27/11/13

El ‘posneoliberalismo’ y la reconfiguración del capitalismo en América Latina

Beatriz Stolowicz  |  Al terminar la primera década del siglo XXI nos encontramos en un momento complejo en América Latina, para el que no alcanzan las arengas o las expresiones de deseo. Sin perder de vista las grandes posibilidades de disputa de proyectos que se han abierto en la región, parecen confirmarse las inquietudes que señalábamos a finales de 2007 sobre los gobiernos de izquierda, cuando decíamos que en estos procesos en construcción “el movimiento no lo es todo” –rebatiendo a Bernstein– y que es decisiva su dirección; que la derecha ha puesto todos sus recursos económicos, políticos, militares y simbólicos para disputar y definir esa dirección, y que queda por saber si las fuerzas que aspiran a la igualdad y a la emancipación humana la disputarán efectivamente. Un requisito para ello es tener claro cuál es el terreno de la disputa.
Beatriz Stolowicz

En el último lustro, las discusiones sobre América Latina se centraron en esas nuevas experiencias de gobierno, como es lógico con gran entusiasmo, al punto de que llegó a ponerse de moda parafrasear de que se trata de un “cambio de época”. Los triunfos electorales de la derecha se consideraban una excepción, no muy bien explicada, y a veces endosada a un atávico ultraizquierdismo. Al finalizar la década, produce cierto desconcierto comprobar las falencias de tales apreciaciones volitivas. El avance de la derecha franca en algunos países, los signos de estancamiento en la captación del electorado por la izquierda donde ya gobierna, y un reflujo en los impulsos
de cambio han conducido a replantear los análisis sobre la región. Sobre todo en los anteriores cinco años, dado el carácter inédito de la coyuntura por el protagonismo popular y por su contenido ético, los análisis sobre América Latina se centraron en la democratización de los regímenes políticos y en los procesos constituyentes allí donde gobierna la izquierda y el centroizquierda. En su mayoría se trató de análisis eminentemente superestructurales, en los que se asimiló aparato de Estado a poder de Estado, y en los que se atribuyó autonomía a lo político dejando fuera el análisis estructural de la reproducción económica y de las clases (aunque, a veces, esto último se ha asomado implícitamente bajo la forma de un posibilismo político). Por lo cual se desestimó que cada modelo económico exige un determinado modelo político y social, que éste no puede ser pensado al margen de aquél, más allá de la retórica o los liderazgos carismáticos.

En un segundo plano quedaron los análisis originados en los países donde, desde hace mucho tiempo, se ejecuta la estrategia para estabilizar política y socialmente la reestructuración capitalista neoliberal. Situados necesariamente en una temporalidad más prolongada y en una más clara articulación analítica entre economía y política, desde estos análisis era posible observar fenómenos análogos a los propios en algunos de los procesos progresistas. Pese a lo cual, era difícil la interlocución. Ahora empieza a haber un terreno común de preocupación sobre el patrón de acumulación primario-exportador extractivista y fi nanciarizado bajo dominio transnacional, que es impulsado, garantizado y financiado por los Estados latinoamericanos. Que salvo contadas excepciones o matices, y por eso muy valiosas, se ejecuta en todos los países de la región, a pesar de las diferencias sociopolíticas o incluso explotando la legitimidad mayor de los gobiernos de izquierda o centroizquierda para ejecutarlo.

Aunque la convergencia de preocupaciones es más reciente, el fenómeno no es nuevo. Tiene más de una década que, tras las crisis financieras (particularmente las de 1995 y 1997), masas de capital excedente en riesgo de desvalorización en la especulación buscan reciclarse en la acumulación por desposesión con asiento territorial, tanto en el saqueo de recursos naturales como en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo; y que buscan recuperar la acumulación ampliada mediante la construcción de infraestructura–de más lenta rotación pero asegurada por el Estado–, que a su vez potencia la acumulación por desposesión con el abaratamiento de la extracción de esas riquezas naturales. No olvidemos que la IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica) y el Plan Puebla Panamá (ahora Proyecto Mesoamérica) tienen ya una década (desde el 2007 directamente articulados por la pertenencia de Colombia a ambos).

Lo nuevo es que también donde gobierna la izquierda o el centroizquierda el capital transnacional haya encontrado condiciones óptimas de estabilización en la crisis capitalista, pues además lo logra con legitimación política. Es nuevo, además, que en varios de esos países este patrón de acumulación –con los cambios institucionales, políticos y sociales que le son consustanciales– sea promovido a nombre de un “nuevo desarrollo”, con el despliegue de una retórica “neo-desarrollista” que explota las reminiscencias simbólicas del viejo desarrollismo redistribuidor latinoamericano, que en nada es similar. Donde gobierna la derecha se ejecutan esas mismas líneas estratégicas y sus políticas aunque no se le adose el rótulo de “neodesarrollismo”.

Lo nuevo, empero, no ha surgido por generación espontánea. Por el contrario, sostengo la tesis de que estamos asistiendo a un punto de llegada de realización exitosa de la estrategia dominante ejecutada desde hace 20 años para estabilizar y legitimar la reestructuración del capitalismo en América Latina, planteada por sus impulsores como “posneoliberalismo”. Varias de las interrogantes sobre el devenir de los proyectos comúnmente denominados alternativos, y sobre su efectiva capacidad de disputa, encontrarían respuestas más claras en referencia o contrastación con esa estrategia dominante, en cuanto a qué tanto significan una ruptura o apuntan a ello. Para lo cual es necesario trascender el tiempo corto de lo electoral, que sobredetermina los análisis y las dinámicas de los proyectos de cambio en la región, y elevar la mirada a una más larga duración.
 


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