José Carlos Mariátegui ✆ Carlín |
José Sazbón [2001] | La originalidad de Mariátegui como político y
pensador socialista ha sido estudiada desde diversas perspectivas. En este
trabajo, la atención está centrada en su explícita vocación de “modernidad”,
entendida como exigencia de integración del marxismo a las aperturas del
pensamiento contemporáneo: filosofía, ciencias y artes, pero también renovada
sensibilidad para las intuiciones vitales suscitadas por las convulsiones
sociales y políticas de las primeras décadas del siglo. Luego de indicar la
significación que revistió para Mariátegui el aporte soreliano -y su coordinación con las opciones indicadas-, se
concede importancia a los recursos expresivos de la prosa mariateguiana,
inusuales y encomiables.
Ni filósofo ni universitario, Mariátegui -a primera vista-
no parece ser el tipo de autor que justifique el esfuerzo de la exégesis y, menos
aún, la preocupación por establecer los contornos de una “problemática” o el
filo de la coupure que hiende una obra. Crítico literario, periodista político,
orador y ensayista, organizador cultural, dirigente de un partido: estas iniciativas
(que resumen su vida pública) se inscriben en diversas -a veces, integradas áreas
de actividad ajenas a la edificación sistemática de un corpus filosófico o
científico. ¿Por qué, entonces, someter los textos de coyuntura a una lectura
crítica que ordene contenidos y
agrupe afinidades, de modo de volver
inteligibles los conceptos en el marco de una filosofía? La respuesta es doble:1) la ensayística de Mariátegui importa como estación americana de un marxismo hasta entonces sólo aclimatado en el europeo suelo originario;
2) en la perspectiva de una historia de las ideas, esa obra interesa por la insularidad de su opción en el contexto de las orientaciones marxistas de la época. En el marco del segundo de esos aspectos, sólo nos referiremos en este trabajo a la actitud básica que sostiene el empeño de Mariátegui: la declarada vocación “modernista” de su síntesis filosófica.
En 1929 (un año antes de su muerte), Mariátegui creyó
necesario defender su aplicación del método marxista en los Siete ensayos,
enmarcando esa reivindicación en la oposición a una ortodoxia que desestimaba
el “aporte soreliano”. Su propia concepción -argumentó-, al tener en cuenta las
“grandes adquisiciones” filosóficas y científicas contemporáneas, se adecuaba
mejor al “verdadero moderno marxismo” (IP: 16). En este pasaje -tomado de una
reseña autobiográfica-, la única especificación de los logros del pensamiento moderno
está referida a las ideas de George Sorel. Ciertamente, la afirmación es una
réplica a los impugnadores de ese “aporte” y no un panorama de conjunto; pero
algo parecido a esto último figura en el apartado final que -hacia los mismos
meses de 1929- cierra la crónica “Veinticinco años de sucesos extranjeros” (HC:
197-202). Aquí, Sorel aparece flanqueado por Bergson, Freud y Einstein, pero,
en tanto las contribuciones de los dos últimos son puntuales, sólo Bergson
acompaña a Sorel como orientador de un gran cambio de mentalidad. El filósofo
francés “ha concurrido como ningún
otro...a la muerte del antiguo absoluto” y por eso su filosofía marca un
hito en “la trayectoria del pensamiento
moderno”.
En cuanto a la contribución de Sorel (deudora, a su vez, de
las aperturas bergsonianas) se ejerce en un campo que Mariátegui designa como
“filosofía política”: es el rechazo del evolucionismo burgués y socialista.
Pero esta misma contribución queda relativizada en otros textos del momento: la
significación mayor de Sorel reside, después de todo, en la continuidad- superación
de Marx (DM: 20-21), en la modernización del marxismo, que es, en definitiva, el
polémico reclamo de Mariátegui en los años veinte.