Adolfo Sánchez Vázquez ✆ Cristina Serrano Ortuño |
Stefan Gandler | Adolfo
Sánchez Vázquez y la Teoría Crítica de la sociedad tienen en común, a pesar de
varias diferencias importantes, el partir de una interpretación de Marx y del
marxismo sin caer en el dogmatismo predominante hasta los años ochenta del
siglo XX. En lo siguiente vamos a concentrarnos, en lo referente a la tradición
de la Teoría Crítica a uno de los seguidores, alumnos y colaboradores más
importantes de Horkheimer, Adorno, Marcuse, Benjamin y Neumann, muy
probablemente el más relevante entre los hoy en día vivos: Alfred Schmidt.
Aparte de la gran seriedad con la cual ha desarrollado sus trabajos, también es
indicada esta decisión por el hecho que Schmidt es el autor de esta tradición
teórica que más conocimiento directo tiene de la obra de Marx. Para Adolfo Sánchez Vázquez, como también para los autores
de la Teoría Crítica, una de las cuestiones filosóficas fundamentales es la de
la relación entre el idealismo y el materialismo (premarxiano) y la del
carácter, al fin y al cabo materialista, de una interpretación de Marx
orientada a la praxis.[1]
Estas problemáticas teóricas tenían y tienen consecuencias
de largo alcance por cuanto dan origen a que una filosofía y una teoría
marxista crítica deban atreverse a caminar sobre la cuerda floja
permanentemente, una cuerda floja conceptual a la que ésta tendencia filosófica
debe, en buena medida, su encanto y su importancia, pero que, a la vez, es un
motivo filosófico interno para que
esta corriente teórica no goce de muchas
simpatías en el actual contexto político.
Pensadores o actores burgueses se complacían en lanzar sobre
esa corriente la sospecha de que estaba aliada a oscuras fuerzas de la Unión
Soviética, reproche que todavía encuentra adeptos después del fin del
experimento del socialismo real. Entre los teóricos o activistas marxistas, por
el contrario, esa corriente teórica, conocida como marxismo occidental,
despertó siempre la sospecha de que podía contener un reblandecimiento
“burgués” de la crítica marxista a las relaciones capitalistas de producción y
de la sociedad burguesa reinantes. Con el fin de la Unión Soviética, también
han desaparecido de la faz de la tierra la mayoría de los marxistas dogmáticos.
Los antiguos marxistas dogmáticos se desfogan ahora, en su mayoría, en
improperios, recordando de repente que siempre fueron buenos demócratas
burgueses e incansables anticomunistas contra toda persistencia de una
formación teórica marxista, y afirman con alivio que, por lo menos, algo se ha
mantenido estable en su pensamiento: el rechazo a una interpretación no
dogmática de Marx.
Esta primera manera de evitar una auto-reflexión sobre las
propias debilidades teóricas en un momento anterior (al proyectar los propios
defectos de la interpretación de Marx sobre otros que siempre fueron
sospechosos), se complementa con una segunda. Algunos marxistas antiguamente
dogmáticos, están ahora convencidos de haber sido siempre marxistas críticos,
no dogmáticos. Mediante esta reconstrucción de su propia historia teórica
evitan, a su manera, la autocrítica pendiente.
El filósofo de Frankfurt, Alfred Schmidt, es uno de los
teóricos que, ya mucho antes del fin de la Unión Soviética, trabajaba en una
interpretación de Marx autónoma y no dogmática frente a sus filósofos de Estado
y, después de la terminación del experimento del socialismo real no quiere que
caiga en el olvido su propia producción filosófica de aquella época.[2] En vista de
que Alfred Schmidt ha hecho aportaciones decisivas a la discusión filosófica no
dogmática del marxismo, sobre todo en el terreno de la teoría del conocimiento,
resulta provechoso contrastar algunas de sus reflexiones con la filosofía de
Adolfo Sánchez Vázquez.
En lo que concierne a la relación entre praxis y
conocimiento, Sánchez Vázquez desarrolla en su Filosofía de la praxis: “la
intervención de la praxis en el proceso de conocimiento lleva a superar la
antítesis entre idealismo y materialismo”, es decir, la antítesis “entre la
concepción del conocimiento como conocimiento de objetos producidos o creados
por la conciencia y la concepción que ve en él una mera reproducción ideal de
objetos en sí” (Sánchez Vázquez, 1980: 153). Es preciso rebasar ambas
posiciones: no se puede perseverar ni en una teoría idealista del conocimiento
ni en “una teoría realista como la del materialismo tradicional, que no es sino
un desenvolvimiento del punto de vista del realismo ingenuo.” (Sánchez Vázquez,
1980: 153).
Sánchez Vázquez señala en este lugar que distintos
intérpretes de Marx extraen diferentes conclusiones de la introducción del
concepto de praxis al problema del conocimiento, mencionando al respecto tres
posiciones:
1ª Posición: “[...] el hecho de que la praxis sea un factor en nuestro conocimiento no significa que no conozcamos cosas en sí.”
2ª Posición: “[...] la aceptación de este papel decisivo de la praxis entraña que no conocemos lo que las cosas son en sí mismas, al margen de su relación con el hombre, sino cosas humanizadas por la praxis e integradas, gracias a ella, en un mundo humano (punto de vista de Gramsci)”.
3ª Posición: “[...] se sostiene acertadamente que sin la praxis como creación de la realidad humana-social no es posible el conocimiento de la realidad misma (posición de K. Kosík).” (Sánchez Vázquez, 1980: 153-154).
La diferencia entre las posiciones 2ª y 3ª no es
inmediatamente obvia. A partir del conjunto de la Filosofía de la praxis es
posible esbozar a grandes rasgos la diferencia entre las tres, así como la
valoración aportada por Sánchez Vázquez. Mientras que la posición 1ª reconoce,
aunque subestima, la relevancia epistemológica de la praxis humana, la posición
2ª va en sentido opuesto y da a la praxis humana una importancia tal que, fuera
de su influencia, ya no existe ninguna realidad.[3] La tercera
posición aprecia, al igual que la segunda, la relevancia epistemológica de la praxis
como insustituible, pero, contrariamente a la posición 2ª, no hace de esto una
afirmación ontológica y, por tanto, tiene en común con la posición 1ª el
reconocimiento de la primacía del objeto.
Alfred Schmidt sostiene, al igual que su contemporáneo hispano-mexicano,
la tercera de las tres posiciones mencionadas. Mientras que Sánchez Vázquez
reconoce la primacía de la materia, pero insiste en que la realidad exterior
sólo es reconocible para los seres humanos en tanto ellos ya hayan entrado en
una relación práctica con ella, Alfred Schmidt formula una idea similar pero en
tres variantes diferentes. El ser material, que existe, sin duda,
independientemente de los sujetos humanos, sólo “adquiere significado” en una
primera formulación, ontológica si se quiere, después de haber pasado por la
praxis humana:
Por cierto que el ser material, como infinidad extensiva e intensiva, precede a toda figura de la praxis histórica. Pero en cuanto adquiere significado para los hombres, ya no es más que aquel ser material abstracto que debe ser puesto como un primero en sentido genético por una teoría materialista, sino que es un elemento derivado, algo apropiado mediante el trabajo social (Schmidt, 1983: 222).[4]
En una segunda formulación, el autor de Frankfurt dice,
además, que la existencia de la objetividad material natural, precursora de la
praxis humana, sólo llega a ser “pronunciable” cuando se ha vuelto objeto de la
praxis humana, por lo menos parcialmente:
El sujeto social, a través de cuyo filtro pasa toda la objetividad, es y sigue siendo componente suyo. Por mucho que el hombre, “cosa natural con conciencia propia”, traspase la inmediatez de la “materia natural” encontrada al llegar en cada caso, al transformarla anticipando idealmente sus metas, no se rompe por ello la cohesión natural. Frente a ella (también en esto sigue Marx la “lógica” de Hegel) el quehacer orientado a un fin sólo puede imponerse si se engrana con astucia en el desarrollo de las leyes propias de la materia. El hecho de que existan “de por sí”, independientes de toda praxis (y de sus implicaciones teóricas) es, desde luego, pronunciable sólo en la medida en que el mundo objetivo se haya convertido en uno “para nosotros”. (Schmidt, 1973: 1117, cursivas de S.G.)
Esta segunda formulación capta la problemática en el plano
filosófico-lingüístico. En ella, al igual que en la primera, está englobada la
problemática más amplia de que una materialidad exterior al campo de influencia
inmediato de la praxis humana sólo puede ser aprehendida por los sujetos en
contraposición a la materia ya formada por la praxis. Esto llega hasta el punto
de que el mismo término de “lo intocado” de la naturaleza externa sólo puede
ser creado por seres humanos que ya practican un dominio masivo sobre la
naturaleza y, por tanto, saben lo que significa no dejar precisamente intacta
la naturaleza, sino “tocarla” con violencia. “Aun los objetos que todavía no
han caído en el ámbito de la intervención humana dependen del hombre en la
medida de que su ser intocado sólo se puede formular con relación al ser
humano.” (Schmidt, 1973: 1117).[5]
Schmidt da una razón de por qué en este contexto no recurra
a la relación cognoscitiva entre sujeto y objeto, a la que Sánchez Vázquez se
refiere ante todo.
La cuestión de la unidad y la diferencia entre sujeto y objeto pierde su carácter supratemporal, limitadamente “cognoscitivo”; demuestra ser la unidad y diferencia (determinada en forma distinta en cada caso) de historia y naturaleza. Ambas se penetran entre sí, desde luego sin volverse idénticas; siempre tienen los hombres la experiencia de una “naturaleza histórica” y de una “historia natural”. (Schmidt, 1973: 1117).[6]
En otro pasaje, el filósofo inserto en la tradición de la
Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, señala que la añoranza romántica por
la “bella naturaleza de Dios” se forma históricamente en el preciso momento en
que en determinada nación o región el desarrollo industrial, con el
consiguiente dominio sobre la naturaleza por medio de la gran maquinaria, ha
alcanzado cierta extensión, al igual que la destrucción de la naturaleza. Así fue
como a unos señores burgueses de las ciudades industriales inglesas de los
albores del capitalismo, vestidos con camisa a cuadros, se les ocurrió la idea
de escalar las cimas de los Alpes, anhelo que declararon irresistible.[7] La población
nativa sólo pudo asombrarse de semejante trajín. Su distancia de la naturaleza
exterior al ser humano no era tan grande como para hacerla objeto de apetencia
o percibirla siquiera como tal.
En una tercera formulación –del tipo de la filosofía de la
conciencia– el mundo material, en su forma de movimiento regular, no necesitado
del sujeto en sí, sólo es “reconocible” o “asegurable” mentalmente en cuanto
que ya haya sido objeto de la praxis humana. Esta tercera formulación,
evidentemente, se aproxima a la de Adolfo Sánchez Vázquez:
Lo dialéctico del materialismo marxista no consiste en que se niegue a la materia toda legalidad y movimiento propio sino en la comprensión de que sólo a través de la praxis mediadora pueden los hombres reconocer y emplear teléticamente* las formas de movimiento de la materia. (Schmidt, 1983: 111, cursivas de S.G.)
En otro pasaje, Alfred Schmidt formula una idea similar al
describir la relación del “materialismo en general” con el “materialismo dialéctico”:
El materialismo en general significa: las leyes de la naturaleza subsisten independientemente y fuera de la conciencia y la voluntad de los hombres. El materialismo dialéctico significa: los hombres sólo pueden asegurarse de estas legalidades a través de las formas de su proceso laboral. (Schmidt, 1983: 112, cursivas de S.G.).
En el momento de la actividad productiva, los seres humanos
chocan con las líneas fronterizas de la transformabilidad de la materia y, así,
reconocen su regularidad. Sólo reconociendo esa regularidad pueden, a su vez,
modificar las barreras de la naturaleza donde su contenido objetivo lo haga
posible. El doble movimiento de la praxis a la teoría y de la teoría a la
praxis, señalado por Adolfo Sánchez Vázquez, también es visible en las
consideraciones de Alfred Schmidt. Con referencia a las reflexiones de Marx y
Hegel sobre los “contenidos teléticos perseguidos en el trabajo”, resaltando la
praxis productiva, Schmidt plantea esta idea: “El saber anticipador presupone
igualmente una conducta práctica ya cumplida, de la cual surge, como también
constituye a su vez el presupuesto de toda conducta.” (Schmidt, 1983: 114-115).
Ahora bien, para los dos autores aquí consultados, es de
gran importancia insistir en que esta dependencia recíproca entre praxis y
conocimiento no pone a ambas lisa y llanamente en el mismo nivel. La relación
de mutua dependencia no lleva a una suspensión de la primacía de la materia
frente al sujeto y su capacidad de conocimiento y decisión. Pero, a la vez, en
el materialismo marxiano esta “prioridad de la naturaleza externa” no es
estática sino mediada:[8] “La naturaleza
es para Marx un momento de la praxis humana y al mismo tiempo la totalidad de
lo que existe.” (Schmidt. 1983: 23).
Estas reflexiones son mucho más que una sutileza filosófica.
El camino sobre la cuerda floja que una filosofía de la praxis ha de realizar,
según dijimos al inicio, es parafraseado por Alfred Schmidt de la siguiente
forma:
Estas consideraciones son menos triviales de lo que parece; pues si el concepto de praxis se tensa en exceso a la manera de Fichte (como en la época temprana de Lukács, que transforma el materialismo histórico en un franco idealismo “generador” con ropaje sociológico), pierde su filo para volverse concepto de mera contemplación. Pues la “actividad pura y absoluta que no sea sino actividad” va a parar a fin de cuentas a la “ilusión del ‘pensamiento puro’” (Schmidt, 1973: 1117).[9]
Sobre esta argumentación se puede comentar lo siguiente:
esta ilusión del pensamiento puro y la actividad pura conduce en la praxis
política a la presunción de que los procesos ideales determinan los procesos
materiales. Para juzgar una política determinada, en esta lógica sólo se
examinan las estrategias de argumentación de los agentes y de sus seguidores en
busca de concordancia interna del razonamiento (por ejemplo, en su
argumentación moral), en lugar de preguntarse por los motivos reales de esa
política. En consecuencia, los efectos de esa política no son considerados y
valorados como tales, sino siempre respecto a si fueron deseados o no.
En la discusión teórica del marxismo, a la vez, el concepto
de praxis es indispensable para poder hacer frente a las tendencias
objetivistas tanto de la izquierda reformista como de la stalinista. A pesar de
las considerables diferencias teóricas, un importante paralelismo entre la
izquierda revisionista y la dogmática consiste en que ambas suelen (o solían)
concebir la transición al socialismo como un proceso ineludible. La posición
reformista parte de que esa transición se realizará mediante un tránsito, lo
más suave posible, por el capitalismo y una paulatina transformación (sólo
acelerable mediante reformas) de las estructuras capitalistas en socialistas.
Los ortodoxos, en cambio, invocan la concepción de que habrá de llegarse a una
ruptura radical en determinado momento. A pesar de esa diferencia, tienen algo
en común: ambas tendencias no temen a nada tanto como a la rebelión espontánea
de los oprimidos y explotados más allá de las estructuras de partido y
organización que les están dadas.
Pero otorgar a la praxis en la teoría un punto tan central
como lo hacen Adolfo Sánchez Vázquez y Alfred Schmidt en sus respectivas
indagaciones filosóficas, pone radicalmente en duda estas concepciones
objetivistas de política e historia. En el concepto de praxis, fundamental para
la teoría marxista, está contenido un factor de rebeldía contra todos aquellos
que, desde el escritorio, desde la central del Partido o desde la patria del
proletariado quieren dirigir las actividades de los rebeldes de todos los
países. Puesto que el concepto de praxis ya contiene en sí la mediación de
teoría y actividad y, hablando más en general, de sujeto y objeto, y puesto que
la separación tajante de ambas (contenida en la concepción de conducir a las
masas a través del Partido) lleva a un completo absurdo con base en reflexiones
teóricas, este concepto se resiste al autoritarismo tanto de reformistas como
de ortodoxos. Puesto que ambas corrientes, frente a la espontánea rebeldía de
las masas, gustan de presentar el argumento de que éstas carecen de
conocimientos teóricos y de preparación, a fin de volver a acaudillarlas, la filosofía
de la praxis, que en un terreno altamente teórico alega a favor de la praxis,
es un aguijón no tan fácil de sacar. Se enfrenta a los cuadros (que pretenden
ser superiores a las masas en lo teórico) en su terreno reivindicado como
propio. Pero esto no es, en modo alguno, tomar partido sin más ni más por la
actuación espontánea no reflexionada, por el practicismo y contra la teoría.
Tanto a Adolfo Sánchez Vázquez como a Alfred Schmidt, les interesa más bien
demostrar en sus interpretaciones de Marx que el teoricismo (y la terca
obstinación en la propia preparación teórica frente a aquellos que no la tienen
formalmente) no está necesariamente más próximo al conocimiento teórico que la
praxis en el pleno sentido de la palabra.[10]
Así, debe entenderse que Schmidt, al igual que Sánchez Vázquez, insista en que
la “praxis histórica [...] es en sí ‘más teórica’ que la teoría.” (Schmidt,
1983: 223).
Estas referencias a la izquierda reformista y a la ortodoxa
podrán parecer demasiado anacrónicas a más de una lectora o lector. Realmente
lo son a primera vista, dado que la izquierda “ortodoxa” ha quedado en nada a
partir de 1989 y la izquierda reformista se ha transformado paralelamente en un
andamiaje político que, si bien tiene bajo su control varios gobiernos de
Europa –y últimamente de América Latina–, en el mejor de los casos, ya no tiene
en común con el propio proyecto original más que el nombre. Mientras al
principio del siglo, y en parte incluso en los primeros años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, los partidos socialdemócratas de Europa
conceptualizaron la necesidad y la posibilidad de una transición al socialismo –y
reformismo no significaba para ellos poner en duda esa meta sino sólo el camino
hacia ella frente a la posición marxiana clásica–, hoy las cosas son muy
distintas. Cuando llegan a impulsarse reformas, ya no es como alternativa a la
revolución socialista, sino como el medio más seguro de garantizar la persistencia
del capitalismo, al tratar de mitigar las consecuencias de sus más absurdas
contradicciones con medidas que bien podrían provenir de conservadores
ilustrados.[11]
A pesar de todo, estas reflexiones siguen siendo de gran
importancia cuando se nos plantea hoy, con una urgencia no disminuida, el
problema de la relación entre teoría y actividad, de subjetividad y relaciones
objetivas, de cuadros y base del Partido. Hasta hoy sigue siendo válido que
acentuar la significación de la praxis no significa tomar partido lisa y
llanamente por la subjetividad frente a la importancia de las relaciones
objetivas. En el concepto crítico filosófico de la praxis, interesa más bien
concebir la relación dialéctica entre estas dos instancias, que solamente se
puede contraponer de manera tan sencilla a nivel terminológico, y entender su
importancia. Así, debe seguirse la reflexión de Alfred Schmidt cuando señala
que el objetivismo liso y llano y el simple subjetivismo de ninguna manera
deben identificarse como contrarios inequívocos, sino que, en determinadas
ideologías o formas de acción política, ambos suelen coexistir. Respecto al
problema de la relación entre praxis y conocimiento, al ser un problema
filosófico central también para Sánchez Vázquez, Schmidt observa:
En el terreno de la praxis concebida se pone de relieve la mala abstracción de un sujeto “carente de mundo”, puramente mental, al igual que la de un mundo “carente de sujeto”, existente en sí. La praxis como realización efectiva enseña lo vacías que son las alternativas determinadas fijamente “en la teoría del conocimiento” o en algún invariable punto de vista. (Schmidt, 1973: 1115).
Así pues, siguiendo tanto a Sánchez Vázquez como a Alfred
Schmidt, puede decirse que en la postura acrítica de la izquierda dogmática,
así como de la reformista, se descubre una peculiar combinación de materialismo
mecánico e idealismo. Esto no significa que los defensores de esas posiciones
lo tengan realmente en claro. Precisamente en la combinación no concebida (o
incluso inconsciente) de esas dos tradiciones filosóficas está enterrado el
problema teórico.[12]
La aportación de Marx (y así regresamos a la interpretación hecha por Sánchez
Vázquez de las Tesis sobre Feuerbach) consistió en confrontar de manera
crítica, es decir, con reflexión, las aportaciones epistemológicas del
materialismo mecánico con las del idealismo, para así alcanzar el concepto
desarrollado de praxis. Schmidt subraya que, para Marx, dadas las ineludibles tareas históricas de la humanidad, ya
no se trata de argumentar, desde principios superiores del ser y del
conocimiento (para lo cual poco importa si se les da una interpretación
espiritual o material), sino de partir de la “materialidad” —materialidad que
es todo, menos ontológica— de las relaciones vitales del hombre, que “son prácticas
desde un principio, quiero decir, relaciones fundamentadas por la acción”:
relaciones de producción y de clase. (Schmidt, 1969: 11).[13]
Hay una diferencia entre la interpretación de la obra de
Marx de Sánchez Vázquez y la de Schmidt que queremos mencionar aquí; se expresa
claramente en las respectivas investigaciones sobre el concepto de praxis.
Mientras el segundo comprende la praxis humana como prioritariamente económica,
el primero, en cambio, cuando llega a abordar formas especiales de praxis,
menciona en particular a la política y la artística. Esta diferencia va
acompañada de la diversa ubicación del centro de gravedad por ambos autores en
su lectura de Marx. Mientras Sánchez Vázquez se apoya principalmente en los
escritos juveniles de Marx, dándole no mucha importancia a El capital, Alfred
Schmidt parte de la observación “de que Marx no se muestra de ninguna manera
más filósofo cuando se sirve del tradicional lenguaje académico de los
filósofos”. Por eso, en su libro acerca del concepto de naturaleza en Marx,
advierte de entrada que
tomaremos [i.e. Schmidt] aquí en consideración, en una medida mucho más amplia que la habitual en las interpretaciones filosóficas de Marx, los escritos político-económicos del periodo intermedio y maduro de Marx, ante todo el “Rohentwurf” [Grundrisse (borrador)] de El capital, que es extraordinariamente importante para comprender la relación existente entre Hegel y Marx, y que hasta ahora casi no ha sido utilizado. (Schmidt, 1983: 12-13).
Aunque, en su teoría estética Sánchez Vázquez ciertamente se
refiere, en algunas ocasiones, a los escritos político-económicos del Marx
intermedio y maduro, sobre todo al Rohentwurf (los Grundrisse) de El capital (véase:
Sánchez Vázquez, 1986: 222-227), en sus textos sobre la filosofía de la praxis
se centra sobre todo en los escritos juveniles de Marx. Esta orientación, sin
embargo, no se debe relacionar directamente con el “equivocado intento tantas
veces realizado hoy, de reducir el pensamiento propiamente filosófico de Marx a
lo dicho en estos textos, particularmente a la antropología de los Manuscritos parisinos”
(Schmidt, 1983: 12). Ocurre más bien que Sánchez Vázquez comparte esta crítica
formulada por Alfred Schmidt en relación con la época de génesis de su libro
sobre el concepto de naturaleza:
En estos años, décadas de los 40 y 50, el joven Marx ante la mirada sorprendida de los marxistas, se convierte en propiedad casi privada del pensamiento burgués [...], se buscaba desvalorizar al Marx de la madurez en nombre del joven Marx, y, en este sentido, las interpretaciones y críticas se convertían por diversos caminos en armas ideológicas e incluso políticas. La transformación del joven Marx en el verdadero Marx [...] afectaba no sólo a los Manuscritos sino a sus relaciones con la obra de madurez y a su lugar dentro del proceso de formación y constitución del pensamiento de Marx. (Sánchez Vázquez, 1982: 227).
Deslindándose con vehemencia del marxismo de Althusser,
Sánchez Vázquez insiste en que la obra marxiana es indivisible. Si en sus
análisis filosóficos sobre el concepto de praxis se basa principalmente en el
Marx joven e intermedio, no lo hace necesariamente porque considere ahí a Marx
como “más filosófico”, sino porque el tema de la praxis política y creativa
está más en primer plano que en la crítica a la economía política, en la que,
ante todo, está en discusión la forma de praxis reproductiva, que sostiene el
mundo de los humanos. Esta posición privilegiada que la praxis creativa y sobre
todo la político-revolucionaria ocupa en la Filosofía de la praxis de Sánchez
Vázquez frente a otras formas de praxis, debe entenderse más por la historia de
su propia vida que por reflexiones internas de pura teoría. Si se ocupa de
Marx, ello se debe ante todo a su actividad política de la temprana juventud.
El cambio de país, impuesto por motivos políticos, (que
también afectó a Sánchez Vázquez) da como resultado una presencia permanente,
casi ineludible, de lo político (sobre todo en relación a su país de origen) en
la vida cotidiana de los exiliados. Quiéranlo o no, las consecuencias de su
propia praxis política desempeñan en la vida de los exiliados un papel
determinante y, para el propio ajetreo de la vida cotidiana, pueden ser más
imperiosas que las que surgen directamente de la praxis reproductiva. Estas
últimas, por el contrario, determinan la vida cotidiana de los individuos que
nunca se vieron obligados a cambiar de país por motivos políticos, más que la
(propia) praxis política y sus consecuencias. Por eso no constituye un asunto
de pura motivación teórica interna, sino procedente de la misma praxis
política, el hecho de que Sánchez Vázquez, en el análisis filosófico, se vuelva
más hacia la praxis política que hacia la reproductiva.[14]
Este resultado de la reflexión acerca de por qué Sánchez
Vázquez, pese a su insistencia en contra de Althusser sobre la unidad de la
obra marxiana, deja fuera, en su Filosofía de la praxis, casi por completo las
posteriores contribuciones marxianas, parece encajar armoniosamente, por así
decirlo, en el contexto de una reflexión cuyo objeto principal es la relación
bilateral entre praxis y conocimiento.
Sin embargo, queda una duda, y es más que de carácter
metódico. ¿No se llegó a esta conclusión con demasiada rapidez: de la praxis a
la teoría? ¿Acaso no es uno de los resultados importantes de la interpretación
de Sánchez Vázquez de la undécima Tesis sobre Feuerbach, cuando formula sobre
ella “se trata de transformar sobre la base de una interpretación” (Sánchez
Vázquez, 1980: 166), el que esta frase, la más conocida de todas las de Marx,
pierde su indiscutible significado si se enuncia con demasiada precipitación? La
respuesta encontrada, ¿no reduce la filosofía a un pensamiento que depende
demasiado directamente de la vida cotidiana, sólo que es más sistemático? Si
bien es desde luego agradable que un texto parezca justificarse a sí mismo con
rapidez, se impone la cautela para no hundirse en una banal autoafirmación. De
no hacerse así, a la teoría le iría como a la propaganda política, que conoce
la verdad sólo como un medio: “[...] la propaganda altera la verdad en cuanto
la pone en su boca.” (Horkheimer y Adorno, 1994: 300).
Hay otro lugar donde Sánchez Vázquez entra más de cerca en
el Marx de la madurez, y es en su primer libro sobre Las ideas estéticas de
Marx. Pero lo peculiar es que, en sus escritos posteriores, prácticamente ya no
vuelve a mencionar El capital ni los Grundrisse. ¿Cuáles pueden haber sido los
motivos de ese cambio? La argumentación expuesta, que proviene de la historia
de su vida, puede desde luego explicar la diferente ubicación del centro de
gravedad para Schmidt y Sánchez Vázquez al escoger las formas de praxis
investigadas, pero difícilmente ayuda a hacer concebible un cambio teórico más
de veinticinco años después del inicio del exilio. Así pues, entremos algo más
de cerca en los aspectos teóricos internos de esta problemática. El propio Sánchez
Vázquez valora su libro Las ideas estéticas de Marx como la primera expresión
de cierta magnitud de su ruptura con el marxismo dogmático. En particular, le
interesa cuestionar una relación inmediata de dependencia entre los desarrollos
artísticos y los de índole social:
[...] la historia del arte y de la literatura demuestra que los cambios de sensibilidad estética no surgen espontáneamente, y de ahí la persistencia de criterios y valores estéticos que entran en contradicción con los cambios profundos que se operan ya, en otros campos, de la vida humana. (Sánchez Vázquez, 1986: 227.)Con esto, se plantea la necesidad de un desarrollo independiente —revolucionario— del arte, incluso en una sociedad que apenas había realizado una revolución, como la de Cuba en los años sesentas del siglo XX.
“La nueva sensibilidad, el nuevo público, la nueva actitud estética tiene que ser creada; no es fruto de un proceso espontáneo.” (Sánchez Vázquez, 1986: 227).
Terminamos aquí al subrayar la importancia de lo que ha dado
Adolfo Sánchez Vázquez al mundo de habla hispana, y al mundo en general, con su
interpretación crítica del marxismo que ha sido una de las primeras en toda
América Latina y sigue siendo una de las filosofías más importantes de nuestro
tiempo.
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Notas
[1] Compárese: “El hecho
de que el punto de partida del materialismo dialéctico sea de carácter
específicamente epistemológico, se debe a que Marx y Engels aceptan la crítica
que Hegel hace a Kant sin poder aceptar al mismo tiempo su base especulativa.
Con Hegel afirman la posibilidad de conocer la esencia de los fenómenos, con
Kant (sin referirse ciertamente a la Crítica de la razón pura) insisten en la
no-identidad de forma y materia, sujeto y objeto del conocimiento. Se llega así
-si bien sin expresarlo abiertamente- a una reedición materialista de la
problemática de la constitución.” (Schmidt, 1969: 10-11).
[2] Alfred Schmidt
manifestó hace unos años que seguía defendiendo lo afirmado en su libro El
concepto de naturaleza en Marx. Aludiendo evidentemente al trato que dio Max
Horkheimer a sus propios escritos anteriores después de haber regresado a
Frankfurt en 1947 del exilio en Estados Unidos, Schmidt dijo que él no
encerraría en el sótano sus anteriores escritos (comunicación personal, c.
1993).
[3] Esta postura de
Gramsci es caracterizada, en otro lugar, por Sánchez Vázquez con las palabras
del propio Gramsci como “inmanentismo absoluto”, “historicismo absoluto” y
“humanismo” (Sánchez Vázquez, 1980: 56).
[4] Schmidt igualmente
formula en otro lugar: “Como todo materialismo, el materialismo dialéctico
reconoce también que las leyes y formas de movimiento de la naturaleza externa
existen independientemente y fuera de cualquier conciencia. Este en-sí sólo
resulta empero relevante en la medida en que se vuelve un para-nosotros, es
decir, en cuanto la naturaleza se incluye en los fines humanos sociales.”
(Schmidt, 1983: 54, cursivas de S.G.).
[5] En el plano
lingüístico se observa esta circunstancia ante todo también en la creación
literaria. En ella, la naturaleza virgen es descubierta en el instante mismo en
que su conquista definitiva aparece en el orden del día. Así, el poeta inglés
Percy Bysshe Shelley describe en 1816 el Mont Blanc, en su poema del mismo
nombre, como “Remote, serene, and inaccessible” después de que, en los veinte
años transcurridos desde la primera ascensión en 1786, su cima fuera pisada
otras cinco veces por grupos de escaladores. (Shelley, P.B. 1989, línea 97).
[6] Schmidt se refiere
aquí a: Marx, K. y Engels, F., 1953: 43.
[7] Las primeras
ascensiones a altas montañas, sobre todo de los Alpes, son un buen ejemplo de
la relación entre naturaleza externa virgen o materialidad por un lado y
subjetividad o praxis por el otro. La idea de una naturaleza virgen tiene, a
partir de determinado instante de su tangibilidad potencial, imaginable, una
increíble fuerza de atracción y, así, la intangibilidad, que desde el principio
de su imaginación está vinculada a la tangibilidad potencial, se convierte en
algo ya tocado. La primera alta montaña en ser escalada por los seres humanos
según el registro histórico, es el Mont Blanc, el más alto de Europa. Esta
primera gran ascensión alpina tiene lugar tres años antes de la Revolución
Francesa. No es sólo el desarrollo industrial, sino además el ideológico, el
que provoca y hace posible tal anhelo por alcanzar lo aparentemente
inalcanzable de la naturaleza externa.
Los primeros en ascender al Mont Blanc, el guía Jacques
Balmat y el doctor en medicina Michel Paccard, si bien eran habitantes de
Chamonix, acudieron al llamado del especialista en ciencias naturales, Horace
Bénédict de Saussure, quien había ofrecido un premio por la ascensión al Mont
Blanc. Un año después, el propio De Saussure alcanzó la cima con dieciocho
cargadores en el curso de varios días. Equipado con diversos instrumentos de
medición, una mesa y una silla, pasó allí cuatro horas y media, y practicó,
entre otros, unos ensayos higrométricos como los del punto de ebullición del
agua y tomó nota de los efectos que causaba en su propio cuerpo la elevada
altura. (Ver: Saussure, H. B. de, 1979).
* Teléticamente (como
luego telético) traduce la orientación hacia un fin concreto en la actividad
del trabajo (N. del E.).
[8] “Como en el caso
de Feuerbach, también Marx habla de la ‘prioridad de la naturaleza externa’.
Sin embargo, formula una reserva crítica: que toda prioridad sólo puede serlo
dentro de la mediación.” (Schmidt, 1983: 22). Alfred Schmidt cita aquí a Marx
según: Marx, K. y Engels, F., 1953: 44.
[9] Schmidt cita aquí
según: Marx, K. y Engels, F., 1953: 452-453.
[10] Bertolt Brecht expresa
una idea parecida cuando en los Diálogos de refugiados, el personaje del
intelectual confiesa al personaje del proletario: “[...] pienso siempre en el
filósofo Hegel. He sacado algunas de sus obras de la biblioteca para no irle a
usted a la zaga, filosóficamente hablando.” (Brecht, 1994: 88, cursivas de
S.G.). De todos modos, esto sólo debe entenderse negativamente, es decir, como
crítica irónica al teoricismo y no como banal culto al proletario. Como alusión
al simultáneo desdén por las capacidades conceptuales de la clase obrera,
chapuceramente elogiada, que halla su expresión en la sustitución de los
clásicos por los libros de texto por parte del partido comunista, el personaje
del proletario agrega poco después, volviendo a referirse a Hegel: “Nos dieron
extractos de sus obras. En él, como en los cangrejos, hay que atenerse a los
extractos.” (Brecht, 1994: 91).
[11] Esta no es una
suposición maliciosa, sino sólo un resumen de los más recientes programas de
partido y gobierno de la socialdemocracia europea. Apenas habría hoy un
socialdemócrata que siguiera poniendo en tela de juicio la interpretación de estos
programas como pro capitalistas.
[12] Compárese al
respecto. “Marx no ‘combina’ (lo que sería eclecticismo puro) motivos de
reflexión de origen idealista y materialista, sino que dirige la idea (matizada
de diversas maneras desde Kant hasta Hegel) de que todo lo inmediato es ya
mediado, contra su formulación hasta entonces idealista.” (Schmidt, 1969: 11).
[13] Schmidt cita aquí
de: Marx, 1982: 40. Schmidt continúa aquí refiriéndose a Mao: “Éstas reflejan
en cada caso no sólo la medida en que la sociedad ha alcanzado un verdadero
poder sobre la naturaleza, sino que determinan el qué y el cómo del
conocimiento humano, del horizonte general en el que se mueve” (Schmidt, 1969:
11).
[14] Brecht ve
igualmente una relación directa entre la emigración y la forma de crear la
teoría: “La mejor escuela de dialéctica es la emigración. Los dialécticos más
agudos son los refugiados. Son refugiados porque se han producido cambios y
ellos solamente estudian los cambios. De los menores indicios deducen los
máximos acontecimientos, siempre que tengan buen juicio. Cuando triunfan sus
adversarios, ellos calculan cuánto ha costado la victoria y tienen buen ojo
para las contradicciones.” (Brecht, 1994: 91-92).