Friedrich Engels ✆ Enrique Ortega Ochoa |
Albert García | ¿La
mujer siempre ha estado oprimida? La seguridad con la que muchas veces se ha
contestado a esta pregunta, especialmente desde posicionamientos que han
dominado la palestra científica, enmascara una realidad muy diferente. Éste es
un debate con posiciones contrapuestas, que en la mayoría de las veces se acaba
diluyendo en una batalla de ejemplos etnográficos a favor o en contra.
Es más, con anterioridad a la irrupción de los nuevos
paradigmas feministas en las disciplinas antropológicas y arqueológicas el
debate ha sido prácticamente inexistente. La mayoría de descripciones de
sociedades “primitivas”, realizadas por exploradores, misioneros o
antropólogos, se realizaban desde una visión androcéntrica de estas sociedades.
Como bien señaló el feminismo, la invisibilidad de la mujer o su relegación a
un papel secundario se debía más al observador occidental, en su grandísima
mayoría hombres que hablaban con indígenas hombres, que a la propia realidad de
estas sociedades.
‘El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado’ (1884),
de F. Engels, es una de las pocas notas discordantes en el debate científico de
los siglos XIX y XX. Engels plantea un escenario totalmente diferente: previo
al desarrollo de las clases sociales, y por
tanto del Estado y la propiedad
privada, en el “comunismo primitivo” la mujer tiene una importancia económica y
política igual a la del hombre, cuando no mayor; algo que habría cambiado con
el paso de una sociedad basada en la recolección (actividad femenina) a una
agrícola (actividad esencialmente masculina, por cuestiones físicas y/o
biológicas).
Errores fundamentales
La obra de Engels tiene un valor fundamental en su contexto,
precisamente por intentar explicar cuándo y por qué se origina la opresión
sexual. Sin embargo, a la luz de los datos que hoy en día conocemos, no está
exento de errores fundamentales. El más básico tiene que ver con la forma de
entender las sociedades “igualitarias” que existen o han existido en la
actualidad como “fósiles sociales”, es decir, remanentes de las sociedades del
pasado que no han evolucionado. Lo cierto es que estas sociedades han seguido
su propio desarrollo cambiando sus formas de vida; en especial, precisamente, a
partir del contacto con el capitalismo que ha conducido a la modificación sustancial
de sus economías y relaciones sociales (cuando no a su propia extinción).
Ello no debería ser un problema de no ser por la falta de
interés y de continuidad que esta cuestión ha tenido desde el marxismo, el cual
durante mucho tiempo se ha dedicado a repetir las conclusiones de Engels como
un mantra: sociedades igualitarias sin opresión sexual, sociedades de clase con
opresión sexual, manteniendo el énfasis explicativo en la esfera productiva y
no en la reproductiva (que se considera estática).
Curiosamente, poco se ha tenido en cuenta la declaración de
principios de Engels en el prefacio a la primera edición de El origen de
la familia, la propiedad privada y el Estado: “Según la teoría materialista, el
factor decisivo en la historia es, a fin de cuentas, la producción y
reproducción de la vida inmediata”. Es decir, que existe una relación
dialéctica entre las relaciones sociales de producción y las relaciones
sociales de reproducción. En sociedades de clase, cuanto mayor es la mano de
obra, mayor el excedente; la demografía no es neutral y un mayor número de
personas implica una mayor inversión en trabajo para mantener estas personas.
El papel de la opresión sexual (la invisibilización del trabajo femenino, la
represión del sexo con fines no reproductivos, la familia como institución…) es
evidente, tal y como hoy en día lo vemos bajo el capitalismo.
¿Qué sucede en sociedades donde no es posible “controlar” lo
que se produce? Como algunas voces señalan desde el materialismo histórico,
esta contradicción entre ser humano y medio ambiente, en el que el primero no
controla lo segundo, sólo puede regularse mediante el control del propio ser
humano, es decir, el control de la reproducción, en este caso para
restringirla. La desvalorización de la mujer y de su trabajo en muchas
sociedades “igualitarias” actuales, las limitaciones y tabúes sexuales, el
castigo al adulterio de la mujer… pueden explicarse en este sentido.
Es imposible profundizar más en la cuestión en pocas líneas
y, sin embargo, es necesario hacerlo en este debate. Puede parecer que discutir
sobre los orígenes de algo en la prehistoria no tenga mucho sentido. Pero para
cambiar el presente es necesario conocer el pasado, no para condenarnos con él,
sino para perderle el respeto. En nuestras manos está aprovechar la
experiencia, no temer el debate y comprender que es nuestra la tarea de hacer
un futuro sin ningún tipo de opresión ni explotación.