Lenin ✆ Marat Valiakhmetov |
Juan Dal Maso & Fernando
Rosso | Se dice muy seguido y muchas más veces de lo
que se lo fundamenta, que el marxismo carece de una “Teoría del Estado” y de
una “Teoría de la Acción Política”. Sin entrar a discutir hasta dónde el
marxismo debería tener formalizadas tales teorías con mayúsculas, este sentido
común impuesto como una verdad revelada en los ámbitos académicos esconde las
genuinas aportaciones de la tradición marxista clásica tanto para la compresión
del Estado como de la acción política. Y aunque resulte muchas veces acusado de ser un pensador
“asiático”, totalitario y antidemocrático, da la casualidad de que el aporte de
Lenin resulta fundamental en este sentido, por lo menos en lo que hace a la
tradición marxista clásica y sus derivaciones, al punto de que muchos de los
que reivindican a Gramsci como una suerte de “superación” del legado de Lenin,
precisamente desconocen de forma grosera cómo el propio comunista italiano tomó
al líder revolucionario ruso como su referencia inmediata en las cuestiones de
la hegemonía.
En este artículo haremos referencia al modo en que Lenin
pone en relación la centralidad de la política, su “base de clase”, tanto en el
sentido de su carácter de clase como de su carnadura social, y cómo esto se
expresa en una concepción del
Estado y de la hegemonía de la clase obrera. Destacamos de antemano que la fortaleza del enfoque de Lenin es lograr un punto de vista “equilibrado”, de interdependencia dialéctica entre la autonomía de la política y sus determinaciones sociales. Este enfoque de Lenin permite justamente “poner límites” a ciertos fenómenos y fragmentos discursivos. Por ejemplo, la famosa “autonomía de la política” que, bien mirada, actúa como contrapeso crítico de los puntos de vistas economicistas, pero a su vez puede derivar en una teoría de la necesidad de una casta política “eterna”, así como en posiciones “sustituistas” de los sujetos socialmente concretos, como en cierta medida fue el caso del posicionamiento de Gramsci sobre la URSS. Es que
precisamente los puntos de
vista de Lenin se articulan en torno a una concepción del Estado, partiendo de
su definición en base a su carácter de clase, pero estableciendo diversas
relaciones y aspectos que hacen a los vínculos entre las clases, de éstas con
el Estado y del Estado con la sociedad, visto históricamente.Estado y de la hegemonía de la clase obrera. Destacamos de antemano que la fortaleza del enfoque de Lenin es lograr un punto de vista “equilibrado”, de interdependencia dialéctica entre la autonomía de la política y sus determinaciones sociales. Este enfoque de Lenin permite justamente “poner límites” a ciertos fenómenos y fragmentos discursivos. Por ejemplo, la famosa “autonomía de la política” que, bien mirada, actúa como contrapeso crítico de los puntos de vistas economicistas, pero a su vez puede derivar en una teoría de la necesidad de una casta política “eterna”, así como en posiciones “sustituistas” de los sujetos socialmente concretos, como en cierta medida fue el caso del posicionamiento de Gramsci sobre la URSS. Es que
Para desarrollar algunos de estos tópicos, tomaremos en
cuenta un fragmento de un trabajo del intelectual marxista francés Daniel
Bensaïd sobre El Estado y la revolución, ya que tiene el mérito de expresar de
manera concentrada algunos de los principales cuestionamientos a la concepción
de Lenin, justamente en la cuestión del Estado, las clases sociales y la
política: En 'El Estado y la revolución', Lenin rompe radicalmente con “el
cretinismo parlamentario” del marxismo ortodoxo. Conserva sin embargo su
ideología gestionaria. Así, imagina aún que la sociedad socialista “no será ya
más que una oficina, un solo taller, con una igualdad de trabajo e igualdad de
salario”. Tales fórmulas recuerdan ciertas páginas en las que Engels sugiere
que la extinción del Estado significará también una extinción de la política en
beneficio de una simple “administración de las cosas”, cuya idea es tomada
prestada de los saintsimonianos; dicho de otra forma, a una simple tecnología
de gestión de lo social, donde la abundancia postulada dispensaría de
establecer prioridades, de debatir opciones, de hacer vivir la política como
espacio de la pluralidad. (…) Se trata aquí claramente, no sólo de la extinción
del Estado, sino claramente de la extinción de la política, soluble en la
administración de las cosas.
Como ocurre a menudo, tal utopía, en apariencia libertaria,
se vuelve utopía autoritaria. El sueño de una sociedad que no sería “toda
entera más que una única oficina y un solo taller”, no remitiría en efecto más
que a una buena organización de su funcionamiento. Igualmente, un “Estado
proletario”, concebido como un “cartel del pueblo entero”, puede fácilmente
conducir a la confusión totalitaria de la clase, del partido, y del Estado, y a
la idea de que, en este cartel del pueblo entero, los trabajadores no tendrían
ya que hacer huelgas, puesto que sería hacer huelga contra sí mismos[1].
Política,
administración de las cosas, Estado obrero
Criticando la supuesta “utopía” de cuño saintsimoniano de
Lenin, Bensaïd introduce una operación teórica que implica la oposición entre
“política” y “administración de las cosas”, sin explicar del todo si la
distinción entre ambas actividades implica una diferencia de calidad o
solamente de grado. Dado que si la diferencia es de calidad, la “autonomía de
la política” es mucho más pasible de transformarse en una teoría de la política
como actividad especializada y separada del quehacer de la clase trabajadora.
Por el contrario, para Lenin en el Estado obrero de
transición no hay diferencia sustantiva entre “política” y “administración de
las cosas” (podría decirse también “resolución de los grandes problemas de las
masas trabajadoras”), y eso se expresa tanto en lo que hace a las condiciones
de posibilidad del gobierno de la clase obrera, como a la relación entre peso
social del proletariado y dirección política del Estado, en una concepción de
hegemonía obrera superior a cualquier teoría unilateral de “autonomía de la
política”. Esta concepción general debe articularse a su vez con la progresión
de la revolución socialista internacional, ya que la toma del poder y la
construcción del Estado obrero comienzan a nivel nacional: mientras en el plano
interno el Estado obrero modifica la relación entre “política” y
“administración de las cosas”, en el plano internacional la persistencia del
capitalismo y la lucha de clases implica la permanencia de la política, en
primer lugar de la estrategia orientada a la lucha por el poder obrero, tal
cual está contemplada en la Teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky.
A su vez, en el plano interno, los retrocesos que puede tener la construcción
socialista en la historia concreta (como demostró en la URSS el surgimiento de
una casta burocrática), o la pelea entre diferentes intereses de clases
inscripta en la misma transición, requieren nuevas respuestas políticas, como
las planteadas por Trotsky en el combate por revitalizar los soviets y la pelea
por pluripartidismo soviético.
En dos textos de 1917 (“¿Podrán los bolcheviques mantenerse
en el poder?” y “La catástrofe que nos amenaza y cómo luchar contra ella”[2]), Lenin desarrolla una serie de planteos programáticos en los
que demuestra cómo los trabajadores son capaces de dar una salida propia a los problemas
económicos y sociales, y hasta de organizar su propio Estado. Demandas que no
solo se refieren a la organización política, sino que apuntan a la
transformación de la organización económico-social en el camino a una
transición socialista, y que podrían sintetizarse en el control obrero y
popular sobre el conjunto de la producción y distribución.
Partiendo de la concepción marxista de que el Estado es
esencialmente un órgano de opresión y explotación de una clase sobre otra
(desarrollada previamente en El Estado y la revolución), afirma Lenin con
relación al aparato del Estado: “El proletariado no puede ‘apoderarse’ del
‘aparato de Estado’ y ‘ponerlo en marcha’.
Pero sí puede destruir todo lo que hay de opresor, de
rutinario, de incorregiblemente burgués en el viejo aparato de Estado y
reemplazarlo por su propio aparato. Los soviets de diputados obreros, soldados
y campesinos son precisamente este aparato”[3].
Luego de demostrar todas las ventajas de los soviets, que
surgieron en Rusia en 1905 y fueron una forma históricamente más desarrollada
del Estado-Comuna, organismos mil veces más democráticos que cualquier
república democrática burguesa, Lenin afirma de manera muy simple que: “La
principal dificultad que enfrenta la revolución proletaria es la instauración a
escala nacional del sistema más preciso, meticuloso, de registro y control, de
control obrero, de la producción y la distribución de los productos”[4].
Más adelante explica los dos “aparatos” con los que cuenta
el Estado burgués moderno: Además del aparato de opresión por excelencia –el
Ejército regular, la Policía y la burocracia–, el Estado moderno tiene un
aparato que está íntimamente vinculado con los bancos y los consorcios, un
aparato que realiza, si vale la expresión, un vasto trabajo de contabilidad y
registro. Este aparato no puede, ni debe ser destruido. Lo que hay que hacer es
arrancarlo del control de los capitalistas; hay que separar, incomunicar,
aislar a los capitalistas, y a los hilos que ellos manejan; hay que
subordinarlo a los soviets proletarios; hay que hacerlo más vasto, más
universal, más popular[5].
Por último Lenin afirma que: Podemos “apoderarnos” de este
“aparato de Estado” (que bajo el capitalismo no es totalmente un aparato de
Estado, pero que lo será en nuestras manos, bajo el socialismo) y “ponerlo en
marcha” de un solo golpe, con un solo decreto, porque el verdadero trabajo de
contabilidad, control, registro y cálculo es realizado por empleados, la
mayoría de los cuales son, por sus condiciones de vida, proletarios o
semiproletarios[6].
Esto en apariencia sería contradictorio con lo que afirma en
El Estado y la revolución, donde dice –siguiendo a Engels– que el Estado de
transición –la dictadura del proletariado– no sería un Estado en el “sentido
estricto”. Pero la realidad es que está planteando la cuestión a dos niveles
diferentes. En el primer caso se refiere al Estado como órgano de opresión de
la minoría sobre las mayorías, como fueron todos los tipos de Estado
históricamente conocidos, incluido el capitalista.
En cambio el Estado obrero o la dictadura del proletariado
es el órgano de dominación de la mayoría sobre la minoría, y en este sentido no
es un Estado en el sentido estricto. En el segundo caso, se refiere al aparato
administrativo del Estado, haciendo hincapié en el registro y control de la
producción y distribución –que durante siglo XX, con el desarrollo de las
formas estatales, se extendieron a la salud, la educación, y la obra pública.
Bajo el capitalismo, estas funciones están orientadas a las
necesidades generales de la sociedad pero bajo la lógica de la ganancia capitalista,
por lo que el Estado burgués no puede garantizarlas de manera verdaderamente
universal[7].
En este punto Lenin precisa qué es lo que se debe destruir
del Estado burgués y qué es lo que hay que conservar-transformar, para ponerlo
al servicio de un nuevo Estado proletario; no una nueva forma, sino más
precisamente un nuevo tipo de Estado. Contra los reformistas que niegan la
necesidad de la destrucción-disolución del Estado y apuestan a su
“transformación” pacífica, y contra los anarquistas que hablan de “destruir
todo tipo de Estado de la noche a la mañana”, Lenin piensa las formas concretas
de la dictadura del proletariado: cómo debe organizarse el Estado y la economía
para iniciar el camino al socialismo, como condición para –en el marco del
impulso al desarrollo de la revolución mundial– pelear por el comunismo, la
extinción de todo tipo de Estado.
La concepción leninista del Estado y la política, entonces,
supone una articulación concreta en la que política y administración de las
cosas se unen en la consolidación del poder social de la clase obrera como
condición previa para el proceso histórico de superación de la sociedad de
clases y el Estado.
Estado obrero,
hegemonía y clase obrera
Analicemos entonces la cuestión de si de esta concepción se
desprende un totalitarismo en el cual los obreros no pueden hacer huelga contra
su propio Estado. A diferencia de lo que dice Bensaïd, la posición de Lenin no
supone la simple e inmediata disolución de la política en la “gestión de las
cosas”, sino que hace mucho más compleja la cuestión de la política en tanto
mediación entre las clases, y entre estas y el Estado.
En su discurso pronunciado en la reunión conjunta de los
militantes del PC(B) de Rusia delegados al VIII Congreso de los Soviets de Toda
Rusia y del Consejo de los Sindicatos de Moscú, realizada el 30 de diciembre de
1920, Lenin –como parte de una polémica con Bujarin y Trotsky en los momentos
difíciles del llamado “comunismo de guerra” que pronto sería reemplazado por la
NEP– realizó una serie de señalamientos muy importantes para definir la
relación del Estado obrero con la clase obrera, en el sentido precisamente
opuesto al que propone Bensaïd.
Lenin partía de que la hegemonía del proletariado no podía
ser dirigida a través de los sindicatos de masas sino de la vanguardia
organizada en el partido para luego precisar las relaciones entre la clase
obrera, el campesinado, la vanguardia de la clase obrera, los sindicatos y el
Estado en un análisis claramente orientado a sostener el Estado obrero y el
poder social de la clase obrera en forma simultánea:
Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero
ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice:
“Para qué defender, y frente a quién defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es obrero?” No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión (…) En nuestro país, el Estado no es, en realidad obrero, sino obrero y campesino (…) nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle –¿cómo decirlo?– esta lamentable etiqueta o cosa así. Ahí tenéis la realidad del período de transición. Pues bien, dado ese género de Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender? ¿Se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? (…) Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado."
Una y otra defensa se
efectúa a través de una combinación original de nuestras medidas estatales y de
nuestro acuerdo, del “enlazamiento” con nuestros sindicatos. Porque el concepto
de “enlazamiento” incluye que es necesario saber utilizar las medidas del poder
estatal para defender de este poder estatal los intereses materiales y
espirituales del proletariado organizado en su totalidad [8].
Superando la tradición del constitucionalismo burgués, que
se propone limitar el poder mediante la división de poderes, haciendo
abstracción de que es una mera subdivisión del mismo poder de la clase
explotadora, Lenin es clarísimo en su posición de articular fuerzas sociales e
instituciones políticas para que la “hegemonía” de la clase obrera no se
transforme en una sustitución de la clase obrera por el aparato estatal
presionado por millones de campesinos. Y en ese sentido, la “hegemonía” en la
que está pensando Lenin contiene un sistema de contrapesos al mismo tiempo muy complejo
(por las fuerzas sociales que se propone articular) y muy sencillo (por su
claridad de cuáles son los problemas a resolver) entre la vanguardia y las
masas de la clase obrera y entre la clase obrera de conjunto y el campesinado,
que a su vez debe expresarse en la relación entre las organizaciones obreras y
el Estado.
Nada más lejos de “la
confusión totalitaria de la clase, del partido, y del Estado” en la que “los
trabajadores no tendrían ya que hacer huelgas, puesto que sería hacer huelga
contra sí mismos”.
En la concepción leninista, que a su vez daba un rol muy
importante a la construcción cultural, la diferencia entre política y
administración de las cosas resulta relativa, uniendo la democracia política
con la industrial. En este contexto, la autonomía de la política, perfectamente
conocida por Lenin, estaba integrada en un pensamiento sobre el Estado en el
cual el fin de la sociedad de clases no haría que se terminasen los diferendos,
los debates y controversias entre los seres humanos, pero sí la necesidad de
una casta “especializada” en la política (entendida esta como una mediación al
interior de los conflictos) separada de los productores.
Por el contrario, la ilusión en la perennidad de la
política, similar a la idea althusseriana de la perennidad de la ideología,
podría considerarse como una expresión de la adaptación del marxismo a la idea
posmarxista de la democracia “consensual” como horizonte insuperable del
“movimiento social”.
Notas
[1] Daniel Bensaïd, “El Estado, la democracia y la revolución: una
vez más sobre Lenin y 1917”, vientosur.info, 4/12/07.
[2] Incluidas en las recientemente publicadas Obras selectas de
Lenin, de Ediciones del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.
[3] V.I. Lenin, “¿Podrán los bolcheviques mantenerse en el poder?”
(octubre de 1917), en Obras selectas, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Cabe aclarar que en estos textos de 1917, Lenin plantea el
programa del “control” para un momento particular del desarrollo del proceso
revolucionario en Rusia, incluso sin plantear la expropiación generalizada,
pero desde una perspectiva transicional, en el camino de un programa general
hacia la “expropiación de los expropiadores”.
[8] V. I. Lenin, Obras Tomo XI, Moscú, Progreso, 1973.