12/12/13

La política en la filosofía | Foucault, Deleuze, Althusser & Marx

  • “…leer las lecturas sobre Marx no es jamás simplemente seguir comentario tras comentario, ni dedicarse a anotar en los márgenes, sino que es forzosamente reencontrar la cuestión central de la transformación del mundo, a la luz de las dimensiones teóricas y políticas que lo componen.”
Gilles Deleuze, Michel Foucault
& Louis Althusser ✆ Mariano Mancuso
 
Isabelle Garo  |  Michel Foucault, Gilles Deleuze y Louis Althusser, filósofos franceses pertenecientes a la misma generación, son todavía, al día de hoy, muy leídos en todo el mundo (especialmente en el caso de los dos primeros). A través de muchas de estas lecturas se afirma la actualidad y fecundidad política de la tesis que opone la micropolítica a todas las perspectivas globales de abolición del capitalismo. A menudo olvidando que el trabajo de los tres encaja con precisión en su propio tiempo, tanto desde el punto de vista teórico, como político, pero que su transposición a circunstancias diferentes no es para nada algo obvio. Mi hipótesis es que en su relación con Marx, el marxismo y la cuestión del comunismo podemos comprender, y a la vez interrogar de manera crítica, la actualidad de estos tres filósofos. Porque son estas relaciones las que los condujeron a la elaboración de obras pujantes y originales, que se presentan como una transposición teórica de una relación activa, pero desplazada, de la filosofía con la política.

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En efecto, al mismo tiempo que ellos se desmarcan continuamente del marxismo y del comunismo, construyen con relación a este punto central su propia y elíptica trayectoria, y contribuyen con esto a hacer de Marx una referencia teórica, entre otras. Estos filósofos mantienen y reafirman la importancia de la teoría y de la política, pero lo hacen a través de una mezcla de reconocimiento íntimo, y de rechazo a la vez, a la referencia de Marx. Esta relación está presente en las obras más características de Foucault, Deleuze y Althusser, emparentadas en esto, y es también lo que las distingue
dentro del contexto de la Francia de los años 1960-1990.

La filosofía en lugar de la política

Estas tres lecturas de Marx son también, y sobre todo, la ocasión para una confrontación con la cuestión comunista en un sentido amplio. Ellas se inscriben en efecto en el horizonte de una transformación social y política de gran amplitud, en el momento en que comienza la crisis económica, en los años 1970, que se cobra el cheque de las políticas de inspiración keynesiana y abre otra coyuntura ideológica y política. Haciéndose eco de esta historia, mientras buscan traducirla en sus propias palabras, estas obras tratan de producir al mismo tiempo una redefinición radical del compromiso intelectual, lejos del Partido Comunista y en contra de las opciones que fueran señaladas por Sartre. Y desde este ángulo van a participar de la mutación del panorama político francés.

Es por eso que más allá de aquello que distingue a estos filósofos entre sí, podemos encontrar algunos parentescos sorprendentes, préstamos recíprocos, referencias filosóficas cruzadas, temáticas y objetos comunes: crítica del humanismo y del sujeto, crítica de la racionalidad y de la representación, denuncia de la dialéctica y antihegelianismo virulento, teorizaciones sobre el deseo y la sexualidad, promoción de la autonomía, auge de temáticas autogestionarias y de la crítica del Estado, redefinición de los explotados en tanto que excluidos, promoción de un análisis “molecular” del poder y de la micropolítica, crítica generalizada del compromiso político tradicional y de las organizaciones sindicales y políticas, estetización y sofisticación creciente del discurso filosófico. Althusser, al principio muy alejado de estas concepciones, con el tiempo va a acercárseles fuertemente,  al menos en algunos puntos esenciales. Este tipo tan particular de convergencia, de la mano de una gran diversidad de tesis producidas, que a veces mantienen diferencias  fundamentales entre ellas, certifica que estas filosofías se conectan todas, a través de diversas mediaciones, con el intenso debate público del momento. De ahí es que extraen algunas de sus preocupaciones teóricas principales, sin que eso sea incompatible con una alta tecnicidad filosófica o con una fuerte preocupación por singularizar estilos y conceptos de su escritura. Por lo tanto, para abordar las lecturas que estos teóricos tienen de Marx, se debe transgredir ese tabú que siempre aparece como un poderoso lado “prohibido” para la filosofía, ya sea académica o crítica: el reintegro de ésta en su propio contexto histórico.

Por ello es que vamos a proceder a un análisis deliberadamente politizante e historizante de las lecturas sobre Marx producidas por estos tres filósofos de una misma generación, sin conceder nada al determinismo, que se presume marxista y que pretende deducir y reducir de manera simplificada un discurso teórico a partir de su posición histórica y social. En contraste con este método, basta con señalar que estos autores son también, y sobre todo, actores del período, ya sea como teóricos creadores de tesis que han sido luego ampliamente difundidas y discutidas, pero también en este caso, como activistas que son a la vez profesionales integrados a instituciones con cierto poder social y cultural. Como resultado, es a partir de la cuestión del compromiso del intelectual que se ilumina ese período, y que se constituye el origen inmediato de nuestro mismo presente, aunque como veremos, hoy vuelve a modificarse nuevamente.

Se trata de establecer un diálogo crítico y polémico con los tres, lo que al mismo tiempo implica la ocasión de romper con esa actitud aparentemente antidogmática y “respetuosa” que consiste en anexar sin escrúpulos unos pensamientos a otros, uniendo referencias que en realidad son incompatibles. En lugar de prolongar a Marx en Foucault o Deleuze, añadiendo algunos comentarios de Lefort, o una cita de Arendt por si acaso, se trata, al contrario, de poner de relieve los puntos de vista originales y coherentes con los que critican el marxismo para someterlos a la crítica. La persistencia de un pensamiento de tipo marxista hoy, y su posible renovación, tiene mucho que ganar mediante la confrontación con estas obras, y con poner en movimiento, al mismo tiempo, su propia definición, sin fingir un acuerdo preestablecido.

A través de la hipótesis de que la relación crítica con Marx constituye el pivot de las obras de Foucault, Deleuze y Althusser, es que se ilumina una dimensión política de la filosofía, que no va acompañada de una tematización acorde, sino incluso a menudo de la negación de ésta, y que tampoco conlleva la forma de una constitución de una filosofía política propiamente dicha. El adjetivo “político” califica aquí, después de todo, como un tipo bien específico de intervención: la elaboración y la difusión de un discurso teórico ambicioso e innovador que se sitúa inmediatamente sobre el terreno de las cuestiones sociales y políticas contemporáneas, sin producir por lo tanto un análisis sobre estas cuestiones. Y es justamente su carácter de “intervención en situación” que exige, para aparecer como tal, colocar o recolocar estas filosofías en su contexto preciso. Aparece así, un rasgo que llama la atención, que es que la filosofía francesa de este período no existe ciertamente como una escuela, pero que la aparición de nuevas cuestiones teóricas compartidas entre sí, y que los alejan de sus predecesores, constituye un terreno común constitutivo de ella.

Por lo tanto, en razón misma de su orientación histórica, la relectura de Foucault, Deleuze y Althusser, es un trabajo que encuentra su razón de ser en el presente. Incluso bajo este ángulo indirecto, que es la lectura sobre Marx producida por los tres filósofos, se verifica que Marx decididamente no es un autor como otros: reencontrar su pensamiento y explorar su obra, es siempre y en el mismo movimiento, confrontar con la cuestión política y enfrentar las lecturas anteriores que ayudaron a dar forma al paisaje intelectual y político del presente. Recíprocamente, leer las lecturas sobre Marx no es jamás simplemente seguir comentario tras comentario, ni dedicarse a anotar en los márgenes, sino que es forzosamente reencontrar la cuestión central de la transformación del mundo, a la luz de las dimensiones teóricas y políticas que lo componen.

El retorno del debate y la urgencia de alternativas al capitalismo

La configuración ideológica y política del presente es la heredera directa de tendencias manifestadas en la década de 1960, que se impusieron plenamente y se volvieron verdaderamente visibles recién veinte años más tarde. La inestabilidad creciente de este paisaje heredado llama a revisar esta historia reciente a la luz de la situación de crisis generalizada que caracteriza el momento actual. En el contexto del derrumbe de la experiencia histórica nacida en 1917, asistimos a la crisis del capitalismo contemporáneo, que se expande sin cesar, que abarca todas sus dimensiones, incluyendo aquella de sus ideas y representaciones en un sentido amplio. Desde finales de la década de 1960, para cierto punto de vista, incluso entre aquellos que se proponen desafiarlas, es habitual considerar que la crisis no llega a tocar a las ideas que hacen a la legitimación del capitalismo.

Este diagnóstico está en tren de perder su carácter de evidencia: aunque aún de manera relativa, la crisis actual afectará de aquí en adelante también las ideas dominantes, y notablemente su matriz neoliberal devenida hegemónica a partir de la década de 1980. En los últimos años podemos constatar el desarrollo de lo que se ha convenido en llamar “pensamientos críticos”1, así como la presencia más marcada del pensamiento marxista, cuya producción aún es menos sistemática. Esto puede querer decir que está a punto de cerrarse una secuencia histórica, a la vez teórica y política, que se instaló en la década de 1970 y que se caracterizó por el retroceso de las luchas sociales y la debacle de las alternativas políticas radicales.

Recíprocamente, la otra cara del diagnóstico sobre la crisis también debe ser interrogada.  Se ha vuelto parte del sentido común caracterizar el momento como de derrota del movimiento obrero y de las alternativas al capitalismo. También se ha vuelto clásica la idea de que en este paisaje devastado, solo teóricos críticos no marxistas han constituido un polo de resistencia en este período, buscando renovar las condiciones para una intervención política de izquierda, abandonando sus formas clásicas que habrían entrado en una declinación fatal. O esta doble afirmación siempre fue incorrecta, o lo es ahora. En contra de la idea generalizada de que esto sería una simple constatación de los hechos, debe tenerse en cuenta la naturaleza partidaria de esta representación, y de este diagnóstico, y el sesgo de su carácter político, generalmente negado, para poder detener los efectos teóricos y políticos que tienen estas voluntades políticas presentadas como causas que se imponen. Dicho de otro modo, antes que partir de la afirmación de una derrota social y política, que está lejos de ser lineal y general, y que es más bien resultado de retrocesos acumulados e interiorizados como hechos históricos, es necesario analizarla en su larga duración: la derrota pensada como una fatalidad histórica para las clases populares y sus fracciones más politizadas, pero también, y especialmente, una derrota teórica que se impone como una necesidad implacable para los intelectuales, que conduce obligadamente al abandono de toda perspectiva de transformación y a la desaparición de las fuerzas sociales capaces de llevarla adelante. Ahora el recomienzo relativo de la protesta social y la contestación política, viene a invalidar tal conclusión, y supone a la vez un desafío en donde proyectos y ruinas se mezclan inextricablemente.

En este plano, ¿las ideas se combinan extrañamente con las prácticas o las cosas están definitivamente en tren de cambiar? Por una parte, en efecto, las ideas dominantes van de mal en peor en sostener una base electoral firme, y más generalmente, conquistar la opinión pública de forma estable, donde amplios sectores se mantienen hostiles a las políticas de contrarreforma liberal en curso, aunque aún son incapaces de obstaculizarlas. Por otra parte, el estallido y la despolitización de la escena intelectual francesa de izquierda está pasando ya; esa propensión a hacer de su impotencia una elección y de la derrota una estética, han dejado en gran medida de alimentar la ilusión de novedosas vías micropolíticas, tan caras a Foucault y Deleuze, que se creyeron aptas para proponerse como una alternativa a la alternativa comunista. Asistimos ahora, no ciertamente a un auge de teorizaciones críticas globales como tales, pero sí a una investigación creciente acerca de las vías sociales y políticas de ruptura con el capitalismo, aunque difusas, y precisamente por esto mismo, requerimos que estas teorías vayan asociadas a una renovación de las luchas sociales y políticas.

El retorno de la teoría y la política

Del lado de las clases dominantes la paradoja es que la desaparición del adversario, por la desaparición de la URSS, pero también por la debacle de los partidos comunistas y el completo abandono ideológico de la socialdemocracia en el capitalismo neoliberal, amenazan el cuadro conceptual de una revancha neoliberal que se alimenta de la demonización de sus adversarios. La fecundidad de la oposición totalitarismo/democracia se ha terminado: poco clarificadora para pensar el presente, no ofrece más un programa de lectura pertinente y movilizadora, y es incapaz de presentar otra perspectiva que no sea la amplificación de las catástrofes sociales y ecológicas en curso, cediendo el paso a la doctrina del “choque de civilizaciones”, y sus concretizaciones policiales y guerreras. La potencia regresiva de una combinación tal no tienen equivalentes históricos: el liberalismo contemporáneo, a la vez victorioso y en crisis, parece que está dispuesto a revivir su peor pasado2.

Frente a esta crisis de una ideología neoliberal tan estrecha e inadecuada para cumplir su propia función, se revela más crudamente su cinismo e instrumentalización al servicio de las clases dominantes, en un momento en que está en discusión la legitimidad del modo de producción. Es lógico en este contexto que crezca la necesidad de un pensamiento crítico radical que tenga al capitalismo como su blanco de ataque. Tal pensamiento no se puede hacer sin referencia a Marx, tanto desde el punto de vista del análisis, como en términos de movilización política. El marxismo, por supuesto no ha desaparecido jamás, pero también debe remontar su crisis específica, para revitalizar su dimensión de intervención crítica y política. La relación entre la teoría y la política vuelve a estar en el frente de la escena como una cuestión profunda y urgente, que es imposible no tratar, a riesgo de volver obsoleto el compromiso político, y forzosamente dogmática a la teoría.

Así, las líneas incrustadas en el paisaje ideológico-político comienzan a moverse un poco para que sea más visible y menos implacable el horizonte plano de los años glaciares, aunque la batalla solo se ha reanudado. El relativo retorno a la movilización social en este momento no conoce ni conocerá ningún crecimiento lineal. Incluso podemos predecir que va a tener que soportar todos los giros y vueltas, todos los fracasos también, de una recomposición política de la izquierda que se anuncia lenta y difícil.

Es por esto que es importante hoy interpelar de nuevo ese diagnóstico de la derrota, tantas veces complaciente, especialmente en aquellos cuya trayectoria intelectual ha abrazado exactamente la curvatura de la secuencia histórica del período. Por lo tanto, el pensamiento crítico contemporáneo debe hacer con urgencia un inventario de su propia historia, resolviendo esa tensión interna entre la “liberación” de las teorías globales, por un lado, y la búsqueda de alternativas al capitalismo, por otro, si es que quiere recuperar su vitalidad y reanudar una relación más fructífera y ofensiva entre la política y la historia. Si dejamos de lado el caso complejo y singular de Althusser, la filosofía nacida en la década de 1960 fue capaz de explorar nuevos terrenos de investigación y generar ideas creativas, que el marxismo no siempre percibió correctamente, y que incluso varias veces rechazó. Pero ella también ha concedido a su enemigo el cuadro y las condiciones políticas de su propia definición, procediendo a la liquidación sin reemplazo de sus propios puntos de referencia heredados, sin conseguir inventar una alternativa nueva. No ha sido capaz de producir un verdadero análisis histórico del período en que se originó, que sigue reclamando todavía un pensamiento crítico y subversivo. En la década de 1960 se instaló en un terreno conceptual y cultural de abandono de la elaboración de mediaciones políticas, al mismo tiempo que de saberes totalizantes acerca de un capitalismo decididamente global. Paradojalmente, las resurgencias actuales provienen de una profunda ignorancia de la historia, al mismo tiempo que de la búsqueda de alternativas para la supresión del capitalismo. En este plano, el marxismo tiene que demostrar de nuevo la prueba de su propia capacidad de análisis e intervención estratégica, enfrentando el ángulo muerto de las filosofías francesas de los años 1960-1990.

Notes

1. Razmig Keucheyan, Hémisphère gauche – une cartographie des nouvelles pensées critiques, París, Zones, 2010.
2. Cf. Domenico Losurdo, Controstoria del liberalismo, Bari-Rome, Laterza, 2006.

Foto: Isabelle Garo 
Isabelle Garo es profesora de filosofía (París) y presidenta de las GEMA (edición de las obras completas de Marx y Engels en francés). Es miembro de los comités editoriales de las revistas ContreTemps y Europe. Autora, entre otras obras, de Marx et l’invention historique (2012) y de L’Or des images: Art – Monnaie – Capital(2013). Este artículo es una versión resumida y actualizada especialmente por la autora de la Introducción al libro 'Foucault, Deleuze, Althusser & Marx', París, Demopolis (2011). Traducción del francés por Gastón Gutiérrez



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