30/10/13

El valor de las obras de arte desde una perspectiva marxista

Karl Marx ✆ Yann Moix
José María Durán Medraño

Este artículo trata de plantear una serie de cuestiones preliminares en torno al estudio del valor de las obras de arte desde una perspectiva marxista, es decir, desde una perspectiva que tenga en cuenta la teoría laboral del valor desarrollada por Marx. El artículo comienza con una serie de cuestiones preliminares que desde nuestro punta de vista son fundamentales a la hora de exponer el  problema del valor/precio de las obras de arte. Continúa examinando críticamente planteamientos recientes sobre la teoría de formación precios en Adam Smith; y concluye volviendo a Marx y la teoría laboral del valor con el fin de proponer un posible camino para la investigación futura.

I. Cuestiones preliminares acerca del valor de las obras de arte

Comencemos con dos comentarios en torno al valor. El primero es del conocido escritor francés Émile Zola y el segundo del filósofo alemán Boris Groys. En un ensayo titulado “El dinero en la literatura” que se publicó por primera vez en 1880, Zola escribía: “a partir del momento en el que el pueblo sabe leer y puede leer a precio económico, el comercio de la librería duplica sus negocios y el escritor encuentra con amplitud el medio de vivir de su pluma… un autor es un obrero como otro cualquiera que
gana su vida con su trabajo” (Zola, 1989, pp. 212-213). Lo que aquí Zola está implícitamente afirmando (sea o no consciente de ello) es que el autor, o el productor de arte, es un trabajador que en el proceso de trabajo es capaz de crear valor. Zola atribuye este hecho al poder casi mágico del dinero, “ese beneficio legítimo –escribe Zola– obtenido con las obras” que “ha librado al escritor de toda protección humillante… [que] ha creado las letras modernas” (ibíd., p. 226). Hemos de ser conscientes de que la libertad aparente que la circulación monetaria otorga presupone una serie de relaciones sociales que se corresponden con aquellas que le son propias a una sociedad productora de mercancías. Por ejemplo, cuando Zola habla de la independencia que el autor moderno ha conquistado gracias al dinero está haciendo referencia a una independencia con respecto a relaciones sociales anteriores, pues Zola menciona al saltimbanqui de la corte y al bufón de antecámara. Esto coincide con el planteamiento básico de Marx cuando se refiere a que lo que el capitalismo ha supuesto históricamente ha sido la separación de los productores de sus medios de vida resultando que para obtener su sustento no tienen otra opción que vender en el mercado su fuerza de trabajo de la que disponen ‘libremente’, es decir, como propietarios ‘libres’ de la misma. Esta separación supone también la disolución de relaciones sociales de dependencia anteriores. Es en este contexto específico que hemos de entender a Zola cuando presenta al artista del siglo XIX como fuerza de trabajo ‘libre’. La fuerza de trabajo artística es en este caso una fuerza de trabajo que se encuentra en el mercado con el editor o el librero al que les ofrece el producto de su trabajo como mercancía; o si se quiere, como mercancía en potencia aún no realizada de forma completa pues para ello necesita, por ejemplo, del editor, es decir, de canales específicos de mercantilización y distribución que operan sobre una base capitalista con trabajo asalariado. En cualquier caso es nuestra posición aquí sostener que el producto ofrecido por la fuerza de trabajo artística es un producto cuya determinación es la forma mercancía. Prestemos atención a algo importante en este sentido. No hemos afirmado que el artista ofrece su fuerza de trabajo como mercancía, sino que el artista ofrece el producto de su trabajo como mercancía. Esta distinción es fundamental y será objeto de discusión en la sección tercera de este artículo. Ahora nos interesa eso de que los productos del trabajo de los artistas son mercancías.

El filósofo alemán Boris Groys comienza su libro Topologie der Kunst de forma tajante: “El arte es antes de nada una rama de la economía. La función del arte consiste en la producción, distribución y venta de obras de arte. La obra de arte es una mercancía como cualquier otra. El mercado del arte forma parte del mercado y funciona de acuerdo a la leyes habituales de la economía de mercado. Las obras de arte circulan en nuestra economía como cualquier otra mercancía en el contexto de la circulación general de mercancías. Estos hechos son hoy incuestionables” (Groys, 2003, p. 9). Aunque la afirmación de Groys pueda parecer obvia, implica también una serie de presupuestos que no son fácilmente observables en la superficie de las relaciones mercantiles descritas por Groys. Evidentemente, si nos conformamos con una teoría en la que el consumidor de mercancías se presenta como un hedonista maximizador de utilidades entonces las obras de arte no dejan de ser mercancías de lo más corriente. Pero, ¿qué implica hablar de mercancías o, mejor, de producción de mercancías desde un punto de vista marxista? Supone tener en cuenta una forma de producción de valor para el mercado que conlleva a) la producción de bienes en cuanto materialización del valor cuya expresión en el mercado es el precio, y b) el uso de la fuerza de trabajo de una forma que conlleva su explotación en beneficio de aquel que la ha comprado, es decir, de aquel que ha comprado el derecho de su uso: “El valor es la “propiedad” que los productos del trabajo adquieren en el capitalismo, una propiedad que adquiere sustancia material, que es actualizada, en el mercado, a través de la intercambiabilidad de los productos del trabajo, esto es, a través de su carácter de mercancías que alcanzan un determinado (monetario) precio en el mercado” (Milios, Dimoulis y Economakis, 2002, p. 18). La cuestión será entonces examinar si el trabajo de los artistas está también sujeto a estas determinaciones. Nuestra suposición teórica es que las determinaciones concretas que conforman la producción (capitalista) de mercancías en las sociedades burguesas dominadas por el modo capitalista de producción son determinaciones generales a un nivel social, en el sentido de que crean un marco de referencia general en relación al cual se definen y se miden todos los trabajos, procesos y actividades humanas sean o no productoras de valor.