Karl Marx ✆ Nirvana |
Diego Guerrero | Decía
su amigo Engels que Marx (1818-1883) fue ante todo un revolucionario. Y es
cierto. Pero hay que añadir: un revolucionario muy especial. Por una parte, el
socialismo y el comunismo son hoy y para siempre ideas inseparables del
pensamiento de Marx, para quien “la emancipación
de los trabajadores debe ser obra de los propios trabajadores”. Pero, por
otra, Marx es un revolucionario muy especial porque, aunque su figura es
incomprensible sin su conexión práctica con el movimiento obrero y la I
Internacional, además filosofó y analizó teóricamente las condiciones sociales
de la revolución presente y, a nuestro juicio, lo hizo con más profundidad y
visión que ningún otro pensador, obrero o no. Desde Marx sabemos por qué el
capitalismo no puede ser eterno, por qué es el propio desarrollo de este
sistema social lo que engendra el comunismo y por qué este cambiante estado de
cosas no altera una verdad esencial: que mientras haya capitalismo surgirán,
surgiremos, continuamente nuevos comunistas.
Como filósofo y estudioso de la sociedad Marx llegó pronto a
construir un sistema teórico revolucionario, al mismo tiempo que en su vida
práctica tomaba el camino de la revolución. Es sabido que tuvo vocación de
carrera universitaria, pero, dado el
ambiente ideológico reinante, no pudo ingresar en ella y tuvo que ganarse la
vida como periodista y escritor en las difíciles
condiciones sociales de lo que
siempre fue: un exiliado apátrida que fue expulsado sucesivamente de varios
países por la actividad política anticapitalista que combinó durante toda su
vida con su trabajo de estudioso de la sociedad. El enfoque materialista que
dio a su filosofía ya desde la juventud –es decir, la idea de que es la
realidad social la que engendra y explica la conciencia social, y no a la
inversa– lo llevó a preocuparse por la «base real» del mundo de las ideas, y
ese principio analítico que siempre llevó a la práctica terminó convirtiéndolo,
casi a su pesar, en un «economista». Pero economista, no en el sentido de esos
estrechos «sicofantes del capital» que él mismo denunciara largamente en su
obra –esos científicos chatamente positivistas que desprecian la metafísica,
esa metafísica que ignoran–, sino en el sentido de un buen metafísico
necesitado y capaz de una radical concreción de las ideas especulativas y su
conversión en un sistema coherente y unitario de categorías destinadas a
revelar lo más profundo de la realidad social contemporánea (contemporánea suya
pero también contemporánea nuestra, como veremos), mediante la crítica del
pensamiento to existente. Y ello, mediante los métodos de la mejor elaboración
científica, expuesta siempre por tanto a las mejores y habituales formas de
contrastación teórica, crítica y empírica.
Aunque pensó al principio que el dominio de las cuestiones
económicas apenas le llevaría un corto espacio de tiempo, la verdad fue que la
lectura de tantos hechos y autores en este campo (que siempre remitían a nuevos
autores y hechos) y la creciente conciencia de la necesidad de lidiar con la
base material de la vida social para entender esta realmente, terminaron haciéndolo
bregar la mayor parte de su vida con la economía (su «economía») y los
economistas. Esto no le hizo olvidar nunca las otras esferas que estudió, pues
siempre fue consciente de que el económico no es ningún ámbito aislado sino una
parte de la realidad social y a la vez de la ciencia y el pensamiento en
general. Las discusiones sobre si Marx fue más economista que historiador o
filósofo…, y otras contraposiciones por el estilo (como la omnipresente
cuestión de si fue más un revolucionario que un científico, o la inversa),
pierden tanto más sentido cuanto más se profundiza en su obra. Si uno la
estudia a fondo, comprende finalmente que todo lo unificó en el terreno de las
ideas, a todo le dio coherencia con su pensamiento y, también, que todos los
hechos importantes de su vida sólo pueden entenderse una vez puestos en íntima
conexión con su pensamiento, del que nacían y al que daban vida ellos mismos.
Como otros autores, Marx escribió muchísimo pero sólo
publicó una parte de lo escrito. Su obra fundamental es sin ninguna duda la que
aquí nos ocupa, El capital: Crítica de la Economía política, de la que sólo vio
publicada en vida el primero de los 3 ó 4 volúmenes de que constaba. El primero
(1867) se publicó antes de su muerte, mientras que el II y III los editó y
publicó Engels en 1885 y 1894, respectivamente, y el IV (conocido como Teorías
sobre la plusvalía) Kautsky en 1905-10, todos a partir de manuscritos
inacabados. Y esto es un motivo más que suficiente para prestar una especial
atención al volumen I4, que él mismo pudo revisar, corregir y pulir para la
imprenta (sobre todo su 2ª ed. alemana, de 1873, que fue la última que nos
dejó), y del que pudo ver varias ediciones publicadas (la francesa de 1872-75) tenía
un valor científico «independiente», según su propia opinión). Pero también es
cierto que el lector tendrá una idea más completa del significado de la obra
de Marx si profundiza en la multitud de borradores inacabados que se publicaron
posteriormente en los siglos XIX y XX (¡y hasta XXI!: véase el Anexo I),
empezando por los libros II y III de El capital. Esta es la razón de que
presentemos aquí un resumen completo de esta obra, lo cual es, que nosotros
conozcamos, una novedad absoluta en lengua española (y probablemente en
cualquier lengua).
Pero, antes de dar paso al «puro» resumen de lo que Marx
dejó escrito, haremos en esta Introducción un «resumen interesado» de nuestro
propio resumen, en el que expondremos libremente la particular lectura que
proponemos de esta obra. Como dice Marzoa, hay muchas lecturas posibles de
cualquier obra de pensamiento, como también ocurre con El capital de Marx,
interpretaciones potencialmente infinitas…; pero debe quedar claro que también
hay lecturas que son sencillamente imposibles. Esperamos que el lector, tras
leer la nuestra, piense que no sólo es una lectura posible sino además útil y
sugerente.
http://laberinto.uma.es/ |