Luciano Vasapollo [Publicado el 01-11-2004] | Con el propósito de entender la actual fase
de la competencia global, es determinante hacer un análisis de la misma sobre
la organización del ciclo económico, las características del tejido productivo
y social, el papel del Estado, las relaciones entre las áreas internacionales y
la estructura económica, los intereses generales de dominio y expansión que
determinan no solamente las guerras financieras y económico-comerciales, sino
también verdaderos enfrentamientos bélicos. Toda esta problemática está fuertemente
vinculada, determinante y estratégicamente en la época de tránsito del fordismo al post - fordismo.
Analizando esquemáticamente las últimas tres décadas con las
fases político - económicas, resulta que ya a partir del inicio de los años 70
pierde importancia la unión entre sistema productivo fordista y
modelos keynesianos a través de los cuales el Estado ejercía su papel
general de mediación, regulación y compresión del conflicto social. A tal propósito, se habla de poner en discusión la rigidez de
los procesos de acumulación precisamente
porque la crisis fordista se
identifica por la inflexibilidad de las inversiones y de la innovación
tecnológica, por una rigidez de los mercados de suministros y de los mercados
de consumo. A esto se agregaba la rigidez del mercado del trabajo, también por
la fuerza del movimiento obrero entre la segunda mitad de los años 60 y el
inicio de los años 70.
Esta "rigidez" del sistema productivo
provocaba la imposibilidad del apoyo de la demanda a través del gasto público
por una restricción de la base fiscal. La única respuesta fue entonces la de la
política monetaria caracterizada por líneas inflacionistas. Se interrumpía así,
el impulso de crecimiento de la posguerra en un contexto de desarrollo
económico que creaba nuevos procesos de competencia internacional y disminuía
el papel del Estado keynesiano. El intenso proceso de industrialización se
dirige en ese ámbito hacia nuevos mercados, especialmente del sureste asiático,
aumentando la competencia internacional y poniendo en discusión el liderazgo
estadounidense.
En 1973 al producirse el primer shock petrolífero con los
aumentos de los precios, las políticas de control de la inflación evidencian
dificultades financieras y un excedente de capacidad productiva en los países de
capitalismo avanzado; lo que provoca una fuerte crisis de los procesos de
acumulación capitalista de la era fordista.
Por esa razón, se trazan estrategias de supervivencia
empresarial y capitalista en una situación de fuerte deflación (1973-75); la
salida de la deflación se identifica con procesos que ponen en
discusión el compromisofordista-keynesiano. Desde entonces, se promueven
cambios en la organización industrial, en la intensificación de la innovación
tecnológica y modelos de automatización, en los procesos de descentralización
productivos, de los grandes planes de adquisición y fusión, con una nueva
proyección general para la aceleración de los tiempos de rotación del capital;
es decir, se producen fuertes innovaciones de proceso y de producto que se
acoplan a un sistema diverso estatal-institucional de mediación político-social
que tiene como objetivo el control extremo de la conflictividad de los
trabajadores y del antagonismo social en general.
Tales procesos tienen la necesidad de realizar de manera
diferente el ciclo productivo, la forma de relacionarse con la fuerza de
trabajo y de interpretar las dinámicas espaciales de la producción. Todo esto es
posible modificando el papel del Estado, desarrollando una nueva ideología para
la acumulación. Así la rigidez de la última fase fordista debe transformarse en
flexibilidad de los procesos productivos, flexibilidad de mercados del trabajo,
flexibilidad de demanda. Todo esto permite que las amenazas por parte de los
movimientos de los trabajadores al orden social capitalista, y los períodos de
crisis debidos a procesos de superacumulación, puedan ser absorbidos, ò por lo menos
contenidos y dirigidos.
En los años 80 se ha verificado un sustancial cambio en la
duración de los ciclos económicos. Se advierte en efecto que, mientras en el
período posterior a la segunda guerra mundial el ciclo económico se
caracterizaba por una duración aproximada de cinco años, desde 1980 en adelante la distancia entre dos períodos de recesión
se ha prolongado a más de 10 años. Al mismo tiempo se inicia el plan de
«adelgazamiento» de las empresas públicas y privadas persiguiendo la
flexibilidad productiva.
En tal escenario se desarrolla el cuadro macroeconómico
mundial de los años 90, (particularmente en su segunda mitad) contemporáneamente
caracterizado por tasas de crecimiento muy débiles del PIL, incluso en países como
Japón que ha desempeñado una función primordial en relación al resto de la
economía mundial. Una deflación creciente; una coyuntura mundial extremadamente
inestable, expuesta a sobresaltos monetarios y bursátiles; aumento de inversiones,
en particular de carácter financiero que se ha unido al crecimiento del
desempleo y a su naturaleza tecnológica y estructural. Todo esto vinculado a la
contención de los salarios reales, a la flexibilidad y precariedad del trabajo
y de las condiciones de trabajo casi medievales en muchos países.
Se determina así, el aumento de la desigualdad de renta y
condiciones de vida, inclusive en países de capitalismo maduro. A esto se
vincula también la marginalización de regiones enteras del globo. En el caso de
los países OCDE, alrededor de los tres cuartos de las operaciones de inversión en
el exterior han asumido la forma de operaciones de adquisición y de fusión de
empresas existentes o de mutación de la propiedad del capital existente a menudo
vinculadas a las reestructuraciones del proceso y del producto, que han
generado desempleo sin la creación de nuevos medios de producción. Donde ha
habido inversiones productivas no necesariamente han disminuido el desempleo,
al contrario. En muchos mercados, las tasas de concentración mundial son
análogas en comparación con aquellas de hace treinta años, típicas de las
economías cerradas.
Pero es precisamente en este cuadro en el que se inserta la
línea conductora de la así llamada fase de la acumulación flexible, es decir la
completa
reorganización y cambio de reglamentación del sistema
financiero mundial con renovaciones de instrumentos, de mercados, de
intermediarios y con una descentralización de los flujos. Todo esto ha
evidenciado la necesidad de la estructuración de un único mercado mundial
financiero y crediticio, telemático y virtual, haciendo surgir los grandes
conglomerados financieros con un papel central de los inversionistas
institucionales.
El contenido efectivo de la así llamada globalización no es
el resultado, por lo tanto, de la mundialización de los intercambios, sino de
las operaciones del capital, tanto por la forma industrial como por la
financiera.
Es entonces evidente que el contexto general de la llamada
globalización se ha vinculado aún más a la dinámica especifica de la esfera
financiera, cuyo crecimiento sigue ritmos cualitativamente superiores a los de
las inversiones productivas, del PIB o de los intercambios; estos han sido los
factores que han alterado la situación económica, en particular a partir de los
años 80. Todo esto lo han sufrido sobretodo los países de las áreas con bajo y
medio nivel de desarrollo, especialmente de Europa del Este y de Asia Central,
zonas ricas en recursos petrolíferos y en gas; áreas enteras que deben enfrentarse
a estos problemas bajo el chantaje de una guerra económica, y no sólo, entre
los EE.UU. y la UE.
Son de todas maneras estos dos últimos bloques económicos
los que imponen graves restricciones por el peso aplastante de la deuda contraída por los países dependientes. Es precisamente a EE.UU.
y a los países de la UE que (veáse el caso de Argentina) hay que pagar más interés
respecto a lo que se ha recibido en préstamos, donaciones, inversiones. Y el
pago de una deuda tan grande obliga a los países del tercer mundo a saquear el
medio-ambiente, malvender las materias primas, súper-explotar y destruir el patrimonio
ecológico; en general encadenarse a acuerdos neoliberales y a privatizaciones,
con estándares sociales mínimos, capaces de atraer a los inversionistas
extranjeros.
La ausencia de recuperación de la economía sobretodo de los
años 90 en adelante es también debida a la siempre extrema desigualdad
económica y social, ampliando la diferencia de las condiciones entre ricos y
pobres. Se trata de una prueba más del fracaso del mercado que, dejado libre y
a la deriva, acentúa cada vez más las distancias existentes entre las clases
sociales.
Es en dicho cuadro histórico político – económico que hay
que interpretar las características principales del post-fordismo
esquematizadas en: una especialización flexible, volatilidad de los mercados,
reducción sustancial de la función de regulación económica del Estado–Nación y
la individualización de relaciones de trabajo.
Hablar actualmente de la era post-fordista no significa que
no subsistan todavía elementos típicos de los procesos fordistas, al contrario.
El así llamado modelo post-fordista típico del área central de los países de
capitalismo avanzado, convive con un típico modelo todavía fordista de la periferia
y con modelos esclavistas de los países de la extrema periferia (que incluye
también algunas áreas marginadas del centro de los países capitalistas
avanzados). Todo esto porque hoy conviven diversas caras de un mismo modo de producción
capitalista, que también se quiere identificar como la era de la “New Economy” y
del paradigma de la acumulación flexible. Como quiera que sea, es una fase en
la cual se acentúa un crecimiento destructivo carente de desarrollo social y de
civilización.
El proceso que ha caracterizado el desarrollo industrial de
los últimos 25 años en los países con capitalismo maduro se ha distinguido casi
siempre y aunque en modos diferentes en todas partes por un fuerte aumento de la
productividad laboral, al que corresponde un ahorro de trabajo que excede decisivamente
la creación de nuevas oportunidades ocupacionales.
En efecto los fuertes incrementos de la productividad,
debidos a intensos procesos de innovación tecnológica y a una consecuente redefinición
del mercado del trabajo, han hecho que tales incrementos se tradujeran
exclusivamente en aumentos vertiginosos de las ganancias y de las varias formas
de remuneración del factor capital. El factor trabajo no ha tenido ningún tipo
de beneficio en términos de redistribución real de dichos incrementos de
productividad laboral. Ni aumento de los salarios reales, ni disminución de la
jornada de trabajo, ni siquiera mantenimiento de los niveles precedentes de
salario indirecto a través del gasto social general.
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