Karl Marx ✆ Gilbert |
Aldo
Casas | La crisis iniciada en los años 2008-2009 ha
motivado incontables artículos periodísticos y académicos. Pese a lo cual, en
el mainstream del pensamiento económico, brilla por su ausencia una reflexión
crítica sobre las contradicciones y antagonismos del capitalismo que llevaron
(¡una vez más!) a la catástrofe. Semejante ceguera ideológica y de clase fue
denunciada hace ya mucho:
En las crisis del mercado mundial estallan las contradicciones y los antagonismos de la producción burguesa. Y en vez de indagar en qué consisten los elementos contradictorios, que se abren paso violentamente en la catástrofe, los apologistas se conforman con negar la catástrofe misma y, a despecho de su periodicidad fiel a una ley, se obstinan en sostener que si la producción se atuviese a las reglas de sus manuales, jamás existirían crisis (Marx, 1974: 31).
Los años pasaron, pero la ceguera
persiste. Interpelados por la reina de Gran Bretaña Isabel II, los académicos
de la London School
of Economics confesaron que esta nueva crisis los había sorprendido porque
habían perdido de vista “los riesgos sistémicos” y se habían extraviado “en una
política de denegación” (Harvey, 2012: 6).
Para los marxistas, en cambio, “hablar
del capital es hablar de su crisis” (Joshua, 2012: 16) con explicaciones que
ponen el acento, alternativamente, en el sub-consumo, la financierización, la
sobreproducción o la caída de la tasa de ganancia (Katz, 2013: 24). Más que
terciar en esas polémicas, pretendemos abordar los rasgos característicos esta
crisis económica general, así como el contexto de crisis civilizatoria en que
se inscribe. Concluyendo con una breve digresión sobre nuevos condicionamientos
y desafíos que enfrenta el viejo y largo combate por la emancipación social.
Para que el apuro por “salir de la crisis” no nos oculte que lo urgente es
salir del capitalismo.
El
legado de Marx
La colosal empresa crítica de Marx es un
apoyo imprescindible para indagar más allá de las apariencias y la confusa
superficie de las cosas, buscando en el corazón del sistema las razones de la
sinrazón, la lógica de lo ilógico, las contradicciones subyacentes a las
crisis. Ya el Manifiesta Comunista se refería a “las crisis comerciales, que, en su periódica
recurrencia, ponen en cuestión de manera cada vez más amenazante la existencia
de la entera sociedad burguesa”, con una calamidad jamás vista en el pasado:
“la epidemia de la sobreproducción”. Y avanzaba un diagnóstico que no
envejeció:
¿De qué manera supera la burguesía las crisis? Por un lado, a través de la forzada aniquilación de una masa de fuerzas productivas; por otro lado, a través de la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensiva de los viejos. ¿De qué manera, pues? Preparando crisis cada vez más multilaterales y poderosas, y reduciendo los medios para prevenir las crisis. (Marx-Engels, 2008:32,33).
La multifacética crítica de la economía
política y el capital desarrollada por Marx debía culminar un libro o capítulo
denominado “El mercado mundial y las crisis”, concebida como una sección final
…en la cual la producción está puesta como totalidad al igual que cada uno de sus momentos, pero en la que al mismo tiempo todas las contradicciones se ven en proceso. El mercado mundial constituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. Las crisis representan entonces el síntoma general de la superación de [ese] supuesto y el impulso a la asunción de una nueva forma histórica. (Marx, 1971: 163).
Lamentablemente, esa “sección final”
nunca se escribió. Lo que sí tenemos son las tres determinaciones de la crisis
expuestas en El capital: 1ª) en una sociedad productora de mercancías, la
separación entre la esfera de la producción y la esfera de la distribución es
la primera condición de posibilidad para una crisis; 2ª) se deriva de la
diferencia entre el ritmo de rotación del capital fijo y el ritmo de rotación
del capital circulante; 3ª) es la que se relaciona con la denominada “ley de
tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Aunque estas determinaciones
surgen de un formidable corpus de investigaciones y análisis, Marx concluye en
un lacónico párrafo:
La inmensa capacidad productiva, con relación a la población que se desarrolla dentro del régimen capitalista de producción, y aunque no en la misma proporción, el aumento de los valores-capitales (no solo el de su sustrato material), se halla en contradicción con la base cada vez más reducida, en proporción a la creciente riqueza, para la que esta inmensa capacidad productiva trabaja, y con el régimen de valorización de este capital cada vez mayor. De aquí las crisis. (Marx, 1973: 262-3).
¿De aquí las crisis? Tan simple
constatación disimula una gran complejidad:
…tras la apariencia económica de la ley de “la baja tendencial” se manifiesta el conjunto de las barreras sociales con que choca la acumulación del capital (…) No es esta una ley mecánica o física, sino una “ley social” (si es que el término ley es el adecuado). Su aplicación depende de múltiples variables, de luchas sociales de resultado incierto, de relaciones fuerzas sociales y políticas inestables (…) Las crisis no constituyen pues límites absolutos a la producción y al consumo de riquezas sociales, sino contradicciones relativas a un modo de producción específico”. (Bensaïd, 2009: s/n).
Consideramos al capital constante como
elemento explicativo de la caída en la tasa de ganancia (aumento en la
composición orgánica del capital), y también como factor explicativo de la superproducción
(sobre-acumulación de capital). Sin embargo, aunque el aumento en la
composición orgánica del capital y la caída en la tasa de ganancia sean condiciones
formales para la crisis, no explican la crisis misma. Lo mismo cabe decir del
limitado poder de consumo de la sociedad, que es una condición general de la
producción capitalista. Considerando que el proceso de valorización es la
unidad del proceso de producción y del proceso de circulación, puede agregarse que
la contradicción básica del modo de producción capitalista es
…la contradicción entre el desarrollo absoluto de las fuerzas productivas del trabajo vivo y el propósito de este desarrollo, específicamente la preservación y valorización del trabajo objetivado en el capital constante existente. Esta es la contradicción que lleva a la sobre acumulación de capital y empuja a que el capital excedente trate de encontrar un modo más insano de valorizarse “sin desempeñar ninguna función productiva, es decir, sin crear plusvalor excedente (Marx)” (Baronian, 2013:172/3).
Lo dicho no aporta una explicación pret a
porter de las crisis, sino instrumentos teóricos para hacer abordajes concretos
de crisis concretas. De igual modo, la periodicidad de las crisis (“ciclos
constantemente repetidos cuyas fases sucesivas abarcan años enteros y que desembocan
siempre en una crisis general, final de un ciclo y arranque de uno nuevo”
(Marx, 1973: 536) no implica suponer que los ciclos sean monótonamente iguales
a sí mismos. Por el contrario, difieren tanto en la magnitud como en su
mecánica, desenlace y consecuencias.
Crisis
de ayer y de hoy
¿Cuándo y cómo terminará la crisis? Reconociendo
la imposibilidad de “adelantar pronósticos cuantitativos precisos” hay quienes
hacen “un pronóstico social y cualitativo” afirmando que una vez cumplida la
labor destructiva de la crisis
…estará en marcha la fase ascendente de un nuevo ciclo a nivel mundial. La crisis empieza a queda atrás y el costo principal de su solución habrá recaído sobre los explotados y oprimidos (…) la lección más importante que se puede sacar de todo esto es que en tanto no se cuestione la relación de explotación capitalista, esta historia estará destinada a repetirse, en sus rasgos más gruesos. (Astarita, 2009: 278/9).
Aunque así ocurriera, la concepción misma
de una historia destinada a repetirse me resulta insatisfactoria. Pienso más
bien que
…la historia no se repite, ninguna crisis cíclica mundial se parece a otra y todas ellas para ser realmente entendidas deben ser incluidas en el recorrido temporal del capitalismo, en su gran y único súper ciclo, es lo que nos permite por ejemplo distinguir a las crisis cíclicas de crecimiento juveniles del siglo XIX de las crisis seniles de finales del siglo XX y del siglo XXI. (Beinstein, 2012: s/n).
Tenemos pues una crisis senil. Podemos dar
un paso más y sostener la hipótesis de que estamos inmersos en una crisis
sistémica que algunos prefieren denominar “crisis estructural” (ver
Duménil-Lévy, 2011: s/n). Son crisis sistémicas las que dan lugar a cambios
significativos en el ordenamiento y geopolítica del capitalismo.
La que se produjo a fines del siglo XIX, derivó en el pasaje del capitalismo competitivo al monopolista; la que se iniciara en 1929 desembocó, luego de la Segunda Guerra, en el mundo de la ONU, la hegemonía estadounidense, las políticas “keynesianas”, el neocolonialismo… Y aunque sea imposible anticipar el desenlace de la crisis iniciada en el 2008, dado el pleno desarrollo del mercado mundial, la internacionalización de la producción y las finanzas y la decadencia de la hegemonía norteamericana, cabe suponer que sus consecuencias serán también significativas: “Asistimos al derrumbamiento de un mundo que se convertirá en escombros” (Lordon, 2012: s/n).
La que se produjo a fines del siglo XIX, derivó en el pasaje del capitalismo competitivo al monopolista; la que se iniciara en 1929 desembocó, luego de la Segunda Guerra, en el mundo de la ONU, la hegemonía estadounidense, las políticas “keynesianas”, el neocolonialismo… Y aunque sea imposible anticipar el desenlace de la crisis iniciada en el 2008, dado el pleno desarrollo del mercado mundial, la internacionalización de la producción y las finanzas y la decadencia de la hegemonía norteamericana, cabe suponer que sus consecuencias serán también significativas: “Asistimos al derrumbamiento de un mundo que se convertirá en escombros” (Lordon, 2012: s/n).
Después de superada la “crisis del petróleo” de 1975,
los débiles índices de crecimiento económico en la economía mundial fueron
interpretados como signos de salud del sistema y efectividad de las políticas
neoliberales. Sin embargo, esos mismos indicadores pueden ser interpretados de
manera radicalmente diferente. Es verdad que la crisis estalló al finalizar la
fase de acumulación ininterrumpida más larga en la historia del capitalismo,
pero no es menos cierto que el funcionamiento del sistema durante esos
cincuenta y tantos años experimentó cambios significativos. Con la recesión de
1973-1975 se terminaron “los Treinta Gloriosos” años que habían sido
posibilitados por la inmensa destrucción de capital productivo y de medios de
transporte y comunicación que provocaran la recesión de los años 1930 y la
Segunda Guerra Mundial. Y desde 1978, aproximadamente, los gobiernos de la
Tríada (EE.UU., Europa, Japón) manejaron las contradicciones adoptando tres
grandes orientaciones: las políticas neoconservadores de liberalización y de
desreglamentación con que se tejió la mundialización, un nuevo régimen de
crecimiento sostenido con el endeudamiento privado y el endeudamiento público y
la plena incorporación de China en los mecanismos del mercado mundial (ídem:
16). Aquellos manejos prepararon el actual derrape: una crisis de
sobreacumulación de medios de producción, cuyo corolario es la sobreproducción
de mercancías. Sobreacumulación y sobreproducción que son “relativas” en tanto
su punto de referencia es la tasa mínima de ganancia con la cual los
capitalistas continúan invirtiendo y produciendo. En un contexto tal que “las cuestiones esenciales: la
sobreacumulación y superproducción, los superpoderes de las instituciones
financieras y la competencia intercapitalista” sólo pueden abordarse en el
marco de “la integración de China y la
plena incorporación de la India
en la economía capitalista mundial, [cuando] la densidad de las relaciones de
interconexión y la velocidad de interacciones en el mercado mundial alcanzan un
nivel jamás visto anteriormente” (Chesnais, 2012: 8).
Los
usos de la crisis
A un lustro del estallido de la crisis, la
sobreacumulación de capital a nivel mundial se mantiene. En algunos lugares de
Europa y los Estados Unidos hubo alguna destrucción de capacidades de
producción, pero dicho “saneamiento” resulta insignificante en relación a la
expansión del sector de bienes de inversión y el incremento de la
superproducción en China. También subsisten el peso aplastante del capital
ficticio y el desmesurado poder de las finanzas que, con fuertes respaldo s político-institucionales y un grado inédito de
mundialización financiera, puede imponer políticas y gobiernos que defienden
los intereses económicos y políticos de los acreedores, a despecho de los
sufrimientos sociales y el riesgo de nuevas convulsiones financieras. La
intervención masiva de los Estados como “rescatista de última instancia” alejó
la caída en una “Gran Depresión” en cadena pero ello no suple la ausencia o
debilidad de instrumentos de política económica “anticíclica”.
Norteamérica exhibe un modesto
crecimiento, pero renombrados economistas advierten que se ha ingresado en un
período muy largo de crecimiento extremadamente débil y alto
subempleo/desempleo (Krugman) y alguno (DeLonge) llegó a decir que la economía
estadounidense no está recuperándose
sino muriéndose. (Monthly Review, 2013: s/n).
Europa se mantiene en el centro del
huracán. Aunque en septiembre 2013 Eurostat ha informado que se salió de
dieciocho meses de recesión, no ha desaparecido el riesgo de nuevas crisis
bancarias y las secuelas pesan fuertemente: creció la deuda pública pero se
redujo la ayuda social y las políticas de ajuste hicieron que se extendieran la
desocupación y la pobreza – en Grecia alcanza el 27,7%, en España el 25,5%, en
Portugal el 25,3% y en Italia el 24,5%, según estadísticas del 2012. Frente a
esto, un coro más o menos desafinado de neoliberales moderados, semi
keynesianos y regulacionistas aconseja menos ajustes, más inversión y consumo
para recuperar el perdido “circulo virtuoso” de posguerra. Diagnóstico y
remedio inconsistentes, porque la realidad fue que terminados “los Treinta
Gloriosos” el capital sobreacumulado no pudo valorizarse al nivel deseado
“arriesgándose” en el circuito productivo y se optó por la política de
financiarización y desregulación, disimulando las contradicciones con el
crédito al consumo hasta que explotaron las sub-prime (ver Tanuro, 2013: s/n).
China. Mucho se ha dicho (y exagerado)
sobre la posibilidad de que “la locomotora china” saque del bache a la economía
mundial. Y cierto es que el notable crecimiento de la “República Popular”
aportó beneficios a los grandes capitales originarios de EEUU, UE, Japón
convirtiendo a China en un factor de relativa contención de la crisis. Sin
embargo, el aparente “desacople” de China se logró a costa de un desmesurado
incremento de la inversión fija (hasta un 46% del PBI) que compensó la caída en
las exportaciones y en el consumo, pero multiplicó la sobrecapacidad instalada
y los préstamos impagos. Existe una tremenda “burbuja inmobiliaria” y
desplazamientos hacia un sistema financiero tipo Ponzi. China no logra mantener
el ritmo de crecimiento y puede ser alcanzada de lleno por la crisis. Ya está
afectada por los problemas en sus principales mercados de exportación (EE.UU. y
la U.E.) e internamente se ve jaqueada por (literalmente) cientos de miles de
“incidentes de masas” por año, una “población flotante” de 220 millones (160
millones son desplazados rurales) súper explotados, en un explosivo contexto de
polarización social, acumulación de tierras arrebatadas al campesinado y crecientes
conflictos ecológicos (Bellamy Foster-McChesney, 2012: s/n). El crecimiento de
China, caracterizado por el desenfrenado culto a la urbanización, la
fascinación por el asfalto, las infraestructuras y el automóvil es
deslumbrante, pasado lo cual veremos una tragedia de incalculables
consecuencias: el país más poblado del planeta llegó (tarde) a una civilización
en bancarrota (Poch-de-Feliú, 2009: s/n).
El neodesarrollismo latinoamericano se reveló frágil e iluso. El gobierno de Dilma Rouseff creía en el eslogan “Brasil es más fuerte que la crisis”, lo que no impidió ni la ralentización de su economía, ni “los desequilibrios macroeconómicos y las transformaciones cualitativas alentadas por la crisis” que “aceleran la tendencia a la regresión neocolonial que agrava los antagonismos entre desarrollo capitalista, igualdad social y soberanía nacional” (Arruda Sampaio Jr, 2012: 117/118). La masiva protesta popular de junio-julio de 2013 terminó de barrer las ilusiones. Y puede afirmarse para toda Nuestra América, aunque tal vez Argentina sea el ejemplo paradigmático, que “la crisis global en las áreas de la periferia capitalista adopta la forma de una profundización radical de los procesos de acumulación por desposesión”. En otras palabras:
El neodesarrollismo latinoamericano se reveló frágil e iluso. El gobierno de Dilma Rouseff creía en el eslogan “Brasil es más fuerte que la crisis”, lo que no impidió ni la ralentización de su economía, ni “los desequilibrios macroeconómicos y las transformaciones cualitativas alentadas por la crisis” que “aceleran la tendencia a la regresión neocolonial que agrava los antagonismos entre desarrollo capitalista, igualdad social y soberanía nacional” (Arruda Sampaio Jr, 2012: 117/118). La masiva protesta popular de junio-julio de 2013 terminó de barrer las ilusiones. Y puede afirmarse para toda Nuestra América, aunque tal vez Argentina sea el ejemplo paradigmático, que “la crisis global en las áreas de la periferia capitalista adopta la forma de una profundización radical de los procesos de acumulación por desposesión”. En otras palabras:
“mercantilización, apropiación y control por parte del gran capital de una serie de bienes, especialmente de aquellos que llamamos los bienes comunes de la naturaleza” (Seoane-Algranati, 2012: 13).
Pareciera que de la crisis no se salva
nadie. Al mismo tiempo, hay que decir que no todos la sufren (o aprovechan) de
igual manera, puesto que
la desigualdad social se incrementó pronunciadamente desde el inicio de la crisis, lo que significa que los beneficios de la crisis han llenado las arcas de las clases altas (…) El conjunto de la población está sufriendo, el capitalismo como un todo no goza de buena salud, pero la clase capitalista -particularmente la oligarquía- está extremadamente bien. Hay muchas situaciones en las que los capitalistas a nivel individual, actuando en función de sus propios intereses de clase, pueden hacer cosas que son perjudiciales para el sistema capitalista en conjunto. Creo que actualmente estamos en una situación de ese tipo. (Harvey, 2013: s/n).
Situación paradójica, donde todos hablan
de “la crisis” para decir cosas distintas y las elucubraciones sobre “la salida
de la crisis” o “la luz al final del túnel” son, más que confusas,
confusionistas. Naturalizan la crisis, como si fuese una catástrofe inevitable
a sobrellevar mientras dure como cada uno pueda y, al mismo tiempo, encierran la
idea de que llegado el momento volverán los buenos y viejos tiempos del
capitalismo “normal” (y entiéndase por esto lo que se quiera).
Para combatir esa falsa perspectiva,
debemos agregar a lo ya dicho sobre el capitalismo y su crisis, que ésta
conjuga la sobreacumulación de capital a nivel mundial con la crisis de un “modelo
de desarrollo” que fue impulsado por la industria automotriz, el sector de
obras públicas y la construcción, con pautas de infraestructura y hábitat de
fuerte impacto en términos de empleo y creación de valor y plusvalor. De hecho,
a nivel mundial el “desempleo estructural” comenzó bastante antes del estallido
de la crisis, y no sólo por la competencia y la des-locación de empresas sino
por el incremento de la plusvalía derivado de la utilización de maquinarias y
tecnologías más eficaces y la intensificación del trabajo. La mayor
productividad se volvió contra los trabajadores. Las empresas producen más con
menos asalariados. Y los trabajadores que incrementan sus esfuerzos y
multiplicado la productividad aumentan la ganancia empresarial, posibilitan
nuevos despidos. Se ha producido un profundo cambio de régimen tecnológico con
la irrupción de la microelectrónica en la esfera de la producción y de la
informática en la circulación de informaciones. El trabajo muerto desplaza al trabajo
vivo aunque esto acentúe la tendencia a la baja de la tasa de ganancia e
incremente el precio de la energía y las materias primas, procesos que los
capitalistas contrarrestan aumentando la tasa de explotación y acentuando el
despojo de los bienes comunes de la humanidad en la búsqueda desenfrenada de
“materias primas” (Chesnais, 2013: 17/28).
Llegado a este punto se advierte que la
crisis desborda ampliamente lo “económico”. Y más que pensar en términos de
“salir de la crisis”, conviene hacerlo en función de salir del capitalismo.
Crisis
estructural, crisis civilizatoria
En el esfuerzo de ampliar nuestro punto
de vista, tanto las crisis breves y limitadas que se multiplicaron a partir de
los años setenta del siglo pasado, como la crisis general o sistémica que está
en curso, pueden ser consideradas y contextualizadas dentro del marco mayor,
epocal si se quiere, de crisis estructural del capital. Immanuel Wallerstein, por ejemplo, sostiene
que estamos ante una crisis estructural y que continuaremos en ella por otros
veinte o cuarenta años (“es el promedio de tiempo que dura una crisis
estructural en un sistema histórico social”), y explica que en este período “el
sistema se bifurca, lo que esencialmente significa que emergen dos modos
alternos para finalizar la crisis estructural cuando colectivamente se elige
una de las alternativas”. Y otro autor, a cuyo punto de vista adhiero, considera que se trata de una genuina novedad
histórica por cuanto
…una crisis periódica o coyuntural puede ser dramáticamente grave -como resultó ser la gran “crisis económica mundial 1929-1933”- pero a la vez capaz de admitir una solución dentro de los parámetros del sistema establecido (…) De igual manera, pero en sentido opuesto, el carácter “no explosivo” de una crisis estructural prolongada (…) también puede conducir a la concepción de estrategias equivocadas a consecuencia de una mala interpretación inducida por la ausencia de “tempestades”. (Mészáros, 2009: 399).
Esta “crisis estructural que abarca todo”
no queda limitada a una determinada esfera (financiera, comercial o de tal o
cual rama productiva, etc.), tiene alcance planetario, se inscribe en la larga
duración y su despliegue gradual no excluye la hipótesis de violentas
convulsiones. La dominación a escala mundial del capital con su intrínseca
incapacidad para reconocer o fijarse límites, activa los límites absolutos del
sistema y el orden del capital comienza a perder la capacidad de mantener un
relativo control desplazando y/ o postergando el conjunto de sus
contradicciones.
Valga como ejemplo el antagonismo entre
la emergencia de un capital global con objetiva tendencia transnacional y los
Estados nacionales históricamente conformados. El Estado es la estructura de
comando centralizada imprescindible para que el carácter antagónico y
confrontativo del capital no desemboque en su estallido, pero el sueño de un
Estado mundial que cumpla dicha función a escala global no fue más allá de la
pesadilla del Gendarme mundial americano, que está en decadencia.
Vemos otro ejemplo cuando la expansión
del capital lleva a destruir las condiciones de la reproducción metabólica
social y desata procesos que amenazan la supervivencia misma de la humanidad,
con requerimientos energéticos insostenibles, saqueo y despilfarro de los
bienes comunes del planeta, descontrol de los recursos químicos y la
agricultura global, despilfarro de un elemento tan vital como el agua.
Sumemos a lo antedicho los recursos
volcados en cantidades siempre crecientes a proyectos militares e industrias
bélicas según la demanda del complejo militar/industrial y la proliferación de
armas nucleares en tales cantidades que el empleo de una ínfima parte de tales
reservas bastaría para hacer estallar el planeta.
La activación de los límites absolutos
del sistema significa que históricamente se ha pasado de la tan elogiada
capacidad de “destrucción productiva” del capital al predominio de la producción
destructiva. La incontrolabilidad del sistema se extiende a y con ello se
multiplican los rostros de la crisis. “La crisis financiera es gigantesca pero
también los son las ‘otras crisis’ unas más visibles o virulentas que otras
convergiendo hasta conformar un fenómeno inédito”. Se trata de la crisis
energética, la crisis alimentaria, el impasse tecnológico-civilizatorio, la
desenfrenada expansión del complejo militar-industrial, las crisis urbanas todo
lo cual se proyecta a la crisis ecológico-ambiental: “las diversas crisis no son sino aspectos de una única crisis” que
expresaría la senilidad del capitalismo (Beinstein, 2008: s/n).
Decimos entonces que estamos ante una crisis
civilizatoria. Esto provoca en un sector de la izquierda cierta incomodidad o
perplejidad, por diversas razones: adhesión nostálgica al paradigma
productivista del “socialismo real”, persistente influencia de la ideología (e
ilusiones) del progreso, banalización del término en labios de personajes
(desde Campdessus a Lula) que le restan contenido crítico hasta convertirlo en
un flatus vocis. Sin embargo, entendemos por crisis de civilización “un momento
histórico en el cual llegan a un punto crítico (…) no solo las estructuras
socioeconómicas, sino también las instituciones políticas y culturales así como
el sistema de valores que configura y da sentido a una cultura en la
acepción antropológica del término” (Fernández Buey, 2009: 45), y advertimos
que
El occidentalismo (…) cara externa del capitalismo en la era de la globalización (…) potencia la homogenización cultural, es prepotente y expansivo: desprecia o ignora las diferencias culturales; alimenta el neocolonialismo, la xenofobia y el racismo (…) trae como consecuencia el sentimiento de pérdida cultural en millones de personas en todo el mundo (…) Pocas cosas puede haber tan representativas de una crisis de civilización como el sentimiento de pérdida de los valores que han sido propios. Eso es lo que hay. (ídem: 51).
La noción de crisis civilizatoria destaca
el agotamiento un modelo de organización económica, productivo y social, con
sus respectivas expresiones en el ámbito ideológico, simbólico y cultural:
…la lógica capitalista ha incidido en términos espaciales en todos los rincones del planeta (con la incorporación a la producción y al consumo mercantil y la imposición de las relaciones sociales típica de este modo producción), en todos los ámbitos de la vida y la naturaleza (con la conversión en mercancías de los ecosistemas y su productos, así como de las especies vivas y de los genes) y hasta los aspectos más recónditos de la psique humana (con la generalización del individualismo, el carácter posesivo de la propiedad privada, el consumismo exacerbado y el egoísmo como pretendida característica de la naturaleza humana). Esa lógica demencial nos está conduciendo a una encrucijada que sólo puede sortearse mediante la superación de la civilización capitalista. (Vega Cantor, 2010: 26).
Se ha caracterizado que “el imperio del
capital” puede ser considerado una especie de imperialismo colectivo en
términos de gestión, bajo el liderazgo consentido de los Estados Unidos. La
asociación económica así establecida, sin eliminar las contradicciones
inter-imperialistas, explicaría que durante largas décadas éstas no condujeron
a guerras entre los miembros de ese selecto “club” de potencias capitalistas.
(Katz, 2011). Debemos ahora prestar especial atención al impacto dinámico y
disruptivo que en éste marco adquiere la crisis en curso.
De hecho, capitalismo, imperialismo y
guerra se entrelazan. La guerra es económicamente una forma de destrucción de
capital y, políticamente, un instrumento para la reproducción de las
condiciones de mando de las fracciones que predominan en el bloque dominante,
en particular la financiera: “el uso de la fuerza armada es la estrategia impuesta
al mundo por las altas finanzas estadounidenses como condición de su
reproducción”, “la militarización es una modalidad de existencia del
capitalismo” y “el papel del Estado (neoliberal) es fundamental para el capital
[porque] el gasto militar se convierte en una fuente mayor de rentabilidad para
el capital. Y, por añadidura, puede incrementar aún más el capital ficticio,
sobre todo cuando está financiado por la deuda pública” (Herrera, 2012: 17/30).
Recordemos que el gasto militar de todo el resto del mundo no alcanza a ser ni
la mitad del Norteamericano, hay más de mil bases yanquis en el planeta y el
poder del complejo militar-industrial está controlado por la finanza. Al mismo
tiempo, las interconexiones económicas mundiales y el agravamiento de la crisis
sacuden los equilibrios en que se basaba esa especie de imperialismo colectivo
y los Estados Unidos deben renegociar (y eventualmente ceder) espacios de poder
con los BRICS (con alguno de ellos, porque el término es engañosamente
abarcativo). Si tenemos presente que los trances de quiebre hegemónico
nunca ocurrieron de forma pacífica en la historia del capitalismo, que desde
hace años las acciones bélicas se banalizan y encubren bajo el manto de “la guerra contra el
terrorismo” y que la doctrina de “Seguridad Nacional” norteamericana considera
“amenaza directa” el mero intento de contrarrestar su abrumadora superioridad
bélica, el riesgo de aventuras militares de catastróficas consecuencias no
puede ser ignorado ni minimizado. Nos lo acaba de recordar, con tintes
dramáticos, la anunciada y suspendida guerra contra Siria.
La
crisis y los desafíos de la transición
Nuestro preocupación no es tanto “salir
de la crisis” como salir del capitalismo, pensando que
Las crisis son momentos de paradojas y de posibilidades. […] Podría ser que no hubiera soluciones capitalistas efectivas a largo plazo a esta crisis del capitalismo (aparte de una vuelta a las manipulaciones del capital ficticio). En este estadio, los cambios cuantitativos llevan a deslizamientos cualitativos y hay que tomarse en serio la idea de que podríamos estar precisamente en ese punto de inflexión en la historia del capitalismo. Cuestionar el futuro del capitalismo como sistema social viable debería estar por tanto en el centro del debate actual (Harvey, 2010: s/n).
Sabemos también, por otra parte, que las
organizaciones obreras, los movimientos sociales y el marxismo y nosotros
mismos mismo no escapamos a la crisis. Han sido conmovidos o trastocados los
puntos de referencias (materiales, organizativas y conceptuales) que orientaron
el combate por la emancipación social durante un largo período histórico que ha
quedado atrás. No se trata sólo de la implosión del mal llamado “campo
socialista”, sino de la completa integración al sistema de la socialdemocracia,
los grandes partidos comunistas y los movimientos de liberación nacional, que
habían jalonado políticamente el curso del siglo XX. Y la derrota o impasse de
las corrientes de extrema izquierda. Junto a las transformaciones y tensiones
que implica la crisis civilizatoria.
Incluso en Nuestra América, donde la
cartografía del cambio viene siendo diseñada por múltiples luchas y
organizaciones populares que son protagonistas o herederas de grandes
confrontaciones con los gobiernos neoliberales, y en la misma Venezuela
bolivariana y chavista que asume la perspectiva del socialismo del siglo XXI,
está planteado el tremendo desafío de fecundar las luchas defensivas y
reivindicativas con una concreta perspectiva emancipatoria que ensaye y articule
desde ahora experiencias no capitalistas y formas de poder popular que las
efectivicen y extiendan.
Vivimos una época de transición o, si se
me permite decirlo así, una transición epocal. En condiciones sustancialmente
distintas a las del siglo pasado, debemos repensar la “actualidad de la
revolución” asumiendo que el siglo XX dejó lecciones difíciles de
compatibilizar. Urge desarrollar una teoría de la transición. Sabiendo que el
pasaje a una sociedad emancipada no es instantáneo, ni es acometido simultáneamente
por los trabajadores del mundo. Sabiendo también que la transformación
socialista es la subversión del trípode
que sostiene al viejo orden, Capital, Trabajo asalariado y Estado, en un
proceso que debe desplegarse a nivel internacional y requiere la activa
participación de los trabajadores del mundo. Comprendiendo que hacer del
socialismo una realidad irreversible requerirá muchas transiciones dentro de la
transición y que el socialismo implica una constante auto-renovación de revoluciones
dentro de la revolución (Mészáros, 201: 563). Comprendiendo, sobre todo, que
“otro mundo es posible” sí y sólo sí nuestras prácticas presentes lo
prefiguran. Hubo en el pasado y tendremos en el futuro situaciones en que la
construcción del poder popular exigirá asumir la incierta conformación de un
Estado-no Estado en ruptura radical con el Estado capitalista. Pero ninguna
“ley” histórica o “principio” teórico impone creer que todo cambio
revolucionario queda supeditado al mítico momento del “asalto al poder”, y
mucho menos autoriza a pontificar que recién entonces podrían abordarse las
cuestiones de la
transición... Por el contrario, la historia y la vida misma
muestran que es posible y necesario desafiar desde ahora el orden del capital y
construir poder popular poniendo en marcha al menos rudimentos de un nuevo
metabolismo económico social. Para sobrevivir. Para empezar a vivir de otro
modo. Porque sabemos que la revolución no consiste sólo en la expropiación del
gran capital. Debe ser también una ruptura radical con la división social
jerárquica del trabajo y el paradigma productivo-tecnológico-cultural impuesto
por el capital. Debemos producir y consumir de otro modo, producir y consumir
otras cosas. Terminar con la explotación del hombre pero también con la
explotación de la naturaleza, haciéndonos incluso cargo del fardo que implica
el cambio climático. Construir otras relaciones sociales en ruptura con el
patriarcalismo, la alienación y los fetiches del capital. Existen infinidad de
problemas específicos que no tienen respuestas válidas a priori, porque las
respuestas sólo serán “correctas” cuando podamos “fabricarlas” colectivamente. ¿Por
dónde empezar? ¿Qué es lo determinante? ¿Qué sujeto sociopolítico? En realidad,
todas las esferas de la actividad social son terrenos de confrontación y de
creación: la tecnología y formas organizativas, las relaciones sociales, los
dispositivos institucionales y administrativos, los procesos de producción y
trabajo, las relaciones con la naturaleza, la reproducción de la vida cotidiana
y las especies e incluso las concepciones mentales del mundo. Todas y cada una
estas áreas de la totalidad social existen en relaciones de co-dependencia y
co-evolución, con tensiones y antagonismos que subyacen a la crisis y a los
desplazamientos de la crisis. Nuestro punto de referencia deja de ser tal o
cual aspecto de la crisis, sino la voluntad de ir más allá del capital poniéndonos
en movimiento ahora mismo:
podemos empezar por cualquier parte y en cualquier momento y lugar, ¡con tal de no permanecer en el mismo punto donde comenzamos! La revolución tiene que ser un movimiento en todos los sentidos de esa palabra. Si no podemos movernos en y a través de las distintas esferas, en último término no iremos a ningún sitio. (Harvey, 2012: 118)
Sólo así podemos conformar el bloque
social y político capaz de sostener el cambio radical al que aspiramos. No
podemos dejar de ser utópicos. Tampoco debemos dejar de ser realistas. La
revolución, el socialismo, el comunismo, entendidos como perspectiva y realidad
en devenir y no como modelo a imponer, implica un largo combate que articula utopía
y realismo de manera doblemente original. Un realismo estratégico que en las
antípodas del inmediatismo y el posibilismo nos oriente a largo plazo, hasta
obtener triunfos irreversibles. Una utopía cotidiana que no es promesa de futura
felicidad sino esperanza colectiva con la cual aprender a “soñar con los ojos
abiertos” impulsando la autoactividad y autotransformación de deposeídos y
oprimidos, apostando a cambiar la vida y cambiar el mundo. Salir de nuestra
crisis es recuperar la capacidad política de pensar y de actuar cotidianamente
y estratégicamenteA escala nacional, en el más amplio terreno de la lucha de
clases que es nuestra Patria Grande e internacionalmente porque, en definitiva,
nuestra Patria es la Humanidad.
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