Karl Marx
✆ Abraham Rodríguez Jiménez
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León Arled Flórez | Intervenir
en un seminario titulado “Alternativas anticapitalistas” para conmemorar los
150 años del Manifiesto Comunista, no deja de ser una tarea complicada, que
compromete cierta rigurosidad en el análisis y que permea las orillas de la
especulación futurista. No obstante, como el motivo de celebración que nos
reúne no tiene que ver con una ceremonia fúnebre para despedir los restos de un
difunto, esbozaremos algunas opiniones que se refieren a la situación actual del
marxismo en relación con el problema de las alternativas en la historia1.
Se habla de alternativas, porque en cada coyuntura histórica
se presentan distintas opciones o vías para el desarrollo de los sucesos que
han determinado el devenir social. En este sentido, desde la perspectiva de las
alternativas en la historia, trataremos de analizar la situación del marxismo
frente al catolicismo y al liberalismo, entendidas estas tres corrientes como
las más importantes alternativas que ha tenido la historia de la humanidad
hasta nuestros días. Asumiremos el catolicismo, el liberalismo y el marxismo,
no como filosofías o ideologías, sino como concepciones de la historia.
De entrada se objetará al catolicismo como una concepción de
la historia y aceptaré como válida la objeción, pues en apariencia
éste semeja más
una concepción ahistórica de la humanidad, ligada más a la conservación que al
cambio, a lo trascendental que a lo temporal, a lo espiritual que a lo
material, a Dios que al hombre. Al respecto diré que el catolicismo lo asumimos
aquí como concepción de la historia en un sentido menos estricto, como una
alternativa histórica que pretendió responder a los problemas de génesis,
existencia y proyección del hombre en el universo, en un mundo en permanente
cambio.
El liberalismo, por su parte, puede verse como una
ideología, como una teoría económica, pero creo que desde John Locke, David Hume
o Adam Smith, los ideólogos del liberalismo desarrollaron toda una concepción
de la historia fundada en los avances materiales y tecnológicos de la
humanidad, que como motor histórico, conducirían al inevitable triunfo del
capitalismo en todo el orbe. Huelga agregar que el capitalismo como sistema, en
la pluma de los ideólogos liberales, constituía la panacea para los males de la
humanidad. Ese es el espíritu de la obra de Adam Smith ‘La riqueza de las naciones’.
Damos por sentado que el marxismo es, también, una
concepción de la historia, tal vez la más humanista, la más política y la más ajena
al dogmatismo característico del catolicismo y al economicismo, rasgo esencial
de la concepción liberal. Por lo demás, históricamente, catolicismo,
liberalismo y marxismo han sucumbido al papel que, desde la antigüedad y hasta
la edad moderna, se le atribuye a la historia: ser la sierva legitimadora del
orden establecido. Pero, antes que legitimadoras, las tres han sido
concepciones revolucionarias de la historia, porque han contribuido inevitablemente
a su transformación.
Escribimos esta nota en una época en que se cosecha el
arrepentimiento y se cultiva el escepticismo. Con el derrumbe del sistema
socialista, ha ocurrido algo similar a lo que pasaba en los funerales de los
caciques muiscas: se ha querido sepultar el cadáver junto a sus dolientes. La
caída del muro ha pretendido aplastar la concepción materialista de la
historia. En ese sentido, obran el neoliberalismo, el departamento de Estado
norteamericano que ya sentenció “el fin de la historia”, e incluso buena parte
del discurso de la denominada “posmodernidad”. De todas maneras, sin apelar a
optimismos infundados, las concepciones de la historia son históricas y como
tales mientras respondan a los problemas contemporáneos, no sólo seguirán siendo
concepciones de la historia sino que constituyen alternativas para el devenir
social; eso es lo que ha impedido la muerte del catolicismo, ha favorecido la
fortaleza del liberalismo y no le resta vigencia al marxismo.