4/11/13

La Teoría del Estado del Marx maduro | Apuntes sobre la Crítica del Programa de Gotha – I & II

Ariel Mayo  |  La Crítica del programa de Gotha (1875) es un texto clave para comprender la teoría del Estado del Marx maduro. Dicha teoría está marcada por la experiencia de la Comuna de París (1871) y por las reflexiones sobre el Estado y la política esbozadas en El capital. Dado que la posición de Marx acerca del Estado es poco conocida y/o tergiversada escandalosamente, es oportuno retomar la lectura directa de esta obra, sobre todo en tiempos en los que el Estado se ha convertido en un fetiche de los partidos y movimientos “progresistas” en América Latina. La Crítica está compuesta por un conjunto de textos (todos ellos escritos por Marx y Engels en 1875), reunidos por Engels en 1891 para su publicación en la revista teórica de la socialdemocracia alemana, Die Neue Zeit. En esta serie de artículos voy a concentrarme en el más importante de ellos, las Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán, escrito por Marx entre abril y mayo de 1875. Marx discute el programa resultante de la unificación de las distintas corrientes del socialismo
alemán, y desarrolla allí sus tesis sobre el Estado y la actitud que deben tener los socialistas frente a él.

1. Introducción

En líneas generales, el socialismo del siglo XIX fue bastante refractario al Estado. Los distintos socialismos, o bien caracterizaron al Estado como instrumento de opresión (marxistas, anarquistas), o bien bregaron por el desarrollo de instituciones socialistas al margen del Estado (por ejemplo, las cooperativas en Inglaterra, las colonias de Cabet, los falansterios de Fourier, etc.). En cambio, y también en términos generales, el socialismo del siglo XX fue mayoritariamente estatista, en el sentido de postular que el Estado era el remedio para todos los males de la sociedad. Así, en vez de debilitar la influencia estatal, tanto los comunistas como los socialdemócratas procuraron fortalecer el aparato estatal. Al revés de sus predecesores del siglo XIX, muchos socialistas del siglo XX identificaron socialismo con propiedad estatal de los medios de producción.

El progresismo latinoamericano de principios del siglo XXI retomó la concepción de los socialistas del siglo pasado, con el agregado sustancial de que ahora el capitalismo ha sido aceptado como la única forma viable de organización de la economía. Relegado el socialismo al reino de las utopías, sólo queda la realidad concreta del capitalismo. Pero como el capitalismo genera desigualdad y eso no se puede ocultar, nuestros progresistas apelan al Estado como mecanismo para garantizar la “igualdad” y/o la “equidad” en la sociedad. En este marco, el Estado, instrumento de opresión, es elevado a la condición de herramienta de “liberación”. El kirchnerismo, el PT brasileño, el Frente Amplio en Uruguay, Correa en Ecuador, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, son otras tantas variantes de este progresismo. Más allá de sus diferencias, que existen pero que no podernos tratar aquí, todos ellos tienen en común la aceptación de la propiedad capitalista y la apelación al fortalecimiento del Estado como medio para enfrentar al “neoliberalismo”. Como la negación del carácter opresor del Estado conlleva la de la lucha de clases (pues el carácter opresor del Estado consiste en que sirve a una clase en su lucha contra la otra), es lógico que los progresistas puedan cortejar sin pudor a la burguesía “nacional” y al capital internacional. Como quiera que sea, nada de esto conduce a la emancipación de los trabajadores y los demás sectores populares.

La Glosas marginales sirven para recuperar lo mejor de la tradición socialista del siglo XIX y para discutir desde la teoría las concepciones progresistas acerca del Estado. El hecho de no estar viviendo un período de crisis revolucionaria no nos exime de la responsabilidad de combatir desde una posición de clase las concepciones dominantes sobre el Estado. En esta tarea es fundamental la recuperación crítica de la teoría y la práctica socialistas de los siglos XIX y XX. La tarea es todavía más urgente si se tiene en cuenta que todavía vivimos en un mundo signado por las derrotas del movimiento obrero en las décadas del ’70, del ’80 y del ’90 del siglo XX. Las variantes más radicales del progresismo latinoamericano, aun cuando se hagan llamar “socialistas”, naturalizan al capitalismo en la medida en que no cuestionan la propiedad privada y que, a lo sumo, proponen la propiedad mixta en algunos sectores de la economía. La revolución está lejos, más vale. Pero más lejos estará si se insiste en hacer del Estado el instrumento de liberación y si no se cuestiona la propiedad privada. Pensar sinceramente que el capitalismo es la única forma posible de organización económica de la sociedad moderna es un acto valorable de honestidad intelectual; en cambio, es deshonesto y profundamente destructivo desde el punto de vista de una política revolucionaria afirmar que el Estado capitalista puede conducir al socialismo. Y es todavía peor si se denomina “socialismo” a esta concepción.

Como intentaré demostrar en estas notas, la reflexión de Marx en susGlosas marginales apunta hacia el futuro y no a un pasado perimido. Marx es un clásico porque interpela a nuestro presente y porque parte de la tesis de que toda ciencia es política. 

2. La caracterización marxista del Estado.

A los fines de ordenar estos comentarios, es conveniente comenzar por la concepción marxista del Estado, pues a partir de su caracterización Marx va enhebrando la crítica al programa de la socialdemocracia alemana.

Marx parte del reconocimiento de la relación estrecha entre el Estado y la sociedad capitalista; sin la segunda, la existencia misma del Estado moderno sería imposible: 
“…los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista.” (p. 342).
Estado moderno y sociedad burguesa son las dos caras de la misma moneda. La complejidad del aparato estatal bajo el capitalismo es la contracara de la división del trabajo de la producción mercantil. La igualdad de los ciudadanos es la forma política de la igualdad de las mercancías en el mercado. La existencia misma del Estado, como esfera diferente de la sociedad burguesa, requiere de la presencia de esta última. El Estado puede crear la igualdad jurídica precisamente porque existe la desigualdad de las condiciones de existencia de las distintas clases sociales. 

El desarrollo incesante de la maquinaria estatal bajo el capitalismo conduce, además, a una creciente autonomía del Estado respecto a la sociedad:
“por «Estado» se entiende, en realidad, la máquina de gobierno, o el Estado en cuanto, por efecto de la división del trabajo, forma un organismo propio, separado de la sociedad.” (p. 343).
Esta autonomía relativa obedece no sólo al proceso de división del trabajo, sino también a su condición de órgano encargado de la representación de los intereses comunes de la burguesía. Para cumplir con eficacia dicha función debe mantenerse relativamente alejada de cada una de las fracciones de la clase dominante; siempre una de ellas ejerce el rol predominante en la hegemonía burguesa, pero ese predominio debe aparecer oscurecido para dotar de mayor legitimidad a la dominación.

La autonomía relativa a la que hice referencia en el punto anterior crea el ambiente propicio para que el aparato estatal pase a ejercer un dominio creciente sobre la sociedad.
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella” (p. 341).
Es significativo que Marx considere que la libertad es imposible si el Estado ejerce su control sobre la sociedad. En este sentido, su reflexión sobre la expansión de las funciones estatales resulta de enorme interés, sobre todo porque, como hemos afirmado, muchos socialistas del siglo XX pensaron que el Estado era la panacea para todos los problemas de la sociedad. Marx, a partir de la experiencia de la Comuna de París, llegó a la convicción de que el socialismo era imposible si no se modificaba radicalmente la estructura estatal, heredada del capitalismo. En su pensamiento, transformación del Estado (por ejemplo, eliminación de su aparato represivo) y abolición de la propiedad privada de los medios de producción van juntos.

II

  • “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” | Karl Marx

El rasgo fundamental del Estado en general es su carácter opresor, su papel de instrumento privilegiado para el ejercicio de la dominación de clase. El Estado detenta el monopolio de la violencia legítima (1) para mantener la estructura de poder existente en la sociedad. Lejos de ser autónomo, el Estado se encuentra limitado en su “capacidad creadora” por las luchas de clases, por los resultados de éstas. Además, el Estado moderno es el Estado capitalista, es decir, tiene por objetivo el mantenimiento de la explotación del trabajo por el capital.

El Estado capitalista, por tanto, no representa, ni puede representar jamás, el “interés general”. En una sociedad dividida en clases con intereses antagónicos (guste o no guste, esto es el capitalismo), el “interés general” no puede ser otra cosa que el interés de la clase dominante. Dicho en otros términos, la forma en que en cada sociedad concreta se expresa el “interés general” constituye la manifestación de la hegemonía (en sentido gramsciano) de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la burguesía es la clase dominante porque tiene la propiedad privada de los medios de producción.

Lo expuesto en los dos párrafos anteriores sirve para continuar la lectura de las Glosas marginales de Marx. Su crítica del proyecto de programa del socialismo alemán debe leerse en este marco conceptual.

Los socialistas alemanes habían incluido en el proyecto la aspiración a constituir un “Estado libre”. Hay que recordar que el Estado alemán en 1875 era muy diferente a un Estado moderno. Al respecto, el juicio de Marx es lapidario:

“Un Estado no es más que un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por la burguesía.” (p. 343).

El Imperio alemán no era, por cierto, nada comparable a una “república democrática”. En consonancia con esta realidad, los socialistas alemanes incluían en el proyecto una serie de reivindicaciones democráticas: “sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo.” (p. 342).

En síntesis, el socialismo alemán ponía el acento en la transformación del Estado. La lucha democrática reemplazaba a la lucha socialista. Subyacía la tesis de la separación entre el ámbito político (eje de las preocupaciones inmediatas de los socialistas) y el ámbito económico (el proceso de producción, cuya transformación socialista quedaba relegada a una etapa posterior). Una consecuencia de esta separación era la creencia en las virtudes del Estado para transformar la realidad. En otras palabras, el Estado era el camino privilegiado para conquistar la democracia y el socialismo. Como la adopción de la vía estatal implicaba la aceptación de las reglas de juego impuestas por el Estado, la revolución quedaba, en los hechos, descartada del menú de opciones del socialismo.

En este punto comienza la crítica de Marx al proyecto. Mucho tiempo atrás, en su artículo “Sobre la cuestión judía”, había sometido a discusión los límites de la “emancipación política” (la Revolución Burguesa). En dicho artículo, la argumentación marxista todavía se desenvolvía en un marco más filosófico que político. En las “Glosas marginales”, la crítica de Marx se sitúa en la lucha de clases, partiendo del carácter de clase del Estado.

“La misión del obrero, que se ha librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, no es, en modo alguno, hacer «libre» al Estado. En el Imperio alemán el «Estado» es casi tan «libre» como en Rusia.” (p. 341).

Cuando Marx dice que el Estado alemán es “libre” está afirmando que constituye un órgano separado de la sociedad y que ejerce su dominación sobre ella. El Estado, en tanto organización, desarrolla fines que le son propios, y que le llevan a ejercer cada vez mayor presión sobre la sociedad. De modo que defender, como lo hacían los socialistas alemanes, la consigna de un Estado “libre”, representaba, en las condiciones de Alemania, un reconocimiento a la dominación del Estado libre sobre la sociedad. Constituía el surgimiento en las filas del socialismo de la tendencia a “adorar” al Estado, a convertirlo en remedio para todos los males. Y la naturaleza de ese remedio pasa por las relaciones burocráticas de “ordeno y ejecuta”, no por el establecimiento de relaciones horizontales, democráticas. En esta concepción, la libertad era una concesión del Estado, no un derecho del ser humano.

Marx plantea un punto de vista diametralmente opuesto:
“La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano complemente subordinado a ella.” (p. 341).
A contrapelo de la opinión habitual, el “estatista” Marx sostiene que el socialismo pasa por la liberación de la sociedad respecto a la tutela del Estado.
“El Partido Obrero Alemán – al menos si hace suyo este programa – demuestra cómo las ideas del socialismo no le calan siquiera la piel, ya que, en vez de tomar a la sociedad existente (y por lo mismo podemos decir de cualquier sociedad en el futuro) como base delEstado existente (o del futuro, para una sociedad futura), considera más bien al Estado como un ser independiente, con sus propios «fundamentos espirituales, morales y liberales».” (p. 341).
O sea que los socialistas alemanes, en vez de partir de la sociedad capitalista y del Estado engendrado por ella, parten de un Estado separado de la sociedad, que nace y flota en el vacío. La crítica a esta última concepción es de rigurosa actualidad.

El progresismo en general, el kirchnerismo en particular, sostiene la tesis de que el Estado, justamente por ser independiente de la sociedad, puede remediar los problemas sociales. La “justicia social” es posible en la medida en que se postule la existencia de un juez imparcial respecto a los antagonismos de las clases sociales. Ese juez es el Estado. El Estado toma nota de las diferencias entre ricos y pobres, y busca un equilibrio más justo. Mientras que el marxismo parte de la lucha de clases, del reconocimiento de la explotación capitalista; el progresismo concibe las relaciones entre clases en términos de justicia. La explotación deja de ser un fenómeno económico y social, y pasa a ser pensada como abuso, como transgresión a las normas de la justicia eterna. En suma, el capitalismo es elevado a la categoría de fenómeno natural.

La actualidad de las “Glosas marginales” radica en que Marx asume una posición realista en la teoría del Estado. El realismo proviene de su posición de clase, que le hace concebir al Estado como un aparato destinado a la opresión de clase. Este punto de partida le permite escapar tanto del progresismo como del utopismo, que hacen del Estado un ente que flota por encima de las miserias humanas. Pero el reconocimiento del carácter capitalista del Estado representa el comienzo del análisis, no el cierre del mismo. Marx observa la creciente concentración de poder en el Estado (concentración que va de la mano, precisamente, con el desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo) y señala que éste es cada vez más un parásito que oprime a la sociedad. De ahí el énfasis de la reflexión marxista en la necesidad de que el Estado se subordine a la sociedad. A diferencia del liberalismo, que convierte al Estado en una mal en sí mismo, en una abstracción metafísica, el realista Marx prefiere estudiar los mecanismos concretos por los que el Estado domina a la sociedad en el capitalismo.

Capitalismo y desarrollo del carácter parasitario del Estado son las dos caras de la misma moneda.

Notas

Para redactar este comentario utilicé la traducción española incluida en: Marx, Karl y Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 329-346).

1. Max Weber, de quien no puede decirse que es marxista, sostiene la misma opinión: “«Todo Estado está fundado en la violencia», dijo Trotsky en Brest-Litovsk. Objetivamente esto es cierto. (…) Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (…) reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.” (Weber, Max, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1986, pág. 83.