis. Es en este aspecto que nos centramos en lo que sigue. Aclaremos que dejamos de lado ahora la cuestión de por qué se producen las fluctuaciones menores –como puede ser la recesión de 1957-1958 en EUA–, que nadie hasta ahora ha pretendido explicar por la caída tendencial de la tasa de ganancia, y seguramente demandará futuros estudios específicos por parte de los marxistas.

El problema fundamental es que la visión “a lo Grossmann y Shaikh” no explica algunas de las crisis más importantes que atravesó el capitalismo. Sí parece encajar muy bien en la dinámica que conduce a la crisis de 1974-1975; y tal vez en la siguiente gran recesión sincronizada del capitalismo desarrollado, en 1981-1982. Es que la tasa de ganancia experimentó una larga caída desde principios de los años 1950, como puede verse en los gráficos 1, 2 y 3; y la masa de ganancia se estancó hacia comienzos de los años 1970, como ha destacado Shaikh.  

Sin embargo la cuestión se hace mucho más problemática cuando abordamos con este esquema la Gran Depresión de los treinta, u otras grandes crisis, más recientes. Lo vemos con algún detalle.
a)  La Gran Depresión de los treinta
La crisis de la década de 1930 es explicada por Shaikh, como dijimos, por una caída de largo plazo de la tasa de ganancia, combinada con el estancamiento de la masa de ganancia. Sin embargo, si bien se advierte que en el largo plazo hubo una caída de la tasa de ganancia desde fines del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX, a partir de 1905 y hasta 1929, no hubo ninguna caída importante de la tasa de ganancia. De hecho, tanto la tasa de ganancia efectiva, como la tasa de ganancia “básica”, con que trabaja Shaikh, eran más altas en 1929 que en 1905.[3][3] Aquí estamos utilizando los gráficos y datos que proporciona el propio Shaikh. 

Sí se advierte un cierto debilitamiento de la tasa de ganancia en 1929 con respecto a su pico más alto de la década, lo que podría explicar en parte por qué cae la inversión, en especial a partir de 1930. Sin embargo cuesta entender por qué la crisis tuvo la profundidad que tuvo por ese solo hecho. No hay nada en ese debilitamiento de la tasa de ganancia que hiciera prever lo que sucedería. Entre mediados de 1929 y el primer trimestre de 1933 el PNB de EUA en términos reales cayó el 30,5%; el desempleo subió al 25% y la inversión se derrumbó desde representar el 19,6% del PNB en 1929 al 4,4% en 1933. ¿Cuál es la razón de semejante caída? La pregunta es pertinente porque después de todo hubo otros episodios de debilitamiento de las ganancias, en EUA y en otras economías desarrolladas, que no dieron lugar a semejante catástrofe. Por ejemplo, previo a la recesión de 1920 se advierte una caída de la tasa de ganancia; pero la recesión, si bien profunda, fue de corta duración y mucho menos grave que la depresión del 30.

En cuanto a la masa de ganancia, del cuadro presentado por Shaikh no se desprende que antes del estallido de la crisis haya habido un estancamiento significativo. No hay nada que sea cualitativamente distinto a otros episodios de caída de las ganancias, que explique por qué sobrevino una depresión de esa magnitud. Otros autores (véase más abajo) tampoco registran una caída importante de las ganancias.
 b) La Gran Recesión japonesa de los noventa:
En la década de 1990 la economía japonesa entró en una larga fase de semi-estancamiento, luego de que estallara la burbuja en el mercado bursátil e hipotecario, en 1989. Pasó de una tasa de crecimiento del 4% anual en la década de 1980, a una tasa del 1,5% anual entre 1990 y 1999; en ese lapso hubo cinco recesiones (considerando recesión dos o más trimestres consecutivos con crecimiento negativo), y a comienzos de la década de 2000 entró en un nuevo descenso. El largo estancamiento estuvo liderado por la caída de la inversión; como proporción del PNB pasó del 20% en 1990 al 16% en 1999.

En el caso de Japón la ley de la tendencia decreciente de la tasa explicaría mucho del problema, a igual que lo que ocurre con la crisis de EUA de 1974 y 1975. La tasa de ganancia cae desde los años sesenta hasta 1980; y en la década de 1980 se advierte un nuevo debilitamiento hasta 1990. Según el IMF (2000, 2001), las ganancias sobre activos de las corporaciones habrían pasado de aproximadamente el 8,5 y 9% en 1980, al 6 o 6,5% en 1990.

El problema aquí es que si bien esta caída de la tasa de beneficios estaría en el corazón de la crisis, entre 1985 y 1990, o sea, en el movimiento que lleva a la crisis, la tasa de ganancia no cae. Se mantiene en el rango de 1985. Pero además en ese lapso hubo un fuerte aumento de la masa de beneficios. Entre 1985 y 1990 los beneficios de las empresas subieron más del 50%, y se mantenían altos todavía a comienzos de 1991. Recién caen, y muy bruscamente, en la segunda mitad de 1991, como producto de la recesión. Pero la tesis de Grossmann y Shaikh nos dice que el giro hacia la crisis ocurre cuando la masa de ganancia se estanca. Una posibilidad es que los beneficios al final del ciclo hayan sido altamente especulativos, y que las empresas no financieras ya estuvieran experimentando el estancamiento y/o caída de sus ganancias. El factor especulativo acompaña al boom de los activos –en este caso precio de las acciones y propiedad inmobiliaria– y debe ser incorporado al análisis. Sin embargo la inversión en Japón siguió aumentando al final de la década de 1980 a una tasa anual superior de dos dígitos. Entonces, si las ganancias de las empresas no financieras estaban estranguladas, no se entiende por qué siguió subiendo la inversión. De manera que la caída de largo plazo –desde los sesenta– de la tasa de ganancia podría explicar en buena medida la crisis. Pero no logra dar cuenta del mecanismo concreto que lleva al colapso.
c) La inversión en la década de 1990 en EUA
En la década de 1990 en EUA hubo un intenso proceso de acumulación del capital. La inversión real subió a una tasa anual del 13% entre el último trimestre de 1994 y el último de 1999 (la tasa anual promedio en las tres décadas anteriores había sido del 7%). Y esta fuerte inversión provocó, hacia los años 1996-1997, una caída de la tasa de ganancia “a lo Marx”, esto es, debida al aumento de la composición orgánica del capital, como demuestra Ramos (2007). Esa caída continuó hasta 2001. Además, la ganancia marginal también tuvo una trayectoria decreciente desde 1994 y se hizo negativa en 1997. Aclaremos que la ganancia marginal es la relación entre las ganancias del conjunto de las empresas no financieras domésticas y el acervo agregado neto de capital fijo de estas empresas, ambas medidas en términos nominales. Se trata de una variable muy importante, ya que está indicando el rendimiento de las últimas unidades de inversión. Según la visión de Shaikh, este estancamiento y/o caída de esta tasa marginal debería de haber llevado al freno de la inversión. Pero, como señala Ramos, a pesar de la caída de la tasa de ganancia, y de la tasa marginal de ganancia, “el crecimiento del acervo del capital fijo (medido en términos reales) sigue acelerándose hasta el año 2000”. Y agrega que “a partir de un período extenso que precede a la recesión, los aumentos en el acervo de capital no generaban ya aumentos adicionales en la ganancia, a pesar de lo cual eran llevados a cabo” (Ramos y Ryd, 2005, p. 17).

De manera que aquí encontramos una relación inversa entre la rentabilidad y la inversión durante un lapso prolongado. La inversión continuó a un alto ritmo hasta que se revirtió súbitamente a la baja a mediados de 2000. En ese momento pasó de un aumento (anualizado) del 15% en el primer semestre, a casi el estancamiento en el segundo. Esta caída de la inversión arrastró al resto de la economía a la recesión (Economic Report of the President, 2004). En consecuencia la caída de la tasa y de la masa de ganancia puede explicar en última instancia la caída de la inversión. Pero el proceso es complejo, porque estuvo mediado por factores que debemos precisar. En particular, hay que explicar por qué los capitales en EUA continuaban invirtiendo –Ramos habla de sobreinversión– cuando no sólo la tasa, sino también la masa de ganancia, estaban en caída o estancadas.

Pero además hay otro problema todavía mayor, y es que la caída de la tasa de ganancia a partir de 1996-1997 no se inscribe en un movimiento descendente de largo plazo. De hecho la tasa de ganancia en  EUA se estaba recuperando desde 1983 y todos los estudios coinciden en que hacia mediados de la década de 1990 volvía a los niveles de principios de los años 1970. Esto es, la caída de 1997 revertía un largo ascenso de por lo menos dos décadas. Esto decididamente no encaja en el esquema usual de Mandel o Shaikh.
d) El ciclo 2002-2007 y la crisis
También encontramos problemas cuando queremos explicar el ciclo económico que sigue a la recesión de 2001, y lleva a la crisis iniciada en 2007.

La recesión de 2001 fue débil –por razones que hemos analizado en Astarita (2009)– y la economía de EUA se recuperó a partir de 2002. La fase ascendente del nuevo ciclo llegó hasta 2007, en que se inicia la nueva crisis. Pero el movimiento de este ciclo no se acomoda a la explicación canónica de la ley de la tasa de ganancia. Es que la inversión en el sector manufacturero se mantuvo extremadamente débil entre 2002 y 2007, o sea, en la fase ascendente del ciclo, cuando la tasa de ganancia se estaba recuperando. 

Efectivamente, los beneficios post impuestos de la industria subieron un 197% entre 2002 y 2005; la tasa de ganancia por ventas subió del 3,2% al 7,4%; el flujo de caja aumentó el 44%; la tasa de interés de los bonos corporativos bajó del 5,05 al 4,29%; y los salarios estuvieron contenidos (Norman 2008). Todavía en el segundo trimestre de 2006 la razón beneficios corporativos/PNB alcanzaba el 13%, el nivel más alto en medio siglo y la razón beneficios/ventas llegaba a un récord de 8,5% (Hester, 2006).

Estos factores deberían entonces actuar positivamente sobre la inversión. Los altos beneficios generan expectativas favorables en los empresarios; dan lugar a una fuente de financiamiento más barata que el crédito; indican que la inversión pasada fue apropiada, y mejoran el acceso al crédito (Zarnowitz, 1999). Subrayemos también que a mediados de la década las corporaciones no financieras de EUA tenían abundante liquidez y muy baja deuda.[4][4] Pero con todos estos elementos favorables, la inversión no aumentó. Mientras que el índice de producción industrial creció un 8% entre 2003 y 2005, la inversión manufacturera lo hizo sólo un 3,9%; mucho menos que en cualquier otro ciclo de la posguerra. A pesar de que los flujos de caja aumentaron desde 2001, la razón inversión/flujo de caja alcanzaba su punto más bajo en 2005; la razón inversión/beneficios post impuestos también estaba en su punto más bajo, en 2006, desde 1977 (Norman, 2008). En septiembre de 2006 el Conference Board anunciaba que la confianza empresaria estaba en el nivel más deprimido desde 2001. ¿Por qué si las ganancias eran altas? ¿Por qué la inversión no mejoraba?

Pero además, si la inversión no aumentó significativamente entre 2002 y 2007, es difícil explicar que la crisis iniciada en 2007 se produjo por una caída de la tasa de ganancia debida a un aumento de la composición orgánica del capital. Siete años de baja inversión –desde 2000 a 2007– debieron de haber aliviado el efecto bajista de la composición orgánica del capital sobre la tasa de ganancia. Sí se advierte un cierto debilitamiento de la tasa de ganancia hacia 2006, cuando se toman en cuenta las ganancias domésticas realizadas por las corporaciones no financieras; pero estaría provocado más por factores como el aumento de las materias primas, que por la suba de la composición del capital. Y tampoco parece haber habido una caída de las ganancias, y de la tasa de ganancia de magnitud tal que pueda explicar la profundidad de la recesión que sobrevino luego. En términos globales la ganancia del capital bajó de un pico del 10,5% en 2006 al 9,3% en 2007 (Tapia Granados, 2009; en Astarita 2009 presentamos datos coincidentes). ¿Por qué esta baja debería haber desatado la caída en la depresión?

Por otra parte, hay que insistir que en cualquier caso ese debilitamiento de la tasa de ganancia no se inscribe en ningún movimiento tendencial de baja.

La especificidad de la relación ganancia e inversión

No sólo los marxistas, sino también una larga tradición de autores en la línea del viejo institucionalismo, la corriente ricardiana, la schumpeteriana y el poskeynesianismo, coinciden en que las ganancias son un indicador líder, que anticipa la marcha de la economía. Ganancias en alza implican inversión en alza y economía en alza. E inversamente, el debilitamiento de las ganancias anticipa la caída de la inversión y del crecimiento. Sherman (1991), que resume buena parte de esta tradición teórica, enfatiza este rol de las inversiones. Sin embargo esta comprobación del rol líder de las ganancias no responde a la pregunta de cuál es la variable dentro del campo de la rentabilidad que debe considerarse que rige la inversión.

Concretamente, la pregunta es si la inversión es decidida por el capitalista en base a la ganancia realizada, o a la ganancia que espera. En la literatura marxista muchas veces da la impresión de que es en base a la ganancia realizada. En determinado punto de prosperidad, se sostiene, el capitalista advierte que bajó demasiado la tasa de ganancia; o que la masa de ganancia se estancó, y en consecuencia frena la inversión. Sin embargo también en algún momento de la depresión los capitalistas comienzan a invertir –de manera característica en la reposición de inventarios– a pesar de que las ganancias pasadas estuvieron deprimidas. Lo hacen porque han elevado sus expectativas de ganancias. Sherman apunta que lo más importante es la ganancia que los capitalistas esperan. Esa expectativa, agrega, “cambia de acuerdo a las condiciones presentes y pasadas, incluyendo la tasa de beneficio pasada y cualquier otro factor que pueda afectar a la tasa de beneficio” (Sherman, 1991, pp. 111-112). Entre estos factores están la demanda de bienes y servicios, evidenciada en las ventas; los costos presentes y esperados del trabajo y el capital constante; y el costo del crédito. De alguna manera esta expectativa incide en cómo y por qué en algún momento del auge el capitalista frena la inversión. Por eso los beneficios realizados pueden ser un indicador de lo que está por venir. Pero no se trata de un factor mecánico. Veremos luego que en determinadas condiciones, específicamente vinculadas con la sobreinversión, altos beneficios no necesariamente implicarán altas inversiones; y viceversa. 

En consecuencia hay que cuestionar la idea, demasiado mecánica, de que basta alguna dosis de descenso de la tasa de ganancia, o algún estancamiento de la masa de ganancia para desatar la crisis y la recesión. Indudablemente la caída de las ganancias incide negativamente, pero el estudio de las crisis indica que la relación entre los beneficios realizados, los beneficios esperados y la inversión no tiene nada de lineal. En determinados momentos fluctuaciones en los beneficios realizados apenas parecen afectar la marcha de la economía; y en otros momentos parecen estar en el origen de caídas catastróficas. El signo, positivo o negativo, de la tasa de cambio de los beneficios, también pueden tener un efecto importante. Años de crecimiento sostenido de los beneficios pueden generar expectativas de renovados buenos beneficios, que alienten olas inversoras, y viceversa. De esta manera aparecerán fenómenos de aceleración y desaceleración rápidas. Mucho de lo que vamos a tratar en lo que sigue está vinculado a estas cuestiones. 

Hacia un análisis más concreto

Nuestra propuesta frente a los problemas que hemos planteado anteriormente es que el análisis debe hacerse más concreto en dos direcciones. Por un lado, en la dirección de los factores históricos y sociales más generales, relacionados con el nivel de la lucha de clases, los conflictos políticos y la evolución del capitalismo. Esto ayudaría a comprender por qué, por ejemplo, la crisis del 30 tuvo una profundidad mayor que –de acuerdo a los indicios disponibles al momento de escribir estas líneas– la actual crisis. Este análisis será fructífero en tanto no se pretenda derivar de forma más o menos lineal los grandes episodios de la lucha de clase, conflictos políticos, etc., de las tendencias de largo plazo de la tasa de ganancia. Un problema en el que a veces parece incurrir Mandel, y sobre el que volveremos brevemente luego. 

En segundo lugar es necesario incorporar al análisis la competencia y el cambio tecnológico entre los factores que llevan a la crisis, así como de manera más “orgánica” las desproporciones que se originan en esa lucha competitiva. Es una idea distinta de la de Grossmann, que sostiene que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, y el mecanismo que desemboca en la crisis, deben estudiarse desde el punto de vista del capital “en general”, prescindiendo de la competencia. Este abordaje nos parece desafortunado. Es que el capital sólo existe a través de los muchos capitales en competencia, y las tendencias bajistas que afectan a la tasa de ganancia no pueden comprenderse si se prescinde de la competencia. Shaikh ha enfatizado por eso, y con acierto, la importancia de la competencia como motor del aumento de la composición del capital.

Sin embargo necesitamos incorporar más mediaciones que las que introduce Shaikh. Algunas las hemos señalado en un trabajo anterior sobre la crisis actual (véase Astarita 2009). Entre ellas está la presión de los precios de las materias primas –también Grossmann destaca este factor–; la desproporción entre las ramas, y el aumento probable de los gastos improductivos, en especial en las fases finales del auge. Ahora nos detenemos en la sobrecapacidad, o sobreinversión, que surge ya antes del estallido de la crisis y está vinculada a la búsqueda de plusvalías extraordinarias, a la competencia por los mercados, y a las desproporciones que se desarrollan a medida que progresa la acumulación del capital. Al ubicar el surgimiento de la sobrecapacidad antes de la crisis, cambiamos el encadenamiento que conduce a la caída.

Observemos que en un esquema “a lo Grossmann”, con la crisis baja la demanda y recién entonces aparece la sobrecapacidad, lo que lleva a la baja de precios y a una baja aún mayor de la tasa y masa de ganancia, y de la producción. La sobrecapacidad es consecuencia del debilitamiento de la tasa de ganancia, y de la demanda; y a su vez reactúa negativamente sobre la rentabilidad.
Pero la realidad es que la sobrecapacidad, o sobreinversión, surge ya antes de que se desate la crisis, incluso cuando la economía está funcionando “a pleno”. Y su aparición influye decisivamente en el estallido de la crisis, a través de la presión sobre las ganancias. Esto es, no sólo afecta a las ganancias durante la depresión, sino también lleva a la caída de las ganancias y a la crisis. Por eso no sólo es una consecuencia de la crisis, sino también causa de ella. Además, ejerce una influencia considerable, junto a la tasa de ganancia y la ganancia realizada, en las expectativas de los capitalistas sobre las ganancias futuras.

Antes de seguir con este desarrollo, releemos algunos textos de Marx a la luz de este enfoque que estamos proponiendo. Lo que nos interesa mostrar es que en Marx hay un análisis que apunta a incorporar más determinaciones que las que señalaría el esquema demasiado abstracto de muchos escritos marxistas; y entre estas determinaciones, la sobrecapacidad y las desproporciones juegan un rol clave. También veremos que al estudiar una crisis en particular, la de 1847, Marx no la explica de forma directa por la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Su análisis está pleno de determinaciones que surgen del estudio vivo de los acontecimientos.   

Textos de Marx  I: Sobreinversión y tasa de ganancia

Empecemos destacando que cuando discute la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, en el capítulo 15 del tercer tomo de El Capital, Marx introduce otras cuestiones distintas de la relación entre aumento tendencial de la composición orgánica del capital y caída de la tasa de ganancia, que constituye el núcleo de su ley.

Después de referirse a las limitaciones que puede sufrir el proceso de producción, Marx analiza las dificultades que surgen venta. Dice que con el desarrollo de la producción capitalista aumenta “hasta proporciones monstruosas” la masa de plusvalor (generado en la producción), pero que ahora debe venderse el producto global, toda la masa mercantil.

Si ello no ocurre, o sólo sucede en forma parcial o a precios inferiores a los precios de producción, el obrero habrá sido explotado, ciertamente, pero su explotación no se realizará en cuanto tal para el capitalista, pudiendo estar ligada a una realización nula o sólo parcial del plusvalor expoliado o, más aun, a una pérdida parcial o total de su capital (p. 313).

De manera que en este punto del ciclo que está considerando la masa de ganancia sigue creciendo, en principio. No estamos en el estadio en que, de acuerdo a Grossmann y Shaikh, la masa de ganancia cae o se estanca por la caída de la tasa de ganancia. Marx está diciendo que la masa de plustrabajo sigue creciendo, pero que sin embargo pueden aparecer obstáculos por el lado de la realización en el mercado. Por eso agrega: “Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. Divergen no sólo en cuanto a tiempo y lugar, sino también conceptualmente” (ídem).

¿Cuáles son esas condiciones de realización que divergen de las condiciones de explotación? Marx responde: la producción sólo está limitada por la fuerza productiva de la sociedad, pero la realización está condicionada “por la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción y por la capacidad de consumo de la sociedad” (ídem). Aquí aparecen entonces los teóricos subconsumistas quienes asumen que Marx está radicando la causa última de la crisis en los bajos salarios. Pero de hecho Marx solo dice que la limitación de consumo se debe a las relaciones antagónicas de distribución, esto es, a relaciones que son inherentes al capitalismo, y poco tienen que ver con que los salarios sean altos o bajos. Es que si los precios bajaran de manera de ampliar el consumo todo lo necesario, los mercados se vaciarían y no existiría crisis de sobreproducción. Pero esto no puede suceder; las relaciones de distribución son antagónicas porque están determinadas por la necesidad de apropiarse de plusvalor. Éste es el substrato elemental sobre el que funciona el capitalismo, y no puede ser eliminado mediante subas de salarios. Después de todo, la plusvalía nunca puede ser realizada por el salario; sería una contradicción lógica, contraria a la naturaleza del modo de producción capitalista. Por eso también la “falta de consumo” por las masas trabajadoras de la parte del valor agregado que corresponde a la plusvalía no puede explicar la crisis. Pero es una condición general para que haya crisis capitalistas, porque es la condición más general para que exista el capitalismo.

Por otra parte, necesariamente hay desequilibrio entre las ramas. La revolución de las fuerzas productivas y la ampliación de la escala de producción no ocurren al mismo tiempo en todas las ramas. Es un hecho que en las fases de expansión del capitalismo algunas ramas son líderes. Y estas ramas líderes son las que más padecen la sobreacumulación, arrastrando al resto de la economía a la crisis.

Luego agrega:
Esto es una ley para la producción capitalista, dada por las constantes revoluciones en los métodos mismos de producción, la desvalorización del capital existente, vinculada con ellas de manera constante, la lucha competitiva generalizada y la necesidad de mejorar la producción y de expandir su escala, sólo como medio de mantenerse y so pena de sucumbir. Por ello hay que expandir constantemente el mercado… La contradicción interna trata de compensarse por expansión del campo externo de la producción (p. 314). 
Marx es consciente de que las mejoras de la producción y las expansiones de su escala no obedecen sólo, ni principalmente, a exigencias de la demanda, sino son un medio “de mantenerse so pena de sucumbir” en medio de la lucha competitiva generalizada.

Más abajo vuelve a la cuestión de la sobreproducción como un resultado de la lucha competitiva. Sostiene que la baja de la tasa de ganancia, “vinculada con la acumulación, provoca necesariamente una lucha competitiva”. Es que cada capitalista busca aplicar mejores métodos para disminuir el valor individual de sus mercancías por debajo del valor social, y obtener así una ganancia extraordinaria (p. 332). Esta lucha es acompañada por un transitorio aumento salarial y una disminución temporaria de la ganancia, debida a ese aumento, y se manifiesta también “en la sobreproducción de mercancías, en el abarrotamiento de los mercados” (p. 329). De manera que la escisión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas “y una producción que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inminente” se debe a que el fin de la producción capitalista es la producción de ganancias, no satisfacer las necesidades. Y para esto “regula el volumen de la producción con arreglo a la escala de la producción y no a la inversa” (ídem; énfasis agregado). De allí la sobreproducción, dice Marx. Pero esto sucede, según Marx, cuando la masa de ganancia para el capital global de la sociedad todavía está creciendo. Y en estos pasajes vuelve a la desproporcionalidad:
… la proporcionalidad entre los diferentes ramos de la producción se establece como un proceso constante a partir de la desproporcionalidad, al imponérsele aquí la relación de la producción global, como una ley ciega, a los agentes de la producción (pp. 329-330).
Son fenómenos vinculados a la propia lógica de la acumulación del capital. Destacamos también que, de acuerdo con la interpretación que dimos antes, en este pasaje Marx sostiene que la lucha competitiva es acompañada por el aumento “transitorio del salario”, de manera que la sobreproducción no es provocada, dentro de la lógica del sistema capitalista, por el subconsumo. 

Por último, hacia el final de este mismo capítulo 15, Marx vuelve sobre las presiones competitivas, el cambio tecnológico en busca de las plusvalías extraordinarias y la caída de los precios de las mercancías. Y afirma que cuando la competencia generaliza el cambio tecnológico “se inicia entonces el descenso de la tasa de ganancia –quizá primeramente en esta esfera de la producción, nivelándose luego con las otras– el cual es total y absolutamente independiente de la voluntad del capitalista” (p. 339).

Textos de Marx II: Sobreproducción y desproporciones en Teorías de la Plusvalía

Lo anterior se puede articular ahora con textos del segundo tomo de Teorías de la Plusvalía en los que Marx trata más explícitamente la forma en que se llega a la sobreacumulación.

Señala, en primer lugar, que la sobreproducción en algunas ramas importantes puede arrastrar a la sobreproducción general, y en ese caso hay “sobreabundancia de todos los medios de producción y sobreacumulación de todos los tipos de mercancías no vendidas en el mercado. Por otra lado, capitalistas en bancarrota y obreros desposeídos” (Marx, 1975, t. 2, p. 448). La sobreproducción general, sostiene, deriva de la interdependencia de todas las ramas.

Ahora bien, esto exige responder por qué se puede producir esta sobreproducción en las ramas más importantes. La respuesta es doble: por un lado, porque la producción tiende a ampliarse con independencia de la demanda; y en segundo lugar porque el desarrollo del capitalismo jamás es proporcionado. La producción tiende a ampliarse porque el capital invertido en la producción crece en forma continuada, y se usa de manera siempre más productiva. “Hay una acumulación de perfeccionamientos, un desarrollo acumulativo de capacidad productiva [que] exige un mercado en constante ampliación” (ídem, p. 448). En consecuencia, dice Marx, la producción se amplía con más rapidez que el mercado, y hay un momento, al final del ciclo, en que el mercado aparece demasiado estrecho. Pero esta sobreproducción ocurre porque el crecimiento de las diferentes ramas no es parejo:
…también es posible que se produzca más carbón del necesario, aun para la sobreproducción de hierro, hilado, etc. Esto no sólo es posible, sino muy probable. Porque la producción de carbón e hilado y de todas las otras esferas de producción que sólo crean las condiciones o primeras fases de un producto, que debe completarse en otra esfera, está gobernada, no por la demanda inmediata, sino por el grado, medida, proporción, que en que éstas se amplían. Y resulta evidente por sí mismo que en este cálculo es posible sobrepasar el blanco (ídem, p. 454).  
En seguida precisa que la producción capitalista sólo se da rienda suelta en ciertas esferas, en determinadas condiciones. “No habría producción capitalista si tuviese que desarrollarse al mismo tiempo y en forma pareja en todas las esferas” (p. 455). Algunas ramas se desarrollan de manera más rápida que otras, y Marx tiene en cuenta este fenómeno, que recorre toda la historia del capitalismo, a la hora de encontrar una explicación más concreta de cómo se llega a la sobreproducción.

De esta manera Marx adopta una postura superadora con respecto a Smith y Ricardo con respecto a la sobreproducción y las desproporciones. Smith pensaba que cuando los capitales de muchos comerciantes se invierten en la misma rama, la competencia reducía los beneficios. Y lo mismo sucedía “cuando tiene lugar un aumento del capital en las diferentes ramas que se desempeñan en la respectiva sociedad, la misma competencia producirá efectos similares en todas ellas” (Smith, 1987, p. 85). Ricardo responde –véase el cap. 21 de los Principios…– diciendo que no puede haber sobreproducción general porque la producción de una rama se compra siempre con producciones de otras ramas, o con servicios. De manera que si todas las ramas crecen proporcionalmente, no habría lugar para la baja de los beneficios que preveía Smith. La única forma en que los beneficios podían bajar era, en su opinión, si aumentaban los salarios.

Marx admite, con Ricardo, que no puede haber baja de los beneficios, por las razones que da Smith, si todas las ramas crecen proporcionalmente; en ese caso tampoco puede hablarse de sobreproducción, sino “de un desarrollo mayor que el habitual de las fuerzas productivas” (Marx, 1975, p. 453). Pero el desarrollo capitalista nunca ocurre de forma pareja, y por lo tanto siempre la sobreproducción encierra el hecho de que la sobreproducción real de algunas esferas provoca la sobreproducción de otras, que se han desarrollado menos. Así la sobreproducción deriva de la ley general de la producción capitalista:

La sobreproducción está condicionada de modo específico por la ley general de la producción capitalista: producir hasta el límite establecido por las fuerzas productivas… sin tener en cuenta los límites del mercado o de las necesidades respaldadas por la capacidad de pago; y esto se lleva a cabo por medio de una continua expansión de la reproducción y la acumulación, y entonces por una constante reconversión de la renta en capital, en tanto que, por otro lado, la masa de los productos se mantiene apegada al nivel medio de necesidades y tiene que mantenerse apegada a él de acuerdo con la naturaleza de la producción capitalista (ídem, p. 457).  

Y esto sucede porque la competencia impone a todo capitalista individual las leyes inmanentes del modo de producción capitalista, como leyes coactivas, ya que lo obliga a expandir constantemente su capital para conservarlo (Marx, 1999,  t. 1).

La crisis de 1847 y el análisis de Marx

Veamos ahora cómo pueden operar estos factores en un análisis concreto de crisis por parte de Marx. La crisis británica de 1847 presenta un especial interés porque es posiblemente la crisis sobre la que encontramos más referencias en la obra de Marx. Ubicamos primero en sus grandes características el ciclo que arranca en 1843 (o finales de 1842, según Marx) y termina en la caída de 1847-1848. 

A principios de 1843, la economía británica se reanima luego de la larga depresión que se había iniciado con la crisis de 1837. Ayuda a la recuperación las buenas cosechas de 1841 y 1842, que incrementan la riqueza, el excedente comercial y el dinero disponible para invertir. El aumento del neto comercial habría tenido apreciables efectos multiplicadores (Matthews, 1954). A su vez, la recuperación económica revive las ganancias de las compañías ferroviarias y el interés por la construcción de nuevas líneas. Las ganancias en los ferrocarriles suben a partir de 1843 porque las empresas se benefician de las economías de escala y del aumento del número de pasajeros y del tráfico de mercancías (Campbell, 2009). En 1845 la economía alcanza su punto culminante, y paralelamente comienza el boom inversor en los ferrocarriles. Este fuerte incremento de las inversiones en los ferrocarriles es posible por la reunión de capitales a través del mercado bursátil. Se desata entonces lo que los contemporáneos llamaron la manía. Matthews destaca que la manía surge en las últimas etapas del período de expansión, y contribuye a la concentración de la inversión en esa fase del ciclo, a pesar de una cierta declinación de la actividad económica. En 1846 el dinero reunido y gastado por las empresas ferroviarias fue superior en 20 millones de libras al de 1845; y en 1847 todavía aumentó otros tres millones. Según The Economist, y Marx también lo señala, esta absorción de capital quitó capital al resto de las ramas.

Inevitablemente el boom inversor estuvo ligado a la evolución de la bolsa de valores. A lo  largo del ciclo los precios de las acciones ferroviarias subieron en promedio un 106% entre 1843 y octubre de 1845, cuando tocan el pico; y bajaron un 64% entre esta última fecha y abril de 1850 (Campbell, 2009). Los dividendos subieron un 69,8% entre 1843 y 1847, y cayeron luego un 60,2% desde su pico. Según Campbell no habría habido burbuja bursátil porque la suba de los precios de las acciones estuvo sustentada en ese aumento de los dividendos. Pero lo importante es que a medida que se desarrollaba el boom inversor, fluían los capitales y se ampliaba la capacidad ferroviaria muy por encima de las necesidades del mercado. Y las inversiones se decidían no porque hubiera un aumento de la demanda, sino por la presión de la competencia, y continuaban incluso cuando las ganancias ya estaban en baja. Desde 1843 subió el número de pasajeros; pero más aumentó la capacidad; y los precios de los boletos bajaron. Un cóctel que se tradujo en caída de los beneficios. Pero muchas empresas seguían pidiendo autorización para tender líneas aun a sabiendas de que habría pérdidas, por el simple hecho de que temían una pérdida mayor si la línea cayera en manos de un rival (Campbell, 2009). Es el diagnóstico de Marx, la producción continuaba “sin tener en cuenta los límites del mercado”. Un comité formado para investigar la crisis encontró que en York y North Midland las inversiones ferroviarias que habían sido autorizadas antes de que estallara la manía rendían el 7%, mientras que las autorizadas en 1845 sólo daban el 0,6%; y las autorizadas en 1846 menos del 0,1%. Los pedidos al Parlamento para tender líneas pasaron de 63 en 1843 a 199 en 1844 y a 562 al final de noviembre de 1845; y todavía había muchos otros planes y empresas en proyección que no llegaron a presentarse (Campbell 2009).

Todo esto era acompañado de la suba de los capitales accionarios y de los préstamos que se tomaban para pagar las nuevas líneas o, eventualmente, la compra de algún rival. Entre octubre y noviembre de 1845 los inversores empezaron a tomar conciencia de que se había sobreinvertido, lo que coincidió con el crack de los precios de las acciones. Esto es, la sobrecapacidad está apareciendo antes del estallido pleno de la crisis, cuando la economía ha llegado al auge expansivo. Sin embargo, como vimos, continuó la manía inversora y la especulación, que fue impulsada por el fraude y las estafas. En especial entre 1847 y 1848 se habrían inflado dividendos, que deberían haber sido un 20% de lo declarado por las empresas.

También hubo sobreinversión en la industria algodonera. Marx anota que inmediatamente después del tratado con China se abrieron a Inglaterra enormes perspectivas de negocios. Se construyeron entonces muchas fábricas, exclusivamente para fabricar tejidos de algodón. Marx registra que, por ejemplo, en el distrito de la lana peinada de Bradford en 1836 había sólo 318 fábricas, mientras que en 1846 eran 490. Pero estos guarismos no expresaban el verdadero aumento de la producción, ya que las fábricas existentes se habían ampliado considerablemente. En especial las hilanderías de lino. Marx anota la observación de los inspectores de fábricas, de octubre de 1846:
“Todas ellas [las fábricas que ampliaban] contribuyeron en mayor o menor grado, durante los últimos 10 años, al abarrotamiento del mercado, al cual hay que atribuir, en su mayor parte, la actual paralización de los negocios… La situación deprimida de los negocios surge como consecuencia totalmente natural de una tan rápida expansión de las fábricas y de la maquinaria” (Marx, 1999, t. 3, p. 155).
Sin embargo no había mercado suficiente en China para esta capacidad de producción; a lo que se sumó el fracaso de la importación de té, imprescindible para que China pudiera pagar la importación de tejidos.

En 1847 estalla la crisis. Su origen inmediato es la mala cosecha de 1846 y la enfermedad de la papa en Irlanda, que obligan a importar cereales. Esto llevó a un déficit en la balanza de pagos y a la salida de capitales. En los primeros cuatro meses de 1847 el Banco de Inglaterra perdió seis millones de libras en reservas de oro, en gran parte por la importación de grano. Pero también hubo salida de oro por motivos especulativos. Las tasas de interés subieron fuertemente; en febrero el Banco de Inglaterra elevó la tasa al 10%, frenando la salida de oro, pero generando fuerte tensión financiera. Pero a mediados de año se tuvo conocimiento de que la próxima cosecha sería buena, y los precios de los granos bajaron notablemente desde los picos especulativos que habían alcanzado en marzo. Muchos importadores habían comprado grano financiándose con crédito, de manera que la caída de los precios llevó a quebrantos de casas comerciales y a financieras que habían prestado. Marx señala que los que habían comprado grano a crédito a 120 chelines, de pronto se encontraban con que había bajado a 60 chelines. Lo mismo sucedía con quienes habían importado azúcar en exceso y ahora era invendible. Volvió a haber salida de oro; todo el mundo buscaba liquidez, sea en billetes del Banco de Inglaterra o en oro. Finalmente el Banco de Inglaterra suspendió la Bank Charter Act, que le obligaba a restringir la emisión de billetes cuando había salida de oro, y aseguró la liquidez mediante el descuento de títulos seguros a una tasa del 8%. Con esto terminó la fase más aguda de la crisis. La recesión fue atenuada por la inversión en los ferrocarriles, que todavía continuaba construyendo sobrecapacidad.

A pesar de tratarse de notas no sistemáticas, en la explicación de la crisis Marx hace intervenir factores vinculados con la sobreinversión y la caída de la rentabilidad:
Había una escasez de capital dinero, causada por la magnitud desmesurada de las operaciones en comparación con los medios existentes, y precipitada por la perturbación del proceso de producción como consecuencia de una cosecha fallida, de una inversión excesiva en ferrocarriles, de la sobreproducción especialmente en mercancías algodoneras, la sobreimportación de azúcar, etc. (Marx, 1999, t. 3, p. 542).  
Es de destacar también que no atribuye la caída de la rentabilidad a un aumento de salarios que pudiera deberse a la alta ocupación durante la expansión (tesis del profit squeeze), aunque señaló un cierto debilitamiento de las ganancias cuando subieron los salarios. Matthews señala que no hay fundamentos para sostener que la caída de la inversión en 1847 se debiera a un aumento de los costos atribuible al pleno empleo. Tampoco la evolución del consumo explica el viraje hacia la crisis. El centro de la atención de Marx está puesto en la evolución de la inversión; a pesar de que en aquella época el consumo representaba aproximadamente el 90% del PNB británico (Temin, 1974).

Por último, si bien se puede afirmar que en la caída de la rentabilidad que lleva a la crisis de 1847-1848 subyace el aumento de la composición orgánica del capital, evidenciado en el aumento de la sobrecapacidad, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia por sí misma, al menos como se la presenta comúnmente, no parece explicar la crisis.

Factores que llevan a la sobreinversión y la sobrecapacidad

Tratemos ahora de precisar la dinámica que lleva a la sobreinversión y la sobrecapacidad, vinculados a la desproporción y el crecimiento desigual. Incorporamos aspectos que están recogidos en la literatura moderna sobre organización industrial y dirección de empresas. 
a) La lucha por las plusvalías extraordinarias
La lucha por plusvalías extraordinarias ocurre mayormente por medio de cambios tecnológicos (aunque también pueden ser de organización, especialmente en la relación capital/trabajo, como sucede con el toyotismo en la actualidad). Si una empresa logra introducir un cambio tecnológico que aumenta su productividad, puede vender al precio establecido por el promedio de las empresas de la industria, y obtener de esta manera una plusvalía (ganancia) extraordinaria. El resto de las empresas de la industria están obligadas entonces a renovar su tecnología, so pena de perder la guerra competitiva. Cuando el cambio se generaliza, suceden que el valor del producto es menor que el valor antes de que se iniciara el cambio tecnológico; la plusvalía extraordinaria de la empresa innovadora ha desaparecido; el output global se ha incrementado en proporción al aumento de la productividad, si el número de trabajadores permanece constante. Las empresas que no han logrado el cambio tecnológico sufrirán pérdidas, y si no pueden cambiar, desaparecerán a mediano o largo plazo. Pero ahora el estómago del mercado se debe ampliar en proporción al aumento de la productividad de todas las empresas.

Para que se vea el problema, supongamos que en una rama hay 10 empresas. Por obrero y por hora se produce una mercancía X en la que entran $10 por capital constante ($9 por materia prima y $1 por amortización de equipos); que al obrero se le pagan $3 la hora, y que el valor generado por hora es $6, de manera que la plusvalía es $3 por pieza. De manera que el precio (no suponemos aquí precios de producción) es:
10c + 3v + 3s = 16.
El margen de ganancia, esto es, beneficio/ingreso por ventas, es del 23%. El margen de ganancia se puede tomar como indicativo de la tasa de ganancia.

Supongamos ahora que una empresa aumenta la productividad el 100%, por medio de una innovación tecnológica. Supongamos que por pieza entran $9 de materia prima, como antes, y $1,5 por amortización del nuevo equipo. De manera que el “valor individual” ahora es:
10,5c + 1,5v + 1,5s = 13,5
Sin embargo el precio será el determinado por el trabajo socialmente necesario, que lo establecemos como promedio social. Este precio (resultante del promedio ponderado) será entonces $15,55. La empresa innovadora obtiene una plusvalía extraordinaria de $2,05 por pieza. La empresa innovadora tiene un margen de ganancia del 29,6%. Para el resto de las empresas la plusvalía por pieza baja a $2,55.

En cuanto a la producción global, aumentó el 10%, debido al aumento del 100% de la producción de la empresa innovadora. 

Las empresas atrasadas están obligadas a innovar, so pena de perecer en la lucha competitiva. Supongamos ahora que 9 de las 10 empresas logran innovar; una no lo consigue y sale de competencia.

Cuando la nueva tecnología se generaliza, los precios bajan a $13,5; el margen de ganancia ha disminuido bruscamente al 12,5%. La caída de los precios acompaña la fuerte caída del margen (y la tasa) de ganancia.

Pero además ahora el producto total de la rama ha aumentado el 80% con relación a la situación previa al cambio tecnológico. Lo cual no necesariamente puede corresponder con una demanda acorde. Recuérdese que las empresas han innovado respondiendo a presiones competitivas; si no lo hacían corrían el riesgo de perder los mercados. Pero ahora el estómago del mercado debe absorber un 80% más de la producción. Que pueda hacerlo dependerá de cuánto haya crecido el resto de la economía; y también de qué dinámica específica tenga la demanda del producto que se está lanzando al mercado.
 b) Producción en ramas de productos nuevos
 Existe una literatura bastante abundante sobre organización industrial y management empresarial que trata la evolución de la demanda de productos nuevos. Podemos suponer que en las primeras fases en que un producto está ganando nuevos compradores, la demanda supera a la oferta. Si esto es así, las empresas de peor tecnología determinan el precio de venta. En ese caso las empresas de tecnología modal, obtienen ganancias superiores a las del promedio de la economía; las de tecnología superior tienen súper ganancias. Lo cual atrae nuevos capitales, e induce a las empresas a incorporar las tecnologías de producción más avanzadas; y a los capitales a aumentar la capacidad. Los capitales entran masivamente atraídos por las perspectivas de altas ganancias. Los precios de las acciones de las empresas que cotizan en el sector suben, no porque haya ganancias efectivas, sino porque se espera que el futuro haya buenas ganancias. Esto facilita el lanzamiento de empresas de capital de riesgo y el financiamiento de las inversiones. El crédito estimula e impulsa el proceso. La oferta de dinero crece de manera endógena. Se genera una manía inversora, descrita por Kindleberger en sus rasgos más característicos.

La secuencia de lanzamiento del nuevo producto y expansión primero, y contracción después del número de productores, es descrita por Gort y Klepper (1982). Después de la primera fase de introducción comercial del nuevo producto y su conocimiento y aceptación, se da una segunda etapa de agudo incremento del número de productores. Es algo que, según Gort y Klepper, se repite virtualmente en todos los mercados nuevos. Luego sucede una tercera etapa en la que el número de nuevos productores que entran tiende a balancearse con el número de los que salen; en una cuarta etapa la entrada neta es negativa, y finalmente hay ausencia de entradas netas. En las primeras etapas las mejoras del producto y de los procesos tienden a ser más radicales que en las últimas. Desde la teoría marxista esto se correspondería con la posibilidad de mayores plusvalías extraordinarias; lo que atraería más y más capitales. Luego, los beneficios bajan y tienden a normalizarse; los precios y los márgenes de ganancias se reaproximan a los niveles normales bajo la presión de imitadores. Los precios bajan no sólo porque mejoran los procesos de producción, sino también porque aumenta la productividad en la producción de insumos, y porque hay economías de escala.

A su vez, la caída de precios y márgenes genera renovadas presiones para innovar. Ahora se trata de innovaciones que surgen de los procesos internos de producción –en las primeras etapas muchas innovaciones son externas, lo que también alienta la entrada de competidores–, lo que puede reforzar las barreras de entrada a nuevos competidores, pero también comprime los márgenes de los menos eficientes. En consecuencia aumenta rápidamente el número de empresas menos eficientes que son obligadas a salir del mercado. El incremento de la composición del capital por cambio tecnológico es acompañado entonces por fuertes presiones bajistas en la tasa de rentabilidad. En todo esto debe tenerse presente que estas ramas son impulsoras del conjunto de la economía en la fase ascendente del ciclo económico general.

En un estudio posterior que amplió la muestra, Klepper y Graddy (1990) encuentran el mismo patrón. A pesar de ser un proceso desparejo, la suba inicial del número de empresas y luego la salida de firmas se repite en las industrias. Aunque no es infrecuente que un producto se aparte del modelo de caída en el porcentaje de crecimiento del output y suba del precio.

Por otra parte la demanda también puede tener un patrón de evolución. Partiendo del momento en que el producto es nuevo, se dirige hacia un punto en el que comienza la transición que va de la adopción de lo nuevo al reemplazo por desgaste. Un ejemplo es la industria de tecnologías informáticas. Durante los años 1980 y 1990 hubo una gran demanda porque muchas empresas y hogares estaban adoptando la nueva tecnología y partían de cero, o casi cero. Pero en los 2000 esta demanda pasa a ser para actualizar los equipos, o reemplazar los ya existentes que se van desgastando (véase Cardarelli y Ueda, 2006). Esta transición puede coincidir con la maduración de las innovaciones y ampliaciones de capacidad; desembocando así en una situación de aguda sobrecapacidad.

De conjunto se conforma entonces una dinámica que implica la acumulación de desbalances y sobreinversión, con entrada y salida aceleradas de empresas, alza de beneficios y luego caída violenta de precios y márgenes de beneficios; todo lo cual necesariamente debe generar fuertes torsiones en el resto de la economía. La inversión que excede las necesidades de la demanda es un rasgo característico en estos procesos:

A medida que [una industria que madura] se ajusta a un crecimiento más lento, la tasa de aumento de capacidad en la industria debe bajar también, o habrá sobrecapacidad. Por lo tanto la orientación de las empresas a sumar capacidad y personal debe cambiar fundamentalmente y dejar la euforia del pasado… Estos cambios de perspectiva raramente ocurren en la industria que madura y es común el desbordamiento de la capacidad de la industria en relación con la demanda. El desbordamiento lleva a un período de sobrecapacidad, acentuando la tendencia hacia la guerra de precios durante la transición (Porter, citado por Paich y Sterman, 2003, pp. 1439-40).

También ha ocurrido en los últimos años en industrias productoras de móviles de nieve, calculadoras, equipos de tenis, equipos integrados, VCRs y otros productos electrónicos de consumo, computadoras, juguetes, bicicletas, muebles de hogar, barcos de fibra de vidrio. El ciclo de ascenso y caída puede ser vertiginoso. Paich y Sterman dan el ejemplo de Atari, que fue líder en la producción de video juegos. Desde 1976 a 1983 Atari aproximadamente duplicó sus ventas cada año, hasta llegar a los $2000 millones en 1983, obteniendo en ese lapso grandes beneficios. Pero en 1983 las ventas se derrumbaron porque los mercados se saturaron, y además ya había nuevos competidores. En 1984 Atari tuvo tantas pérdidas que tuvo que ser rematada.
c) Tendencia general a la sobrecapacidad
No sólo en las ramas que están lanzando productos nuevos o en las que hay intensa innovación tecnológica aparece el fenómeno de la sobrecapacidad. Ya hemos visto cómo la inversión ferroviaria británica en la década de 1840 ampliaba la capacidad para lograr ventajas competitivas. El fenómeno se repite en diferentes momentos y circunstancias. Para citar tres casos. En los años 1980 en la industria petroquímica hubo fuertes aumentos de capacidad por encima de cualquier requerimiento de la demanda. En la actualidad la industria automotriz mundial tiene una capacidad de producción de 90 millones de automóviles, pero en condiciones normales de funcionamiento de la economía capitalista el mercado sólo puede absorber poco más de 60 millones (The Economist, 6/06/09). Lo cual no impide que en muchos países, especialmente subdesarrollados, las fábricas de autos sigan ampliando la capacidad, o tengan planes para hacerlo. En los desarrollos inmobiliarios las aceleraciones que llevan a la sobrecapacidad y se constituyen en factores vitales de la crisis han sido frecuentes; sucedió en Austria y Alemania en los primeros años de la década de 1870; en Japón entre 1985 y 1991; y en EUA entre 2000 y 2006.

La razón de este comportamiento reside en que las empresas pueden verse obligadas a invertir en capacidad por esas presiones competitivas. Supongamos una rama en la que haya 10 empresas dominantes, y exista la posibilidad de obtener importantes economías de escala. Supongamos que cada una de las empresas posee el 10% del mercado, y que dos empresas encaran una ampliación de capacidad a fin de reducir costos y ampliar el mercado; esta estrategia puede estar alentada a su vez por un período de altos beneficios. Si las empresas que encaran la ampliación logran bajar los costos, podrán desatar una guerra de precios y desplazar irremediablemente a las rivales. Éstas ahora están obligadas a aumentar también su capacidad, porque no hacerlo significa perder la guerra competitiva. Esto parece haber ocurrido, por caso, en la década de los noventa en las ramas de mayor crecimiento, las tecnologías informáticas y comunicaciones. La expansión de Internet y la desregulación en telecomunicaciones, y la perspectiva de altas ganancias, hicieron que entraran nuevos capitales a estos sectores. Estos capitales invertían fuertemente y forzaron a las empresas que ya estaban a invertir e innovar para mantenerse, a pesar de que los beneficios se estaban erosionando:

La mentalidad de supervivencia puede haber causado que las empresas que competían hicieran mayores gastos de capital de los que hubieran realizado de otra manera, con la idea de que las pérdidas de corto plazo registradas al agrandarse para aumentar su participación en el mercado pudiera compensarse más tarde cuando los competidores quedaran en el camino (Ferguson, 2001).

La industria del tendido de las redes de fibra óptica en EUA demuestra esto. En 1995 sólo tres empresas tenían redes de fibra óptica significativas en EUA. En 2000 había nueve de esas empresas, y a fin de año todavía más. Cada una tendió enormes cantidades de cableado en fibra óptica, por encima de lo que el mercado podía absorber en el corto o mediano plazo (Ferguson, 2001). Lo que terminó en aguda sobrecapacidad, caída de precios y de ganancias, y quiebres.

También es un caso ilustrativo la producción de discos duros para computación. Según Jensen (1983), entre 1977 y 1984 los capitales de riesgo invirtieron más de US$ 400 millones en las manufacturas de discos rígidos, a lo que se sumaron otros US$ 800 millones recogidos en los mercados de capitales. A mediados de 1983 los mercados bursátiles asignaban un valor de unos US$ 5.400 millones a las 12 empresas que cotizaban. Había una fuerte manía inversora, y muchos capitales seguían llegando al sector y construyendo capacidad. Pero a fines de 1984 la sobrecapacidad se hacía evidente y el valor asignado a estas empresas se hundía a US$ 1.400 millones. Desde 1956 hasta 1990 entraron al sector 138 empresas, de las cuales 103 fracasaron y seis fueron compradas.  

Zarnowitz (1999) también registra la sobrecapacidad en el ciclo económico; aunque la explica por errores de cálculo. Asimismo Henderon y Cool (2003) ven a la sobreinversión como característica del capitalismo actual: 

Cuando hay alta utilización de capacidad y los flujos de dinero son saludables, a menudo se desarrolla el optimismo a lo largo de la industria, impulsando la inversión en nueva capacidad… Pero las empresas enfrentan un dilema: invertir en una planta puede prometer un significativo ingreso potencial, pero demasiadas empresas invirtiendo simultáneamente llevaría a sobrecapacidad, negando la creación de valor que se intenta. Éste es un dilema que es muy familiar en industrias como semiconductores, transporte marítimo, petroquímica, acero, hoteles y muchos otros sectores capital intensivos (Henderson y Cool, 2003, p. 350). 

En los últimos años también había sobrecapacidad en otras ramas fundamentales, como las líneas aéreas y, como ya señalamos, en automóviles.

La inversión en capacidad está impulsada por la centralización de capitales. A su vez las fusiones de empresas son un medio para eliminar sobrecapacidad (Jensen, 1993).
d) Sobreacumulación como consecuencia de cambios políticos, o de otro tipo
Tal vez el ejemplo más notable es lo ocurrido en el período de entreguerras. Aldcroft (1985) señala que el exceso de capacidad fue uno de los problemas más serios e insolubles que permanecieron luego de terminada la Primera Guerra. Es que a raíz de la guerra hubo sectores como construcción naval, hierro, acero, ingeniería y en menor medida el carbón, que se sobreexpandieron con relación a las necesidades de las épocas de paz. Por ejemplo, durante la guerra la capacidad mundial de construcción de buques aumentó a casi el doble, y hacia 1920 había buques para satisfacer la demanda de todo un decenio, sin necesidad de construir más. También había fuertes excedentes en acero. Sin embargo los problemas más grandes posiblemente se registraron en la agricultura. Durante la guerra la producción se expandió notablemente en EUA, Canadá y Australia, y cuando la economía europea se recuperó en la posguerra, aparecieron agudos excesos de capacidad productiva. Algo similar ocurrió con otros productos, como el azúcar. Todo esto generó fuertes presiones bajistas sobre los precios de los productos primarios; que fueron agudas a partir de 1928 y contribuyeron a la depresión de los precios y la demanda durante la crisis.[5][5]
e) La aceleración
El fundamento de este principio, tal como se presenta en la literatura usual, tiene que ver con una relación “técnica”, la que existe entre el flujo del output, y el stock de capital. Se plantea que para cada tasa de output por unidad de tiempo hay un stock definido de capital que le corresponde. Este principio entonces busca explicar por qué la inversión es inducida por el aumento del ingreso. Pero este solo hecho puede generar fuertes oscilaciones en la producción de los llamados “bienes de capital”, esto es, en la producción de capital fijo. Para verlo, supongamos 100 máquinas con una vida útil de 10 años; de manera que se producen 10 máquinas por año para mantener el stock. Supongamos sin embargo que en determinado momento aumenta la demanda de máquinas (las empresas están ampliando la capacidad) y el stock de máquinas sube a 110. Esto implica que en ese período la producción de máquinas debe aumentar un 100%, para producir 20 máquinas. Si en el siguiente período el stock de máquinas permanece en 110, la producción debe achicarse violentamente.

Introduzcamos ahora la aceleración en lo que hemos visto. Las empresas innovadoras de las ramas que están en expansión demandan más y más equipos; esta demanda puede no obedecer a que deseen mantener una cierta relación capital/output de equilibrio (como suponen los modelos usuales del ciclo por acelerador-multiplicador), sino a presiones competitivas. La producción de bienes de producción se expande para responder a esta demanda. La situación sigue hasta que los mercados de las empresas que estaban adquiriendo equipos se saturan, y los precios bajan. La producción de equipos cae en picada. Obsérvese que mayor es la violencia relativa de estos movimientos del output cuanto más durable sea el capital fijo que se estaba renovando.

El fenómeno de aceleración ayuda a explicar por qué el desarrollo capitalista procede mediante grandes olas de inversiones.

El crédito y el mercado accionario profundizan los movimientos

Contrariamente a lo que piensa la tesis de la financiarización, la razón de la crisis no se encuentra en el sistema financiero –en una supuesta “dictadura” de las finanzas sobre el capital productivo– sino en las contradicciones de la acumulación del capital. Hemos desarrollado esta crítica en Astarita (2009). Sin embargo el sistema financiero no es un mero epifenómeno, ya que constituye una poderosa palanca de la acumulación que, en determinado momento impulsa a la sobreinversión, el boom y la especulación, que terminan en el crack y las reversiones bruscas.

Las dos formas principales de financiamiento de las empresas son el crédito bancario y el mercado accionario, y ambas, o alguna de ellas, juegan un rol importante en el desarrollo de la crisis. Hemos visto cómo en el proceso que llevó a la crisis de 1847, el boom de las acciones ferroviarias potenció la inversión y la sobreacumulación. Y lo mismo hizo el crédito bancario. Veremos que el mismo fenómeno se repite en otras grandes crisis. Típicamente la perspectiva de buenas ganancias sustenta el alza de los precios de las acciones, y de otros activos, así como la disposición a otorgar créditos por parte de los bancos. El alza del precio de las acciones y de los activos financieros, y las bajas tasas de interés, atraen capitales. Mejoran entonces las condiciones de financiamiento de las empresas, se emiten más acciones y bonos o se solicitan más préstamos a los bancos. Progresivamente las ganancias realizadas en los mercados financieros impulsan nuevas alzas. En este clima la inversión se acelera y, como hemos visto, esta aceleración ocurre con independencia de cuánto se esté ampliando la demanda. La composición del capital, la relación capital constante sobre trabajo vivo, aumenta fuertemente –véase más abajo en casos concretos– lo que pone presión bajista sobre las ganancias. La sustitución de trabajo vivo por capital fijo también puede estar impulsada por la mayor presión salarial, derivada de la caída del desempleo en la fase de auge del ciclo.

La presión bajista sobre las ganancias que deriva del aumento del capital invertido por obrero no detiene, por lo general, automáticamente la inversión. Durante todo un período la inversión continúa porque se sigue apostando a ganancias futuras, y por las presiones competitivas. Aunque también una parte de los capitales reunidos por las empresas pueden derivarse a la compra de activos financieros, como sucedió en Japón, a fines de la década de 1980 (véase más abajo). De esta manera aparecen ganancias ficticias, puramente contables, que maquillan hasta cierto punto los balances. Las compañías financieras, por su parte, realizan grandes beneficios gracias al boom, aunque muchos son también ficticios. En la vorágine especuladora, sucede todo un lapso de tiempo hasta que estos elementos salen a la luz.

Sin embargo la ley de gravedad no se puede desafiar por largo tiempo. Si la realización de plusvalía se está atascando, debido al aumento de la composición del capital y a la progresiva saturación de los mercados, la euforia del auge no puede perdurar. No hay posibilidad de que la acumulación continúe año tras año, más o menos regularmente, en base a crecimiento puramente ficticio. El proceso de aceleración de la inversión, boom de los precios de las acciones y bonos, inflación de ganancias especulativas a la par que aumenta la composición del capital, sucede en el plazo de algunos pocos años, como se advierte en la crisis de 1847, y en otros casos (véase más abajo). Llega un momento en que la situación gira a velocidad vertiginosa. Factores menores, como puede ser una suba de la tasa de interés porque las autoridades están preocupadas por desinflar la burbuja; o algunos balances de empresas referentes que llegan a la bolsa con ganancias en baja; o la burbuja que se pincha a partir de que algunos inversores comienzan a retirarse para realizar ganancias; o algún otro factor, determina el estallido de la crisis y la caída. 

En el mercado mundial se agravan las desproporciones

Los factores que llevan a generar desproporciones entre las ramas cobran una nueva dimensión cuando se introduce en el análisis el mercado mundial. Ahora aumenta la posibilidad de que se produzcan desarrollos desequilibrados entre ramas, y durante períodos prolongados de tiempo. Por un lado, porque muchos países han tenido desarrollos basados en la exportación de algunas ramas de sus economías. Dada su importancia, los gobiernos pueden alentar, mediante el crédito, el manejo del tipo de cambio o subsidios fiscales, la ampliación de estas industrias muy por encima de cualquier necesidad de satisfacer la demanda en los mercados internacionales. Por eso cuando sobreviene la crisis la sobreinversión puede haber alcanzado grandes alturas. Además la crisis, afecta ya no a una rama, sino al conjunto de la economía del país. Lo que desata olas de repercusión sobre otras economías, como sucedió con la crisis asiática de 1997-1998.

Por otra parte las desproporciones pueden ser acentuadas por las variaciones de los tipos de cambio. Por ejemplo, un país que mantiene su moneda depreciada durante un período más o menos largo de tiempo impulsa su industria exportadora. Alentadas por las perspectivas de ganancias, las empresas de ese país aumentan sus inversiones con vistas a exportar. Lo cual aumenta la presión competitiva sobre los capitales de otros países, que pueden responder con devaluaciones, etc. Pero si todos se embarcan en una carrera de devaluaciones, nadie termina devaluando. Llega un momento en que alguna, o algunas monedas, se aprecian en términos reales. La situación ahora se revierte; en algún o algunos países, caen las ganancias y la inversión; el proceso es acompañado por crack y recesión o depresión. Las variaciones de los tipos de cambio por lo tanto pueden jugar un rol no despreciable en la mecánica concreta de las crisis. Los tipos de cambio enlazan espacios nacionales de valor entre sí, y con el mercado mundial, e inciden en la forma y medida en que se validan los tiempos de trabajo nacionales. La variación rápida del valor de una moneda puede por lo tanto generar rápidos cambios en la masa y tasa de ganancia de los capitales. 
  
Mundo neoclásico, inversión y ganancia

Nuestro enfoque se diferencia sustancialmente de las explicaciones neoclásicas. En la visión neoclásica la inversión depende de la evolución del output y del precio relativo de los “bienes de capital”; de la tasa de depreciación y de la tasa de interés real. Si bien el output y el precio relativo de los bienes de capital determinan la rentabilidad, no se encuentra en esta teoría nada que explique por qué y cómo se determina en última instancia la rentabilidad, ya que la evolución del ingreso no está anclada en ninguna teoría de generación del valor desde la producción.

En los modelos que admiten desviarse ligeramente de la ortodoxia más cerrada se le da mayor relevancia a la tasa de ganancia y a los flujos de caja de las empresas. Ahora se admiten imperfecciones en los mercados de capitales y competencia imperfecta, que pueden modificar el acceso de las empresas al crédito. De ahí que la tasa de ganancia, y el líquido de que disponen las empresas, puedan incidir en la inversión. Pero tampoco aquí aparece clara la razón de por qué debería debilitarse la tasa de ganancia; ni de la naturaleza siquiera de la ganancia. Pero además los modelos de equilibrio, aunque se les llame de “equilibrio dinámico”, son en el fondo estáticos y no permiten captar los fenómenos reales de la sobreacumulación.  

Un ejemplo de esta dificultad se advierte en De Serres y Pelgrin (2002), quienes buscan explicar la alta tasa de inversión en los países adelantados en la segunda mitad de los noventa, y determinar también si esa alta tasa significa que hubo sobreinversión. Hacen intervenir para esto las variables neoclásicas; la evolución del ingreso, la tasa de interés real, el precio relativo de los bienes de capital y la tasa de depreciación. También incorporan el desarrollo de los mercados financieros; en muchos modelos actuales del mainstream la ampliación de los mercados financieros incide positivamente en la inversión, ya que facilita el comercio de activos, la cobertura, diversificación y agrupamiento de riesgo, la asignación eficiente de recursos, el monitoreo de la asignación de recursos por los directores de empresas y la movilización de ahorros.

Tomando en cuenta estas variables, De Serres y Pelgrin plantean que sólo entre un tercio y la mitad del aumento de la inversión entre 1995 y 1999 de las empresas de EUA, Gran Bretaña, Canadá, Dinamarca y Austria puede atribuirse a cambios en el output, el costo del capital y la capitalización del mercado bursátil. Y, aunque en menor medida, pero también significativa, no se pueden explicar totalmente los aumentos de la inversión en Australia, Grecia, Países Bajos y Suecia. De manera que para explicar por qué hubo alta inversión, De Serres y Pelgrin plantean la hipótesis de que la inversión en EUA y otros países durante la segunda mitad de la década de 1990 pudo haber estado respondiendo a un ajuste a una tasa de crecimiento tendencial del output más alta; así como a una tasa de depreciación más alta (se habría elevado desde el 4% anual en los ochenta, a el 6%, o más, en los noventa), debido a que las computadoras y el software se deprecian más rápido. En este caso, concluyen, no habría habido sobreinversión en EUA; y la tasa de inversión en otros países del G7, si bien alta, habría sido sustentable. Pero esta hipótesis sólo es concebible en un mundo “tranquilo”, con relaciones lineales y simples, donde la economía tiende a tasas de crecimiento constantes y los cambios, cuando los hay, son ajustes que operan en el largo plazo, de manera que no hay saltos ni cambios rápidos. En ese mundo de armonías los capitalistas tienen en mente alguna proporción “ideal” del ratio capital/output, que junto a otras variables que se mantienen constantes, darán lugar a un movimiento más o menos suave de la inversión, donde a lo sumo se producen algunas fluctuaciones menores.

En el enfoque que estamos defendiendo las decisiones de inversión no responden sólo ni principalmente a las variaciones del output, o a la tasa de depreciación, ni menos a una relación estable e ideal entre capital y output, sino a las necesidades de la competencia y a las perspectivas de rentabilidad en el marco de las guerras entre los capitales, de la incertidumbre y de las expresiones fetichizadas del valor en proceso, reflejadas en los precios de los activos. .

Sobrecapacidad, mediación entre la tendencia de la ganancia y las crisis

La sobrecapacidad constituye entonces una mediación esencial entre la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el estallido de las crisis. Corel (1934) expresa esto de alguna manera, cuando afirma que “el exceso de capacidad es la expresión concreta de los factores que subyacen a la tendencia de la tasa de ganancia a caer”. Aunque termina por atribuir la razón de la crisis a la brecha entre salarios y beneficios, rescatamos su idea de la importancia de la sobreinversión como mecanismo concreto que permite ahondar en la dinámica que lleva a las crisis.

La acumulación lleva a un aumento tendencial del capital constante con respecto al trabajo vivo. Ésta es la razón última de por qué el cambio tecnológico, cuando se generaliza, no da lugar a un aumento de las ganancias. Pero ese cambio tecnológico no ocurre de forma pareja entre las ramas, ni a una tasa constante. La inversión en determinado momento se acelera de manera vertiginosa, dando lugar a rápidos aumentos no sólo de la composición orgánica del capital, sino también de la relación capital/output. Este proceso puede ocurrir en períodos en los que la masa de ganancia es alta, y la tasa de ganancia no cae significativamente debido a la acción de causas contrarrestantes: el aumento de la productividad más la contención de salarios puede estar aumentando la plusvalía relativa; puede haber un abaratamiento pronunciado del capital constante; las nuevas tecnologías pueden generar ahorros en gastos improductivos, etc. A lo que se suma el apalancamiento financiero.

A su vez, la sobreinversión puede “culminar” un período largo de descenso de la tasa de ganancia, como habría ocurrido en Japón hacia fines de la década de 1980. O revertir hacia la baja un período largo de recuperación de la tasa de ganancia, como parece haber sido el caso de la economía de EUA en los 2000. En ambos casos es la expresión del mismo fenómeno, la contradicción entre la tendencia del capitalismo a desarrollar las fuerzas productivas por encima de todo límite, y las dificultades para la valorización.

Señalemos también que el aumento de la sobrecapacidad lleva al aumento de los gastos fijos, así como a todo tipo de gastos improductivos –un aspecto que destaca Corel–; lo que constituye una punción negativa sobre la tasa y la masa de ganancia.

La reversión hacia la depresión, por otra parte, es una manifestación de la necesidad del sistema de eliminar el capital “excedente”, los capitales menos productivos, así como las sobrecapacidades. Se produce entonces la destrucción física de capital y la desvalorización de los activos financieros que habían sido inflados durante el boom. También opera la depreciación “moral” por obsolescencia tecnológica, que puede acelerarse si a lo largo de la depresión se incorporan nuevas tecnologías a la producción. Esto contribuye a recuperar las expectativas favorables de ganancias por parte de los capitales.

La tesis de Brenner, una crítica

La explicación de las crisis que estamos brindando tiene puntos de contacto con la tesis de Brenner (1998). En este escrito Brenner presenta las razones de lo que llama el largo descenso de la economía capitalista, desde mediados de los años 1960 y hasta, por lo menos, mediados de la década de 1990. La coincidencia con nuestra perspectiva consiste en que Brenner ha subrayado el carácter no planeado y competitivo del desarrollo, que deriva de los muchos capitales en guerra “horizontal”, y lleva a la sobrecapacidad, la baja de rentabilidad y la caída de la inversión y del producto. Además, Brenner, ha subrayado la necesidad de abordar la acumulación desde una perspectiva mundial. Sin embargo las diferencias entre nuestro planteo y el de Brenner son sustanciales, y anclan en un enfoque teórico muy diferente.

Para ver la cuestión, presentamos de manera sintética la tesis de Brenner. Como punto de partida Brenner rechaza la explicación de la crisis por aumento de los salarios, esto es, la tesis del profit squeeze. Señala que esta tesis no puede explicar el porqué de crisis como la de 1981-1982, o las recesiones de principios de la década de 1990 y 2000 en EUA, dado que los salarios estaban contenidos. Y también rechaza la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En su opinión, es lógicamente absurdo sostener que el aumento de la productividad debido al cambio tecnológico termine en una caída de la tasa de ganancia. Plantea que los capitalistas jamás adoptarán una nueva tecnología si implica la caída de la tasa de rentabilidad; y que una vez que se generaliza la nueva tecnología la tasa de ganancia debería aumentar, debido en última instancia al aumento de la productividad, y a que el salario real permanece constante (o sea, los aumentos de productividad sólo favorecen a los beneficios, según Brenner).

A partir de este marco teórico Brenner explica la caída de la rentabilidad del capital mundial desde 1965 por la sobrecapacidad que surge de la competencia, y por las dificultades de largo plazo del necesario ajuste. La secuencia es: en el capitalismo existe una tendencia a incrementar la productividad mediante la instalación de métodos de producción cada vez más baratos y efectivos, sin importar las inversiones existentes ni las condiciones de realización. Esto lleva a que las empresas que tienen tecnología atrasada enfrenten una mayor competencia; aparecen entonces la sobrecapacidad y la presión bajista de precios, y baja la rentabilidad. Hasta aquí todo se asemeja a la secuencia que hemos descrito antes, y que está en Marx. Sin embargo recordemos que Brenner ha dicho que si se generaliza la nueva tecnología el resultado será un aumento de la tasa de ganancia, no una caída. Por lo tanto para explicar el porqué de la caída de la rentabilidad hace intervenir supuestas dificultades, casi insalvables, que impedirían el ajuste global hacia la nueva productividad, en tanto se mantiene la sobrecapacidad crónica. Esto porque, sostiene Brenner, las empresas que tienen la vieja tecnología no salen de la rama. Debido a que sus costos están hundidos, se mantienen en la competencia, aceptando trabajar con márgenes de rentabilidad más reducidos. Las empresas innovadoras, por otra parte, son capaces de reemplazar a algunas de las empresas de vieja tecnología, y las que permanecen en la rama con vieja tecnología y mucho capital fijo disuaden a las innovadoras de expandir la producción.

Como resultado se consolida una suerte de impasse estancacionista, de bajos beneficios y baja inversión. Las empresas con vieja tecnología permanecen sin modernizarse, y produciendo con baja rentabilidad. La demanda se reduce debido a la baja inversión; las nuevas tecnologías no terminan de expandirse; la sobrecapacidad y la sobreinversión se prolongan a través de décadas en las distintas ramas. Factores como el crédito o subsidios gubernamentales que mantienen a flote empresas que deberían desaparecer, incrementan la inercia de la economía. Además la caída de la rentabilidad, que es un resultado de la sobreproducción y la sobrecapacidad, tiende a hacer todavía más lento el ajuste, desembocando en mayor presión bajista sobre la tasa de ganancia y más estancamiento. Al continuar la crisis de rentabilidad, la inversión sigue detenida, y con ella los avances de la productividad. De manera que la crisis de largo plazo de productividad, sostiene Brenner, es una consecuencia más que una causa de los problemas seculares de la rentabilidad. Esta situación continuaba, siempre según Brenner, a fines de la década de 1990.

Algunos han criticado esta explicación de Brenner diciendo que se trata de un argumento smithiano, que pone el énfasis en la competencia como factor que disminuye la tasa de ganancia. Pero hemos visto que si una o algunas ramas crecen a tasas muy superiores al resto de la economía, la sobreproducción en esas ramas es posible; y esto puede generar problemas de realización en el resto de la economía. Desde este punto de vista, la crítica a Brenner no tendría demasiado sustento.

El problema con la tesis de Brenner es, en nuestra opinión, más profundo, y parte de su rechazo de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Es que al explicar Brenner por qué no se verifica la ley confunde, de manera increíble para alguien conocedor de la teoría marxiana, el aumento de la productividad con el eventual aumento del valor y del plusvalor. Por este motivo no puede entender cómo el aumento de la productividad puede derivar en una caída de la tasa de ganancia una vez que se generaliza la nueva tecnología. Pero la distinción entre productividad y creación de valor está en el corazón de la teoría marxista y es la clave de la diferencia con las teorías burguesas habituales que invariablemente asocian los aumentos de la productividad con el aumento de la rentabilidad. Desde el punto de vista de la teoría de Marx, cuando la nueva tecnología se generaliza en una rama se producen más bienes, pero no más valor por hora de trabajo. Por lo tanto aumenta la razón entre el excedente físico y los insumos empleados aumenta; pero no aumenta la plusvalía por trabajador. Éste es el aspecto esencial, en nuestra opinión, de la ley descubierta por Marx.

Pero al pasar por alto este mecanismo, y deseoso de demostrar que la economía capitalista está estancada desde 1965, Brenner exagera indebidamente los mecanismos de supervivencia de las empresas con vieja tecnología. La realidad sin embargo es que en las últimas décadas en el capitalismo ha habido profundas reestructuraciones del capital, cierres de empresas por cientos de miles, desvalorizaciones masivas de capital. Paralelamente se han desarrollado nuevas ramas, y se han incorporado tecnologías que han redundado en importantes aumentos de productividad, como ocurrió en Estados Unidos desde inicios de los años noventa. El propio Brenner debe reconocer que como resultado de la continua reducción de capacidades, out-sourcing, reorganización de los procesos laborales y aceleración de los ritmos, la industria manufacturera de EUA mejoró en la primera mitad de los noventa la productividad, y la tasa de ganancia subió. Sin embargo no da prácticamente ninguna importancia al cambio tecnológico que, por todos los datos disponibles, fue muy importante. Obnubilado por su propia tesis, no otorga atención a la revolución de las tecnologías informáticas y de la comunicación, que tuvieron efectos muy extendidos sobre la productividad general de la economía. Pero así es imposible entender cómo se produjo el aumento de productividad de la economía de Estados Unidos (y de otras economías) en los últimos 15 años. Ni cómo se generó la sobrecapacidad de fines de la década de 1990 en la economía estadounidense. Una sobrecapacidad que no se arrastraba desde fines de los años sesenta, como pretende Brenner, sino resultó del proceso de sobreacumulación que ocurrió en los mismos noventa.

Por otra parte tampoco es posible comprender, con el esquema de Brenner, cómo es que el sistema capitalista mundial creció a las tasas que lo hizo en los últimos 20 o 25 años. Según Brenner, dado que las sobrecapacidades se hicieron crónicas, y la inversión y la demanda no mejoran a niveles globales, la economía mundial termina convirtiéndose en una “manta corta”. Si en la década de 1980 entraban con fuerza competitiva al mercado mundial los países del Asia del Pacífico, la economía se estaba desacelerando en cualquier otra parte, y no podía ser de otra manera. ¿Cómo es posible explicar en este marco que, por ejemplo, desde 1989 a 2008, o sea, durante 20 años, la economía mundial haya crecido a una tasa del 3,8% anual? Ha sido este crecimiento el que provocó las crisis de sobreproducción y sobreacumulación. Y en la base de estos procesos estuvo el aumento de la productividad y el desarrollo de las fuerzas productivas.

Lo central aquí es entender que el aumento de la productividad no genera de por sí aumento de la rentabilidad, como pretende Brenner (y los neoclásicos, neo-ricardianos, etc.). Para esto es necesario no perder de vista el carácter bifacético del trabajo –en cuanto trabajo abstracto generador de valor, en cuanto trabajo concreto productor de valor de uso– que está en el origen de las contradicciones esenciales del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Subrayamos que éste es posiblemente el aspecto medular permanente del capitalismo que expone la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.    
 
La sobreinversión y la tesis de los ciclos Kondratiev

Una cuestión que hasta el momento no hemos precisado es la relación entre la explicación de las crisis que estamos proponiendo y la tesis de los ciclos Kondratiev. Como hemos señalado antes, la idea de que la economía capitalista se desarrolla a través de grandes ciclos de unos 50 años de duración está en el centro de la teoría de las crisis de Mandel y Shaikh. Nuestra visión, por el contrario, –véase Astarita (2006) – es que la tesis de los grandes ciclos no tiene sustento empírico ni teórico. Desde el punto de vista empírico los datos no verifican la tesis, especialmente para la economía más desarrollada, la de EUA. En cuanto al plano teórico, nadie ha demostrado por qué esos eventuales ciclos debieran reproducirse cada aproximadamente 50 años. Por eso, y en oposición a la tesis de los ciclos Kondratiev, sostenemos que en el capitalismo existen períodos más o menos largos de crecimiento sostenido –durante los cuales las recesiones son relativamente suaves– y períodos más o menos largos en que el crecimiento promedio de las economías es débil, y las recesiones o depresiones son más profundas. Pero la existencia de estos períodos se plasma en los ciclos de diferentes características y duraciones. Hay ciclos en los cuales el crecimiento es muy fuerte en las fases de recuperación y prosperidad, y las recesiones son suaves y cortas. Y hay ciclos con fases de recuperación y prosperidad relativamente débiles, y recesiones o depresiones profundas y/o prolongadas. Por fuera de estos ciclos no encontramos evidencia de ningún otro ciclo. No hay ninguna periodicidad fija de ciclos de 50 años, o cosa semejante.

Esta cuestión tiene relevancia inmediata para la discusión sobre los mecanismos que llevan a la crisis. Es que la idea de que en el estallido de las crisis, y en las depresiones que les siguen, pueden jugar un rol importante las sobrecapacidades y las desproporciones, encaja muy mal con la tesis de los ciclos Kondratiev. La razón es sencilla. Según la tesis de los ciclos Kondratiev, una vez iniciada una larga fase recesiva la inversión se debilita en el largo plazo. Por ejemplo, según esta tesis, la inversión habría estado debilitada desde 1914 hasta 1940 en EUA. Pero si esto es así, la crisis de los treinta en EUA no se puede explicar por un proceso de intensa acumulación previa en los veinte, sino como el resultado de una caída de muy largo plazo, desde fines del siglo XIX, de la tasa de ganancia. Es por eso que en Mandel no encontramos mediación entre esa caída de largo plazo, y la crisis que comienza en 1929.

El problema se hace más complejo todavía cuando examinamos con alguna atención la evolución de la tasa de ganancia desde los primeros años del siglo XX. Del gráfico que presenta Shaikh se desprende que el nivel de la tasa de ganancia en 1929 era aproximadamente igual al de 1905. La tasa de ganancia en 1905 era menor que a fines del siglo XIX (cuando tuvo niveles excepcionalmente altos). Pero ¿es posible explicar la crisis que estalla en 1929 por el hecho de que la tasa de ganancia promedio desde 1905 a 1929 era más baja que a fines del siglo XIX? No parece haber respuesta coherente para esta pregunta. Es cierto que la tasa de ganancia en 1929 se debilita, y esto en parte puede explicar la caída, como veremos en seguida. Pero no hay un movimiento tendencial bajista, de largo plazo claro, como sostienen Mandel y Shaikh. 

Por otra parte, si la inversión en 1929 ya llevaba más de una década de debilidad, ¿por qué no se había aliviado para entonces la tendencia al aumento de la composición del capital? Habría que hacer intervenir en todo caso una sobreinversión perdurable, realizada antes de 1914, que no se desvalorizaba a lo largo de años, y que recién desembocaría en crisis después de un cuarto de siglo. No parece posible sostener semejante tesis.[6][6]

Tampoco Shaikh da importancia sistemática a la intensa acumulación que ocurre en los veinte. Además, si la masa de ganancia se estanca, no es claro que sea por la caída tendencial de la tasa de ganancia. Por otra parte, ni siquiera es claro que la masa de ganancia se hubiera estancado a fines de los veinte.

Estos problemas con la explicación basada en la “caída de largo plazo de la tasa de ganancia” tal vez sean la clave de por qué hay tan escasos trabajos de marxistas sobre la Gran Depresión. Y por qué las explicaciones más precisas hayan girado en torno a la tesis subconsumista, como ocurre en Aglietta (1979) y Devine (1994).[7][7]   

Problemas similares aparecen cuando se aborda la crisis iniciada en 2007. Según los marxistas que sostienen que desde 1974 la economía capitalista entró en una larga fase recesiva, tienden a minusvalorar la acumulación del capital que tuvo lugar durante los últimos años en EUA (y a nivel mundial). La economía durante más de 35 habría sido “parasitaria”. Pero si esto es así, si la inversión se mantuvo débil durante un lapso tan largo, la tasa de ganancia no puede haber caído en los 2000 por una elevación tendencial de la composición orgánica del capital. De manera que la caída de la tasa de ganancia, y la crisis, habría que explicarla por una sobreacumulación ocurrida, por lo menos, antes de 1974. De ahí la tendencia a deslizarse, en algunos autores que en principio adhieren a la idea de que la tasa de ganancia juega un rol importante en la acumulación, hacia las explicaciones exógenas de la crisis.

Estas dificultades desaparecen sin embargo si se admite que la tesis de los ciclos Kondratiev no tiene sustento, y que tanto en la década de 1920, como en la de 1990, hubo intensas acumulaciones de capital, y cambios tecnológicos, que terminaron generando las condiciones para la crisis de sobreacumulación. 

Observación sobre la “larga crisis” de 1873- (?)

Señalemos otra dificultad con que tropieza el esquema “caída tendencial de la tasa de ganancia, fase larga depresiva” de Mandel y Shaikh. Se refiere al lapso que va de 1873 a 1896, la supuesta fase depresiva del segundo Kondratiev. Los contemporáneos llamaron a ese período la “Gran Depresión”. Mandel y otros teóricos del ciclo Kondratiev dan por probado que se produjo una retracción global de la producción. Sin embargo son muchos los estudios que ponen en duda esa idea. Es cierto que el término “depresión” tal vez puede aplicarse a Gran Bretaña. Durante los años que van de 1873 a 1896 la economía británica padeció sobreproducción, caída persistente de precios y beneficios en baja; así como profundas recesiones que tocaron fondo en 1879, 1886 y 1890. Hubo picos alcistas en 1882 y 1890, pero “… los boom eran de corta duración, las recesiones más prolongadas y los negocios nunca escaparon realmente a la atmósfera de incertidumbre y depresión” (Musson, 1959, p. 200). Aunque a lo largo del período la producción y el comercio continuaron expandiéndose; subió la producción de carbón, hierro, el tonelaje de barcos construidos, el consumo de algodón y lana, el tráfico de mercancías y pasajeros, los depósitos bancarios. Crecieron también el ingreso, los salarios reales y el consumo individual (Beales, 1934-1935; Musson, 1959). Y si bien la desocupación parece haber aumentado de un promedio del 4,6% entre 1851 y 1873, al 5,4% entre 1874 y 1895, y bajado luego al 4% hasta 1914 (Musson, 1959), las diferencias no son demasiado significativas. Con todos estos matices, puede admitirse que se trató de un período depresivo para Gran Bretaña.

Pero donde la idea de una larga fase B del Kondratiev encuentra problemas casi insalvables es cuando se aplica a EUA. Si bien la contracción física del producto se extendió desde 1873 a 1879, globalmente las expansiones cíclicas en los 22 años que van desde el estallido de la crisis de 1873 a 1895 fueron vigorosas (Fels, 1949), y la tendencia básica no fue de estancamiento o retroceso. Según Gordon et al. (1986), la tasa media de crecimiento anual del producto real en EUA entre 1878 y 1894 fue del 3,7%, prácticamente la misma que durante el período 1894-1914 –supuestamente, la fase expansiva del siguiente Kondratiev–, que fue del 3,8%. La periodización de Gordon et al, que defienden la tesis del ciclo Kondratiev, difiere de otras presentaciones que incluyen el período 1873-1878 dentro de la fase B. Sin embargo lo significativo es que si se excluyen esos seis años, no se advierte en absoluto la depresión de 25 años de la que hablan Mandel y otros. Propiamente habría que hablar de depresión en EUA para el período 1873-1878. Y aun cuando se toma el período completo 1874-1893, la producción industrial de EUA creció a una tasa anual del 4,9%, apenas un punto por debajo de lo que lo hizo entre 1894 y 1913, según los datos proporcionados por Mandel (1979). Un crecimiento del casi el 5% anual de la producción industrial durante dos décadas tampoco se compatibiliza con la idea de una larga fase recesiva. 

No tenemos la respuesta a todos los problemas que plantean las cuatro décadas que van desde 1873 a 1914, en particular en lo que respecta a la tasa de ganancia, la inversión y el crecimiento. Pero todo indica de nuevo que los marxistas deberían problematizar la confortable explicación de los ciclos largos que se ha manejado hasta ahora. No parece haber nada lineal ni mecánico en estos procesos. 

Un enfoque integral y dialéctico de la crisis

Nuestra crítica del enfoque Kondratiev en relación a las grandes catástrofes económicas del sistema capitalista tiene otra arista, además de la estrictamente económica, que se refiere a la relación entre las instancias políticas, más precisamente la lucha de clases, los grandes conflictos, y las crisis. La cuestión podemos explicarla a partir de las diversas interpretaciones que se han dado sobre las causas de la Gran Depresión. En la literatura burguesa (pero también en la marxista) la Gran Depresión de los 30 siempre ha planteado numerosos acertijos y problemas. Es que ninguna de las consideraciones habituales que se adelantan en el mainstream para explicar una crisis da cuenta de la gravedad de la caída. De ahí que haya habido una persistente inclinación a ubicar las razones de la crisis en causas exógenas, como las referidas a errores en la política monetaria, en Friedman y Schwartz (1963); al shock negativo del crack bursátil sobre el consumo, como plantea Romer (1990); a los problemas que trajo la falta de prestamista de última instancia y ausencia de hegemonía en las relaciones internacionales, como sucede en Kindleberger (1985); a la adhesión al patrón oro, y el shock provocado por la Primera Guerra mundial, en Temin (1993, 1994), Eichengreen (1987), Eichengreen y Sachs (1985) y Eichengreen y Temin (1997); o a la caída de los precios internacionales de los alimentos y materias primas, como en Madsen (2001).

Frente a esto las explicaciones marxistas que tienen un enfoque endógeno han puesto en primer plano, como vimos, la caída de la tasa de ganancia. Pero… ¿qué sucede con las grandes guerras, los desequilibrios internacionales agravados por los conflictos interimperialistas, las convulsiones políticas de la época? Pues sencillamente aparecen como derivados reflejos de la caída tendencial de la tasa de ganancia.  De manera que el razonamiento termina siendo circular, ya que el estallido de la Primera Guerra –que daba inicio, según Mandel, a la fase depresiva del tercer Kondratiev– se debía a la caída tendencial de la tasa de ganancia, pero a su vez la guerra era la causa de la caída de la tasa de ganancia:

El estallido de la guerra, la dislocación del mercado mundial, la regresión en la producción material determinan las crecientes dificultades de la valorización del capital, reforzadas por el triunfo de la revolución rusa y la contracción del mercado mundial que ésta provocó (Mandel, 1979, p. 129).

En este cuadro la especificidad del porqué de la Gran Depresión se pierde, y los grandes conflictos no sólo se convierten en el factor que impide la valorización del capital, sino también aparecen casi mecánicamente determinados por la caída tendencial de la tasa de ganancia. Se incurre así en una visión determinista mecánica de las instancias políticas y de la lucha de clases, que pretende explicar mucho, pero no explica casi nada.

Por el contrario, en la perspectiva que estamos proponiendo los conflictos políticos no pueden deducirse mecánicamente de la supuesta caída tendencial de la tasa de ganancia. Es que si bien los intereses económicos subyacen a los conflictos y guerras interimperialistas de la primera mitad del siglo, o entre las clases sociales, como históricamente plantearon los marxistas (Lenin, Bujarin, Rosa Luxemburgo), es altamente problemático pretender encontrar una llave maestra interpretativa, como hacen los teóricos del ciclo Kondratiev, para casi dos siglos de historia del capitalismo en la evolución cíclicamente repetida de la tasa de ganancia y de la inversión. Después de todo habría que preguntarse entonces por qué la caída tendencial de la tasa de ganancia en la década de 1970 no desembocó en una guerra interimperialista, ni en revoluciones o algo parecido. El análisis concreto, que es necesario para entender las crisis debe adentrarse en las particularidades de los conflictos y en su articulación, también específica, con los movimientos económicos. Es necesario evitar las teorías generales suprahistóricas. 

Un abordaje no lineal

Desde el punto de vista del análisis económico nuestra discrepancia con las explicaciones usuales que se han venido brindando en el marxismo sobre las crisis se relaciona –como afirma Alejandro Ramos en una comunicación personal– con que esas explicaciones abordan el problema desde una perspectiva de ajustes que se suceden más o menos instantáneamente y, en última instancia, no tienen en cuenta el ciclo. Es que en los análisis económicos es fundamental tener presente que no existen equilibrios inmediatos, ya que los procesos se pueden retroalimentar durante tiempos prolongados.

A fin de clarificar esta cuestión, volvamos por un momento a la explicación de  las crisis de Shaikh (2000). Shaikh distingue, en principio, una tasa de ganancia que él llama “básica”, que correspondería a la tasa de ganancia que existe con una utilización de la capacidad de producción normal; y la tasa de ganancia efectiva, que es la que realmente perciben los capitalistas, y fluctúa fuertemente con los cambios en la utilización de capacidad. Shaikh utiliza esta distinción para demostrar que la tasa básica desciende secularmente; que este descenso de largo plazo termina por provocar el estancamiento de la masa de ganancia; y que el estancamiento de la masa de ganancia marca la transición hacia la fase depresiva de la onda larga y el comienzo de la crisis. De manera que es la tasa básica la que da lugar a la curva en la acumulación básica, de largo plazo, según Shaikh. Es la que determina la tendencia de fondo, por encima de la cual ocurren las “fluctuaciones turbulentas y erráticas originadas por los ciclos cortos y lentos” (Shaikh, 2000, p. 42). En consecuencia Shaikh establece una división entre un movimiento básico, que daría origen a “las amplias fluctuaciones asociadas a hechos catastróficos como depresiones y guerras mundiales”, y las oscilaciones en la capacidad –que afectarían a la tasa efectiva de ganancia– vinculadas a los ciclos de corto plazo de existencias (de 3 a 5 años) y de mediano plazo de capital fijo (7 a 10 años).

En nuestra opinión Shaikh realiza una disociación equivocada entre lo que sería un movimiento abstracto, no visible, constituido por la tasa de ganancia “básica”, y la tasa de ganancia efectiva. Es equivocada porque la tasa de ganancia es una variable concreta, en la que intervienen múltiples determinaciones, y sólo como tal, esto es, como variable concreta, afecta a la inversión del capital. Es por este motivo que Marx sostiene que las fuerzas contrarrestantes de la caída de la tasa de ganancia son internas a la propia ley. No se trata de factores de “superficie”, que afectarían al movimiento de acumulación haciéndolo simplemente oscilar por encima de una línea básica. Lo cual explica que el fenómeno sea mucho menos lineal de lo representado por la evolución de la tasa “básica” de Shaikh, que desciende a una tasa más o menos constante.

Por supuesto, es correcto afirmar que la caída de la tasa de ganancia termina por imponerse en el curso de la acumulación. Sin embargo el movimiento de la tasa de ganancia reconoce amplias fluctuaciones, marcadas por múltiples circunstancias. El análisis de cómo se llega a las crisis nos revela que los movimientos son altamente complejos y oscilantes, como sucede en los años que preceden a la crisis del 30.

Más significativo aún es que pueden producirse rápidas aceleraciones del aumento de la composición del capital, que debilitan las ganancias en procesos también rápidos, que además la mayoría de las veces están potenciados por las burbujas especulativas, las manías inversoras y las presiones competitivas. Esto explica que puedan darse períodos más o menos largos en los que la tasa de ganancia experimente recuperaciones. Así, desde 1983 a 2007 hubo un proceso intenso de acumulación del capital, y sin embargo la tasa de ganancia efectiva tuvo un aumento tendencial importante. Este aumento no puede ser explicado sólo por el aumento de la utilización de capacidad, como parece desprenderse de la tesis de Shaikh. Y la aceleración en el aumento de la composición del capital, en los noventa, junto al crecimiento de la desproporción entre ramas, juega un rol innegable para explicar el estallido de la crisis. Aquí también se aprecia que el descenso de la tasa de ganancia que subyace a la crisis no es lineal; hay una caída de 1996 a 2001, pero que no encaja en un movimiento tendencial de baja; una recuperación a partir de 2002 y un debilitamiento en 2006 que afecta en especial al capital no financiero.

Es importante destacar que los movimientos cíclicos no ocurren en la superficie, o por encima de supuestos movimientos cíclicos de largo plazo, sino que los ciclos, tal como los han registrado Marx, Mitchells, Sherman, etc., constituyen la trama misma del movimiento de la acumulación del capital. Las grandes catástrofes del sistema capitalista no están por fuera de estos ciclos. Son sus aspectos concretos los que explican esas catástrofes, y para penetrar en esas especificidades hay que comprender que los procesos son no lineales. En la teoría de Shaikh, y en la mayoría de las presentaciones convencionales, en cambio, la tasa de acumulación del capital es proporcional a la tasa de ganancia; la de crecimiento de la masa de ganancia es igual a la suma de las tasas de crecimiento de la tasa básica de ganancia y del stock del capital invertido; la productividad crece más de prisa que los salarios reales; la composición del capital más de prisa que la tasa de plusvalía; la tasa de ganancia básica desciende permanentemente; y finalmente lleva al estancamiento de la masa de ganancia, iniciándose la depresión. En este esquema las turbulencias, los procesos en espiral, los movimientos contradictorios del tipo “aumenta la inversión y caen las ganancias”, parecen quedar relegados a la mera apariencia de la acumulación; y, eventualmente, a la esfera de lo financiero. La sobrecapacidad es tenida en cuenta sólo como un factor que afecta a esa superficie; pero no tiene incidencia en el movimiento de fondo. Las múltiples determinaciones que afectan al comportamiento concreto pasan a ser inesenciales para explicarnos los movimientos, abstractos, que se pretenden “esenciales”. Pero no hay “esencia” sin forma, sin manifestación; y ésta no es accesoria, porque también constituye, en buena medida, a la propia esencia. Las contratendencias, las no linealidades, entran “orgánicamente” al análisis por el simple hecho de que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia sólo actúa a través de los muchos capitales en competencia y, por supuesto, de la lucha de clases.

Por supuesto, hay procesos continuos, con cambios suaves y graduales. Pero también discontinuidades repentinas y dramáticas, y éstas no son meras turbulencias de superficie. La competencia entre los capitales constituye un movimiento complejo, donde estados iniciales aparentemente iguales pueden conducir a resultados totalmente diferentes. Lo cual quiere decir que no se puede conocer de forma determinística la mecánica exacta bajo la que operará la competencia. Sabemos que a largo plazo la inversión afectará la tasa de ganancia, pero no podemos saber de antemano en qué profundidad, ni cómo ocurrirán las cosas. Dicho de otra manera, no se puede predecir cómo evolucionará el sistema capitalista a la manera en que el físico puede predecir la trayectoria de una bala de cañón. Sólo tenemos cursos probables. Por caso, los capitalistas en una situación determinada (en tal o cual rama, economía, etc.) pueden reaccionar ante una baja de los beneficios o bien restringiendo la inversión, o bien huyendo hacia delante. Que tomen uno u otro camino puede depender de muchas variables, incluso muchas de ellas (por ejemplo políticas) por fuera del sistema que estamos considerando.

Ya hemos visto cómo presionados por la competencia los capitalistas de una o más ramas importantes pueden ampliar la capacidad de producción de sus empresas por encima de las necesidades de la demanda. Ahora bien, en principio esta divergencia entre capacidad y necesidad del mercado puede no ser importante. Pero embarcados en ese proceso, los capitalistas no necesariamente se detendrán cuando adviertan que otros están subidos al mismo tren. Entonces se puede romper por todo un período la relación positiva entre las ganancias y la inversión. Y si la tasa de crecimiento de la divergencia entre ampliación de capacidades y necesidades del mercado es mayor a uno, la divergencia inicial, que era minúscula, crecerá exponencialmente. El proceso continuará hasta que superado cierto umbral se produzca un cambio cualitativo del escenario, el surgimiento de una nueva realidad en que el sistema colapse. Confesamos que no sabemos cómo se puede formalizar matemáticamente lo que expresamos con palabras. Esperamos que algún o algunos matemáticos se interesen algún día por esto y nos ayuden en esa formalización. Pero preferimos un “relato” que nos acerque de alguna manera a lo que sucede, que una formalización elegante que nos deje con un esquema abstracto.

Dicho esto, rescatamos la idea de Shaikh de presentar en sus rasgos esenciales algunos de los procesos que están ocurriendo en la acumulación del capital, aunque sea a través de unas pocas ecuaciones lineales. No se trata de dejar de lado las ecuaciones que nos muestran, por caso, cómo la tasa de ganancia depende positivamente de la tasa de plusvalía, y negativamente de la composición del capital. Pero sí es importante entender que con ellas no es suficiente para entender las grandes crisis, recesiones y depresiones del capitalismo que han ocurrido, y siguen ocurriendo. Tenemos que abordar una realidad infinitamente más compleja, en la que hay muy pocas (diría que casi ninguna) relaciones lineales. 

Sobrecapacidades y desproporciones en diversas crisis

En la historia del capitalismo se registra repetidas veces el fenómeno de alta expansión e inversión en una o algunas ramas fundamentales, seguidas de especulación y sobreinversión, empujadas por el crédito, hasta que finalmente se produce el crack y el colapso que empuja a la economía a la recesión y la depresión. La crisis de 1836-1839 estuvo precedida por el auge inglés en los ferrocarriles, que arrastró a la siderurgia y el carbón, y terminó en un crack. La crisis de 1847-1848 tuvo como antecedente inmediato la sobreinversión en los ferrocarriles y la industria algodonera inglesa.

También la crisis de 1873 fue precedida del boom inversor en EUA, especialmente desde fines de los años 1860 y hasta entrada la nueva década, en ferrocarriles y en la producción de acero con el método Bessemer. Esta inversión, que fue en parte financiada mediante la colocación de títulos en Europa, terminó construyendo sobrecapacidad, en especial en los ferrocarriles del Oeste. Asimismo en Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y Francia hubo euforia inversora en la construcción residencial y municipal. En especial en Alemania y el Imperio Austro-Húngaro hubo un boom de créditos hipotecarios, acompañado de una burbuja en el precio de la tierra y gran auge en las construcciones. Pero a principios de la década de 1870 el optimismo comenzó a desinflarse. La producción agrícola europea enfrentó una creciente competencia de los productos americanos, lo que deprimió precios y ganancias. A partir de allí se generó desconfianza en que se pudieran recuperar los préstamos hipotecarios. La crisis estalló en mayo e Viena y repercutió en el sistema bancario europeo, especialmente inglés. En seguida la suba de las tasas de interés en el mercado interbancario afectó a los bancos de Estados Unidos que habían financiado las inversiones ferroviarias. En septiembre la crisis llegó a Estados Unidos y quebraron empresas ferroviarias. De ahí volvió a golpear en Europa. Se iniciaba así el período que se conoció en el siglo XIX como la “gran depresión”. 

Por su parte la crisis de 1900-1903 estuvo precedida por la expansión de la industria eléctrica, donde las perspectivas de ganancias eran muy altas; a la que le siguió la sobreinversión, en especial en Alemania, la crisis bursátil y la depresión. Y en la fase previa a la crisis de 1907 la especulación se dio en el cobre, que era indispensable para la industria eléctrica. Rosier resume el proceso de las crisis del siglo XIX y hasta el estallido de la Primera Guerra:
Expansión: ligada a una industria motriz (ferrocarriles, luego industrias eléctricas); beneficios elevados y fuerte anticipo de beneficios, alza de los precios, especulación bursátil y sobreinversión.
Superproducción: debilitamiento de la demanda efectiva, incertidumbre de las inversiones, baja de los beneficios y/o pánico bursátil.
Depresión: contracción brutal de la actividad, caída de los precios; de ahí quiebras, desempleo y caída de los salarios; tensiones sociales (Rosier, 1978, p. 126).
Aunque en el desarrollo que hemos presentado la baja de precios y beneficios puede darse en parte ya en la expansión. 

Sobreinversión en la década de 1920 y crisis

También en el estudio de las razones que llevan a la Gran Depresión de la década de 1930 es necesario tomar distancia de la visión “estancacionista” y de la idea de un proceso lineal. Durante la década de 1920 en EUA hubo un fuerte desarrollo –el PNB en la década creció a una tasa del 3,5% anual, el PNB por habitante lo hizo al 2,7%– que va a desembocar en la depresión.

Como destaca Corey (1934), en el centro de la recuperación de la economía de EUA después de la crisis de 1920-1921, estuvo el dinamismo de la inversión. En particular fue clave la electrificación de la industria, que pasó del 56% en 1919 al 82% en 1919. La inversión de capital en la industria subió de US$ 5000 millones en 1922 a US$ 12.500 millones en 1929 (Corey, 1934).[8][8] Como porcentaje del PNB la inversión alcanzó un pico del 27,1% en 1925 y, si bien algo debilitada, en 1929 todavía representaba el 24,8% del PNB (Gordon, 2004).

La demanda de maquinaria también estuvo empujada por la construcción. La vigorización de la construcción se dio esencialmente en las estructuras comerciales e industriales. Asimismo aumentó fuertemente el gasto en ferrocarriles, que pasó de US$ 1059 millones en 1922 a US$ 3.996 millones en 1929.Y se incrementó la producción de bienes de consumo duradero. De especial relevancia fue la producción de automóviles, que se duplicó en 1923 con respecto a 1919 (aunque en términos de valor el ingreso de los fabricantes fue menor, debido a la caída de los precios).

La electrificación, en primer lugar, y la extensión del transporte automotor (autobuses, camiones, taxis), en segundo término, posibilitaron un fuerte aumento de la productividad. La productividad en la industria aumentó a una tasa anual del 5,4% durante la década, más que cuadriplicando el promedio de las tres décadas anteriores, que había sido del 1,3% anual (Gordon, 2004). También se desarrollaron nuevas industrias: cine, radio, rayón, química, aviación, refrigeración mecánica, lavarropas, teléfonos, y equipos eléctricos. Estas industrias generaron efectos repercusión en inversión en estructuras comerciales e industriales, construcción de cines, garajes y estaciones de servicio; así como incrementaron la demanda de maquinaria. La inversión en estructuras no residenciales alcanzó un pico del 7,1% del PNB en 1925, y todavía en 1929 constituía el 5,5% del PNB (Gordon, 2004).

El proceso de inversión dio por resultado un fuerte aumento de la composición de capital. Entre 1923 y 1929 el capital constante en la manufactura aumentó cuatro veces más que el capital variable; un 24,4% frente a un aumento del 5 a 7% del capital variable. El capital fijo subió cinco veces más que los salarios y 40% más que el output (Corey, 1934). Este aumento de la composición del capital explicaría el descenso de la tasa de ganancia hacia el final de la década. La tasa de beneficio bajó del 9,2% al 7,5% entre 1924 y 1929 (Corey, 1934). También Blanchard et al. (1993) registran el descenso de la tasa de ganancia. La caída de la tasa de ganancia no fue mayor porque actuaron tendencias contrarrestantes. Los salarios estuvieron contenidos, en tanto la productividad se elevaba;[9][9] esto significa que aumentó la plusvalía relativa.

En cuanto a la masa de beneficio, en 1929 se mantenía alta; la masa de beneficio del conjunto del capital era un 41% más alta que en 1923. Sin embargo los beneficios de las corporaciones no financieras eran sólo un 14% más altos que en 1923 y un 2% más bajos que el promedio 1923-1929. Los beneficios de las corporaciones financieras habían subido un 177% en 1929 con respecto a 1923 (todos datos de Corey, 1934). Es este estancamiento relativo de la masa de beneficios de las corporaciones no financieras lo que registra Shaikh, y que en su visión sería decisivo para explicar por qué la crisis. Obsérvese cómo aquí también se repite el fenómeno de la inflación de los beneficios financieros en las últimas fases del ciclo, acompañando el auge del precio de los activos y la especulación. 

De todas maneras los guarismos que brinda Corey sobre la evolución de la tasa de ganancia y la masa, así como el gráfico de Shaikh y el que presentan Blanchard et al. (1993), no parecen tener el dramatismo que explique el porqué de lo que sobrevino luego. Un cierto apaciguamiento de las inversiones porque la tasa de ganancia se ha debilitado, y la masa de ganancia se estanca, hubiera sido un escenario probable. Pero no el hundimiento de la inversión que se produjo. Los resultados de Blanchard et al. (1993) al respecto son significativos. Definen la tasa de ganancia como la suma de los beneficios post impuestos, más pago de intereses más depreciación sobre el capital valuado a costo de reemplazo. Su cálculo comienza en 1916, y aplican métodos econométricos para testear si la inversión responde más a la Q de Tobin, a la tasa de beneficios realizados, o a los beneficios esperados. El resultado que encuentran es que la tasa de beneficio es la que más influye en la inversión. Sin embargo la relación no es estrecha, y la caída explica sólo en parte el colapso de la inversión. En este respecto Greasley y Madsen (2006) destacan el rol de la incertidumbre en torno a los beneficios esperados como determinante del hundimiento de la inversión en 1930. Los autores toman como índice de esa incertidumbre la volatilidad del precio de las acciones a partir de 1929. Pero esto no responde la cuestión de fondo de por qué la incertidumbre. Si los beneficios realizados en 1929 se habían debilitado con respecto a los niveles más altos de la década, todavía queda por preguntarse por qué la expectativa de los beneficios futuros se tornó tan negativa.  

Es en este punto entonces que el énfasis de Corey en la sobreinversión, o sobrecapacidad, es esencial, en especial si se lo articula con el conjunto de las contradicciones –conflictos interimperialistas, presión bajista de los precios de los alimentos y materias primas desde la Primera Guerra, etc.– que constituyen el marco social y político de la crisis. Aunque aquí hacemos hincapié en los mecanismos económicos que llevan al colapso.

La idea de que hubo sobreinversión también la encontramos en Kuznets, Hansen y otros keynesianos. Tal vez no se trataba de una sobreinversión generalizada. Según Corey, el índice de utilización de capacidad en 1929 rondaba el 80% para el conjunto de la industria; aunque en los datos que presenta Shaikh la utilización se ubicaba en alrededor del 70%.

Sin embargo es una realidad que la sobrecapacidad fue muy fuerte en muchas industrias, precisamente las que habían estado a la vanguardia de la acumulación desde 1923. Corey señala que en el pico de la actividad en 1929 muchas industrias podrían producir entre un 25 y 75% más de lo que estaban produciendo. Entre 1928 y 1929 la sobrecapacidad era muy alta en las industrias nuevas, radio, automóviles, rayón, químicos. También en minería del carbón y en otras industrias más tradicionales. Por caso, el exceso de capacidad en la industria de harina de trigo era del 45%; en textiles iba del 15% en algodón al 40% en seda; en lingotes de hierro era del 45%. En la fábrica de cementos Pórtland llegaba al 28%; en fábricas de botas y zapatos al 50%; en confección de vestidos era del 40%. En construcción de barcos la producción se había hundido en 1929. En las usinas eléctricas la capacidad excedente era del 64,2%. También había demasiada capacidad en petróleo, ferrocarriles y manufactura eléctrica.

Estos excesos de capacidad generaron a su vez un aumento de gastos improductivos en equipos de ventas, propaganda e instalaciones comerciales. Las empresas debían destinar plusvalía a estas actividades para sostener la guerra competitiva. Por ejemplo, el exceso de capacidad en la refinación de petróleo llevó a una multiplicación de gasolineras. En 1929 había una gasolinera cada 83 automóviles registrados y aún así la Shell Union Oil lanzó su propia cadena.

La guerra competitiva se hizo cada vez más aguda. Ante la sobrecapacidad algunas empresas empezaron a incursionar en otras ramas, agravando la competencia. Por ejemplo, una fábrica productora de radios empezó a fabricar heladeras. GM se lanzó a producir radios, heladeras y aparatos dentales. Por otra parte aumentaron las fusiones de empresas con el fin de frenar la baja de precios y su presión negativa sobre los beneficios, Pero de hecho las nuevas compañías que resultaban de esas fusiones aumentaban el exceso de capacidad. Y aún así continuaba la manía inversora y el frenesí especulativo en la bolsa de valores. Desde 1923 a 1929 el precio de las acciones subió a un promedio del 17% anual. 

Aunque desde 1927 y 1929 la inversión empieza a denotar un debilitamiento, todo indica que en sectores importantes continuó la ola inversora, impulsada por las presiones competitivas y la búsqueda de ganancias. En algunos sectores adquirió una velocidad frenética. Por ejemplo, en 18 meses entre 1928 y 1929, anota Corey, la capacidad de producción de equipos de radio –que había sido una de las ramas impulsoras de la acumulación durante la década– se triplicó. Muchos capitales se volcaban a la rama, en la esperanza de hacer grandes ganancias. La capacidad de producción llegó entonces a los 15 millones de equipos anuales, pero el mercado sólo podía absorber cuatro millones. Todo esto sucedía, insistimos, en el marco de una economía aún en crecimiento; desde 1927 a 1929 el output industrial aumenta todavía más del 14%.

Pero la sobreproducción se hace evidente en 1929, y principalmente en las industrias que habían sido las sostenedoras de la prosperidad. El output de maquinaria comenzó a caer en junio de 1929 y hacia fin de año los pedidos de máquinas habían bajado el 50%. La producción de automóviles desciende desde julio, y a fin de 1929 había caído el 57%. La construcción comenzó a caer en agosto; el hierro y el acero en julio. Los precios ya estaban cayendo desde antes de que estallara la depresión. En este cuadro el estallido de la burbuja bursátil y la caída de los precios de las acciones  fueron inevitables. El crack generó gran incertidumbre y parece haber acentuado la caída del consumo de bienes durables (Romer, 1990). Aunque no habría marcado el inicio de la Gran Depresión. Hacia el segundo trimestre de 1930 la economía parecía haberse estabilizado. Como destacan Greasley y Madsen (2006), es con el colapso de la inversión fija después del segundo trimestre de 1930 –en el año cae un 33%– que comienza realmente la depresión.

La sobreinversión influyó también sobre en lo prolongado de la crisis. Gordon anota que la inundación de bienes de inversión creada durante la década de 1920 habría de pender sobre el mercado en toda la década de 1930. Todavía en 1940 la inversión en estructuras no residenciales era apenas un tercio del pico que había alcanzado en los veinte, y la inversión residencial sólo las dos terceras partes. La inversión en equipos recién en 1937 volvió al ratio con el PNB que tenía en 1929. Esto es, la sobreinversión, además de explicar la rapidez con que colapsan las ganancias y la inversión entre 1929 y 1930, ayudaría a dar cuenta del porqué de la gravedad del hundimiento.

Dinámica de la acumulación mundial y la crisis de 2007

La secuencia de alta inversión que lleva a la sobreinversión y la sobrecapacidad, y de ahí al crack y la crisis, ha tendido a repetirse a lo largo de los últimos años. El primer caso que mencionamos es Japón. Desde fines de 1986, y por cuatro años la economía japonesa entra en una fase de fuerte expansión; entre 1987 y 1991 la tasa de crecimiento anual promedio del PNB fue del 5%. La expansión fue impulsada por un boom inversor. El stock de capital bruto creció entre 1985 y 1991 a una tasa del 6,7% anual, y la productividad laboral horaria en la manufactura al 5,4%. La ratio inversión en planta y equipo sobre PNB superó el altísimo nivel del 20% en 1989-1990. Como consecuencia de este boom inversor la relación capital/output en 1991 era un 10% más alto que el valor tendencial (Noguchi, 1994). Mucha de esta inversión fue del tipo ahorradora de trabajo, debido a que los mercados laborales estaban muy tensos dada la baja desocupación. De manera que en pocos años debió de asistirse a una aceleración en el aumento tendencial de la composición del capital.

Además de la inversión en plantas y equipos, el otro motor del crecimiento fue la construcción de casas. Antes de 1984 el promedio de casas construidas anualmente era de 1,2 millones; desde 1987 a 1990 se superaron los 1,6 millones anuales de promedio. El boom inversor y de desarrollos inmobiliarios fue acompañado por el alza especulativa de los precios de las acciones, de la tierra y las propiedades. El promedio del índice Nikkei triplicó su valor entre 1985 y 1989, y los precios de los inmuebles en las seis ciudades más grandes de Japón también se triplicaron entre 1985 y 1991 (Lincoln y Friedman, 1998). Esta suba de los precios de los activos fue estimulada por la política de bajas tasas de interés que adoptó el Gobierno de Japón para contrarrestar el alza del yen, luego del Acuerdo Plaza.[10][10] También favoreció el alza la liberalización de los mercados financieros. La suba de los precios de las acciones alentó la financiación de las grandes corporaciones, aunque no todos los fondos se canalizaron a la inversión. Una parte fue destinada a comprar otros activos financieros, de manera que es posible que parte de las ganancias de las corporaciones no financieras japonesas al final de la década estuvieran infladas por las valorizaciones de estos activos. De cualquier manera las expectativas de ganancias a futuro parecieron jugar un rol importante en el mantenimiento de la fiebre inversora hasta 1991 (Noguchi, 1994). El hecho de que las grandes corporaciones pudieran reunir fondos emitiendo acciones y bonos hizo que redujeran su dependencia del financiamiento de los bancos, tradicional en la economía de Japón. De ahí que los bancos volcaron parte de sus liquideces a alimentar el mercado inmobiliario. Los préstamos de los bancos al sector hipotecario, que crecían a una tasa del 7% anual en la segunda mitad de la década de 1970, lo hacían al 18% en la primera mitad de la década de 1980, y al 20% en la segunda (Lincoln y Friedman, 1998). Lo que empujó más y más la especulación y la suba de los precios de la tierra. La burbuja inmobiliaria y en el mercado bursátil fue acompañada por las usuales, para estos casos, estafas y desfalcos (Lincoln y Friedman, 1998).

Los desencadenantes inmediatos del giro hacia la crisis fueron, en primer lugar, la suba de las tasas de interés por parte del Gobierno, deseoso de cortar la burbuja, que consideraba peligrosa. El Banco de Japón subió la tasa de descuento del 2,5 al 3,25% en mayo de 1989; y en agosto de 1991 la tasa llegaba al 6%. En 1989 el Nikkei alcanzó su pico. En 1990 comenzó el derrumbe; sólo en los nueve primeros meses de ese año el índice perdió cerca del 50% de su valor. Poco después comenzó la caída de los precios de la tierra. Se iniciaba la Gran Recesión de Japón. 

El siguiente episodio es el de los países asiáticos del Pacífico. En Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Indonesia, Malasia y Tailandia hubo altas tasas de crecimiento de la relación capital / trabajo, en particular en los años 1990. Las tasas de inversión en Corea, Malasia y Tailandia en los noventa llegaron a representar aproximadamente el 40% del PNB. Con la particularidad de que en estas industrias la productividad no era especialmente alta, debido al atraso tecnológico. Estos países habían logrado en buena parte su fuerza competitiva aumentando la inversión de capital por obrero, y también haciendo trabajar más horas con menos salarios que en los países adelantados. Por ejemplo, en 1996 en las economías del Este de Asia se trabajaba entre un 15 y 30% más horas que en EUA; donde a su vez se trabajaba más horas que en Europa (IMF 1998). 

La fuerte inversión de capital por obrero, y la relativamente baja capacidad tecnológica, se combinó a partir de mediados de los noventa con presiones bajistas en los precios en el mercado mundial de semiconductores, en el cual las economías asiáticas tenían fuerte participación. La rentabilidad en estas industrias se deterioró. Por ejemplo, en Corea del Sur la participación de la inversión en el PNB rondaba entre el 38 y más del 39% entre 1994 y 1996; pero la participación de los beneficios del capital en el PNB había caído a menos del 40% a mediados de los años noventa (esto es, antes de la crisis) contra el 55% en la década de 1970.

La lenta caída de la rentabilidad de todas maneras no había frenado mecánicamente la inversión. La inversión en maquinaria y equipo subía más del 23% en 1994 y más del 24% en 1995. El Fondo Monetario constata que los chaebols perseguían aumentar su participación en el mercado sin prestar suficiente atención a la rentabilidad. El crédito favoreció que continuara la sobreinversión.

Ya desde antes del estallido de la crisis las industrias coreanas sufrían por la caída de beneficios, la sobrecapacidad y la fuerte competencia. La sobrecapacidad a mediados de los noventa se detectaba sobreinversión en electrónica, equipos de comunicación, metales básicos y equipos de transporte distintos del automóvil (Ryov y Kim, 2003). Los cinco chaebol más importantes habían sobreinvertido en electrónica o industrias de la comunicación (semiconductores). Como consecuencia en 1996 los beneficios de los chaebol se acercaban a cero; a principios de 1997 seis chaebol se presentaban en bancarrota, aún antes del estallido de la crisis (IMF, 1998).  Muchas empresas a su vez se había sobre endeudado para continuar la acumulación. En 1997 la ratio deuda / activos propios de las empresas que cotizaban en la bolsa de Seúl era, en promedio, del 425% (The Economist,  4/07/09). La crisis las afectaría de pleno, y también al sistema financiero.

Tailandia, donde estalló la crisis de 1997-1998, también es ilustrativa. Desde 1987 la economía tailandesa experimentó un boom de inversión y crecimiento, que tradicionalmente estuvo basado en la exportación. Además recibió IED de multinacionales, que se beneficiaban con la baratura de la mano de obra. Las inversiones en la industria se orientaron hacia la exportación; aunque también hubo una fuerte inversión en banca y negocios inmobiliarios, en especial a partir de 1993 (Glassman, 2003). Entre 1980 y 1990 las exportaciones manufactureras de Tailandia crecieron a una tasa acumulativa anual del 24,4% y en la primera mitad de los noventa lo hicieron a una tasa anual del 22,9%. La acumulación a su vez era estimulada por el crédito barato; buena parte de este crédito era externo. Pero, como señala Glassman, el boom de crecimiento e inversiones llevó muy rápidamente a la sobreinversión. La utilización de la capacidad bajó de los picos del boom, cerca del 90%, a aproximadamente el 70% en 1997. Hubo un aumento excesivo de la capacidad productiva a nivel regional –muchos países asiáticos tienen orientación exportadora– frente a una demanda que no creció a igual ritmo. Contribuyó a la retracción la caída de la economía japonesa, sumida en la Gran Recesión; y la creciente incorporación de China al mercado mundial. Tailandia sufrió de pleno la competencia en las industrias del vestido e indumentaria, y electrónica.

La sobrecapacidad puso presión bajista sobre los precios; la baja tecnología –la industria tailandesa busca productividad mediante economías de escala– agregó desventajas. También, según Glassman, se sumó una presión alcista de los salarios. Como resultado de todos estos factores la tasa de ganancia, que había subido fuertemente a fines de los ochenta, bajó también desde principios de los noventa, y en 1996-1997 estaba a los niveles previos al boom. En 1996 el crecimiento de las exportaciones se frenó; crecieron sólo el 0,3%. Las exportaciones industriales cayeron un 1%, y los precios de los productos electrónicos que exportaba Tailandia colapsaron. Claramente había sobreproducción mundial en el sector. Asimismo hubo sobreinversión en petroquímica y caída de la rentabilidad (Malasia e Indonesia también tenían sobrecapacidad).

En consecuencia bajaron los ingresos por exportaciones de Tailandia; la caída de la rentabilidad generó crecientes problemas para pagar las deudas que se habían acumulado. A su vez, desde 1993-1994 la entrada de capitales en el sector financiero e inmobiliario había alimentado el boom especulativo y la sobreinversión en el sector de la construcción. En 1997 estaban dadas todas las condiciones para el estallido de la crisis. Obsérvese que la caída de la tasa de ganancia explica buena parte de los problemas y del porqué de la crisis; pero hay que hacer intervenir otros factores.

Con la crisis asiática de 1997 y 1998 la inversión colapsó en la región. En promedio en los países de Asia del Pacífico (excluyendo China) la inversión cayó 8 puntos en su participación en el PNB entre 1996 y 1998, y se mantuvo deprimida durante la recuperación; a comienzos de 2000 había subido apenas dos puntos del PNB desde los niveles de 1998. Si bien caía desde niveles altos, esto significó que grandes excedentes de plusvalía estaban disponibles para invertirse en otro lado. Muchos de estos capitales se volcaron a EUA, donde contribuirían a formar lo que en otros trabajos (Astarita 2009) hemos calificado una plétora del capital. En parte esta afluencia ayudó a superar la recesión de 2001 de EUA. Y alimentó la burbuja inversora y financiera en el sector inmobiliario y de la construcción de los 2000.

A su vez en los años noventa hubo fuerte inversión y generación de sobrecapacidades en EUA, en las industrias vinculadas a la informática y las comunicaciones, que fueron vanguardia. Ya hemos tratado la cuestión en otros trabajos y remitimos, además remitimos a Ramos (2007). Aquí solo recordamos que el stock de capital subió un 25% entre 1994 y 2000. Los aumentos de productividad y de inversión, acompañados por la burbuja bursátil de las tecnológicas, desembocaron entonces en la caída de las ganancias. De 1997 a 2000 la tasa de ganancia cae un 24% (Ramos 2007). Aquí el aumento de la composición del capital estuvo en la base del proceso. Pero no se trata de una caída “de larga duración”.

La caída de la rentabilidad explica el crack de la bolsa, en especial la caída de las acciones tecnológicas; y la recesión del 2001. Y después de 2002, con la recuperación económica, se registra un desarrollo extremadamente desproporcionado en la construcción, en el marco de la baja inversión. Norman (2008) sostiene que la sobrecapacidad no puede haber sido una razón de la baja inversión debido a que la economía de EUA estaba trabajando a capacidad normal. Sin embargo la cuestión posiblemente no sea tan mecánica. Así como la inversión no se frena automáticamente antes de la crisis aun cuando ya se advierten sobrecapacidades y caídas de los beneficios, puede no recuperarse automáticamente a pesar de la mejora de los beneficios y de la demanda. En primer lugar porque en muchos sectores pueden permanecer sobrecapacidades que no han sido eliminadas por la crisis. Tal era el caso, en 2003, en sectores vitales como comunicaciones y automóviles. Sin embargo el problema más importante puede estar en que las empresas perciban que a nivel mundial otros competidores están aumentando la capacidad en exceso. Por ejemplo, en la rama del automóvil, a pesar de que se era consciente de la sobrecapacidad, se seguían construyendo plantas en varios países. También en la industria química mundial, a comienzos de los 2000, había conciencia de que existía sobrecapacidad. Y en la industria de maquinaria industrial en 2005-2006. Las empresas estadounidenses y europeas obtenían beneficios, pero se estaba acumulando mayor capacidad en Asia, y se temía un ciclo bajista de precios y beneficios.

En particular a mediados de los 2000 había múltiples expresiones de preocupación por la ampliación de capacidad en la industria china en los 2000. En ese momento la inversión real fija en China crecía a una tasa de aproximadamente el 23% anual. Entre 1990 y 2005 la participación de la inversión en el PNB promedió el 39%, y en 2005 se ubicaba en el 45%. Las relaciones capital/output y capital/trabajo habían subido fuertemente. El FMI y el gobierno chino reconocían que había sectores, como automóviles, en los que había sobreinversión, caída de precios y de la rentabilidad (IMF, 2005). Este aumento de la capacidad era fogoneada por la reinversión de utilidades por parte de las empresas, el boom del crédito y la entrada de capitales. En el mercado inmobiliario se registraban tensiones especulativas. Ese mismo año la consultora Standard & Poor advertía que China tenía sobrecapacidad en autos, cemento y carbón, entre otras ramas. La situación de las ganancias era buena, pero la sobrecapacidad (que seguía aumentando), amenazaba las perspectivas para 2007 o 2008, según la consultora. Ya en 2003 el gobierno había frenado la inversión en acero y química por la existencia de sobrecapacidad. Parte importante de la sobrecapacidad en China se descargaba en el mercado de EUA. A su vez los excedentes chinos eran reciclados a EUA, contribuyendo a financiar el déficit de cuenta corriente y la plétora del capital y a la especulación. Lo que impulsaba en EUA el ciclo alcista en la construcción y los mercados de crédito, la sobreacumulación en este sector,  en el marco de una inversión que continuaba débil en el resto de la economía. El Economic Report of the President (2004) sobre la situación económica planteaba que a pesar de la incipiente recuperación del gasto en equipo y software, “la demanda de inversión de estructuras permaneció débil en 2003. Una alta sobrecapacidad parece haber anulado el ímpetu dado por bajas tasas de interés y alto flujo de liquidez” (p. 91). 

Se generaban así las condiciones para que el estallido de la burbuja financiera y en el mercado hipotecario desatara la crisis y el giro a la depresión.

Conclusiones

En este trabajo hemos cuestionado las explicaciones demasiado mecanicistas de la crisis que se han manejado en la literatura marxista que hace eje en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Grandes crisis como la de 1930 o la iniciada en 2007 no se dejan explicar de manera sencilla por el esquema “caída tendencial de largo  plazo de la tasa de ganancia, estancamiento de la masa de ganancia, caída de la inversión y crisis”. Tampoco grandes crisis del siglo XIX, como la ocurrida en 1847-1848, pudo ser explicada por Marx a partir de la caída en el largo plazo de la tasa de ganancia.

Planteamos que es necesario avanzar a un estudio más concreto de cómo se producen las crisis capitalistas, y la importancia de incorporar en los análisis la dinámica de la competencia que lleva a la retroalimentación de procesos no lineales que desembocan en cambios bruscos de la situación, con colapsos de la rentabilidad, la inversión y la demanda. La aceleración de la acumulación y la desaceleración en períodos cortos de tiempo, y las reversiones abruptas de la situación económica, se relacionan con retardos e inercias en los cuales se rompen, por lo menos durante lapsos de tiempo prolongado, relaciones lineales del tipo “caída de la ganancia – caída de la inversión”. Para comprender la lógica que gobierna estos procesos es necesario, además, avanzar en el estudio de cómo actúa la innovación de procesos y de productos, su incidencia en el desarrollo desigual de ramas y las olas de inversión que generan, y su incidencia en la relación entre generación de valor (y movimiento de los precios), rentabilidad y acumulación. 

Bibliografía

Aldcroft, D. H. (1985): De Versalles a Wall Street, 1919-1929, Crítica, Barcelona.
Aglietta, M.: Regulación y crisis del capitalismo, Madrid, Siglo XXI.
Astarita, R. (2006): Valor, mercado mundial y globalización, Kaikron, Buenos Aires.
Astarita, R. (2009): El capitalismo roto. Anatomía de la crisis económica, Madrid, La linterna sorda.
Bates, T. W.; K. M. Kahle y R. M. Stulz (2006): “Why Do U.S. Firms Hold So Much Cash Than Uses To?” NBER, Working Paper Nº 12.534, September.
Beales, H. L. (1934-1935): “The Great Depression’ in Industry and Trade”, Economic History Review, vol. 5, pp. 65-75.
Blanchard, O.; C. Rhee y L. Summers (1993): “The Stock Market, Profit and Investment, Quarterly Journal of Economics, vol. 108, pp. 115-136.
Brenner, R. y M. Glick (1991): “The Regulation Approach: Theory and History”, New Left Review, Nº 1888, pp. 45-119.
Brenner, R. (1998): “The Economics of Global Turbulence” London, New Left Review Nº 229.
Campbell, G. (2009): “The Dividend Mania: Stock Prices and Dividends during the Railway Mania” Queen’s University Management School, Belfast.
Cardarelli, R. y K. Ueda (2006): “Awash with Cash: Why are Corporate Savings so High?”, IMF, World Economic Outlook, April
Corey, L. (1934): The Decline of American Capitalism, en www.marxists.org/archive/corey/1934/decline.
De Serres, A. y F. Pelgrin (2002): “Increases in business investment rates in OECD countries in the 1990s: How much can be explained by fundamentals?” OECD, Economics Department, Working Paper 327, April.
Devine, J. (1994): “The Causes of the Great Collapse: A Marxian Interpretation” en www.lmu.edu/Faculty/Devine/subpages/depr/D0.html; también en Research in Political Economy, vol. 14, pp. 119-194.
Einchengreen, B. (1987): “The Gold-Exchange Standard and the Great Depression”, NBER, Working Paper Nº 2198.
Eichengreen, B. y J. Sachs (1985): “Exchange Rates and Economic Recovery in the 1930s”, Journal of Economic History, vol. 45, pp. 925-46.
Eichengreen, B. y P. Temin (1997): “The Gold Standard and the Great Depression”, NBER, Working Paper Nº 6060.
Fels, R. (1949): “The Long-Wave Depression 1873-1897”, Review of Economics and Statistics, vol. 31, pp. 69-73.
Ferguson, R.W. (2001): “Reflections on the Capital Good Overhang” en www.Federalreserve.org/BoardDocs/Speeches/2001/20010718/default.hm.
Friedman, M. y A. J. Schwartz (1963): A Monetary History of the Unites States: 1867-1960, Princeton, Princeton University Press.
Glassman, J. (2001): “Economic Crisis in Asia: The Case of Thailand”, Economic Geography, vol. 77, pp. 122-147.
Gordon, R. J. (2004): “The 1920s and the 1990s in Mutual Reflection”, Paper presented to Economic History Conference, “Understanding the 1990s: The Long Term Perspective”, Duke University, March.
Gordon, D. M.; R. Edwards y M. Reich (1986): Trabajo segmentado, trabajadores divididos. La transformación histórica del trabajo en Estados Unidos, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
Gort, M. y S. Klepper (1982): “Time Path in the Diffusion of Product Innovations”, Economic Journal, vol. 92, pp. 630-653. 
Greasley, D. y J. B. Madsen (2006): “Investment and Uncertainty: Precipitating the Great Depression in the United States”, Economica, vol. 73, pp. 393-412.
Grossmann, H. (1984): La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista, México, Siglo XXI.
Henderson, J y K. Cool (2003): “Corporate Governance, Investment Bandwagons and Overcapacity: An Analysis of the Worldwide Petrochemical Industry 1975-1995”, Strategic Management Journal, vol. 24, pp. 349-373.
Hester, W. (2006): “Profit Margins, Earnings Growth and Stock Returns” Hussman Funds, Investment Research & Insight, November.
IMF (1998): World Economic Outlook, Washington.
IMF (2000): “Japan: Economic and Policy Developments”, Staff Country Report Nº 00/143.
IMF (2001): “Japan: Economic and Policy Developments”, Staff Country Report Nº 01/221. 
IMF (2005): “People’s Republic of China, Staff Report for the 2005 Article IV Consultation”, November.
Jensen, M. C. (1993): “The Modern Industrial Revolution. Exit and Failure of Internal Control Systems”, Journal of Finance, vol. 48, Nº 3, pp. 831-880.
Kindleberger, C. P. (1985): La crisis económica 1929-1939 Crítica, Barcelona.
Klepper, S. y F. Graddy (1990): “The Evolution of New Industries and the Determinants of Market Structure”, The RAND Journal of Economics, vol. 21, pp. 27-44.
Lincoln, E. J. y B. M. Friedman (1998): “Japan’s Financial Problems”, Brookings Papers on Economic Activity, vol. 1998, pp. 347-385.
Madsen, J. B. (2001): “Agricultural Crises and the International Transmission of the Great Depression”, Journal of Economic History, vol. 61, pp. 327-365.
Mandel, E. (1979): El capitalismo tardío, México, Era.
Mandel, E. (1986): Las ondas largas del desarrollo capitalista, Madrid, Siglo XXI.
Marx, K. (1975): Teorías sobre la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Matthews, R. C. O. (1954): “The Trade Cycle in Britain 1790-1850”, Oxford Economic Papers, vol. 6, pp. 1-32.
Musson, A. E. (1959): “The Great Depression in Britain 1873-1896. A Reappraisal”, Journal of Economic History, vol. 19, pp. 198-228. 
Noguchi, Y. (1994): “The “Bubble” and Economic Policies in the 1980s”, Journal of Japanese Studies, vol. 20, pp. 291-329.
Norman, D. A. (2008): “The puzzle of manufacturing sector investment: Is the lag behind its drivers more apparent than real?”, Business Economics, April, digital. 
Paich, M. y J. D. Sterman (1993): “Boom, Bust and Failures to Learn in Experimental Markets”, Management Science, vol. 39, pp. 1439-1458.
Ramos, A. y G. Ryd (2005): “Estados Unidos y China: ciclos económicos y políticas en un capitalismo maduro y uno naciente”, Macroeconomía del desarrollo, CEPAL, Santiago de Chile, diciembre.
Ramos, A. (2007): “Crisis, valor y temporalismo en la teoría de Marx” Departamento de Economía Aplicada V, Universidad Complutense, Madrid, 2007.
Ricardo, D. (1985): Principios de economía política y tributación, México, FCE.
Romer, C. (1990): “The Great Crash and the Onset of the Great Depression”, Quarterly Journal of Economics, vol. 105, pp. 597-624.
Rosier, B. (1978): Crecimiento y crisis capitalistas, Barcelona, Labor.
Ryov, J. y T. Kim (2003): “Overborrowing and Overinvestment in East Asia: The Case of the Korean Firms” Working Paper Series, vol. 2003-22, August, en www.icsead.or.jp/7publications/workingpp/wp2003/2003-22.pdf.  
Shaikh, A. (1991): Valor, acumulación y crisis, Bogotá.   
Shaikh, A. (2000): “La onda larga de la economía mundial en la segunda mitad del siglo XX”, en J. Arriola y D. Guerrero (eds.) La nueva economía política de la globalización, Bilbao, Universidad del País Vasco, pp. 35-55.
Sherman, H. J. (1991): The Business Cycle. Growth and Crisis under Capitalism, Princeton, New Jersey, Princeton University Press.
Smith, A. (1987): Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, México, FCE.
Tapia Granados, J. A. (2009): “Does a rising tide lift all boats? An analysis of macroeconomics dynamics in the U.S. economy from the 1930s to the 2008 recession”, draft, mimeo.
Temin, P. (1974): “The Anglo-American Business Cycle, 1820-1860”, Economic History Review, New Series, vol. 27, pp. 207-221.
Temin, P. (1993): “Transmission of the Great Depression”, Journal of Economics Perspectives, vol. 7, pp. 87-102.
Temin, P. (1994): “The Great Depression”, NBER, Historical Paper Nº 62, November.
 Zarnowitz, V. (1999): “Theory and History Behind Business Cycle: Are the 1990s the Onset of a Golden Age”, NBER, Working Paper 7010.




[1][1] Grossmann, Mandel o Shaikh no niegan la importancia de fenómenos como el crédito en la aceleración del proceso que lleva a la crisis, y su estallido; o que la caída del consumo no juegue un rol en la propagación de la depresión una vez desatada la crisis. Pero estos factores no constituyen, según esta visión, la razón última de la crisis. De la misma manera, la lucha de clases –el intento del capital por dominar siempre al trabajo– es uno de los motores, junto a la competencia entre los capitales, del cambio tecnológico y el desplazamiento de la mano de obra por la máquina, que lleva a la caída de la tasa de ganancia. Pero este proceso opera a través de la elevación de la relación entre el capital constante y el trabajo vivo, y por lo tanto se incorpora “orgánicamente” al proceso que va de la acumulación intensa a la caída de la rentabilidad y la crisis.
[2][2] Entre Grossmann, Shaikh y Mandel hay otras diferencias que atañen a las perspectivas de más largo plazo. Grossmann defiende la tesis del derrumbe final, por causas puramente económicas, del capitalismo; esta idea se vincula a una visión de la tasa de ganancia descendiendo a muy largo plazo de manera inexorable, a pesar de recuperaciones parciales en las crisis. En Mandel la perspectiva es que las grandes crisis –que se desatan en las fases depresivas del ciclo Kondratiev– serán cada vez más graves. Shaikh a igual que en Mandel, plantea que la tasa de ganancia se recupera luego de esas grandes crisis, aunque al mismo tiempo habla de una tendencia “secular” a la caída.
[3][3] Sobre la diferencia entre la tasa de ganancia efectiva y “básica” que establece Shaikh, véase más adelante.
[4][4] Entre 1998 y 2004 la mediana de la razón de la deuda neta para las empresas industriales del 500 de Standard & Pool bajó del 20,73% al 8,9% (Bates, Khahle y Stulz, 2006). La razón de la deuda neta es deuda menos cash sobre activos. Este dato por otra parte desmiente la idea de que las empresas industriales habrían estado sometidas a una dictadura de las finanzas, como sostiene la tesis de la financiarización, popular en algunos sectores de la izquierda.
[5][5] Véase sobre este aspecto Madsen (2001); aunque Temin (1994) sostiene que los efectos depresivos de la caída de los precios de alimentos y productos primarios recién se hizo sentir sobre la economía de EUA a partir de 1930.
[6][6] Sería una explicación con puntos de contacto con la tesis de Alan Sweezy, un economista keynesiano que planteó en los años treinta y cuarenta que la Gran Depresión era la culminación de la enorme inversión que se había producido en EUA en el siglo XIX, y que había comenzado a declinar hacia 1900. De todas maneras Sweezy no sostenía que la economía había estado estancada desde 1900 a 1929, sino que la inversión no había sido suficiente para mantener el pleno empleo.
[7][7] La explicación subconsumista fue refutada por Brenner y Glick (1991) en crítica a Aglietta y la escuela de la regulación.
[8][8] Dado que en la década de 1920 prácticamente no hubo inflación, estos valores nominales que brinda Corey pueden tomarse como índices de la evolución real.
[9][9] Entre 1919 y 1929 la remuneración de los asalariados aumentó sólo un 0,3% más rápido que el ingreso; en todo el período el salario real subió sólo el 1,4% (Gordon, 2004).
[10][10] Estados Unidos también tenía interés en que Japón mantuviera una baja tasa de interés porque pensaba que una suba de la tasa provocaría la caída en la salida de capitales japoneses que ayudaban a financiar el déficit de EUA. El Banco de Japón mantuvo baja la tasa de interés después del crack de la bolsa de Nueva York, de octubre de 1987.