- Estudio introductorio al texto clásico de Karl Polanyi (1947): ‘Our Obsolete Market Mentality’, Commentary, número 3, páginas 109-117. Posteriormente reeditado en Dalton, George. (Ed.) (1968): ‘Primitive, Archaic and Modern Economies. Essays of Karl Polanyi’, Boston: Beacon Press, páginas 59-77.
Foto: Karl Polanyi |
Polanyi vuelve a comenzar señalando en este artículo el
carácter ‘artificial’ de los valores del mercado, de la imposición
disciplinaria de las instituciones culturales liberales que definen las prácticas
económicas del capitalismo, sus instituciones económicas utilitaristas
(individualismo, egoísmo, deseo ilimitado autónomo respecto a lo ‘social’…) y
la gestión de la escasez como objeto único de los procesos económicos, como si
toda posible organización económica de la producción, la circulación y el
consumo de los bienes de sustento sólo pudieran serlo a través de la economía formalista del mercado (solipsismo económico). Frente a esta
propuesta, su apuesta epistemológica es acercarse a través de un enfoque sustantivista a las formas de
(integración y) organización de los procesos económicos realmente socializados
e institucionalizados por diferentes sociedades y grupos sociales (Polanyi,
1994).
Enfatiza así su argumentación de que el análisis formalista
de la teoría económica ortodoxa (clásica, neoclásica, marginalista… de la
escasez) sólo sería veraz bajo sociedades que hubieran organizado sus procesos
de obtención de sustento realmente mediante las instituciones económicas del
mercado, por lo que no sería teórica ni empíricamente cierto que la única, natural (y divina), más eficiente y más
ordenadamente pacífica forma de organizar las relaciones económicas de
producción del sustento sea el mercado, junto con el comercio basado en la
obtención del beneficio: recuperando multitud de ejemplos etnográficos e
históricos en que el incentivo del hambre
y el incentivo de la ganancia estaban proscritos o limitados socialmente,
en el que las motivaciones para la producción y el consumo no estaban exclusiva
o íntimamente basadas en racionalidades materiales sino en sistemas axiológicos
y culturales orientados a la protección de la colectividad social frente a las
relaciones agonísticas del mercado (como institución cultural).
A través de los ejemplos del sistema kraal de los kaffir, de
la sociedad de los kwakiutl, del
complejo intercambio kula de los trobriandeses,
o de las propias experiencias monacales o feudales europeas, en “Nuestra
obsoleta mentalidad de mercado” se desarrolla no únicamente una crítica metodológica
sobre cómo abordar económica y antropológicamente los comportamientos para la
producción y el consumo de los sujetos (enmarcados o embebidos en la estructura
social), para su comprensión científica (el paradigma institucionalista de la
propuesta sustantivista de Polanyi frente al paradigma formalista de la economía
ortodoxa), sino que, lo que es mucho más importante en el objetivo de ese
artículo, también permite defender que esas experiencias históricas y culturales
no-mercantiles justifican empíricamente la posibilidad de organizar la economía
y el orden social de manera (políticamente) alternativa2. En definitiva, otra
economía y otra sociedad son posibles, ya que, como demuestran esas formas
históricas distintivas, “si las llamadas motivaciones económicas fueran naturales
al ser humano, habríamos de juzgar a todas las sociedades antiguas y primitivas
como absolutamente contranatura” (Polanyi, 1947: 112), lo que es empíricamente
falaz para el propio Polanyi. La falacia económica de la universalidad
atemporal y espacial de la forma de integración del mercado no sólo supone la
victoria política de una ideología (del liberalismo del laissez-faire), sino un intento de bloquear cualquier propuesta de
reconstrucción de la sociabilidad humana y de los procesos culturales de la
economía al margen del mercado, de desarrollar democráticamente una economía
social alternativa (delimitada socialmente) que evitara la destrucción de la
humanidad y de la naturaleza que, para Polanyi, había provocado la “herejía” y
el “trauma” del mercado como origen de nuestro tiempo, como origen de la
violencia totalitaria y de las guerras mundiales.
Esa herejía suponía para nuestro autor señalar la ingente
cantidad de recursos políticos, económicos, empresariales, educativos,
disciplinarios, violentos o represivos que habían sido necesarios históricamente,
como explicitó en La Gran Transformación
(la creación forzada y violenta de mercados de trabajo), para socializar los
valores asociados al mercado como institución, para hacer pasar como ‘natural’
una apuesta ideológica y cultural que ‘formateó’ un modelo de pensamiento (y de
prácticas cotidianas) interiorizado educativamente, socializado como
consciencia colectiva basada en una dominante y hegemónica mentalidad de
mercado (“el hambre y la ganancia entronizadas”).
Desvelar la construcción e imposición política o disciplinaria
del mercado se configura así, también en este artículo, como la principal
apuesta científica de Karl Polanyi para abogar por un proceso político de socialización
alternativa de una organización socioeconómica que permitiera superar los
desastres del mercado, la violencia social, la desigualdad del capitalismo
liberal industrial (“la civilización
industrial todavía puede destruir al ser humano”, Polanyi, 1947: 109). Se
trata de lograr políticamente la obsolescencia de la mentalidad de mercado, de
su sustento exclusivo en el materialismo como única (sesgada y falsa)
explicación (liberal y marxista) de las prácticas de los sujetos: “el ser
humano no es un ser económico, sino social. No pretende salvaguardar su interés
individual en adquisición de posesiones materiales, sino más bien asegurar una
benevolencia social, un estatus social y recursos sociales” (Polanyi, 1947:
112). El objetivo político sería dejar de forjar nuestros pensamientos y
valores en el molde de la innovación que supuso la socialización de la
mentalidad del mercado, de encontrar un nuevo modelo de pensamiento (como reza
el subtítulo del texto que ahora presentamos), una nueva moral sobre la que
construir una nueva sociedad y, por tanto, una nueva economía, nuevas
instituciones (culturales) económicas: “Nosotros
mismos nos encontramos anquilosados por la herencia de una economía de mercado
que nos ha transmitido perspectivas simplificadas de la función y el rol del
sistema económico en una sociedad. Para que la crisis pueda ser derrotada,
deberíamos recuperar una visión más realista del mundo humano y dar forma a
nuestros objetivos comunes a la luz de ese reconocimiento” (Polanyi, 1947:
109)
Esa búsqueda de una visión más realista sobre las relaciones
sociales degradadas y desgastadas por la sociedad de mercado permite conectar
(y complementar) la totalidad de la obra de Polanyi con otras manifestaciones
culturales que, precisamente, habían intentado difundir una mirada crítica
sobre la situación de la generalizada fuerza de trabajo asalariada del
‘capitalismo industrial liberal’ que preocupaba a nuestro autor húngaro. Desde
la presentación de la degradación social y humana de La situación de la clase
obrera en Inglaterra (1875) de Friedrich Engels, de Tiempos Difíciles (1854) de
Charles Dickens, pasando por el realismo europeo de Emile Zola en Germinal
(1885) o en Trabajo (1901) o, a pesar de ser menos conocida, por la novela
proletaria de los Estados Unidos3, en que se presentan con el mayor detalle
descriptivo posible las inhumanas condiciones de trabajo y vida del
proletariado industrial: jornadas extenuantes, infernales condiciones de
trabajo, salarios miserables, viviendas inmundas, desgaste brutal de la salud y
extrema accidentabilidad laboral, suburbios infrahumanos, violencia industrial
(eliminación ‘física’ del sindicalismo), vulnerabilidad y exclusión, como
consecuencia de la generalización del incentivo del hambre y de la destrucción de
los recursos de afiliación e inclusión social; tal y como se presentaban en El
Pueblo del Abismo [People fron the Abyss] (1903) o El Talón de Hierro [The Iron
Heel] (1908) de Jack London, pasando por Maggie (1903) de Stephen Crane y por
El Puerto [The Harbour] de Ernest Poole (1915), hasta llegar a Blancos Pobres
[Poor White] (1920) de Sherwood Anderson, Fuera de este Horno [Out of this
Furnace] (1941) de Thomas Bell4, La vida en la acería [Life in the Iron-Mills]
(1861) de Rebecca Harding Davies o en Main-Travelled Roads (1891) de Hamlin
Garland.
Entre todas ellas, respecto a la posible conexión ente la
literatura del realismo social y “Nuestra obsoleta mentalidad de mercado”,
podríamos destacar las obras de dos autores norteamericanos que expusieron
narrativamente los efectos degradantes de la sociabilidad humana provocados por
el mercado, tal y como defendía el propio Karl Polanyi.
En el ámbito de los productores agrícolas, bajo un modo de
producción mercantil no salarial de pequeños propietarios agropecuarios, John
Steinbeck refleja tanto en Las uvas de la ira [The Grapes of Wrath] (1939),
como en sus anteriores artículos periodísticos en los que ésta se basa, Los
vagabundos de la cosecha [The Harvest Gypsies] (1936), el proceso de erosión
social e individual sufrido por esos propietarios cuando, como consecuencia del
hundimiento del mercado agrícola por la Gran Depresión, de su incapacidad para
acceder a financiación para mecanizar los cultivos y la simultánea dureza de
una sequía devastadora (en el Dust Bowl de Arkansas, Oklahoma, Texas, Kansas,
Missouri…), multitud de agricultores tuvieron que abandonar sus tierras y
medios de sustento para proletarizarse como braceros en los cultivos
californianos: su exposición forzada al incentivo del hambre asalariado, a la
vulnerabilidad en un mercado de trabajo atomizado y sin empleo, tienen como
consecuencia la destrucción de los vínculos familiares y la degradación de las
condiciones de vida y trabajo5. A lo largo de la novela y del relato
periodístico, sólo un oasis de esperanza aparece parcialmente, los campamentos
de residencia temporal financiados por la administración del New Deal, en que
los desplazados por la depresión tienen acceso a servicios higiénicos y de
limpieza, a medios decentes de descanso, a recuperar su dignidad como
ciudadanos que son protegidos colectivamente: a ser incluidos en la sociedad
mediante las primeras políticas de distribución del bienestar, que buscan
limitar la precarización vital en aquellos que afrontan fallidamente el incentivo
del hambre, que pierden en el juego del mercado6, cuya vulnerabilidad social
acabará, al final de esta mítica novela, en la exclusión7.
Esas políticas redistributivas serán la mentalidad dominante
del (limitado) Estado del bienestar estadounidense, en que la forma de
integración de la distribución teorizada por Polanyi completaría el
mantenimiento del mercado, lo suavizaría8.
Una propuesta similar sería la del novelista, periodista
(muckracker), utopista y socialista Upton Sinclair, quien en su inolvidable y
precursora obra La Jungla [The Jungle] (1905) presenta descarnadamente el
sufrimiento, la (sobre)explotación, el racismo, la desesperación de los
trabajadores y trabajadoras pobres de la producción industrializada de los
mataderos en Chicago, cuya única salida del infierno (de la jungla) del
‘capitalismo liberal’ polanyiano (inhumanas condiciones de trabajo, viviendas
degradadas, mutilaciones por accidentes de trabajo, muertes de trabajadores
infantiles, desahucios, engaños financieros, corrupción política,
envenenamiento de los consumidores…) será el socialismo y una mentalidad
solidaria no basada en la obtención del beneficio y sí en una economía social
colectiva y no individualizada, que proteja de la cultura del mercado9.
El propio Upton Sinclair intentó transformar la realidad
social estadounidense cuando se presentó a las elecciones para gobernador de
California en 1934, con su programa End Poverty in California (EPIC), con el
objetivo de superar la Gran Depresión con soluciones ‘radicales’. Sinclair
proponía en su programa electoral que el gobierno estatal adquiriera fábricas
ociosas, servicios y terreno agrícola abandonado para arrendárselo a los
desempleados y que los pusieran a producir nuevamente. Sinclair defendía, a
partir de su socialismo reformista y sus experiencias de observación
(participante) en los suburbios obreros, construir políticamente un
‘ciudadano-productor’ orientado no por el afán de lucro, sino por una
producción para el uso (la alternativa socialista a la producción para el beneficio),
para satisfacer necesidades de sustento, no de consumo ilimitado (la adquisición
indeterminada aristotélica recuperada por Karl Polanyi10; Lahera Sánchez,
1999), mediante la configuración de cooperativas de productores autogobernadas
(colonias cooperativas EPIC, siguiendo la tradición jeffersoniana de
autoproducción mercantil), que tendrían apoyo financiero público (mediante novedosos
impuestos progresivos sobre la renta y el patrimonio) para garantizar el bien
de las comunidades (autoconfianza, iniciativa, frugalidad, igualdad y vecindad):
reduciendo el incentivo del hambre y de la ganancia, al tiempo que sacando del
desempleo a la fuerza de trabajo, para que pueda producir, con ese apoyo
público, sus recursos de sustento y recuperar su dignidad11. Con este programa,
Sinclair (que desde 1902 y hasta 1934 había apoyado y militado en el Partido
Socialista de Estados Unidos) ganó la nominación en las elecciones primarias
del Partido Demócrata como candidato a gobernador de California en la campaña
de 1934. Sin embargo, la exitosa difusión de su programa EPIC fue enfrentada
por los medios de comunicación conservadores, la gran empresa, el sector
financiero y la industria cinematográfica (quienes le consideraban un comunista
y un ateo), diseñando una campaña propagandística en todo tipo de medios de
comunicación (prensa, películas, pasquines…) que amedrentó y asustó a los
votantes al defender que la victoria de Sinclair provocaría que viajaran a California
todos los parados e indigentes del resto de la Unión para ser mantenidos por
las políticas (antiestadounidenses) de bienestar del programa EPIC, junto a
radicales y comunistas, que acabarían con la prosperidad y la riqueza. Esta
campaña de manipulación fue un éxito y el escritor socialista perdió las
elecciones (obtuvo un 37’6% de los votos frente al 48’7% del candidato
conservador del Partido Republicano, Frank Merriam), desapareciendo, a partir
de ese momento, cualquier recuerdo de la producción para el uso y de una
alternativa mentalidad de cooperación productiva que acabara con el hundimiento
social de la Depresión, a pesar de su amplia influencia en las políticas de
bienestar de la administración de Roosevelt (que se abstuvo, por considerarlo
demasiado radical, de apoyar públicamente a Upton Sinclair)12.
Recuperar estas experiencias literarias y políticas
similares (y coetáneas) a las teorizadas por el propio Karl Polanyi, es lo que
permite enfatizar el carácter innovador y seductor de “Nuestra obsoleta
mentalidad de mercado”, al recuperar la implicación política de Polanyi en la
necesidad de reforzar los modelos y mentalidades de organización social y
económica alternativas al mercado, de manera especialmente explícita con
reflexiones, como abordaremos a continuación, sobre el socialismo, el
estalinismo, el gerencialismo, la democracia industrial, el corporatismo (base
de las políticas del bienestar socialdemócratas y demócrata-cristianas
europeas, pero también del welfare norteamericano de la segunda posguerra
mundial), que permitían apuntar las diferentes propuestas de otras economía y
sociedad posibles.
De hecho, ese año de 1947 en que se publica este artículo,
todo está por hacer económica y políticamente, tanto en una Europa devastada
económica y socialmente por la guerra y el totalitarismo fascista y nazi13,
pero también en los Estados Unidos de América, que habían pasado sin solución
de continuidad de los desestructurados efectos sociales de la Gran Depresión a
la movilización general y planificada de la economía militarizada. Ambos
territorios y sociedades, sus gobiernos y élites políticas, necesitan reorganizar
sus estructuras económicas y sociales para encontrar un modo de vida social que
supere los desastres de la guerra, del totalitarismo (que se reforzará aún más
en la Unión Soviética), del continuado conflicto industrial entre capital y
trabajo, todo ello en el marco inmediato de la polarización de la Guerra Fría.
Es en ese contexto en el que esta propuesta de Polanyi toma sentido, mientras
en los propios Estados Unidos, donde se publica, los sindicatos, que, aunque
reconocidos y reforzados en las políticas del New Deal de F.D. Roosevelt,
habían contribuido al esfuerzo militar congelando sus tradicionales demandas de
mejora de condiciones de trabajo y salariales, retoman una intensa movilización
de conflicto, demandando una mayor intervención estatal en la economía, es
decir, para reforzar la protección frente al mercado que provocó la depresión
prebélica, mientras, al mismo tiempo, ese conflicto comienza a inquietar a
sectores políticos que, como el autoritario macarthismo, supondrá un intento de
reducción de las libertades civiles de opinión y expresión para multitud de
grupos que exigen, como contraprestación a su participación (y contención
ideológica en la guerra) una economía más social: tensiones reflejadas en el
propio Polanyi en su búsqueda de una alternativa social a la economía de
mercado14.
De hecho, lo más llamativo en este artículo de Polanyi es
que se arriesga a caracterizar, ya en 1947, a la sociedad de mercado como una
estructura social obsoleta, que está siendo sustituida política y
organizativamente por nuevas formas de integración, por el triunfo de los
movimientos de protección frente al mercado, que, cuanto menos, habían
comenzado a atemperar los efectos del “miedo a carecer de recursos vitales y de
la expectativa de beneficio” (Polanyi, 1947: 111), debilitando el anteriormente
dominante y determinante control de la “vida social” por parte del mecanismo
del mercado. Obsolescencia y, por tanto, debilitamiento en su aplicación tanto
por parte del modelo de economía centralizada y planificada del socialismo real
en la Europa oriental, que se extendería durante otras casi cinco décadas, como
por las primeras prácticas de economía social de mercado, sobre la que se
sustentarían las políticas del Estado del Bienestar y en las que el propio
Polanyi había comprobado con las regulaciones keynesianas del New Deal, o del
laborismo británico, que, como anticipaba correctamente, serían determinantes
en las siguientes tres décadas en Europa occidental y también en Estados Unidos
(con su momento álgido en la presidencia de Lyndon Johnson [1963-1969] y su
Gran Sociedad, con la erradicación de la pobreza como una de sus prioridades): “En todos estos aspectos, la filosofía del
laissez-faire, con su corolario de una sociedad de mercado, se ha venido abajo
(…). En distintos países y de diferentes maneras, el liberalismo clásico está
siendo descartado. En la Derecha, en la Izquierda y en el Centro, se están
explorando nuevos caminos” (Polanyi, 1947: 116).
Ahora bien, esa limitación política del mercado estaba
empezando a suponer la concienciación de la necesidad de eliminar o, más bien,
corregir sus valores individualistas, su especulación con los recursos
originariamente colectivos y su explotación del ser humano como mercancía,
mediante los intentos de encontrar, socializar e implantar ese nuevo modelo de
pensamiento reclamado por Polanyi que estaban dejando atrás todas esas
experiencias: volver a insertar el proceso económico de producción, circulación
y consumo de bienes de sustento en su matriz social para asegurar a todos los
miembros de la sociedad, independientemente de su forma de participación,
recursos que le eviten el miedo a carecer de recursos vitales15. Una apuesta
por una economía social que apoye a sus miembros, anticipando multitud de movilizaciones
sociales que se desarrollarían intensamente décadas después, tras su muerte en
1964: Polanyi señaló originalmente su preocupación por la degradación del
medioambiente como uno de los efectos de la mercantilización forzada de la
naturaleza que, décadas después, sería el origen de los nuevos movimientos
sociales ecologistas; también su simultánea preocupación por organizar una
sociedad que asegurara que los procesos económicos garantizaran medios de
sustento suficientes para todos sus miembros, independientemente de cómo estos
participen en aquellos, conecta con los recientes y actuales debates sobre las
rentas ciudadanas, las rentas de inserción y las políticas de inclusión social,
debatidas en el marco de las políticas del bienestar. Precisamente, en este
texto Polanyi recupera su versión ‘más política’, como cuando participó y
dinamizó (desde su inicial cristianismo) el socialista Círculo Galilei en
Hungría antes y después de la I Guerra Mundial (Polany-Levitt, 1996), al
enfrentar la necesidad de regular adecuadamente la economía y, por tanto, la
sociedad de forma que la socialización de una mentalidad de protección frente
al mercado permitiera reproducir y mantener las libertades positivas que,
contradictoria pero afortunadamente, había propiciado la propia sociedad de
mercado: “la libertad de conciencia , la libertad de expresión, la libertad de
reunión, la libertad de asociación, la libertad de elección de empleo”;
anticipando también un rechazo a la supresión de estas libertades por parte del
alternativo modelo de economía planificada comunista, previendo así también el
debate sobre el totalitarismo (orwelliano) estalinista que centraría tanto la
Guerra Fría como las políticas socialdemócratas y demócrata-cristianas de la
economía social de mercado europeas y que, ya desde la década de 1920 había
preocupado a Karl Polanyi: “El intento de Polanyi de construir una teoría
positiva de la economía socialista, donde la abolición de la propiedad privada
y del antagonismo de clase abrieran el camino al ejercicio de la
responsabilidad social por parte de los ciudadanos, se enraizaba en su aversión
tanto a la economía de mercado como al socialismo centralizado. Las consideraba
a ambas como formas de ausencia de libertad” (Polanyi-Levitt y Mendell, 1986:
23).
Esa tensión entre las libertades mercantiles negativas, que
dan lugar a la explotación del ser humano, a la desigualdad y a la pobreza, y
las libertades mercantiles positivas, las libertades políticas y civiles
individuales, le plantean a Polanyi el nudo gordiano a resolver, apuntando en
este artículo que ahora presentamos algunas ideas políticas que anticiparían
diversas experiencias posteriores de economías democráticas de bienestar, con
caracteres corporatistas (o corporativistas) de planificación o negociación de
la producción: de democracia económica e industrial. Democracia económica
porque, dentro de esas libertades positivas, se desarrollarán también los
derechos sociales de ciudadanía, que pretendían asegurar a los ciudadanos y
ciudadanas frente a los riesgos del mercado (salarios indirectos en
prestaciones sociales, redistribución de la riqueza), mediante la (forma de
integración de) la redistribución, recuperando así (limitadamente) la
mentalidad de solidaridad y preocupación colectiva por el destino de todos los
miembros de la comunidad de las sociedades no mercantilizadas, aunque también
mantendrían el mercado y las condiciones de reproducción de capital. Democracia
industrial mediante la humanización del industrialismo (Polanyi-Levitt y Mendell,
1986), mediante, como veremos a continuación, el señalamiento de los efectos
alienantes de la tecnología y la máquina. Esa democratización económica del
industrialismo anticipa (pero apenas clarificará posteriormente) Polanyi que se
desarrollaría o resolvería mediante la planificación de cooperativas de
productores y consumidores, entre trabajo y consumo, que definirían
cooperativamente sus necesidades y los medios para satisfacerlas: la
recuperación de un utopismo socializante que, sin embargo, sólo ha sido
desarrollado, inestable y reducidamente, en algunas experiencias muy
específicas de cooperativismo industrial y de consumo (entre otros, el
movimiento cooperativo laborista británico o, con limitaciones, el
cooperativismo comunitario vasco…): “en una sociedad verdaderamente
democrática, el problema de la industria se resolvería en sí mismo mediante la
intervención planificada de los propios productores y consumidores” (Polanyi,
1947: 117)16.
Por otro lado, tanto en el inicio de esta propuesta política
que supone “Nuestra obsoleta mentalidad de mercado” como en su preocupación por
esa democracia industrial de cooperativas de productores y consumidores,
Polanyi plantea una de las fracturas sociales inherentes a la sociedad de
mercado y que, aunque intentará abordarla en otra obra inconclusa y no
publicada (Freedom and Technology, junto a Abraham Rotstein en 1957) no acabará
de resolverla moral y epistemológicamente. Su preocupación por las amenazas a
la libertad y bienestar que la tecnología revolucionadamente desarrollada por
la economía de mercado iba a tener en el propio ser humano en la Era de la
Máquina del industrialismo capitalista: “el hecho extraño de la máquina (…) la
necesidad de una nueva respuesta al desafío total de la máquina” (Polanyi, 1947:
109). Apunta Polanyi los efectos corrosivos del paradigma tecnocéntrico y
degradante de las condiciones de actividad de la tecnología productiva del
mercado, del taylorismo/fordismo alienante en el trabajo (monotonía,
descualificación, las ‘fábricas satánicas’…), pero también de la uniformización
y conformismo mediante la regulación tecnológica de las prácticas sociales, del
Nuevo Mundo Feliz [Brave New World] de Aldous Huxley (1932): de la amenaza a la
libertad y a la heterogeneidad (por ejemplo, mediante los tecnologías de la
comunicación y de la persuasión mediática). Frente a la visión positiva y
futurista sobre la tecnología del capitalismo liberal industrial, Polanyi
comienza a señalar en este artículo de 1947, también por el efecto dramático de
la invención y uso destructor de la bomba atómica, la necesidad de controlar el
diseño tecnológico y sus efectos sobre la humanidad, de aprovechar sus efectos
positivos y limitar los negativos, especialmente los ligados al control
disciplinario sobre los sujetos y la reducción de su libertad: “Parecía que el
final del camino hacia el progreso tecnológico incorporaba una libertad siempre
decreciente” (Polanyi, 1959).
Se pueden conectar así las intuiciones tecnológicas de
Polanyi con los argumentos de otro autor clásico y también pionero en los
estudios sociales de la tecnología, con la obra de Lewis Munford y su
distinción entre una técnica democrática, centrada en el ser humano y su
habilidad, así como referida a su autonomía y creatividad en las actividades del
trabajo productivo y de la vida social, y una técnica autoritaria, centrada en
desarrollar al máximo la invención técnica para lograr el control centralizado
que permitiera acabar con la autonomía de los seres humanos y su libertad17.
Ambos autores se anticiparían destacadamente a las posteriores aportaciones
teóricas y empíricas de los estudios sociales de la tecnología (vinculados al
programa fuerte del relativismo) y su constructivismo tecnológico, centrado en
la necesidad de conocer (e intervenir políticamente) el proceso de toma de
decisiones por el que se seleccionan las características y efectos previstos de
la tecnología; así como a las teorías del proceso de trabajo, que señalarían, a
partir de la década de 1970, el proceso de descualificación tecnológica
conscientemente diseñado en la producción industrial para eliminar
autoritariamente el control humano sobre el trabajo y sus posibles
movilizaciones laborales18: dimensión tradicional y continuada de conflicto
industrial desde las primeras escaramuzas ludistas hasta la actualidad.
Por ejemplo, en la década siguiente a la muerte de Karl
Polanyi, una experiencia de movilización obrera en la Gran Bretaña de 1976
ejemplificó esas preocupaciones del propio Polanyi y de Mumford, cuando los
ingenieros y trabajadores directos de la empresa de producción militar Lucas
Aerospace se opusieron (casi) unánimemente a los despidos y cierres de fábricas
planteadas por la dirección de la empresa. Los empleados propusieron un plan
alternativo de mantenimiento de los empleos y la producción (Lucas Aerospace
Combine Committee Plan), en el que se sintetizaban las dos preocupaciones
centrales de Karl Polanyi recogidas en este artículo de “Nuestra obsoleta
mentalidad de mercado”, y que permiten ejemplificar empíricamente los
contenidos esbozados en su defensa de una democracia industrial (de producción
y consumo). Por un lado, la apuesta por transformar la producción mercantil por
una producción socialmente orientada a satisfacer necesidades comunitarias, de
forma que el comité de empleados diseñó nuevos productos a fabricar por la
empresa que hubieran supuesto sustituir su producción bélica (aviones
militares, misiles, armamento…) por productos para mejorar las condiciones
sociales de la población (sistemas de calefacción eficientes y baratos, órganos
artificiales para trasplantes, transportes colectivos), mostrando no sólo su
rentabilidad empresarial sino también social (¿haciendo compatible la
producción para el beneficio con la producción para el uso?). Por otro lado, el
comité diseñó esos nuevos productos en relación a la implantación de nuevos
sistemas de trabajo que acabaran con la descualificación y ‘alienación’ del
tradicional y hegemónico modelo organizativo taylorista y fordista, mejorando
las condiciones de trabajo, la salud laboral y las oportunidades de
recualificación. Aunque finalmente este plan alternativo fue rechazado por la
empresa y no tuvo el apoyo del gobierno laborista británico, principal cliente
de esta empresa armamentística, el intenso debate mediático y político que
provocó, mostró la posibilidad ‘polanyiana’ de una economía social y una
tecnología alternativas, que permitieran controlar socialmente los propios
riesgos inherentes a una tecnología sustentada en la mentalidad de mercado19
A este respecto, Polanyi señalaba la posibilidad de abogar
por una tecnología menos eficiente para evitar la degradación fordista de la
identidad humana y para evitar también el deterioro de la ecología;
preocupaciones que fueron posteriormente articuladas políticamente por los
nuevos movimientos sociales del ecologismo (que ha conseguido mantenerse
arraigado hasta la actualidad), del crecimiento cero (y sus asociados y
olvidados límites al crecimiento… de lo pequeño es hermoso) o de las marginales
teorías del decrecimiento: “Hoy, nos enfrentamos con la tarea vital de
restaurar la plenitud de la vida a la persona, incluso aunque esto suponga una
sociedad tecnológicamente menos eficiente” (Polanyi, 1947: 116).
Sin embargo, leída hoy esa esperanzada llamada política de
Polanyi de 1947, una (más o menos) intensa melancolía surge, como consecuencia
de la más que actual y hegemónica mentalidad de mercado que desde la
‘contrarrevolución conservadora’ británica, estadounidense y europea se ha
afianzado en las últimas cuatro décadas, de limitación intensa de las políticas
de bienestar, de remercantilización asalariada del ser humano, de reducción de
las prácticas de reciprocidad y redistribución que pretendían proteger a los
miembros de la sociedad. Probablemente, la obsolescencia no le ha llegado a la
mentalidad de mercado, sino a la propia obra de Polanyi20. Su apuesta
metodológica sustantivista ha permitido mostrar la existencia histórica de
formas de organizar la sociedad con formas contrarias a las instituciones
económicas del mercado, pero el intenso proceso de globalización cultural y
económica ha acabado socializando hegemónicamente la mentalidad de mercado, de
manera que la mayoría de las sociedades mundiales han sido ya mercantilizadas,
de forma que es el propio mercado como institución, la economía formalista, el
que se ha difundido e implantado como economía sustantiva, por lo que cada vez
es más difícil que las alternativas políticas y económicas al mercado (y a la
cada vez más débil economía social de mercado) sean capaces de convencer a las
mayorías electorales de las democracias liberales, cuyos últimas generaciones
de ciudadanos han sido intensamente socializados en esa nada obsoleta
mentalidad de mercado21, que ha acabado encarnada y reproducida en sus (casi) inalteradas
prácticas de producción, distribución y consumo: la demanda de Karl Polanyi de
encontrar un nuevo modelo de pensamiento alternativo a la mentalidad de mercado
no sólo no ha sido dominantemente satisfecha, sino que los avances
desmercantilizadores de la economía social de mercado keynesiana están cada vez
más debilitados por una continuada e imparable crítica a sus efectos
redistributivos, tanto mediante éxitos electorales en las sociedades
democráticas del pensamiento conservador, como por la convergencia liberal de
las ideologías partidistas mayoritarias.
Sin embargo, la propuesta de Polanyi permite seguir
defendiendo (epistemológicamente y empíricamente) que otras economías y
sociedades alternativas son posibles, que otros procesos de estructuración de
prácticas sociales permitirían retomar apuestas desmercantilizadoras de
inclusión social, pero sin que podamos olvidar que requerirá una movilización
ingente de recursos de socialización y de inversión performativa de esos
valores y prácticas sociales alternativos22, en los que, siguiendo a Polanyi,
habrá que garantizar las libertades políticas y democráticas: no parecen buenos
tiempos para esta lírica.
Por ejemplo, en el inicio en 2008 de esta última Gran
Recesión y terrible depresión social y económica para millones de desempleados
y sus familias, se planteó, como apuesta para evitar en el futuro los efectos
del descontrol de la economía ‘financiarizada’ del sistema bancario
internacional (su avaricia antisocial), que se anticipaban que estaban en el
origen de la nueva crisis (de manera similar a la explicada por Polanyi en La
Gran Transformación: otra vez), la necesidad de reorganizar el capitalismo, de
regularlo a través de la intervención pública: como expresaría enfáticamente el
presidente conservador francés Nicolas Sarkozy, había que “refundar el capitalismo,
partiendo de cero (…). Sus consecuencias [de la crisis económica] serán
duraderas, afectarán al crecimiento, al empleo y al poder adquisitivo (…). La
crisis financiera por la que pasamos no es la crisis del capitalismo, es la
crisis de un sistema que se ha alejado de los valores del capitalismo, que en
cierto modo los ha traicionado. El fin de un mundo que se construyó sobre la
caída del muro de Berlín, cuando una generación creyó que la democracia y el
mercado arreglarían por sí solos todos los problemas. La autorregulación para
resolver todos los problemas, se acabó; le laissez faire, c'est fini. No
podemos gestionar la economía del siglo XXI con los instrumentos del siglo XX.
La competencia es un medio, no un fin”23. Parecía que, después de las políticas
remercantilizadoras de reducción intensa de las políticas de bienestar (de su
redistribución desmercantilizadora) iniciadas en Europa y Estados Unidos desde
1979-1980, una nueva apuesta por la regulación social del mercado, por la
limitación del incentivo de la ganancia (de la codicia ilimitada) y del
incentivo del hambre serían la nueva estrategia.
Sin embargo, una vez “salvado” el sistema financiero mediante
su ingente financiación pública, las políticas de la Unión Europea desde 2010
han recuperado la tradicional mentalidad de mercado, imponiendo ‘rescates’ económicos
y financieros a las economías continentales basadas no en la refundación
desmercantilizadora del capitalismo, sino, muy por el contrario, en la
reducción continuada e intensa de cualquier política redistribuidora de los restos
de la economía social de mercado, de forma que la apuesta de Karl Polanyi en
1947 de que el capitalismo liberal dejaría de existir, parece ahora una utopía improbable,
sustituida cada vez más por una de las opciones político-organizativas que
explícitamente se recogían en “ “Nuestra obsoleta mentalidad de mercado”: la
tecnocracia gerencialista y su ideología de los negocios, su remercantilización
privatizadora de toda producción y servicios (públicos), su intensificación
interminable de los ritmos productivos por tecnologíascontinuamente más
eficientes en la economía del tiempo y, sobre todo, por su nueva
‘entronización’ del afán de lucro y del incentivo de la ganancia, de la codicia
del nuevo espíritu del capitalismo difundida por la teorías y prácticas del
management de las empresas globalizadas exitosas, de la individualización de
las relaciones laborales y del debilitamiento (nuevamente) de las protecciones
sociales24. La construcción social (no natural) de la mentalidad de mercado se
acaba configurando definitivamente como una tecnología política determinante,
que tiende cada vez más a configurar la sociedad y menos a ser configurada por
ella, dificulta su ‘deconstrucción’ para la socialización de una alternativa,
de un ‘nuevo modelo de pensamiento’.
Para concluir esta presentación, y siguiendo las
argumentaciones de la economista Kari Polanyi-Levitt, hija y principal
responsable de difundir (y actualizar) el pensamiento de Karl Polanyi25, frente
a la afirmación de éste en 1947 de la obsolescencia futura del mercado, nos
encontramos, de manera especialmente intensa en esta última terrible crisis
mundial, con el siguiente escenario:
“Los trabajadores y los productores agrícolas están expuestos a una competencia de escala mundial, rebajando los salarios reales y el precio de las mercancías para beneficiar a un número relativamente pequeño de grandes corporaciones trasnacionales que controlan el acceso a la tecnología y los mercados (…). Nos dicen que debemos sacrificar la seguridad social para mantenernos competitivos. Los gobiernos se enfrentan en una competición para reducir los impuestos para atraer y mantener inversores. La competitividad ha sido entronizada como el principio de operación de las políticas públicas (…). Este orden económico ‘neoliberal’ favorece a los acreedores frente a los deudores, a las finanzas frente a la producción, a los ricos frente a los pobres. Cientos de millones de personas pobres en países pobres son simplemente innecesarios para las exigencias de la economía capitalista mundial (…). La equidad, la justicia social y la democracia están subordinadas a los requerimientos de un estilo depredador del capitalismo (…). Los políticos y sus políticas están devaluados. Hay un sentimiento generalizado de temor. El medio ambiente está amenazado de una irreversible degradación. La vida en los centros industriales se caracteriza por una profunda inseguridad e incertidumbre (…). El ambiente social, cultural y natural ha sido incrementalmente invadido, degradado y subordinado a criterios de rentabilidad privada. Los objetivos del pleno empleo y de la seguridad social en el mundo industrializado han sido sustituidos por el objetivo principal de la competitividad en los mercados exteriores. Las instituciones nacionales y los estándares que habían protegido a los sectores vulnerables y habían provisto sistemas completos de seguridad social están siendo sacrificados” (Polanyi-Levitt, 2006: 152-153 y 173).
El nuevo triunfo (¿temporal o definitivo?) de la hegemónica
mentalidad del mercado.
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del determinismo tecnológico", en Marx, L. y Smith, M.R.: Historia y
determinismo tecnológico, Madrid: Alianza Editorial, pp. 233-251.
Notas
1 La revista Commentary fue fundada en 1945 por el
American Jewish Committee, estando dedicada a la reflexión política y cultural,
desde una perspectiva liberal en los Estados Unidos de América, es decir,
izquierdista y antitotalitaria (antiestanilista), al menos durante sus primeras
dos décadas de publicación, sustentando a partir de finales de la década de
1970 una perspectiva neoconservadora, que sigue defendiendo dominantemente en
la actualidad, aunque de manera pluralista: Balint, B. (2010): Running
Commentary: The Contentious Magazine that Transformed the Jewish Left into the
Neoconservative Right, Nueva York: Public Affairs. Su último número publicado
es de noviembre de 2013.
2 Es
imprescindible no desestimar las perspectivas críticas a la obra de Polanyi,
que señalan su ‘romanticismo’ e ‘idealización’ de las sociedades y humanos
‘primitivos’, en las que se minimiza el conflicto social, la agresividad, la
violencia, el sexismo, la crueldad, el belicismo, la superstición…: el buenismo
rosseauniano de su (obsoleta) mentalidad anti-mercado (Cook, 1966: 68). Véase
también la recensión de una nueva edición de The Great Transformation: Clark,
G.: “Reconsiderations: The Great Transformation by Karl Polanyi”, en The New
York Sun, 4 de junio de 2008.
3 Rideout, W.B. (1956): The Radical Novel in United States 1900-1954,
Nueva York: Columbia University Press; Taylor, W.F. (1969): The Economic Novel
in America, Nueva York: Octagon Books; Block, A. (1992): Anonymous Toil. A
Reevaluation of the American Radical Novel in the Twentieth Century, Boston:
University Press of America.
4 El mítico
economista Ludwig von Misses rechazó enfáticamente la veracidad del realismo
social o de la novela proletaria por no ser más que propaganda socialista (basada
en Marx, Veblen y los Webb) que malinterpretaba la realidad: “La predilección de estos autores por tratar
la desolación y la angustia se convierte en una escandalosa distorsión de la
verdad cuando insinúan que lo que muestran es el estado de cosas típico y
representativo del capitalismo. La información que nos proporciona los datos
estadísticos en lo concerniente a la producción y venta de todos los artículos de
producción en gran escala muestran que el asalariado típico no vive en las
profundidades de la miseria”, Misses, L. (1956): “The ‘Social’ Novels and
Plays”, en The Anti-Capitalist Mentality, Princeton: Van Nostrand Co. Misses y
el propio Karl Polanyi habían discutido públicamente en Viena sobre la
posibilidad del cálculo económico en una economía socialista sin mercado, así
como sobre las bondades del capitalismo o del socialismo para organizar la
sociedad.
5 Tal y como
documentaron fotográficamente Dorothea Lange y Walker Evans, así como, junto
con éste último, narró James Agee en Elogiemos ahora a los hombres famosos
(1936). Sin olvidar la épica musical del ‘trovador de la clase obrera’
estadounidense Woody Guthrie, con sus composiciones recogidas en su álbum
conceptual Dust Bowl Ballads (1940), en el que presentaba sus propias
experiencias como trabajador migrante en esa época: Woody Guthrie conforma,
junto a Peter Seeger, Joe Glazer y Utah Phillips, la minoritaria tendencia de
cantautores obreristas en la recuperación y difusión del folklore del
movimiento obrero en Estados Unidos.
6 Siguiendo a
John Maynard Keynes, como se recogía en Lahera Sánchez (1999): “Si nos preocupa
el bienestar de las jirafas, no debemos pasar por alto los sufrimientos de los
cuellos más cortos que están muertos de hambre, o las dulces hojas que caen al
suelo y son pisoteadas en la lucha, o el hartazgo de los que tienen el cuello
largo, o el mal aspecto de ansiedad o voracidad agresiva que nubla los
pacíficos rostros del rebaño”, en Keynes, J.M. (1988): Ensayos de persuasión,
Barcelona: Crítica, pp. 287-288.
7 En Las Uvas de
la Ira, Steinbeck contiene las posibles manifestaciones violentas de los okies
pauperizados para defenderse de la represión que sufren por sus ‘explotadores
inmorales’, prefiriendo limitar su concienciación conflictiva y abandonarse a
la desesperanza. Sin embargo, en su novela anterior, En una lucha incierta [In
Dubious Battle] (1936), muy al contrario, los personajes principales son
‘organizadores’ sindicales y comunistas de los braceros en la recolección de
producciones hortofrutícolas en California, que, ahora sí, se movilizan
mediante la huelga y la violencia para protegerse de la desafiliación del
mercado: violencia que, en el enfoque de Steinbeck, deshumaniza también al
socialismo que la justifique como medio central para conseguir sus fines,
señalando narrativamente, como se presentará más abajo, la misma fractura moral
que le preocupaba a Karl Polanyi, al reflexionar sobre el socialismo real
soviético.
8 Una visión más
oscura, degradante y sarcástica sobre los propietarios agrícolas devenidos en
braceros del (lumpen)proletariado sería la narrada por Erskine Caldwell en El
Camino del Tabaco [Tobacco Road] (1932).
9 Otras dos
novelas de Upton Sinclair de carácter social y proletario serían King Coal
(1917) y The Coal War (1976, póstuma), centradas ambas en las degradadas
condiciones de vida y trabajo de los mineros en compañías oligopólicas de
Estados Unidos: si en la primera novela Sinclair evita defender abiertamente la
reacción violenta del movimiento obrero, en la segunda obra, que reconstruye la
matanza de trabajadores y sus familias que las milicias gubernamentales del
estado de Colorado inflingieron a los huelguistas de las minas de carbón en
Colorado en 1914, se comienza a reconocer la ‘necesidad’ de, al menos, la
autodefensa violenta frente a los que imponen violentamente el incentivo del
hambre y de la ganancia. La relevancia social que tuvo esta matanza de Ludlow
(Colorado) originó a continuación las primeras políticas empresariales de
paternalismo industrial para reducir el conflicto industrial y la lucha de
clases en los Estados Unidos; Dubofsky, M. (2000): Hard Work: The Making of
Labor History, Chicago: University of Illinois Press.
10 Las verdaderas
necesidades sociales para Karl Polanyi suponen que: “Incluso en el campo
material, no son los objetos manufacturados sino los servicios colectivos los
que ofrecen el principal enriquecimiento de nuestra vida diaria. Lo que
nuestros hijos necesitan es una mejor educación, una mayor apertura para su
propio perfeccionamiento, oportunidades de viajar, de estudiar, de investigar,
de una actividad creativa; lo que necesitamos en un contacto más amplio con la
naturaleza, el arte y la poesía; el disfrute del lenguaje y la historia, las
perspectivas de la ciencia y la exploración, la seguridad contra los
inevitables accidentes de la vida y, sobre todo, el asegurar a una persona que
se respeta a sí misma que puede guiar su vida sin una humillante dependencia
respecto a un empleador (…). No otro coche, ni un conjunto de ropa más caro, una
presionada venta de seudo-mercancías, sino los servicios proporcionados por el
pueblo, la ciudad, el gobierno, las asociaciones voluntarias que suman las
precondiciones de una verdadera vida” (Polanyi, 1959).
11 Sinclair, U. (1934): Inmediate Epic: The Final Statement of the Plan,
Los Angeles: End Poverty League. Su programa EPIC implicaba también la
provisión de pensiones y rentas sociales para los residentes mayores de 60 años
y para la población dependiente. El logotipo de la campaña era una abeja, que
simboliza el trabajo y su capacidad para defender a la comunidad y, por tanto,
su lema “Produzco, defiendo” [“I produce, I defend”].
12 Arthur, A. (2006): Upton Sinclair. Radical Innocent, Nueva York: Random
House; Mattson, K. (2006): Upton Sinclair and the Other American Century,
Hoboken: John Wiley & Sons.
13 Es
imprescindible recordar que para Polanyi la solución fascista supone una
reorganización y revitalización de la economía de mercado mediante la
extirpación de cualquier institución democrática, todo ello mediante métodos
masivos de conversión cultural mediante la tortura (The Great Transformation,
p. 237).
14 La mentalidad
macarthista de la Guerra Fría, que comienza a ser intermitentemente hegemónica
en Estados Unidos a partir de 1947, supone para Karl Polanyi que, cuando es
invitado, ese mismo año, a ser profesor visitante de economía en la Universidad
neoyorquina de Columbia, el gobierno de Estados Unidos no le concediera también
un permiso de residencia a su esposa Illona Duczynska, por haber sido miembro
del Partido Comunista Húngaro entre 1918 y 1922, lo que les obligó a instalarse
en Canadá, a las afueras de la ciudad de Ontario, desde la que Polanyi viajaba
a desarrollar sus clases e investigaciones en Nueva York (Polanyi-Levitt, 1996).
15 En la última
película del director británico Ken Loach, The Spirit of ‘45 (2013), se
documentan las imágenes y recuerdos de los ciudadanos y ciudadanas que, tras
sufrir la crudeza de la II Guerra Mundial, construyeron colectivamente las
políticas socializantes y desmercantilizadoras de la economía británica,
mediante una economía social de bienestar, que con mercados regulados y
redistribución, permitieron superar durante tres décadas los horrores de la
Depresión previos al segundo conflicto mundial: hasta la llegada del nuevo
conservadurismo remercantilizador de Margaret Thatcher en 1979.
16 Lo que nos
permite nuevamente evocar la ‘producción para el uso’ para el fin de la pobreza
de Upton Sinclair.
17 "Con el
pretexto de ahorrar mano de obra, la meta última de esta técnica consiste en
desplazar la vida, o mejor dicho, en transferir los atributos de la vida a la
máquina y al colectivo mecánico, permitiendo que solamente quede lo que del organismo
puede ser controlado y manipulado", (Mumford, L. 1979: 57); "En vez
de funcionar activamente como animal que utiliza herramientas, el hombre se
convertiría en un animal pasivo y servidor de las máquinas, cuyas funciones
propias consistirán en alimentar una máquina" (Mumford, 1979b: 160). Mumford,
al igual que Polanyi, enfatizaría el carácter político de la tecnología, basado
en decisiones seleccionadas
entre opciones alternativas de concepción del ser humano :
"las ventajas genuinas aportadas por nuestra técnica de base científica
sólo pueden conservarse si situamos todo el sistema en un punto en el que se
permitan alternativas humanas, intervenciones humanas y decisiones humanas para
unas finalidades humanas totalmente diferentes de las del propio sistema"
(Mumford, 1979a: 61).
18 La novela de
Kurt Vonnegut The Playing Piano [La pianola] (1952), recoge una reflexión sobre
una distopía totalitaria en que toda la producción es realizada exclusivamente
por la tecnología maquínica, destruyendo las dignidad que el ser humano había
obtenido secularmente a través de su trabajo, la alienación total de la
humanidad, su disciplinamiento definitivo por la máquina autoritaria, como
había anticipado Charles Chaplin en su largometraje Modern Times [Tiempos
Modernos] (1936) o el escritor Elmer Rice en su novela La máquina de sumar [The
Adding Machine] (1923): la última gran preocupación de Karl Polanyi.
19 Cooley, M. (1982): Architect or bee?, Nueva York: Brain and Public;
Wainwright, H. y Elliot, D. (1982): The Lucas Plan. A new trade unionism in the
making?, Londres: Allison and Busby; Steward, F. (1979): “Lucas Aerospace: The
Politics of Corporate Plan”, Marxism Today, marzo, pp. 70-75.
20 “Dado el hecho de que las economías de
subsistencia sin mercado están desapareciendo rápidamente como entidades
etnográficas, al estar siendo desplazadas por la influencia del mercado (…),
parece inútil insistir (…) en urdir un argumento torticero en defensa de una
teoría [la teoría económica sustantivista de Karl Polanyi] que fue diseñada
especialmente para el análisis de ese tipo moribundo de economías” (Cook,
1966: 325).
21 Como apuntamos
en otra ocasión (Lahera Sánchez, 1999), Keynes señaló que la base darwinista
del 'laissez-faire' se difundió al ser coherente con las necesidades de la
ideología de los negocios, siendo su ‘éxito’ debido a un amplísimo proceso de
socialización que llevó a la educación de varias generaciones en sus
principios: "El dogma se había apropiado de la máquina educativa; había
llegado a ser una máxima para copiar. La filosofía política, que los siglos
XVII y XVIII habían forjado para derribar reyes y prelados, se había convertido
en leche para bebés y había entrado en el cuarto de los niños”, Keynes, J.M.
(1988): Ensayos políticos, Barcelona: Crítica, p. 283.
22 Como ejemplo
puramente coyuntural de los límites y recursos ideológicos que es necesario
movilizar para una ingeniería política alternativa a la ya centenaria
ingeniería social en la que se ha sustentado la mentalidad de mercado,
recuérdese en España el reciente conflicto partidista, pero también ciudadano,
sobre la impartición obligatoria en las escuelas de una Educación para la
Ciudadanía, en el que una supuesta defensa de valores desmercantilizadores en
algunos manuales educativos fue interpretada como un adoctrinamiento
‘totalitario’ por parte de la opinión pública liberal-conservadora y sus
electores. Por otro lado, la casi totalidad de los manuales de bachillerato sobre
Economía y Organización de Empresas impartidos en el sistema educativo español
recogen una perspectiva ortodoxa y formalista del pensamiento económico;
aquellos que incorporan una visión institucionalista o sustantivista son
anecdóticos: por ejemplo, VV.AA (2009): Apuntes de economía, Madrid: FERE.
23 “Sarkozy
propone refundar sobre bases éticas el capitalismo”, diario El País, 26 de
septiembre de 2008.
24 Años antes del
comienzo del realismo social de la novela proletaria estadounidense, varios
autores describieron críticamente las prácticas empresariales y sociales de los
gerentes y propietarios de las grandes empresas, de la ideología de los
negocios de los capitanes de la industria convertidos en barones ladrones
(robber barons). Por ejemplo, la Trilogía del Deseo de Theodor Dreiser, con sus
novelas El Financiero [The Financier] (1912), El Titán [The Titan] (1914) y la
póstuma El Estoico [The Stoic] (1947), en que reconstruye las prácticas
especulativas y financieras del futuro oligopolio del suburbano de Chicago
(ficcionalizando críticamente la vida del magnate Charles Yerkes); así como la
también trilogía de la Epopeya del Trigo de Frank Norris,¸con sus obras El
Pulpo [The Octopus] (1901), El Pozo [The Pit] (1903) y la nunca escrita El Lobo
[The Wolf], sobre la construcción de los conglomerados ferroviarios en
California y su manipulación violenta de las tierras de los agricultores del
cereal y la posterior especulación local e internacional de este producto.
También la novela de William Dean Howells El Ascenso de Silas Lapham [The Rise
of Silas Lapham] (1885) anticipa una crítica del realismo social a la
‘degradación moral’ de las clases emprendedoras empresariales.
25 A través de la
intensa actividad del Karl Polanyi Institute of Political Economy de la
Concordia University en Canadá. El archivo más relevante con las obras y
documentos académicos y de investigación de Karl Polanyi se encuentran en la
Columbia University en Nueva York.
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