Karl
Marx-Hof, diseñado y construido
por el gran
arquitecto Karl Ehm > [Ampliar]
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Germán Borda | Los
muchos años que pasé en Viena, tenían como el mayor panorama un papel pautado,
otras, el teclado. Descubrí al regresar, años después, y de manos de un
guía excepcional, un cicerone sabio, Peter Mayer, compañero de estudios, una
urbe apasionante. Ciudad que ignoré dedicado a la busca de la composición. Me
mostró a diario iglesias, monumentos, plazas, recovecos maravillosos y los
nombres de las calles, un mapa del saber, la ciencia, la música, el arte.
Pues estaban dedicadas a los grandes del espíritu, así como las placas
conmemorativas. Aquí vivió Schumann, o Chopin, Liszt o Brahms y tantos y tantos
más. También Kafka, Rilke, Freud, e innumerables genios.
—Mañana vamos a Heiligenstadt, que como bien sabes allí
escribió Beethoven su famoso testamento —y tomamos el metro, medio perfecto, al
bajar comentó —el resto del trayecto es en autobús —de repente su mirada quedó
enclavada en una gigantesca construcción –observa es el Karl Marx Hof, uno de los edificios más gigantescos que existan
dedicados al pueblo.
Cientos de arquitectos han estudiado sus entrañas.
En efecto ocupa varias manzanas y alberga un enorme bloque
de viviendas, 1382, construidas por [Karl] Ehn, discípulo del famoso Otto
Wagner. En esa época comunista (1919-1934) se añadieron 63.000 en el resto de
Viena. La vocación socialista, verificamos, es vieja en la urbe, que supo con
sabiduría destilarla y enrumbarla a la social democracia. Políticas que
nos financió los estudios y nos dio un derrotero claro de cómo deberían ser las
cosas y que seguimos.
La casa de Beethoven en Heiligenstadt es una residencia
rústica, de dos plantas y altillo. Una chimenea que va reduciendo sus conos
hasta desaparecer en el aire. El pueblo tiene ese encanto de leyendas y sagas
de encantamiento, parece inspirar y ser a su vez sacado de un pesebre. El
compositor tuvo pensamientos muy complejos en esos alrededores y en sus largas
caminatas.
Su oído lo abandonaba y lo lanzaba a su mundo interior pleno
de música irrealizada en el papel. Hay un momento decisivo en la etapa de la
creación sonora, una vez que el compositor el compositor ha plasmado sus
ideas y viene la comprobación, los intérpretes la llevan a la vida. En ese
instante el creador sabe si lo que soñó, imaginó, percibió, escribió, concuerda
con la realidad. Es el encuentro con el pasado, el momento de la concepción,
segundos cruciales, un poco lo del torero con el estoque final.
Beethoven podía, siendo sordo, realizar todas las etapas,
menos la de la comprobación, quizás la más definitiva, si es cierto lo que hago
o es muy distante de la idea original. Eso lo lleva a una desesperación total,
tiene que convencerse y convencer que es posible trabajar solo con el oído
interno. Ha sido asesinado por el destino, decide consolidar su deceso.
Escuchemos sus palabras:
“qué humillación si alguien cerca de mí oía el sonido de una flauta, y yo no oía nada, o alguien escuchaba el canto de un pastor, y yo, de nuevo, no oía nada! Sucesos como estos me condujeron casi a la desesperación, y muy poco me faltó para quitarme la vida, y sólo el arte me detuvo, sólo el arte”
¿Un suicidio? Que hubiera llevado consigo los cuartetos, la
tercera y séptima sinfonías, las últimas sonatas. La misa y la novena.
“Con alegría salgo al encuentro de la muerte”
Repite el genio desesperado. Desolado.
“Ojalá que sea duradera esta mi decisión de perseverar, hasta que les plazca a las inexorables y parcas cortar el hilo de mi vida. Quizás mejore, quizás no. Estoy decidido y me veo obligado a hacerme filósofo a mis veintiocho años. No es fácil, y para el artista más difícil que para cualquier otro”
Y decide vivir en el interior de su ser acompañado por la
música. Aislado en su sordera, muro infranqueable.
Se han salvado, él a su obra y la creación al
compositor.
Estas líneas, manuscritas por un escritor, me trajeron a la
memoria y ahora al presente los momentos de agonía de Beethoven:
“Cuantos seres han escrito poemas que jamás podrán leer, o cuadros que nunca verán, o sinfonías que le permanecerán en el silencio. Novelas maravillosas, ocultas y vedadas para su lectura. Creadores con la extraña maldición y karma; el enorme don de la creación y la imposibilidad de percibir sus logros. Ellos, a diferencia de Beethoven, nunca escribieron, y en ningún tiempo podrán redactar un testamento como el concebido en Heiligenstadt”
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