21/10/13

Para un materialismo ecológico

  • “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo completamente diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren.” | Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos.
Alfred Schmidt  |  Cuando el autor estaba trabajando en la redacción final de su tesis de doctorado se desconocían conceptos que actualmente predominan en los debates científicos y de política actual, como por ejemplo: “conciencia ecológica”, “límites del crecimiento”, “civilización alternativa”, “técnica blanda” o “crisis ecológica”. En ese entonces, por cierto, estaba ya desacreditado un progresismo ingenuo. La Dialéctica de la ilustración3 de Horkheimer y Adorno había instruido (entre otros puntos) sobre las implicaciones nocivas del desarrollo técnico para la naturaleza. Además, alguien como el autor, dedicado más en detalle a Marx y Engels, pudo encontrar, también en sus escritos, dudas respecto de las bendiciones del sistema industrial. Mientras tanto, la problemática ecológica ha llegado a tales dimensiones que sobrepasa toda discusión meramente académica. La pregunta sobre el progreso se ha convertido desde hace tiempo en la cuestión de la sobrevivencia de la humanidad. La “destrucción de los medios de subsistencia naturales de la sociedad”, acentuado ya en el Postscriptum 1971,4 de la segunda edición de la obra, que
marca la característica de la época actual, después del fracaso del experimento soviético, ya no puede atribuirse exclusivamente al modo de producción capitalista. El industrialismo ha demostrado ser inadecuado tanto en su versión de socialismo de Estado, como en la de economía de mercado.

Los límites materiales y sociales del crecimiento han estremecido el optimismo de teóricos burgueses, no menos que el de los marxistas. Actualmente se formulan las mismas recriminaciones contra Marx y sus partidarios, igual que contra los defensores del crecimiento económico ilimitado con base capitalista. Son acusados de pasar por alto el hecho de que la explotación de la tierra tiene límites naturales, una limitada capacidad recuperativa de la ecósfera y una escasez acentuada de los recursos; y por ello se les considera cómplices de los daños del medio ambiente que se pueden observar en todo el mundo5. Esta crítica es justificada en la medida en que el marxismo clásico concede al crecimiento de las fuerzas productivas –como factor civilizatorio en la historia– un papel cuasi metafísico. Con mucha frecuencia se tiene la impresión de que sus fundadores suponen sencillamente un potencial ilimitado de ulterior progreso y se entregan de tal manera a aquella dinámica desastrosa de dominación de la naturaleza, que –justificada  metodológicamente por Bacon y Descartes– siempre ha sido también una dinámica de dominación de los seres humanos6. Por otro lado, en Marx y Engels se encuentran, ciertamente de forma escasa y en remotos lugares, algunas aproximaciones para una crítica “ecológica” del aspecto destructivo del desarrollo industrial moderno. El hecho de que las intervenciones humanas pueden dañar sensiblemente al equilibrio natural [Naturhaushalt], constituyó para ellos un problema antes que para el biólogo de Jena, Ernst Haeckel, cuya Morfologia general de los organismos7 introdujo el término “ecología” en la discusión científica. Ciertamente, aquellas aproximaciones críticas de Marx y Engels, que escasamente fueron tomadas en cuenta, no podían debilitar el cliché asentado de un marxismo que ciegamente cree en el progreso. No obstante, se puede demonstrar que Marx y Engels no tuvieron para nada una conexión inquebrantable con la idea del progreso. Así formula Engels, en una carta a Marx, que el historiador Maurer rinde homenaje al “prejuicio iluminista, de que a partir de la noche medieval debe seguramente haber tenido lugar un continuo progreso hacia cosas mejores (lo que le impide ver, no sólo el carácter contradictorio del progreso real, sino también los retrocesos particulares)”.

Marx coincide en este asunto con Engels y al mismo tiempo va más allá de él, en cuanto que considera el asunto bajo el aspecto más amplio de la aún pendiente revolución social. Sólo después de que ésta “se apropie” de las conquistas materiales e intelectuales de la época burguesa “sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces –así el pronóstico de Marx– el progreso humano habría dejado de parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado”.


Alfred Schmidt
Alfred Schmidt actualiza en este texto su análisis de la obra de Marx que había hecho originalmente en su famoso libro ‘El concepto de naturaleza en Marx’ [‘Der Begriff der Natur in der Lehre von Marx’], (primera edición en alemán 1962). Al contextualizar su estudio en el entorno de los debates posteriores a la publicación de su libro, sobre “conciencia ecológica”, “límites del crecimiento”, “civilización alternativa”, “técnica blanda” o “crisis ecológica”, reafirma algunas posturas del texto original, como la defensa de Marx en contra de la falsa acusación de ser parte de una ideología ingenuamente progresista, típica de del siglo XIX. Al mismo tiempo relativiza, sin anularlo, el modo de pensar orientado a la praxis e historia humanas, al subrayar la influencia, por lo general subestimada, de Feuerbach sobre Marx. Un  materialismo ecológico podría partir entonces de ciertas reflexiones de Feuerbach sobre la sensualidad emancipada y la relación contemplativa con la naturaleza.